Gestionar las culturas – Lala Sotomayor
Es importante entender el campo cultural como un ámbito político, de militancia y resistencia, pues las representaciones nunca han mermado.
La cultura es la forma en la que las personas dan significado a su experiencia, por ello, hay que vivirla; es la forma más real de estudiarla. Sin embargo, la hegemonía está inserta en la cultura a través de valores, significados y prácticas (Gramsci, 2013). Trabajar sobre un análisis a partir de los Estudios Culturales permite analizar cómo opera esa imposición dentro de las distintas prácticas culturales y cómo esta puede ser resistida para crear nuevos significados, no dominados por intereses de las élites (Williams, 1981).
Las manifestaciones culturales (toda obra o expresión artística) son fundamentales para entender las relaciones sociales y formas de expresión que se dan en los procesos de comunicación, son un entramado filosófico. La cultura entendida como el modo de vida completo de un pueblo (Marx, en Althusser, 1966), abarca mucho más que algunos aspectos o tradiciones, conlleva la esencia de las personas que habitan en determinado lugar y trasciende de acciones, llega a ser parte de la ideología y concepción del mundo.
Aterrizar en la importancia de las manifestaciones culturales y sus procesos a nivel social, lleva a cuestionarse sobre la falta de incentivos públicos y privados para la ejecución artística. A pesar de ello, existen varixs trabajadorxs de la cultura, para quienes su labor suele estar precarizada en varios aspectos, pues la marginalización hacia el campo artístico está dada a manera de estructura social, minimizando esta práctica con remuneraciones bajas o simplemente no democratizando los espacios y accesos para el aprendizaje y práctica de este campo.
Cada cultura corresponde a un territorio y dentro de estos determinados espacios existen formas de vida que comprenden un entramado cultural lleno de aristas. Sin embargo, generalizar o imponer prácticas culturales puede ser más grave de lo que parece. Para Canclini (2020) “reducir a mercancía las prácticas culturales, es reducir a un carácter mercantil las formas de vida, los derechos humanos” (p. 5).
El arte es una forma de comunicación a través de distintos tipos de representaciones verbales y no verbales, este ejercicio fortalece la creatividad, estimula los sentidos y la capacidad de resiliencia. El ejercicio artístico es una facultad humana que permite estimular la sensibilidad a través de la creación o por medio de la conexión al vincularse, experimentar o apreciar alguna obra artística, entendiendo que estas nos acompañan desde el momento en que caminamos por la calle, donde los colores de un grafiti acompañan el recorrido de la ciudad. Su importancia no es pasajera, es crucial para las personas.
El origen de la gestión cultural no es muy amigable; lleva consigo un proceso de conquista e imposición, disfrazado de desarrollo. España creó mercado y consumidores a nivel Latinoamericano, denominando este proceso “cooperación cultural”, concibiendo a la gestión como un instrumento técnico con fines modernizadores desde una ideología neoliberal, pues el campo de la cultura estaba inmerso en políticas de mercado globales (De la Vega Velastegui, 2020).
Este primer eslabón abarcaba una primera línea en Gestión Cultural como un eje técnico y elitista. En Ecuador, a inicios de los años 90, este grupo representaba al sector público y la comprensión política de la cultura entendió “la cultura como recurso” (Yúdice, 2006, en De la Vega Velastegui, 2020). Con ello, se redujo las representaciones culturales a mercancía, se tomaron modelos de vida ajenos al territorio, y se impusieron otras manifestaciones principalmente occidentales.
Lamentablemente esto sigue presente y se pueden palpar estas situaciones en la actualidad, donde la hegemonía impone representaciones artísticas predominantemente extranjeras, y ello no quiere decir que exponer estas ello sea malo, pero que imperen y tapen el trabajo local, sí que es una problemática. Es importante entender el campo cultural como un ámbito político, de militancia y resistencia, pues las representaciones nunca han mermado.
La importancia de respaldar procesos relacionados a la cultura es imprescindible en cualquier territorio. De la Vega Velastegui (2020) hace un llamado a la indagación por la invisibilización de experiencias afro e indígenas tanto en gestión, educación, activismo y resistencias dentro de una epistemología de gestión cultural latinoamericana.
La acción cultural se gestó décadas atrás desde el trabajo independiente y sin el título de gestores. Es netamente un ejercicio de resistencia, que se sigue trabajando desde el impulso de sacar adelante y apostar por el talento artístico, más que por sus retribuciones económicas. Y aunque suene poético y ad honorem, este también es un trabajo valioso que tiene un aporte importante a la sociedad, y debería ser muy bien remunerado.
La finalidad de la gestión cultural debe estar vinculada al trabajo comunitario y al acompañamiento en la toma de decisiones en beneficio social; todo ello respaldado por instituciones públicas y privadas que garanticen atención a sectores emergentes. Las problemáticas no pueden salir de las élites si no de los grupos involucrados en las mismas.
Gestionar la cultura, radica en la legitimación de derechos como formas de expresión, resistencias o formas de vida, es un conjunto de herramientas, estrategias y directrices para desarrollar procesos artísticos a través de políticas públicas o gestión independiente. El derecho a la libre expresión, acceso y difusión de dispositivos culturales es fundamental dentro de cualquier sociedad.
Se necesita transformar las relaciones sociales a través del ejercicio político y la militancia con el objetivo de establecer procesos de comunicación más asertivos y reales, mismos que terminen en la ejecución de planes o políticas necesarias acorde a quienes habitan el territorio. Contrarrestar la cultura hegemónica tiene que ver con ejecutar proyectos y apropiarse de espacios con una ideología crítica, a través de la elaboración de un diseño, operación y evaluación de la acción cultural.
El condicionamiento de la gestión se despliega a través de influencias donde la cultura es mediada y mediatizadora de procesos sociales, por la fuerza de su vínculo para la economía y la política. Existe un gran peso concedido a lo económico en este campo, se muestra una perspectiva inscrita en la óptica neoliberal. Junto a esta mediación está la política, pues no existe gestión que no responda a los centros de poder en su expresión cotidiana y reticular.
Los condicionamientos en esta área constituyen mediaciones mutuas en tanto lo económico, lo político y lo cultural se complementan. Tal interrelación es observable en cada uno de los sectores sociales en que se produce una práctica cultural. De ahí la necesidad de asumir a la política cultural como fundamento que transversaliza la gestión en cada uno de estos sectores.
El concepto filosófico de praxis, permite abordar que para Gramsci (1995) en toda sociedad de clases hay relaciones de fuerza que son cambiantes. Se pretende incentivar un cambio a nivel cultural que permita mitigar las brechas causadas por los aparatos represivos del estado y las clases hegemónicas. Solo el sujeto social colectivo podrá luchar para reivindicar los derechos que se han intentado eliminar (Marx en Althusser, 1966).
Recomendación musical: Desaprendiendo – Pedro Pastor
Referencias
- Althusser, L. (1966). La revolución teórica de Marx. Siglo Veintiuno Editores.
- García Canclini, N. (1995). Culturas híbridas: Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Grijalbo.
- García Canclini, N. (2000). Políticas Culturales en tiempos de globalización. Redalyc. Gramsci, A., Sacristán, M. (2013). Antología. Ediciones Akal, S. A.
- Williams, R. (1981). Historia de la comunicación. Dosch.
- De la Vega Velastegui, P. (2020). Breves indicios para una gestión cultural crítica. Universidad Andina Simón Bolívar, 111-127.
Fotografía: Daniela Samaniego @danielasamaniegor