Todo lo que siempre quiso saber de narcisismo y nunca se atrevió a preguntarle a Chat GPT | Christian Javier Duarte Parra

La autoestima es un producto que nos vende el capitalismo y nadie queda más en evidencia de lo dependiente que es que cuando va por ahí profesando su salud mental con cualquier otro producto que esté de moda, llámese autosuficiencia, resiliencia, capacidad de poner límites, etc.

 

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¿Recuerdan que hace unos meses el hemisferio occidental centró su razón de existir en generar fotos al estilo del estudio Ghibli con Inteligencia Artificial (en adelante IA)? El fenómeno fue tan grande que tuvo implicaciones ambientales. Aparentemente generar una sola imagen de este tipo consume cerca de 3 litros y medio de agua, puesto que esta se necesita para enfriar los equipos empleados (Clarín, 2025). En menos de una semana se gastaron 216 millones de litros de agua para sostener esta moda insípida (Infobae, 2025). La historia de Narciso se queda corta para describir lo que nos sucede. Narciso, al menos, tiene la decencia de ahogarse en el lago. ¡Nosotros preferimos matar el lago para ver nuestro reflejo al estilo Ghibli!

Esto, por supuesto, no es algo que se limite al auge actual de la IA. Pasa algo similar con Google Maps y la función de Street View: la tecnología nos permite acceder casi a cualquier rincón del planeta y lo primero que hacemos es buscar nuestra casa. Las pirámides de Egipto no pueden competir contra las mugrosas calles por las que andamos todos los días, evidentemente. La relación entre IA y complacencia narcisista es evidente y yo, por supuesto, no soy el primero en notarla. Lo primero que dice Chat GPT es que es un predictor de texto y uno de sus trucos es mantener al usuario involucrado en una conversación, así que se hace evidente que va a hacer uso de trucos simples como halagos para conseguir su objetivo. No pretendo perder mucho tiempo afirmando que la IA es complaciente y no lleva a un debate real con el usuario, con las graves implicaciones que esto tiene. Por el contrario, como el buen marxista que quisiera ser, quisiera trascender la histeria colectiva ante la tecnología que nos acompaña desde que el hombre inventó la rueda y explorar qué podemos hacer con esto que llegó para quedarse.

En el fondo, yo creo que toda esta situación la explicaron los psicoanalistas hace rato y todo se debe al complejo de castración. Somos seres infantiles y neuróticos que necesitan revisarse los pantalones cada cierto tiempo para darse cuenta que todavía tenemos genitales porque una figura paterna así lo permite. ¡Pues obviamente somos susceptibles a máquinas que nos digan que somos lo máximo! Pero claro, sostener esta idea desde el psicoanálisis resulta en caras de desaprobación en muchos lectores, así que quizás sería mejor explorar este fenómeno desde alguna perspectiva que tenga mejor recibimiento por parte del público moderno y resulte menos polémica. ¡Vamos a hablar de IA y su relación con las películas de Woody Allen! Es más, para no correr peligro cayéndole bien a los psicoanalistas (¡Dios nos guarde!), abordaremos la cuestión desde una perspectiva Deleuziana. Aprovechando el tema de la edición de la revista, usaremos recursos cinematográficos para acercarnos a esta cuestión.

Antes de separarse de su esposa y casarse con su hijastra, Woody Allen dirigió tres películas que serán centrales para el propósito de este artículo: Zelig (1983), The Purple Rose of Cairo (1985) y Alice (1990). Un muy breve resumen de cada una: Zelig es un falso documental sobre un hombre con la extraña capacidad de adoptar la apariencia, gestos y opiniones de quienes lo rodean. El mismo personaje dice sobre su propia condición que encuentra “seguridad en caerle bien a todos”. El psicoanalista Bruno Bettelheim, que aparece como él mismo en la película, opina sobre el personaje que, más allá de categorías como neurótico o psicótico, de lo que se trata es de una capacidad extrema de adaptarse y que esto lo convierte en el “máximo conformista”. Alice trata sobre una mujer acomodada económicamente pero insatisfecha que acude a un curandero chino que, con hierbas mágicas, la lleva a cuestionar su vida e iniciar un viaje de autodescubrimiento espiritual. En La rosa púrpura de El Cairo Cecilia, una mujer infeliz en la Gran Depresión, encuentra escape en el cine hasta que un personaje de la pantalla sale al mundo real y se enamoran. El actor real es enviado al lugar de los hechos para convencer a su contraparte ficticia de volver a la película y también inicia un romance con Cecilia.

