La recepción de Hegel en América Latina: desde la construcción de un problema hasta las contradicciones del Estado – Arián Rodríguez
Fuera de su tiempo, se ejerce una venganza sobre Hegel, sobre todo por el fantasma del marxismo y se le malinterpreta para considerarlo un dictador de un pensamiento único alejado de toda particularidad y distinción. Pero en su obra se comprime la luz de la libertad en los diversos prismas de la historia por él conocida.
Pocos filósofos como Hegel para ser malinterpretados. Su filosofía, densa como la verdad, ha sido presa de la instrumentalidad de posicionamientos filosóficos, políticos y religiosos. El propio carácter sistemático de su pensamiento propicia tal deformación. Quizás el último gran sistema de la filosofía; su pensamiento abarca desde los áridos contornos de la ontología hasta el remanso concreto de la política. La malinterpretación, en su afán oportunista, hará presa a Hegel de diversas afirmaciones que jamás hizo, sobre todo en este terreno más accesible de la política. Otras, las que sí dijo, fueron y son descontextualizadas en tanto sea necesario, y en tanto requiera una agenda nefasta su legitimación. Sobre la recepción del pensamiento Hegeliano en América Latina, así como su utilidad y deformación, se precisan acá algunas reflexiones.
La multiplicidad del sistema es causa de dicha polisemia. De ahí que el bregar latinoamericano ha desarrollado, a decir de Sepúlveda Zambrano (2022) una recepción “pese a Hegel” en conjunción con una “vía Hegel”. Por regla general, se acusa al filósofo europeo de “eurocentrista”. Es, pues, nuestro pensador, un auténtico villano que, a principios del siglo XIX, debía intuir el futuro de un continente, como un mesías diacrónico que se lanza a salvar algo que no existe. Pero hay, por otra parte, quien considera que una actualización de las teorías del pensador resulta propicia para entender la coyuntura actual del continente. Por regla general, la polaridad se inclina a la primera visión, y numerosos pensadores han construido cátedra sobre las cenizas de un cadáver de dos siglos.
La flor del conocimiento filosófico brota en el continente desde la conquista. Basta recordar la polémica sobre el alma de los pueblos originarios. Pero una recepción y crítica del pensador requiere, lógicamente, tanto de su existencia como de la necesidad de acudir a él. No es sino hacia finales del siglo XVIII que se hace necesaria una adecuación del concepto de Estado a la situación independentista de la región. Ello, junto con ideas accesorias como la libertad y el derecho, hacen necesaria una revisión de los textos del suabo en búsqueda de respuestas.
Tales cuestiones pueden ser encontradas principalmente en dos obras: Lecciones sobre la filosofía de la Historia Universal (1820) y Elementos de la filosofía del derecho (1821). La primera, en tanto recoge las reflexiones hegelianas sobre la historia de los pueblos y el papel del continente en la historia universal. La segunda, con un carácter más específico, en tanto refiere su visión sobre la construcción de un estado y la propiedad.
Universalidad y construcción del Estado
Una primera crítica es aquella que entiende a Hegel como “pensador de lo universal”, a lo que la filosofía latinoamericana contrapone lo contingente. Según Sepúlveda Zambrano , sus críticos consideran que: “Lo universal en Hegel sería con ello lo abstracto, entendido como el resultado de aquel pensar que tiende a evadir lo concreto y el contexto” (2022; p.188). Pero el continente es la tierra de lo concreto y lo contextualizado. Se puede entender acá, que la crítica estriba en una interpretación acrítica de la filosofía europea a otro contexto. Y tendría valor si fuera correcta, que no lo es. Resulta que lo universal en Hegel es lo concreto, porque solo un sumo nivel de complejidad puede dar lugar a lo universal. No es el universal kantiano, sino un universal concreto que recoge en sí el drama de la existencia en sus diversos momentos. El universal es un universal histórico y es, por tanto, dialécticamente concreto; de tal forma que cada episodio de concretud, analizado por sí solo, carezca de sentido y pueda ser entendido como abstracto.
Otra crítica polémica es el concepto de libertad (Sepúlveda Zambrano, 2022). Para Hegel la eticidad es el espacio intersubjetivo de la razón en donde el sujeto forma y se forma a través de las instituciones familiares, sociales y políticas. Por ello, el Estado tiene como misión equilibrar la unidad y diferencias de las naciones. Pero el propio proceso de conquista impone un corolario que el pensador no podía prever en su totalidad: ¿Cómo integrar la razón europea con una cosmovisión autóctona? ¿Cómo construir el Estado desde el equilibrio y no desde la polarización? Se impone concebir una teoría política que asuma las marcadas diferencias de este contexto para no caer en una continuidad abstracta.
