El verdadero Sócrates

Por: Mathías Mendieta

 

En nuestros días, cuando el “filósofo” escribe, suele despersonalizarse, no hablar en primera persona, “desconocerse” en lugar de conocerse, y referirse a ideas lejanas para tratar las que están de moda. Hoy pareciera que el “filósofo” escapa de la filosofía en su sentido estricto; se dedica a estudiar ideas ajenas en países más lejanos aún y, en esta travesía, rara vez llega a encontrarse consigo mismo y con el diálogo socrático, piedra fundamental del amor por la sabiduría.

 

Sócrates es una de las figuras más controvertidas en la historia de la filosofía. No solo su vida resulta digna de admiración y de análisis crítico, sino también -y quizá con mayor fuerza- su muerte. Comprender las razones por las que no legó una obra escrita no suele formar parte de la enseñanza habitual en un contexto académico. Para Jorge Luis Gómez “la limpieza del alma (materia socrática) no aparece en los registros de la educación occidental” (p. 102). El rechazo de la escritura se habría basado en la convicción de que, siguiendo las ideas de la autosuficiencia, cada ser humano cuenta con lo necesario para aprender por sus propios medios. En este sentido, el alumno “será llevado por el maestro a dar cuenta de sí mismo y la forma en que ha conducido su vida hasta ese momento” (p. 102). Es decir que, al ser la vida de cada uno tan única y personal, en el sentido en que todo lo que yo he vivido nadie más lo ha hecho de la misma manera), así mismo, ningún libro o contenido me hará conocerme a mí mismo más que el diálogo sincero, el cual es una capacidad y no una repetición de contenidos memorizables. 

La perspectiva del maestro en los escritos de sus discípulos no es la más fiel. En primer lugar, porque Sócrates estuvo en contra del registro textual en tal sentido siempre habrá algo en los escritos que no habría encantado al filósofo; en segundo lugar, porque quienes lo conocieron escribieron sobre él para “alabarlo”, como si sus propios pensamientos quedarían mejor promocionados al nombrarlo. “En el pensadero socrático todo el mundo inscribió su propio protagonismo” (Gómez, 2018, p. 40). Su muerte fue uno de los acontecimientos más grandes de Atenas y en un infructuoso intento por evitar que su filosofía se olvide, se inició toda una empresa para dejar fe de su método; aunque “También el hábito social del homenaje post-mortem, rebasa la posibilidad del verdadero encuentro con el homenajeado” (p. 42). Si Platón escribió en diálogo, era porque algo de él respetaba la perspectiva de su maestro en el sentido en que no podía haber escrito de otra manera sus enseñanzas más que en la forma en que su maestro las impartía a quienes lo escuchaban. 

Existe una parte de la vida de Sócrates, si no la mayor, que se borra en la neblina del misterio. Sócrates no fue un pedagogo en el sentido de que nunca se esforzó para que quienes lo escuchaban adquirieran información o contenidos. Más bien, mediante preguntas de índole sincera y sabia, buscaba que el mismo “discípulo” llegara a su conclusión personal; era “más bien un conductor de las almas o un psicagogo” (p. 97). Nos invita a adentrarnos en el interior de nuestra alma, aunque esto no queda muy claro cuando se enseña acerca de Sócrates y su filosofía. Pues, debido a la textualidad, nos figuramos una imagen errónea o, como diría Jorge Luis Gómez, es más fácil imaginar un “Sócrates ficticio”; pero la mejor forma de entender al maestro, padre de la filosofía, es practicando el diálogo como él lo hacía. Ni la lectura de extensos tomos de filosofía ni la escritura de larguísimos ensayos académicos nos ayudarían a entender a Sócrates en su totalidad. Más nos acercaría a su sabiduría practicar el pensamiento interno de manera profunda: hablar con un amigo sin miedo, ser honestos con los padres sobre lo que hacemos o dejamos de hacer, y hablar de lo que sentimos, pensamos y creemos en todo momento. Es una tarea difícil, si no imposible.

Por esto, a sus alumnos les reprocha que den mucho valor a lo que es inferior y muy poco a lo que es superior” (p. 98). Lo superior, sin duda, es lo que yo vivo; lo inferior, lo que me es ajeno. En nuestros días, cuando el “filósofo” escribe, suele despersonalizarse, no hablar en primera persona, “desconocerse” en lugar de conocerse, y referirse a ideas lejanas para tratar las que están de moda. Hoy pareciera que el “filósofo” escapa de la filosofía en su sentido estricto; se dedica a estudiar ideas ajenas en países más lejanos aún y, en esta travesía, rara vez llega a encontrarse consigo mismo y con el diálogo socrático, piedra fundamental del amor por la sabiduría.

Sócrates define así su método:

“no hago otra cosa que ir de un lado al otro persuadiéndolos a Uds., sean jóvenes o ancianos, de no preocuparse por sus cuerpos ni por sus fortunas sin antes atender intensamente a su alma, de modo que llegue a ser la mejor, diciéndoles que no es de la fortuna que nace la virtud, sino de la virtud nace la fortuna y todos los demás bienes para los hombres». (Apología, p. 150).

La virtud se alcanza practicando la sinceridad con uno mismo y con los demás en el diálogo. El contenido es irrelevante para esta capacidad de decir la verdad acerca de uno mismo.

 

Referencias:

  • Gómez, J. L. (2018). Sócrates: En el umbral entre mito y razón (Spanish Edition). Independently published.
  • Platón. (1971). Apología de Sócrates. EU-deba.
  • Platón. (1993). Obras completas. Aguilar.

 

Comparte este artículo en tus redes sociales

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Sekabet Sekabet Sekabet Giriş Sekabet Güncel Giriş Sekabet Sekabet Giriş 1win 1win giriş 1win 1win giriş mostbet mostbet giriş mostbet giriş Mostbet
Scroll al inicio