¿Cuándo podemos ignorar una perspectiva ideológica por encima de lo estrictamente musical? Por ejemplo, si alguien dice que Lady Gaga es del diablo o que Bad Bunny es machista, ¿debería eso bastarnos para no escucharlos?
Vivimos consumiendo y clasificando cada vez más rápido. Parece que la ingesta constante de información digital llevó a la necesidad de etiquetas y valoraciones más restrictivas que nos ayuden elegir mejor la forma en que nos acercamos a los contenidos. A quien reseña un disco o una película se le exige que le dé una calificación sobre diez. Que defina algo como bueno, malo, mediocre o vacío. A su vez el vapuleado espacio de la academia perdió la capacidad posicionar a críticos de sus filas, y el espectador ensalza sus propios ídolos con bajos sus criterios ¿Qué tanto sentido tiene que los profesionales sigan reseñando álbumes en la era de TikTok? Se preguntó alguna vez el crítico musical Ricardo Durán.
El acceso a más información y herramientas digitales facilita tener puntos de vista con cierto sustento, y de paso, ser escuchados en masa. La posibilidad de «dar opinión de todo» ha llevado a toda clase de cruces entre el que parece saber y el que tiene ganas de decir. Se arman los “expertos en…” de público masivo. La ilusión de esta aparente democratización del saber se rompe cuando nos damos cuenta de que no todos tienen acceso a los criterios para interpretar la gran enciclopedia virtual. Del lado de los ignorantes (o no) se cuestiona el lugar de la universidad y sus roles ideológicos para dictar las formas de construir opinión ¿desde ahí debo pensar la producción artística? ¿Son válidas todas las posiciones subjetivas sobre la música?
No pudiendo llegar a un consenso sobre los criterios con inmediatez, toca atender desde lo individual con preguntas necesarias. En quién depositamos nuestra confianza para evaluar la música y el arte en general: bajo qué prisma podemos tomar a los criterios académicos o de algún tik toker como válidos o no para analizar algo. ¿Cuándo podemos ignorar una perspectiva ideológica por encima de lo estrictamente musical? Por ejemplo, si alguien dice que Lady Gaga es del diablo o que Bad Bunny es machista, ¿debería eso bastarnos para no escucharlos? Dará risa a quien vea en las cosas teológicas poca importancia y a quienes busquen defender el idea de la obra antes que al autor.
¿Y el lugar del experto? Vemos que, con mayor o menor éxito, el experto logra encontrar un espacio en las catedrales virtuales de la subjetividad y la opinología. Sin embargo, corre el riesgo de la banalizarse y, que para ser aceptado entre sus pares virtuales, aplauda a quienes se pongan a su nivel, aunque tengan menos sapiencia. Habrá quienes, arriesgando su popularidad, se alejen de la masa y sortee el peligro de ser tomado por amargado. Vale meditar algo antes de la salida fácil que es reseñar lo más pronto lo que está en tendencia.
Finalmente, en un mundo donde consumimos y clasificamos música a la velocidad de un clic, la virtud de la sospecha y del interrogarse más, se vuelve un gran paliativo frente a la gula digital. Cuestionar las opiniones fáciles, ya vengan de un tiktoker, un académico o un autoproclamado experto, nos permite navegar la ilusión de la democratización del saber sin caer en la banalización. No viene mal concluir que a veces el mundo no necesita tu reseña digital, ni tu observación apenas sale un nuevo álbum; que quizá será mejor esperar unas semanas, unos meses; a ver cómo germina, cómo se mimetiza con nuestras contradicciones y callar un rato.
Fotografía: Dennys Tamayo, Photocrew Ecuador