A primera vista, la trama de Zelig es la que más parece identificar la condición actual del ser humano neurótico: un manojo de traumas triviales que lleva a un gigante deseo de aceptación y unos esfuerzos frenéticos para satisfacer a los demás. Las IA operan bajo esta lógica y se da un curioso y algo triste diálogo entre dos seres necesitados de aprobación. Las IA necesitan usuarios para sobrevivir y los usuarios necesitan validación. En la película, la situación se soluciona cuando el protagonista se enamora de su terapeuta y aprende a ser más independiente de las opiniones que otros tienen sobre él. En otras palabras, el protagonista mejora cuando empieza a actuar el deseo de su terapeuta. La autoestima es un producto que nos vende el capitalismo y nadie queda más en evidencia de lo dependiente que es que cuando va por ahí profesando su salud mental con cualquier otro producto que esté de moda, llámese autosuficiencia, resiliencia, capacidad de poner límites, etc. Como dice Zizek (2012): “The tragedy of our predicament, when we are within ideology, is that when we think that we escape it into our dreams, at that point we are within ideology” (p. ). ¿Qué es la IA sino la fantasía de un Gran Otro que resuelve todos nuestros problemas? Solo que esta vez es un Gran Otro que controlamos, que está de nuestro lado y que siempre sabe qué decir. ¡Fantasías neurotípicas y nada más!

Alice tiene una estructura mucho más interesante. Como en la vida real, el personaje de Mia Farrow resulta estar mucho más loco de lo que parece. Esta mujer ya está posicionada en un lugar de privilegio y de deseo, pero no logra articular que se siente insatisfecha. La ayuda de una especie de brujo chino aparece doblemente excluida de los discursos hegemónicos, tanto de la medicina tradicional como de la fantasía de pureza racial americana. Conforme avanza la película, Alice se ve involucrada en situaciones cada vez más surreales, como volverse invisible y ver al fantasma de un exnovio, pero también cada vez más disfuncionales de acuerdo a su posición social. Alice inicia un romance con un hombre menos exitoso que a su vez está involucrado con su ex esposa, deja su vida adinerada y se va a Calcuta. ¿Cómo recibe esta mujer aburrida la influencia de un Gran Otro? ¡Con absoluta locura! Cada intento de progreso viene acompañado de una línea de fuga Deleuziana más intensa, cada pócima mágica o consejo del brujo chino viene con una ruptura más profunda con la realidad. No viene con un frenesí maníaco o un éxtasis sensorial, simplemente viene con una aceptación más franca de sus propias rarezas. ¿Ser invisible? ¡Siempre ha sido invisible! ¿Hablar con el fantasma del ex novio? ¡Es la conversación más real que ha tenido en años! Alice, a diferencia de todos nosotros, no usaría Street view para ver su propia casa sino para ver ciudades indias.

La Rosa Púrpura de El Cairo, una película hermosa por donde se le mire, es quizás la mejor manera que encuentro de articular la situación actual en torno a la IA. Dos seres insatisfechos, una mesera cinéfila y un personaje de una película, encuentran refugio en la fantasía escapista que representa el otro. Mia Farrow coquetea en varias ocasiones con atisbos de realidad y se resiste a creer en la historia ficticia que le plantea Jeff Daniels, pero se da pequeños permisos para enloquecerse y tener una aventura con un personaje escrito para ser perfecto. De todos modos ¿qué le espera en la realidad a Cecilia? Desempleo y un esposo que la maltrata. Lentamente esta mujer insignificante para la sociedad asume con más orgullo su capacidad de locura y obsesión, gracias a que este personaje irreal y semi consciente le repite todo lo que quiere oir. Él, a diferencia del resto del mundo, la ve con valor. Es esta mujer renovada por su arrebato psicótico la que es capaz de seducir al galán real, quien es un tipejo narcisista parecido a su esposo pero más atractivo, lo que resulta en su eventual tragedia. El pecado de Mia Farrow, además de confiar en Woody Allen después de haber visto Manhattan, es actuar de forma realista. Cree, por así decirlo, otra forma de mentira: la del actor de Hollywood que dejará todo por la mesera enamorada.

Es inevitable notar el pequeño guiño Lacaniano frente a este final hecho por el mismo Woody Allen, quien en una posterior entrevista dijo que el mensaje de su película es «life is ultimately disappointing». Para Lacan, la relación del humano con la realidad se puede plantear como la elección entre le père ou le pire, es decir, el padre o el peor, entendiendo el padre como el principio de realidad y el peor como la psicosis. Claro, es molesto tener que tomar el bus para ir al trabajo ¿pero han intentado ser adictos al crack? Aunque en las horas pico cualquier ser racional se lo plantea. Esa brillante frase de Woody oculta una sabiduría profunda y tiene que ver con el carácter profundamente decepcionante de la realidad del neurotípico. La pobre Cecilia simplemente no está tan loca como para creerle al adulador que sirve como una proto IA. Al final del día, Cecilia va a tomar la opción decepcionante una y otra vez. Va a regresar a su vida miserable y va a recordar con nostalgia la vida de la que se ha perdido por no tener fe. Es aquí donde la fórmula Lacaniana se vuelve una profecía autocumplida. La neurótica es miserable porque es neurótica. ¿Podría ser feliz dejando de ser neurótica? No, porque si lo fuera, entonces no sería neurótica sino psicótica y eso sería inaceptable para una neurótica. Por supuesto, esta no es una elección consciente y he ahí una capa más de miseria. ¡Oh, cruel destino, líbranos pronto de estar vivos!

