El hip hop como herramienta política, antagónica y contracultural | John Piedrahita

El hip hop, en su carácter politizado, es una de las respuestas a la industria cultural de masas que tiene como objetivo la homogeneización cultural de la sociedad y el consumo incesante. El hip hop es diversidad, denuncia y contracultura.

 

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En los últimos meses del año 2025, el foco de mi reflexión filosófica giró en torno a cómo el hip hop puede ser una herramienta contracultural y de apropiación para los jóvenes excluidos, empobrecidos, racializados y marginados. En este contexto, encontré el trabajo de Andrea Neira (2015) que reflexiona acerca de los hiphoppers de la comuna 13 de Medellín y me pareció importante adentrarme en su estudio para la comprensión del fenómeno Hip hop en Latinoamérica y los puentes comunicacionales que ofrece a los jóvenes de las clases populares.

El compromiso activo y creativo de los jóvenes en la producción de sentidos y nuevas formas de existencia es un tópico ampliamente descuidado en las Ciencias Sociales (Muñoz González, 2023). El despliegue de procesos de creación en lo político y artístico se mantiene como punto de resistencia juvenil frente a la homogeneización de la industria cultural de masas. La capacidad y la agencia que ofrece el hip hop a la juventud desafía la norma capitalista en donde la lógica del arte gira en torno a la idea del consumo. Muñoz González (2023), sostiene que desde la óptica de la dimensión estética es posible percibir el hip hop, el metal, el skinhead, el punk y el hardcore como enormes laboratorios de experimentación y creación.

En ese sentido, este trabajo plantea responder la siguiente interrogante: ¿el hip hop es una herramienta política contracultural? Para responder a la cuestión se usó la metodología de la revisión documental y, además, se realizó una entrevista semiestructurada a un integrante del grupo de rap “Lírica Insurgente” quién nos permitió, por medio de la metodología de la historia oral, adentrarnos en los subterfugios de la vida cotidiana en el mundo del hip hop.

Neira (2015), plantea que estudiar la cultura hip hop es una tarea que debe estar contextualizada. Existe, desde su perspectiva, una estrecha relación entre el territorio con la producción de la subjetividad. Por ejemplo, los jóvenes raperos racializados proponen de manera autoconsciente otro conjunto de valores que intentar revertir el racismo, el sexismo y el clasismo. En América Latina, la producción de la periferia de las grandes ciudades latinoamericanas comprende un espacio enclasado, racializado y marcado por un sistema binario de género que sirve a proyectos neoliberales y militaristas. El hip hop, en ese sentido, es un dispositivo de producción de subjetividades políticas que parte de experiencias de exclusión y genera espacios de resistencia simbólica y material (Neira, 2015).

Adorno y Horkheimer (1988), sugieren que la industria cultural de masas ha convertido el arte en placer y aburrimiento. Solo se puede escapar de la enajenación del trabajo adecuándose a él en el ocio. La modernidad tiene como característica la enajenación del ser humano que –para sobrevivir al trabajo industrial- consume el arte masificado de la industria cultural que carece de significados esenciales. Divertirse en la modernidad, significa estar de acuerdo con lo establecido, significa siempre que no hay que pensar. La música, cooptada por la industria cultural de masas, tiende a reproducir las ideas del status quo y los oyentes solo asienten y se conforman con lo establecido. No existe un espacio para la crítica. En el hip hop ocurre todo lo contrario, la letra contestataria obliga a cuestionarse el estado de las cosas.

Por otro lado, Walter Benjamin (2003), propone que el arte en la modernidad ha perdido su carácter ritual y se ha reducido a una mercancía que se puede reproducir masivamente. En esa reproducción infinita, desaparece el aura de la obra. El aura es la esencia que cada persona transmite a su creación. Es única e irrepetible. No obstante, la obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica pierde su carácter aurático. Si bien esta masificación y reproducción incesante de las obras de arte pueden despojar, en ocasiones, de su carácter aurático a la obra, lo importante es preguntarse acerca del mensaje que transmite. Por ejemplo, el acceso al hip hop en contextos obreros muestran como la reproductibilidad técnica y la circulación global acercan el arte a los márgenes, convirtiéndose en una herramienta cultural disponible para las clases históricamente excluidas. Walter Benjamin (2003), explica cómo la técnica y la reproducción masiva rompen la unicidad ritual del arte y lo vuelve accesible. En el hip hop se usan tecnologías de grabación y circulación digital –al alcance del presupuesto de los jóvenes- para sacar el arte de los centros elitistas y llevarlo a la calle mediante plataformas globales. Esto se evidencia en la entrevista realizada a Atuk MC quien relata: “El hip hop es la música que llegó allá al fondo, al barrio. Es la música que conocí primero y de forma más profunda” (comunicación personal, 2 de octubre de 2025). En síntesis, al masificarse el arte se convierte en accesible a las masas. El problema radica en el tipo de arte que se distribuye.

El arte que fue subsumido por la industria cultural de masas pierde su carácter de culto y se somete a la política del stablishment (Benjamin, 2003). Empero, el hip hop es un catalizador de la conciencia crítica y de la realidad política. Al comprender que el arte también es una disputa de la lucha de clases se resignifica la percepción colectiva frente a la alienación que se produce en la industria cultural de masas que plantean Adorno y Horkheimer. “El hip hop permite que tu conciencia se ponga pilas, se conecte, entre en armonía con la realidad (…) surge el odio de clase y la conciencia se transforma” (}Atuk Mc, comunicación personal, 2 de octubre de 2025).

