Los Tiempos Mundanos

Los Tiempos Mundanos

A la mierda la democracia

Podría parecer una proclama desentendida de estos tiempos en los que vivimos el recrudecimiento del totalitarismo; tiempos en los que “polarización” es la palabra que define, en buena medida, la dinámica de la política, en la que parece imposible encontrar mínimos puentes para definir un horizonte civilizatorio común.

Si comparásemos los contenidos de esta edición de Los Tiempos MUNDANOS y la opinión generalizada de los medios de comunicación, bien se nos podría acusar de dirigir las críticas contra el objetivo incorrecto. Incluso no faltará quien diga que las opiniones de este espacio han sido realizadas por “resentidos sociales”, “zurdos empobrecedores”, “feministas radicales”: en definitiva, desadaptadxs del orden vigente.

Y aunque resulte ocioso saber si los adjetivos son ciertos o no, algo habrá que admitir: esta democracia apesta.

Habrá que reparar en las negritas de la última frase, puesto que hemos arribado a un momento en el que, cuando se piensa en el “sistema democrático”, se puede pensar en cualquier cosa menos en lo fundamental de esta forma de convivencia: la capacidad de decidir.

¿De qué democracia podemos hablar cuando las más elementales expresiones de la soberanía popular han quedado reducidas a rondas electorales periódicas en las que los representantes han cambiado los programas políticos por propaganda?

¿Existe acaso democracia dentro de un sistema en el que el funcionamiento de los estados y los gobiernos depende de decisiones de mega corporaciones del capitalismo de la vigilancia, que han privatizado la gestión de la información y, por lo tanto, la posibilidad de que existan controles democráticos?

¿Se puede hablar de “poder del pueblo” cuando la penetración de algoritmos, estrategias de predicción conductual y deliberados sesgos cognitivos tecnológicos fortalecen un sistema de enajenación radical de las mínimas posibilidades del ejercicio de una ciudadanía libre?

La respuesta es ¡NO! La llaman democracia, pero es capitalismo.

 

Directora del periódico
Eduarda Abad Mendieta

Director Creativo
Martín Vasco

Ilustración de la Portada

Andrés Alejandro Freire Santana

Corrección y Edición
Verónica Neira Ruiz

Tiraje
500 ejemplares

La Fiesta

La fiesta, entendida como ruptura de la cotidianidad, de los códigos y leyes sociales, ha sido, históricamente, la ocasión para que el hombre tenga la experiencia de lo perfecto, lo acabado y lo pleno; resulta paradójico que el momento carnavalesco sea el que permite la experiencia auténtica de sentirse vivo, de estar en el mundo y no así los momentos de seriedad y tranquilidad consciente. Y, quizá, este último detalle es el que caracteriza el sentido de la fiesta: suspender la seriedad y el trabajo. Esta significación de la fiesta plantea otro de sus rasgos ontológicos: ella, la fiesta, no es originaria sino derivada, no es directa, sino refleja. Hay un desplazamiento de la atención de lo que supone debe ocupar al sujeto; acto de desplazamiento que no es consciente o, por lo menos, no debería serlo; la fiesta no exige una concentración sino un mirar para otro lado, una distracción. Si la ruptura festiva del tiempo ordinario es el acceso a la experiencia vital original -en este sentido sí es original- el tiempo festivo no es una pérdida de tiempo, todo lo contrario. No hay un desperdicio, una disipación, sino que la fiesta permite consumir, digerir el tiempo que, así, segasta, se vacía. El vaciamiento del tiempo, el haberlo gastado implica otra de sus características: la fiesta tiene que ser improductiva, inútil. Los griegos, al hablar de la fiesta no la podían pensar sin la anápausis, la inoperosidad.