Por ello, se considera un defecto fundamental de su filosofía el “maximalismo filosófico” (Sepúlveda Zambrano, 2022, p. 192), esto es, las pretensiones universales de su sistema. Ante el carácter marginal de la realidad americana, asusta a sus pensadores una visión europea que deje sin lugar a los nuevos estados en el concierto de naciones. Y ello justamente los llevará a desarrollar una teoría política propia.
Hegel y el eurocentrismo
Hegel es hijo de su época. Y a principios del siglo XIX la presencia del continente tenía poco alcance geopolítico, no por ello dejaría el pensador de considerarlo como tierra de la potencialidad y el futuro. De ahí que el pensador lo considera como parte de un “nuevo mundo” cuya juventud no está dada por la geología, sino por “las condiciones de posibilidad que ofrece para el espíritu humano” (Ferreiro, 2019, p. 187).
Para Hegel, es el mar y el comercio las condiciones principales para el desarrollo económico de los pueblos. De ahí el rápido crecimiento financiero e intelectual de los pueblos mediterráneos, por ende, cuna de la cultura occidental. El mar no es acá un límite, sino una membrana permeable que facilita el intercambio de bienes e ideas. Para otros grandes estados como China, el mar no es una frontera permeable, sino el fin de un imperio. Otro tanto ocurre en América, cuya ausencia de mar interior implica aislamiento. Debe aclararse, que Hegel no tiene conocimientos profundos de las civilizaciones americanas, no por desidia sino porque no existían[1]. De ahí que su visión de la inmadurez del continente fuera coherente tanto con su teoría como con el estado de conocimientos de la época.
También estudia el perfil racial de los pueblos originarios, a quienes considera una “auto diferenciación de la raza mongólica”. Según el pensador suabo, es la raza caucásica el motor de la historia universal. Los negros son “el hombre en estado completamente natural y salvaje”, mientras que la raza mongólica mantiene una “continua inquietud” que no genera resultados estables, suele invadir otros pueblos dejando una estela de devastación. El aborigen americano será considerado como “una estirpe débil e insolente” (Ferreiro, 2019, p. 190) en inferioridad los europeos y criollos. Se entiende entonces el enojo de la filosofía latinoamericana a Hegel.
No obstante, las razas para el pensador no son el sistema inamovible de un supremacista racial. África se encuentra fuera de la historia, no por capacidad ni intelecto, sino porque se existe en un estado infantil de la conciencia, en “completa unidad consigo mismo” (Ferreiro, 2019, p. 191). Es un pueblo sin historia no porque no la merezca, sino porque no ha comenzado. América otro tanto: es un pueblo en la infancia de su historia, pero la infancia es pura potencialidad, por ello es el continente del futuro. Y si bien su historia comienza con la llegada de Europa, ello no significa su futuro esté ligado forzosamente a ella.
Pero amén de las diferencias, la raza no es más que “una particularización provisoria del momento natural del espíritu humano” (Ferreiro, 2019, p. 199). En tanto, es el propio Espíritu sujeto y motor de su historia, todos los seres humanos nacemos con igual y cartesiana dotación de razón. La raza americana no constituye, pues, un acicate efectivo que determine el desarrollo de su historia.
Hegel también realiza una interesante correlación entre religión y desarrollo (Ferreiro, 2019). Para el pensador, el desarrollo acelerado del norte con respecto al sur estaba dado por el protestantismo que vino con la colonización. La libertad de interpretación de las escrituras sin intermediación del clero permite un desarrollo de la autodeterminación personal, por encima de cualquier autoridad. Ello y la libertad que generan permiten el desarrollo acelerado de los Estados Unidos.
El Estado en Hegel y el contexto latinoamericano
Según el filósofo, que América del sur fuera conquistada, mientras que el norte fuera colonizado; tuvo consecuencias en su desarrollo. Más allá de las diferencias religiosas, el colono se sentía en una relación de igualdad con Inglaterra, mientras que los conquistadores construyeron su estancia sobre la base de su superioridad con respecto a los pueblos originarios (Ferreiro, 2019). Hegel no entendía que fue, más bien, al revés. El colonialismo inglés es genocida, y establece con respecto a los supervivientes una relación de superioridad y rígida separación. El conquistado por España y Portugal, al contrario, buscar ser asimilado. Amén de inexcusables excesos, el sudamericano era un súbdito de la corona con ciertos derechos.
