De Emilia Pérez a Slavoj Žižek: La influencia de la ficción en tu forma de ver el mundo
Por: Santiago Tandazo.
Los artistas tienen derecho a retratar las formas en que ven al mundo, eso no quita que, muchas veces partan desde la propia ignorancia sobre el habitus de los demás, sobre todo cuando encaran culturas tan ajenas.
Desde la ignorancia también se han construido formas de ver el mundo. Se enuncia con certeza algo de lo que a veces se dice conocer y otros igual de perdidos aplauden, pero que carece de los suficientes fundamentos. No obstante, las plataformas desde donde se dicen son tan poderosas, convincentes y referentes, que muchas de estas ideas se anclan en el imaginario social, se reproducen, se modifican o a veces conservan su esencia. Incluso, llegan a venir concepciones posteriores que las van a reforzar. Pasa desde las artes hasta las ciencias. Y las voces que enuncian “el rey está desnudo” no suelen tener el mismo espacio de replicación que aquellas ideas ¿por dónde comenzar a desintoxicarnos?
Las obras de ficción son grandes promotores de la construcción de relatos. Sobre todo, desde artes que más se consume y difunde entre las masas, como el cine. Es conocido el impacto que tuvo la película Jaws, de Steven Spielberg, en la concepción que el espectador promedio se hizo de los tiburones. Y ante cualquier crítica de un amante del mundo marino muy animado, no es extraño escuchar “es que es ficción, no pretende ser fiel a la realidad. Si quieren vayan a ver un documental o leer un libro del tema”. Estoy de acuerdo, y, sin embargo, es más posible encontrar en el estante de una casa un DVD de la película que un libro sobre tiburones. Así mismo, por más que te hayan hablado de la Segunda Guerra Mundial en la escuela, puede que muchos de tus recuerdos o ideas sobre ella estén enlazados a una ficción. A cientos de películas, sobre todo estadounidenses, que retratan desde su perspectiva el conflicto. Eso sí, algún entusiasta se habrá hecho biólogo o historiador inspirado por toda la ficción que consumió.
Si usted revisa Google Trends verá cómo un científico poco o nada conocido fuera de círculos académicos como lo fue Robert Oppenheimer disparó en popularidad en 2023 gracias a la adaptación cinematográfica de un libro sobre su vida. Y sí, acercó a muchos a conseguir el texto, pero es poco probable que el número de lectores iguale al de espectadores. Y si le ha parecido muy reiterativo, espérese ¿y qué tal si una película influye en la forma en la que tú ves un país entero? ¿Qué tal si una teoría psicológica errónea influye en la forma en que crees relacionarte con otros o contigo mismo? El primer paso es notarlo.
Así es que tienes a mexicanos enfurecidos, con justa razón, con Emilia Pérez. Como en su momento se tuvo a japoneses y chinos enojados por Memoirs of a Geisha. Una visión autoral de un país se traduce a ojos de los conocedores, en un boceto, en una falsificación, en algo que está lejos de suspender la incredulidad mexicana; pero que a los europeos reconforta. Los artistas tienen derecho a retratar las formas en que ven al mundo, eso no quita que, muchas veces partan desde la propia ignorancia sobre el habitus de los demás, sobre todo cuando encaran culturas tan ajenas. De eso, también, tiene un largo historial la antropología.
En esto se presenta uno de los grandes conflictos respecto a la libertad de expresión. Entre el derecho a expresarte como quieras, y la posibilidad de que lo expresado se fundamente en mentiras y ficciones que tú te has creído. Se te otorga un peso mayor de responsabilidad cuando lo que digas puede influir en los demás. Basta que una Kardashian diga que tal producto cosmético es malo para que el valor y las acciones de la empresa bajen. Basta con que Slavoj Zizek diga que hay que pararse de cabeza para hacer mejor filosofía o que se debe votar por Trump, para que tengas estudiantes despistados que le sigan la marcha. No se está accediendo a los mejores argumentos o ideas de un tema, solo a los más populares, y eso es un gran problema para el conocimiento. De paso, se vuelve más difícil lidiar con la noción de mentira, cuando estas se ven transformadas a “solo otra postura”, “solo otra opinión”. Y tanto en filosofía, como en el cine, puede haber interpretaciones de la realidad, más sujetas a los hechos que otras.
Las ciencias en el cine tampoco se salvan, en el tan “afamado” libro comandado por Scott Lilinfield, 50 grandes mitos sobre la psicología (2009), se nos habla de uno de los mitos más difundidos: «La mayoría de la gente utiliza solamente el 10% de su capacidad cerebral» (p. 48), un mito extendido incluso por la comunidad científica del pasado, y que, hasta nuestros días, ha llegado a estar presente en la ficción que lo toma como hecho. En su libro se hace un desglose histórico y una revisión científica de los múltiples errores que llevaron a dicha concepción, el poder de las palabras. Comprenderá el escándalo que puede suscitar para ciertos psicólogos cuando ven una película como Lucy, de Luc Besson, cuya premisa se basa en el desarrollo de una droga que aumenta hasta su mayor potencial la capacidad cerebral, partiendo de la idea de que solo usamos un porcentaje de cerebro. Más famoso que la propia película, es el meme que de ella salió donde Morgan Freeman da una conferencia del tema. Creo que se puede comprender por qué Platón detestaba a los poetas, porque por más de que estos tengan la intención de reversionar el mundo con ciertas intenciones, lo deforman.
