Las Brujas: El puente entre la voz del cuerpo y la filosofía sexual y reproductiva
Por: Brenda Espinoza Gárate
el cuerpo se ha convertido en territorio de disputa del poder y es a partir del cuerpo que el sistema médico ha determinado el alcance y la comprensión del control sobre la sexualidad y la reproducción.
El sistema médico ha ofrecido muros bien construidos, integrados por descubrimientos y conceptos científicos como fuentes constantes de la racionalización de la discriminación sexual. Es decir, la medicina ha negado la participación de las culturas en la percepción de la salud y la enfermedad. De manera simultánea ha definido a las mujeres como “perpetuas enfermas”, una crónica que permitirá comprender la transformación de la gestación, el parto y el post parto en un problema quirúrgico.
De cualquier modo, el sistema médico se entiende como principio y fin de las formas en las que pensamos, entendemos e imaginamos nuestros cuerpos y sus expresiones. Las percepciones y conocimientos culturales han sido condicionados por una lógica occidental que no solo representan el pacto de la medicina con la religión, sino la legitimación de una lógica de lo primitivo o lo “subdesarrollado” en el discurso de la ciencia (Rodríguez, 2008).
El sistema de salud se ha expresado en términos monoculturales basado en una perspectiva etnocéntrica[1] de la salud, que compromete los preceptos y promesas de una modernidad tecnológica y científica gradual y evolutiva. Un desarrollo que de ninguna forma sería compatible con valores, prácticas, conocimientos y tradiciones ancestrales. La sabiduría se hizo cada vez más lejana y remota de los cuerpos que intentaban descifrar y entonces condenaron a nuestros cuerpos a dolores y sometimientos (Pérez, 2015).
Al separar el concepto de salud de naturaleza y cultura, se separa también la ciencia del cuerpo. Las nociones del cuerpo son definidas en términos biológicos y a partir de ello se legitima peligrosamente una identidad, un cuerpo que es para otrxs. Aunque, el mundo del cuerpo está directamente relacionado con el sentido histórico, político, social y cultural que le otorgamos y al que alcanzamos. Las imágenes de nuestro cuerpo son visiones de un mundo, decimos un mundo, porque corresponde a una visión que, aunque no deja de ser originalmente particular está directamente relacionada con una concepción comunitaria.
No se habla de esa relación en sentido de pertenencia, sino como una imagen continua, una imagen del cuerpo que se re-conoce y se nutre a partir de la distinción de lo que le rodea como persona y como cuerpo, es decir, la naturaleza y la comunidad. Sin embargo, la medicina y las ciencias biomédicas no han convenido con un marco epistemológico que permita explicar y entender el mundo en ese sentido, de forma que el cuerpo y sus fenómenos son interpretados en base a leyes regidas por la esencia y la pura materialidad física.
Por ello, el cuerpo se ha convertido en territorio de disputa del poder y es a partir del cuerpo que el sistema médico ha determinado el alcance y la comprensión del control sobre la sexualidad y la reproducción. Sin embargo, sabemos que ese extenso mundo de lo corporal traspasa lo genital, lo físico y lo visible o incluso lo penetrable (Pérez, 2015). Por ello, se plantea que desde las sociedades del Abya yala se entiende al cuerpo como un universo que coexiste con factores sociales, afectivos, ambientales, espirituales que determinan la armonía interna y externa; lo que por el sistema médico es definido como un cuerpo sano (Rodríguez, 2008).
Ese territorio fue y ha sido nuestro, aunque necesitamos re-conocerlo y reconocernos en ese espacio. Es necesario lograr explorar nuestros cuerpos más allá de la estandarización médica, como un acto de descolonización. Ya que, la biología reproductiva ha sido pincelada por el sistema médico de manera frívola y con ciertos trazos de higiene, que han permitido reducir el cuerpo a la genitalidad. Se cierra el argumento de la biología reproductiva con la observación única y absoluta de la genitalidad, la vagina, ya está, asunto resuelto. La carencia, el afecto, el respeto, el placer, la decisión son temas de ultramundo. El sistema médico asumió la responsabilidad definiendo el cuerpo en partes y se ha decidido ponerle un nombre a cada una de ellas para zanjar el proceso de humillación hacia nuestra sexualidad (Pérez, 2015).