Pero ello provoca un problema no previsto por Hegel: ¿cómo crear un estado que equilibre dos racionalidades contrapuestas?
Para el filósofo, en la modernidad asistimos al período histórico de la libertad. Y dicha libertad debe ser encarnada en instituciones tanto productoras como garantes de ella. La libertad necesita como condición una noción sólida de familia, sociedad civil y Estado nación (León, 2024). En el estado hegeliano, todas las contingencias adquieres la necesidad y universalidad que le convierten en garantes de los derechos del ciudadano. Solo en el Estado, los intereses particulares encuentras equilibrio con las necesidades de la nación. Para decir más, es en el Estado justamente donde los intereses individuales se subsumen (idealmente de manera voluntaria) a los intereses universales.
Si bien el primer estado surge en China, es Europa que lleva la antorcha de la libertad consolidada en la solidez de sus instituciones estatales. Por ello, los pueblos rezagados por la historia deben comenzar a orbitar sus derechos alrededor de los dominadores del mundo (León, 2024). Es la propia naturaleza de las contradicciones dentro de la sociedad civil, lo que permite y hace necesario el proceso de conquista. Ello, a lo que Dussel llama “falacia desarrollista” (Dussel, 2001, p. 354), constituye el instrumento ideológico del contexto hegeliano que legitima: 1. La superioridad del pueblo europeo; y 2. La conquista como necesidad histórica. Nótese que la determinación de lo histórico implica justamente que proceso ocurre, no por una superioridad ontológica de Europa, sino por las condiciones concretas de su desarrollo. O sea, no existe para América un destino colonial per se, sino circunstancial.
Pero resulta que, posterior a Hegel, se ha evidenciado el fracaso de este tipo de estado latinoamericano a la usanza europea. Si bien el estado busca representar con universalidad a todos los integrantes de la comunidad, la realidad es otra. Se crea entonces un “monopolio de lo universal” (León, 2024, p. 214) que a la larga es la imposición de una elite que resignifica lo universal para proyectarlo, como un yugo fantasmal, sobre ciertos sectores incompatibles con la racionalidad europea.
Por ello, muchos estados latinoamericanos han pasado de una pretensión nacional hacia una concepción estatal plurinacional. Según León (2024), países como Perú y Bolivia, existieron como estados cuya centralización implica que el poder político se concentra en ciertas regiones en desdén de otras. Más allá de ello, estos estados clásicos no sólo excluyen a la población indígena, sino a su “lógica civilizatoria particular” (p. 218).
La construcción de la plurinacionalidad, ahí donde se necesite, no rompe necesariamente con el canon hegeliano, sino que pondría énfasis en la concretud histórica de la universalidad. Acá el paradigma estatal cambiaría hacia un contrato social intercultural en donde las diferencias se diriman al pensar que la prosperidad del país es la prosperidad de todos sus ciudadanos. Para ello, cada racionalidad, cada lógica civilizatoria, no importa su población, debe tener una representación parlamentaria; pues todo ejercicio de poder unilateral no importa su grado, puede generar consecuencias funestas en el delicado equilibrio de la plurinacionalidad.
Hegel, Estado y neoliberalismo
Otra reinterpretación y apropiación contemporánea del idealismo hegeliano es aquella que legitima el reclamo de los movimientos populares y la lucha contra el neoliberalismo.
Según Ciolli (2012), se asiste en el Sudamérica a un momento de “revisión e impugnación al paradigma neoliberal de la mano de procesos sociopolíticos novedosos, que significaron una vuelta al Estado desde múltiples perspectivas, acciones, modalidades y tradiciones políticas” (p. 202). La autora, se auxilia de la Fenomenología del Espíritu y la Filosofía del Derecho hegeliana para entender la escisión y reconciliación de los movimientos políticos y el estado.