En la tradición rabínica la menujá judía exige que el sábado no tenga ninguna finalidad productiva, lo que no quiere decir que no se haga nada, es más, la festividad mira con buenos ojos el derroche y la destrucción (se debe, por ejemplo, comer pero no cocinar). De ahí que el baile sea una acción típicamente festiva: gestos y movimientos que no tienen utilidad. Ahora, es cierto que se puede bailar en soledad, sin embargo, el horizonte de la fiesta es comunitario, el sujeto interpela a la comunidad para hacer la fiesta, romper el tiempo, gastarlo y por eso el espíritu festivo se encarna en ritos, como formas de suspender y abrir una puerta, introducir un punto de inflexión, iniciar una discontinuidad, por eso la fiesta es desconcierto, liberación. El segundo número de Los Tiempos Mundanos explora esas significaciones, las cuestiona al mirar Otros sentidos de la fiesta, la influencia de la religión y la del capitalismo, como lo hace Alicia Martínez en La fiesta: Memento vivire; o una (re)valorización del humor y la risa como formas festivas, según Lucía López. Junto a la fiesta, el juego y el arte permiten existencias en ruptura. Por eso, Diana Quinde aprovecha el tema para conversar con Francisco Álvarez, director del Festival de Cine Cámara Lúcida, que en octubre desarrolló su octava edición.

Quizá, ciertamente, hoy resulte difícil mirar y experimentar aquellos rasgos de la fiesta: queremos bailar, pero nos hace falta música (linda expresión de Agamben). Y es que mantenemos ciertos gestos festivos al tiempo que reemplazamos —u otros lo hacen— la música y, así, el sentido inútil y de gasto de la fiesta pierde significado. Mundana quiere recordar que no hay fiesta sin liberación, que no hay lo profano sin lo sagrado.

 

Directora del periódico
Eduarda Abad Mendieta

Director Creativo
Martín Vasco

Ilustración de la Portada
Estefanía Farfán

Corrección y Edición
Verónica Neira Ruiz

Tiraje
500 ejemplares

El Origen

En el principio ya existía el verbo, señalan los textos sagrados. Una alegoría curiosa para sugerir que, antes de que existiera cosa alguna, la palabra estaba allí, como sustrato de la creación. Mas no cualquier tipo de palabra, sino el verbo: aquella palabra que denota causación, acción. El verbo como origen, como existencia subyacente al ser. La palabra como acto del génesis total. Así, el verbo es el punto de origen: un lugar que de ninguna manera se encuentra acabado, sino que siempre está siendo; un espacio de lo emergente, un vórtice de creación imperfecta que se rehace continuamente.

Todo génesis se cuenta como narración cerrada; en cambio, los orígenes son siempre abiertos, plurales, inacabados. Se restauran constantemente para volver la historia el campo de batalla del sentido del tiempo. Pues esa es justamente la tarea que la filosofía asume: resolver la dialéctica entre lo genético y lo originario, una disputa que hace de las ideas su mejor herramienta y donde el verbo saber implica intrínsecamente el acto de buscar la sabiduría. Nadie nace ya sabiendo, y, ni siquiera por un instante, se nos pregunta si deseamos nacer. De aquello que sabemos, sin embargo, jamás podremos escapar.

Los Tiempos MUNDANOS, periódico bimensual de filosofía y cultura, ha seleccionado el origen como tema central de su primer número. Esta elección celebra los orígenes y explora, en el primer sollozo de esta iniciativa de divulgación filosófica, aquellos momentos inciertos en los que la intención de compartir palabras se convierte en verbo.

Mientras los límites de nuestro lenguaje sean los límites de nuestro mundo, la tarea será ampliarlos en la mayor y mejor medida posible. Y no hay otra manera de hacerlo que reconociendo la palabra como una herramienta del ser humano en tanto ser colectivo, social, irracional, mágico. La palabra como arma contra el aislamiento; como puente que nos lleva hacia el otro y, en ese trayecto, también nos permite encontrarnos. La palabra como resistencia en estos tiempos mundanos donde lo humano ha sido puesto a prueba y habrá que actuar en consecuencia.

Que la filosofía nos permita encontrarnos.

Comunicación
Diana Quinde

Ilustración de la portada
Eduarda Abad Mendieta

Diagramación y edición
Martín Vasco

Tiraje
500 ejemplares

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