En ese proceso, el delirio de la biología y la anatomía ha sido el descubrir ese cuerpo “incompleto” cuya única función es la de procreación. Sin embargo, estos factores explicativos no son por sí solos un dispositivo de origen o producción del poder. Es decir, los dispositivos de diferencia sexual no operan solos, de ahí la insistencia por mencionar la generalización de los cuerpos y la anulación de la cultura para tratar de entender cómo opera el sistema médico sobre la reproducción.
Por ello, para llegar al entendimiento de la salud reproductiva es importante reconectar las piezas y conectarnos con el centro, la vida, la Tierra, lo que nos permite trascender del concepto reduccionista del bienestar centrado en el síntoma físico del malestar. Para esto volcamos la mirada a la interpretación del “estar bien” o Allicai como un concepto andino que abarca el reconocimiento del equilibrio de la salud con los puentes que un cuerpo requiere (Yánez, 2005). Lo que me sitúa en la defensa del principio de la relacionalidad, el de complementariedad y el de reciprocidad en el camino de una reafirmación cultural e identitaria que deja acostumbrarnos a ese territorio que a veces nos parece ajeno el cuerpo.
Lo que permite que reclamemos un conocimiento y una filosofía de la salud reproductiva que no se centra en la materialidad de un cuerpo sexuado, es poner en el centro de ese equilibrio con lo que nos rodea (Pachamama). En medio de ese concepto tan amplio, un poco desbordante como el de Pachamama se introduce una alternativa metodológica para comprender el desarrollo de ese equilibrio (estar bien), el diálogo. Desde la cosmovisión andina se define que la falta de un equilibrio entre los puentes que conectan nuestros cuerpos puede definirse como causa y concepto de malestar o dolor. Por lo que será necesaria la conexión constante de varios puentes (chakana) para sanar (Yánez, 2005).
Sin embargo, el concepto de puente no solamente nos ayuda a retomar esa ruptura entre el cuerpo y el entorno, que ha sido producto de la arbitrariedad de un conocimiento que matiza la idea de Estado-Nación y la hegemonía detrás de la teorización de la salud reproductiva. Además, avanza en la innegable necesidad de reapropiarse del discurso e ir más allá de la linealidad de la mortalidad o morbilidad, y cuestionarse qué tiene que ver la desarticulación ética, el desmembramiento familiar, el desarraigo, el despojo, el abatimiento moral, el desgano emocional con la gestación, el parto y el post parto (Kicillof, 2019). Y es ahí, en donde constitutivamente las generaciones de parteras, acompañantes y brujas son la figura puente.
Brenda Espinoza Gárate
Referencias
Kicillof, A. (2019). Interculturalidad y cuestiones sanitarias. Revista de Salud: Soberanía Sanitaria, 6, 1–22.
Pérez, P. (2015). Ginecología natural (M. Wortman, Ed.; Ginecosofía Ed., Vol. 3).
Rodríguez, L. (2008, september 24). Factores Sociales y Culturales Determinantes en Salud: La Cultura como una Fuerza para Incidir en Cambios en Políticas de Salud Sexual y Reproductiva. III Congresso Da Associação Latino Americana de População, ALAP.
Yánez, J. (2005). ALLIKAI: La salud y la enfermedad desde la perspectiva indígena (Ediciones Abya-Yala). AEDRA.
Notas
[1] El etnocentrismo se refiere a la actitud de juzgar otras culturas como inferiores a partir de sobrevalorar la propia (Rodríguez, 2008 p. 6).