El neoliberalismo, que asoló y asola nuestro continente, necesita como asidero ideológico la consideración de la oposición y los movimientos sociales como contrarios y enemigos de los valores de la sociedad. Tal visión, que podemos encontrar en la defensa de la junta golpista argentina en el juicio de 1985, construye la idea del joven revolucionario como un idealista extranjerizante, casi siempre comunista, que busca desestabilizar la familia y moral burguesa de la cosmovisión dictatorial. El neoliberalismo, por otra parte, hace otro tanto. Limitando el poder del estado, y vendiendo el país a las potencias extranjeras, contrapone el opositor al progreso y la estabilidad económica.
La investigación de Ciolli busca las claves hegelianas para volver a asimilar los movimientos sociales al redil del Estado. Para la autora, los estados progresistas de América Latina deben superar el paradigma neoliberal que contrapone lo político y lo social hacia una asimilación acorde con los objetivos universales concretos de un Estado (Ciolli, 2012).
Hegel en su tiempo, Hegel fuera de su tiempo
Resulta notable que el volumen de citas de los detractores de Hegel disminuya en la medida en que su sistema trata temas de relevancia ontológica y universal. A ello, se contraponen la valentía de Rubén Dri, que sabe encontrar consonancia entre los reclamos de una “poblada” argentina y las cuestiones ontológicas de la Ciencia de la Lógica (Dri, 2007). Fuera de su tiempo, se ejerce una venganza sobre Hegel, sobre todo por el fantasma del marxismo y se le malinterpreta para considerarlo un dictador de un pensamiento único alejado de toda particularidad y distinción. Pero en su obra se comprime la luz de la libertad en los diversos prismas de la historia por él conocida.
Como hombre de su época, no conoce a los Incas, ni a los Mayas, ni a los Aztecas. A sus ojos, la Revolución Francesa es la cúspide de la libertad. No puede entender la asonada revolucionaria haitiana (Buck-Morss, 2014), la extensión del dominio incaico, ni gallardía de la raza americana. Para Hegel (2005):
América es el país del porvenir. En tiempos futuros se mostrará su importancia histórica, acaso en la lucha entre América del Norte y América del Sur. Es un país de nostalgia para todos los que están hastiados del museo histórico de la vieja Europa (…) América debe apartarse del suelo en que, hasta hoy, se ha desarrollado la historia universal. Lo que hasta ahora acontece aquí no es más que el eco del viejo mundo y el reflejo de ajena vida. Mas como país del porvenir, América no nos interesa, pues el filósofo no hace profecías. En el aspecto de la historia tenemos que habérnoslas con lo que ha sido y con lo que es. En la filosofía, empero, con aquello que no solo ha sido y no solo será, sino que es y es eterno: la razón. Y ello basta (p. 275).
América es territorio también de razón, de la razón potencial. América y el tercer mundo en general, son los pueblos del futuro, en donde la anquilosada relación de explotación de lugar a una nueva era, en donde el Hombre sea hermano del Hombrey no su presa.
Referencias
- Buck-Morss, S. (2014). Hegel, Haití y la historia universal. Fondo de Cultura Económica.
- Ciolli, V. (2012). Aportes de la Fenomenología del Espíritu de Hegel para pensar la relación entre estado y movimientos sociales en América Latina. Fragmentos de Filosofía, 10, 201-222.
- Dri, R. (2007). Hegel y la lógica de la liberación. Biblos.
- Dussel, E. (2001). Hacia una filosofía política crítica. Desclée de Brouwer.
- Ferreiro, H. (2019). Hegel y América Latina. Entre el diagnóstico de la brecha de desarrollo y el eurocentrismo. Hermenéutica Intercultural, 31, 187-208. https://doi.org/10.29344/07196504.31.1919
- Hegel, G. W. F. (2005). Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal. Tecnos.
- León, S. (2024). El espíritu en América Latina Apuntes sobre el Estado, la historia y las luchas populares por el reconocimiento. En La pérdida de la eticidad: La crisis presente en clave hegeliana. Teseo Press.
- Sepúlveda Zambrano, P. (2022). Pese a Hegel-vía Hegel: Sobre dos modos de recepción de la filosofía especulativa en América Latina. En Hegel y el círculo de las ciencias: Actas del III congreso germano-latinoamericano sobre la filosofía de Hegel. Editora Fundação Fênix.
Notas
[1] Se debe recordar que Hegel construye sobre visión de América sobre los relatos de la conquista, los informes de misioneros católicos, y en última instancia por textos de Rousseau y Montesquieu.
Fotografía: Daniela Samaniego @danielasamaniegor