Es aquí donde la propuesta Deleuziana viene a nuestro rescate. En lugar de perpetuar la atormentada visión neurotípica ¿por qué no desmantelarla? En lugar de conformarse ante la configuración del placer que han hecho los discursos hegemónicos, los instrumentos del poder y, en general, la molesta existencia de los demás, somos libres de optar por líneas de fuga (Deleuze y Guattari, 2004, p. 14) y por construir por nuestra cuenta una idea de mundo menos atormentada. El problema de Cecilia es que no es tan psicótica y no tiene imaginación, así como nuestro problema es que preferimos hacer autorretratos en el estilo del estudio Ghibli en lugar de inventar algo nuevo. Si existiera el cielo, todo aquel que tuvo en sus manos el poder de explorar sus fantasías más absurdas y perversas en cuestión de segundos y eligió ver su propia cara. Resulta poético, además, que se trate del estudio Ghibli. En Mi vecino Totoro, Miyazaki nos muestra un mundo donde hay un autobús gato y luego no hace absolutamente nada con eso. ¡Nada! ¡Hay un autobús gato gigante que lleva niños por dentro y la película no llega a ningún lugar! La madre se cura, las niñas son felices y no pasa nada. La película sucede en los años 50, así que ni siquiera podemos fantasear con que una bomba atómica se va a llevar a todos ¡El infierno te espera, Miyazaki! ¿Dónde estábamos? Ah, sí, tener pequeños arrebatos psicóticos que lleven a expandir las fronteras de lo conocido y desterritorializar medios de comunicación y discursos habituales. Debe ser difícil lograrlo, claro.

En conclusión, la IA resulta ser usada de la manera más lamentable posible. Ayudando a no pensar, a regurgitar nuestras propias ideas mediocres y a engordar nuestros ya inflados egos. En lugar de ayudarnos a escapar de las restricciones de los discursos hegemónicos, de los monopolios de la educación superior, de la alineación y la soledad del mundo moderno o de la falta de símbolos gráficos o sonoros para expresar nuestro sentir, usamos la IA de la forma más neurotípica posible y destruimos el planeta mientras tanto. Tristemente nos parecemos a Zelig y dialogamos con la IA como quien dialoga con un perico que aprendió a repetir palabras por comida. ¿Cuál de los dos es el perico? ¿La máquina o nosotros? Ambos, para mayor tragedia. Idealmente nos pareceremos a Alice y daremos rienda suelta a nuestras perversiones a través de un interlocutor complaciente que le pone más leña al fuego de nuestra locura. ¿Será suficiente con el uso psicótico, en el sentido del esquizoanálisis Deleuziano, de la IA para solucionar los problemas del mundo moderno? Sin duda alguna no, pero conviene recordar las palabras de Cecilia en uno de sus momentos más lúcidos: I just met a wonderful new man. He’s fictional but you can’t have everything.

Referencias

  • Allen, W. (Director). (1985). The Purple Rose of Cairo [Película]. Rollins-Joffe Productions / Orion Pictures.
  • Allen, W. (Director). (1990). Alice [Película]. Jack Rollins & Charles H. Joffe Productions / Orion Pictures.
  • Allen, W. (Director). (1983). Zelig [Película]. Orion Pictures.
  • Clarín. (2025). ¿Cuánta agua consume la IA al generar imágenes estilo Ghibli con ChatGPT?. https://www.clarin.com/informacion-general/cuanta-agua-consume-ia-generar-imagenes-estilo-ghibli-chatgpt_0_6iqEuyUGUG.html?srsltid=AfmBOoqG5SP9scmN_9O7YtfJx-FQGYcPYu12ud3J8wl-eufu1C09c71E
  • Fiennes, S. (Director). (2012). The Pervert’s Guide to Ideology [Película]. P Guide Ltd. / Blinder Film
  • Infobae. (2025). ChatGPT habría gastado 216 millones litros de agua por las imágenes con inteligencia artificial. https://www.infobae.com/peru/2025/04/02/chatgpt-habria-gastado-216-millones-litros-de-agua-por-las-imagenes-con-inteligencia-artificial/
  • Deleuze, G., Guattari, P. F., y Pérez, J. V. (2004). Mil mesetas. Pre-textos.
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