Tu rostro en la memoria [social]: Eres arte, bb | María José Rivera

Entonces, todo bien con que el rostro tiene que ver con una relación política y es necesario para generar memoria. Pero ¿y lo estético? No me olvido de que te engatusé con un título que dice que eres arte, y ahí voy. Solamente dame un momento para hablar de la estética en Agamben, que esta es una revista de filosofía y no me van a publicar esta carta de amor si no lo hago.

 

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Cuando escogí el tema, traté de pensar en  cuál es mi rostro, mi cara, en la memoria social. Entre humildad y vergüenza, la verdad es que me cuesta encontrarla, mucho más en su dimensión estética. ¿Una María Jose que desde el escritorio cree en la anarquía? ¿La que salió a la calle a protestar eventualmente? ¿La que pone estados de Instagram sobre sus gatos? ¿La que se ríe de chistes sexistas y teme que algunas personas se enteren? Así,  decidí omitir las autorreferencias en este escrito y me limitaré a intentar convencerlos de que sus rostros, en el sentido que le da Giorgio Agamben (1970), no son solo necesarios para que exista memoria social, sino que también son una experiencia estética. En otras palabras: ¡Eres arte, bb!

Partamos por explicar a qué me refiero con «rostro». Nada muy alejado de lo que tiene ahora apegado a la pantalla (o papel, si es de esas personas con suerte). Es lo que muestra, como persona,  pero que para Agamben va más allá, a él le gusta pensar en el rostro como un umbral entre lo visible y lo invisible, entre lo que se muestra y lo que se resguarda. Es decir, el rostro es el paso entre lo que decidimos reservar, guardárnoslo, y lo que decidimos exponer, desde la piel y la expresión viviente. Desde cómo sonríes, cómo cierras el puño, cómo te quedan esas gafas de sol y cómo caminas por un barrio para que no te roben. Todo eso son formas de convivencia y de reconocimiento, diríamos —este filósofo italiano y yo—, yo que te he visto hacer todo eso y más, muchas más cosas que no voy a contar. Pero Agamben (2004) no habla del rostro para que yo pueda escribirte esto y ganar puntos, él lo hace como parte de toda su propuesta de una nueva política, y por eso no puedo acabar este párrafo sin decirte que esa decisión entre lo que muestras y lo que no, esa forma en la que convives y te reconocemos, es una decisión política. Pero no huyas, bb, no hablo de partidos políticos, hablo de una política de las relaciones puras entre tú y el mundo y, si quieres,  yo.

Ahora, sobre qué es memoria social, para que nos entendamos, diré que es la «memoria en el otro», pero como aun suena raro, también puedo decir que son esos mensajes o ideas que se comunican o transmiten colectivamente, una información que perdura, esos fragmentos de los que se hacen libros de historia, pero también las cosas que no sabemos cómo sabemos. Este chico, Giorgio Agamben, decía que la memoria social es una forma de supervivencia de la humanidad. Pero decía algo más interesante, que depende del vínculo continuo y sensorial del cuerpo. En consecuencia, la memoria social, por más social que sea, depende de cada singularidad presente en el mundo, de cada tú y cada yo, de todo aquello que decidimos exponer. No hay narrativa social sin rostros. No hay memoria [social] sin rostros singulares ya que solo a través de ellos puede trascender. Nunca dejes que te digan lo contrario, bb.

Entonces, todo bien con que el rostro tiene que ver con una relación política y es necesario para generar memoria. Pero ¿y lo estético? No me olvido de que te engatusé con un título que dice que eres arte, y ahí voy. Solamente dame un momento para hablar de la estética en Agamben, que esta es una revista de filosofía y no me van a publicar esta carta de amor si no lo hago.