El segundo paso, más obvio, es informarse. No es viable para el contrato social establecer una narrativa que acorte las expresiones en pro de la autenticidad, pero si abordarla desde algunos frentes: Como artista, desde dónde creo. Sobre todo, cuando pretendo retratar algo en concreto de la realidad, su sustancia. Como puede ser la Ciudad de México o una transición. Entiendo que esto encuentro su gran conflicto narrativo cuando se enfrenta a la idea de si un producto artístico debe ser “respetuoso”, “políticamente correcto” o “informado”. Es de señalar que un punto que destaca entre las críticas contra Emilia Pérez es que se la toma en serio. No es una parodia, si el caso fuera así, aunque hubiese muchos mexicanos indignados los defensores dirían que no pretender ser un reflejo exacto, solo un chiste, que es un asunto de matices.
Parece ser, muy en la línea de Slavoj Žižek, que estamos mucho más dispuestos a tolerar una broma racista para romper el hielo, que a tolerar cuando otro asume un estereotipo como realidad fáctica. Frente a ello se intenta un arreglo superficial. Habrá quien esté más preocupado por intentar cambiar la forma de decir de las personas sobre el mundo, que las condiciones que llevan a que una persona piense tales cosas. Un contexto contestario frente a este modus operandi es menos visible para los privilegiados con desconocimiento que una película en el cine que solo lleva a que sus preconcepciones sobre México se vean reforzadas. Si acaso alguien escucha, y se quiere hacer el bueno, no tiene las suficientes herramientas a la mano más allá de esos decires. “Mentir bajo la forma de la verdad: incluso si lo que estoy diciendo es fácticamente cierto, los motivos que me hacen decirlo son falsos…” (Žižek, 2009, p. 123). Valdría un ejercicio de introspección, no sea que estemos cayendo en lo mismo. Porque si bien la violencia del Narco en México es una realidad, vino un francés a plantearla desde una estética, un fondo, un estereotipo que a ojos de los grandes jurados le da al mundo una ventana desde donde ver a dicho país, porque están tan ocupados allá arriba viéndose las espaldas que intentando ver qué dicen o hacen los mexicanos sobre si mismos. Por eso para ellos es una película “valiente, bien intencionada, que habla de algo que no se está hablando mucho”.
Pero, y ahora, el espectador desde dónde se puede posicionar. Una posición filosóficamente más honesta podría plantearse: ¿Cuánto más debo saber? La ficción puede ser un punto de partida para la formación de algo más, no como el único sustrato del tema abordado. Curiosamente, el ser ignorantes, y por ello fortalecer nuestra suspensión de la incredulidad hace más factible que disfrutemos una película. Y esta propuesta es poco amigable para el que solo quiera ver sustentado aún más por sus preconcepciones; pero es necesario, para el que esté dispuesto a martillar viejas ideas y edificar nuevas. También vale una pregunta sobre las hegemonías y del por qué solo desde una zona muy marcada vienen la mayoría de las referencias culturales pop que conocemos, ¿Qué evita que nos acerquemos a otras latitudes?
Y aunque sea reiterativo, porque es necesario serlo, dado que no poseemos el privilegio del portavoz más grande, el mejor antídoto es seguir estando interesado en conocer, en que haya herramientas para que ese proceso se dé. Solo así podemos lidiar mejor con la ficción cómoda que regurgita ideas, que mantiene aplaudiendo a un grupo y enojando a los afectados. Conocida es la frase cliché “el conocimiento es poder”, añadiría que desde el poder la ignorancia también puede tener portavoces, y ellos pueden reproducir mentiras, discursos de odio y pseudociencias. Un mejor acceso al conocimiento de calidad hará que el impacto de ideas erróneas transmitidas masivamente tenga menor peso del que hoy le damos, aunque esto pueda afectar nuestra capacidad de disfrutar dichas obras plenamente. Creo que es un precio justo para pagar en pro de que no sigamos reproduciendo lógicas que pueden entender contra los demás. Y simplemente podamos decir: “es ficción, y ahí se queda”. Y respecto a los artistas, no se trata de coartar la libertad de dar una visión sobre el mundo, sino de ampliar las preguntas desde donde se abarca un espectro amplio de la realidad que nos es tan ajena.
Santiago Tandazo. Me interesa todo lo que tenga que ver con la conducta. Interés en las artes y las ciencias, y las distintas perspectivas que esta arroja. Me obsesiona la cultura pop sobre todo expresada en internet.
Referencias:
- Lilienfeld, S. L. (2009). 50 grandes mitos de la psicología popular. Barcelona: Biblioteca Buridán.
- Žižek, S. (2009). Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales. Buenos Aires, Paidós. Buenos Aires: Paidós.