Aparece, entonces, lo que Neira (2015), denomina como “formación de conciencia” y “pertenencia comunitaria”. Surge la creación de nuevos modos de percibir la realidad, una crítica aguda por medio de la música; aunque la modernidad intente vaciar los contenidos musicales de su significado político. Es la politización del arte es la respuesta comunista a la estetización de la política (Benjamin, 2003, p. 90). El hip hop, en su carácter politizado, es una de las respuestas a la industria cultural de masas que tiene como objetivo la homogeneización cultural de la sociedad y el consumo incesante. El hip hop es diversidad, denuncia y contracultura.

Las culturas juveniles se deberían leer como formas de creación (en el sentido de la dimensión estética) y resistencia a un modelo de sociedad y de relaciones, basadas en un poder adulto hegemónico y autoritario (Muñoz González, 2023, p. 21). Las culturas juveniles son esencialmente música, vida y prácticas de libertad en la calle; donde se comparte algo en común y los saberes se articulan en formas de expresión manifiestas en el espacio público. Los jóvenes hiphoppers, en tanto a sujetos, se construyen activamente a sí mismos. Por ejemplo, en la entrevista a Atuk Mc, el artista propone que el hip hop es una ética que desafía los valores capitalistas y construye comunidad, manteniendo autenticidad frente a la mercantilización masiva. “Hay que vivir el Hip Hop como identidad… Llevar una vida contraria al sistema capitalista (…) Yo no hago Hip Hop, yo soy Hip Hop” (Atuk Mc, comunicación personal, 2 de octubre de 2025).

Se observa, como Atuk Mc plantea que el hip hop es más que un género musical, es un estilo de vida que dota a los hiphoppers de una identidad contestataria. Es lo que Walter Benjamin denomina autenticidad: crear sentido alejado de la influencia de la reproducción masiva del arte subsumido por la industria. Es posible percibir que la potencia creativa -propia de la cultura del hip hop- trascienda la simple composición de estilos y les confiere un lugar preponderante en la generación de modos de existencia. Son mundos de vida conjugados “a una estética desafiante, a una ética del nosotros, a una política de la resistencia” (Muñoz González, 2023, p. 23). Un aspecto central en la cultura hip hop es su pertenencia a la comunidad y su accionar por verla en mejores condiciones. Es un compromiso con un arte consciente que reflexione sobre su contexto local y su relación con lo global.

Resulta que uno de los versos que tu creaste dice: “yo quiero un mundo mejor, donde compartir más pan”. Bacán, ¿qué vas a hacer para que eso ocurra? Hoy puedo compartirle un pan a alguien que quizá lo necesite. Hoy puedo compartir un pan con mis compañeros del barrio (Atuk Mc, comunicación personal, 2 de octubre de 2025).

En el entendimiento de las necesidades de su comunidad, se moviliza una agencia política. El hiphopper que comprende el hambre y la desigualdad social se arraiga a su comunidad y alza su voz de protesta ante la injusticia. Su lenguaje es la música, pero su práctica cotidiana debe estar respaldada en su praxis política. La industria cultural borra lo periférico, lo invisibiliza y si lo llega a mostrar lo romantiza. El hip hop se plantea como contra-medio que devuelve la voz al barrio.

El hip hop es un campo de disputa permanente entre la mercantilización que tiende a vaciar la música de sentido y la fuerza vital que emerge cuando se enraíza en la experiencia colectiva y en una ética transformadora. El reto para el hip hop contemporáneo es mantener vivo su carácter aurático y auténtico, reivindicar raíces, lenguas y memorias y seguir tejiendo comunidad frente a la industria que busca domesticarlo. Su carácter contracultural reside en la reapropiación crítica del mundo, la resistencia y la interpelación de las estructuras de dominación; proponiendo horizontes emancipadores desde la periferia.

En conclusión, el recorrido teórico y empírico planteado en este artículo, permite afirmar que el hip hop –surgido como lenguaje de los márgenes y de las juventudes periféricas- conserva un potencial contracultural y político. Las experiencias relatadas por Atuk MC muestran que, en contextos atravesados por la pobreza, la desigualdad y la exclusión el hip hop permite nombrar lo que la cultura hegemónica silencia, se visibilizan las luchas del barrio y se dota de poder simbólico a quienes han sido históricamente deshumanizados. Este testimonio dialoga con la investigación de Andrea Neira quien evidenció cómo el hip hop latinoamericano se reterritorializa para construir subjetividades críticas que desafían las estructuras de dominación capitalistas, coloniales y patriarcales, generando comunidad y resistencia desde la base social.

 

Referencias

  • Benjamin, W. (2003). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Editorial Itaca.
  • Horkheimer, M. y Adorno, T. (1988). La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas. Sudamericana.
  • Muñoz González, G. (2023). De las culturas juveniles a la cibercultura del siglo XXI. Revista Educación y ciudad.
  • Neira, A. (2015). Ni “héroes” ni “delincuentes”. Una cartografía de frontera de las masculinidades hiphoppers de la comuna 13 de Medellín. Universidad Nacional de Colombia. Tesis de Maestría.
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