La estética, para este filósofo consiste en desplazar el interés en la contemplación de la obra de arte al momento de la creación misma. Y la fabricación, el emerger de la obra de arte es tan importante, que tiene estatus óntico, genera el ser. Es, entonces, una apuesta por volver a la noción de poiesis al poner en el centro el acto mismo de traer a la realidad algo que solo era posibilidad. Esa sutileza de la producción humana, capaz de crear realidad, es el paso de lo que no es a lo que se presenta (Agamben, 1970). En el sistema de este filósofo, la dimensión estética es una dimensión privilegiada. De hecho, mucho de su trabajo está en la filosofía política contemporánea, pero pensar en lógicas de poder contemporáneo lo lleva solo hasta cierto punto, hasta la pregunta, diría yo, porque luego la reflexión estética es la que lo rescata del fatalista y le hace pensar en una nueva forma de política, basada ya no en las razones del poder soberano, sino en la contemplación (que no se confunda con ocio o pasividad, por favor) y la reciprocidad (Agamben, 2004; Vois Bax, 2023). Por eso, la política y la estética en este autor son intrínsecamente relacionales, pues es el único modo en que podemos desistir de una apropiación del mundo y, por tanto, resistir también a la apropiación de nuestros cuerpos por parte de otros, es una ética de la no apropiación, digamos.

Salvados los muebles, espero, volvamos sobre tu rostro. Un rostro es una cuestión estética, al menos por dos razones. Primero, porque ese umbral entre lo que muestra y lo que oculta es una interrogación, es un juego de lo no dicho sobre la condición humana y su vulnerabilidad. Es en ese juego, una creación y, por tanto, una obra de arte que trae a la presencia aquello que antes no era. Presentas historias, hablas en un lenguaje, entiendes y portas símbolos, eres un hacer en toda la dimensión de la palabra. Te produces y reproduces en cada momento y a tu antojo. Segundo, un rostro es cuestión de estética también porque es capaz de movilizar emociones y demandas. La piel y la expresión viva de las caras, los movimientos y la voz tienen esa capacidad de exigir una respuesta. La historia que cuentas hace que se cuenten otras, tu lenguaje me permite hablarte y los escudos y recuerdos que haces tuyos me permiten conocerte un poco más. Así cumples esa función estética, la de generar emociones y demandas. Es en sí ese juego de vulnerabilidad  del cómo uno se muestra o resguarda frente a las expectativas sociales, culturales o políticas el verdadero disfrute estético.

Y aquí es cuando me pongo más labiosa: Eres arte porque te has inscrito en mi memoria, porque me embelesa tu juego ese en el que dices y callas, como te despliegan y repliegas. No importa si me dices “la política no importa”, tu rostro (que no reclama, que dice que al país se lo saca adelante trabajando, o que esos indios se queden en el páramo, que hace chistes sexistas, xenófobos y racistas) a le importa a ella y con eso basta para verte y hacerme entrecerrar los ojos mirándote fijamente. No es que te desapruebo, solo trato de entenderte, como cuando uno se enfrenta a una pintura que no entiende. Que me hagas cuestionarte, cuestionarme, cambiar de tema o solo darte un beso para que te calles, esa es la movilización de emociones y demandas que te vuelven una experiencia estética que se plasma en la memoria [social].

En conclusión, el rostro, entendido como esa puerta de paso entre lo que se expone y lo que se guarda, tiene dimensiones políticas y estéticas, tan únicas y necesarias, que no hay memoria social sin ellos. Y por eso, tu juego particular de vulnerabilidades humanas te hace una obra de arte, bb. Ojalá la próxima que hable de lo que uno es y esconde no lo desplace hacia ti y pueda ser capaz de hablar de mí. Pero bueno, al reconocer que hay algo de mí que no quiero mostrar no hago más que recordar que el rostro es justamente ese umbral.  Así que disculpa que te haya desnudado, solo para poder escribir sobre el “rostro” y la memoria social, como si te importara.

 

Referencias

  • Agamben, G. (1970). El hombre sin contenido. Ediciones Áltera.
  • Agamben, G. (2004). Medios sin fin. Pre-Textos
  • Valls Boix, J.E. (2023). Giorgio Agamben: Política sin obra. Editorial Gedisa
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