Seres devorantes, sujetos devorados
Alicia Martínez.
Creyéndose dueño de sus decisiones y reacio de ceder una parte de libertad en pro de una decisión de carácter colectivo; el ciudadano contemporáneo deviene en el sujeto neoliberal por excelencia. Un ser abstraído en una individualidad homogenizante, donde termina por ceder toda su decisión ya ni siquiera al aparataje de representación política sino al imperio del mercado.
En la lengua española, la palabra devorar tiene una connotación radical que proviene de su raíz latina de-vorare que, literalmente, significa devorar a una presa. De ahí que se hable de que la humanidad está “devorando” el planeta o que alguien ha sido “devorado” por algún animal salvaje.
Devorar resulta un acto violento, no solo por lo cruento que puede resultar, sino por su velocidad. Quien devora, procura hacerlo de forma expedita, sin reparar tanto en las formas sino en cumplir su objetivo. El ser que devora lo hace en la medida que asume una condición que lo diferencia ontológicamente de la condición de presa, quien es el ser a ser devorado.
Al respecto, existe un antiguo cuento de Miguel de Unamuno (2024) que bien podría definir lo que sucede con el ser humano de nuestros tiempos:
—Sin duda (…) ya sabe usted aquello de que en este mundo no hay sino comerse a los demás o ser comido por ellos, aunque yo creo que todos comemos a los otros y ellos nos comen. Es un devoramiento mutuo.
—Entonces vivir solo —dije.
Y me replicó:
—No lograría usted nada, sino que se comerá a sí mismo, y esto es lo más terrible, porque el placer de devorarse se junta al dolor de ser devorado, y esta fusión en uno del placer y el dolor es la cosa más lúgubre que puede darse.
La encrucijada que presenta Unamuno es total: o nos devoramos “hunos y hotros” o nos enfrentamos a la “lúgubre” condición de convertirnos en seres autofágicos[1].
Respecto a la primera posibilidad, bastará ver los escenarios de la política en la mayoría de los países del mundo para advertir que la polarización[2] ideológica ha llegado a niveles en los que resulta prácticamente imposible llegar a cualquier mínima posibilidad de acuerdo. Aunque, valga aclarar también, dicha polarización no se ha dado en términos de posicionamiento de clase sino dentro de los encuadres máximos de la democracia liberal moderna, es decir la tan alarmante “polarización” se dan dentro de los límites del capitalismo realmente existente, del neoliberalismo postfukuyama.
En cuanto a la segunda alternativa de Unamuno, podríamos decir que, en términos del contexto histórico del ciudadano contemporáneo, es consecuencia de una especie de resistencia a dejarse devorar existencialmente por la dicotomía del devorar o ser devorado; un ser que se resiste, pero que, lastimosamente, no logra proyectar-se / imaginar-se un horizonte civilizatorio diferente y, por tanto, se ve devorado por el mandato autofágico que, a su vez, es producto deliberado de la irresolubilidad aparente de la polarización antes mencionada. En otras palabras: el oxímoron de la democracia neoliberal ha exacerbado los niveles de confrontación entre tesis despolitizantes que tan solo pretenden desentender al ciudadano de la res-pública[3]en tanto de que los ejes de polarización son tan radicales que nadie es capaz de soportar -en términos de sostener o apoyar- una posición.
Así, el neoliberalismo ha propuesto una política de la despolitización donde los discursos de quienes participan de la cosa política y disputan el poder de lo estatal oscilan entre la acusación de “comunistas” y “fascistas” que no son más que falsos antagonismos discursivos de un grupo de partidos que bien podrían denominarse los partidos del orden neoliberal.
De este modo, mientras el debate de lo público -entendido en como lo que tienen que ver con el campo de acción de lo estatal- deambula entre unas fantasiosas injerencias en la vida de las personas de lo que han llamado “marxismo cultural” y una ligereza simplona de adjetivar como fascista a todo lo que asume tintes conservadores. Mientras que el real peligro es que el neoliberalismo progresivamente a privatizado la decisión sobre lo público y las conductas verdaderamente fascistas son las que acontecen a nivel de las corporaciones que han logrado, casi sin ninguna resistencia, imponer un régimen de control y vigilancia total sobre cada uno de los ciudadanos a escala planetaria, así como una referencia hegemónica de desarrollo humano en función del hiperconsumo, creando así seres devorantes que resultan sujetos devorados.
Volviendo a la segunda posibilidad de Unamuno, un sujeto devorado por la angustia de la falta de representación capaz de atender sus reales preocupaciones se ve compelido al ensimismamiento como forma de representarse al menos a si mismo y, es en ese punto, que deviene en devorador y devorado. Creyéndose dueño de sus decisiones y reacio de ceder una parte de libertad en pro de una decisión de carácter colectivo; el ciudadano contemporáneo deviene en el sujeto neoliberal por excelencia. Un ser abstraído en una individualidad homogenizante, donde termina por ceder toda su decisión ya ni siquiera al aparataje de representación política sino al imperio del mercado.
Por ello Unamuno señalaba lo “lúgubre” del hecho del aislamiento autofágico. El sujeto que rechaza lo político como forma de protesta, termina funcionalizado al esquema de individualización expropiante de cualquier sentido de pertenencia. El sujeto neoliberal asume la condición de amo y esclavo; de explotador y explotado; de triunfador y vencido y es ahí donde se radicaliza el abandono existencial en tanto que ha sucedido un desclasamiento, el vaciamiento de pertenencia, el arrojo al estándar hegemónico del perfilamiento del consumidor.
La despolitización de lo político y el control de las corporaciones sobre los debates respecto a las necesidades del cambio social someten al sujeto contemporáneo al mandato que ya ni siquiera se supone proviene del contrato social rousseauneano sino del dictamen de la acumulación. Un sujeto que percibe su condición de enajenamiento pero que se piensa a sí mismo como el responsable de dicho despojo, como ya lo advierte B.C. Han (2018).
Así pues, la disyuntiva de devorar o ser devorado que parecía ser la forma del capitalismo hasta el siglo XX ha sido superada por el placer doloroso, el sufrimiento salvífico de comernos a nosotros mismos, de devorarnos la única existencia que disponemos con la esperanza mítica de poder, a costa de ello, devorarnos el mundo como dictamina el slogan de la propaganda de turno.
De ahí que cualquier alternativa que proponga defender la vida, por fuera del mandato neoliberal, por fuera de las fúnebres prácticas autofágicas del capitalismo actual, deberían al menos ser tomadas en cuenta. Ahí, otro de los desafíos de la filosofía, de la filosofía de los otros mundos posibles.
Alicia Martínez (Ecuador, 1989)
Humana, estudiante de filosofía; amante de escribir y apasionada de leer. Creo en que la humanidad puede ser lo que esperamos hacer y que es posible un mundo para todxs; en la filosofía como un acto de despertar a las estatuas de sal y para derribar a los ídolos.
Referencias:
Unamuno, M. (2024). La beca. https://ciudadseva.com/texto/la-beca-unamuno/
B.C. Han (2018). “Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”. https://elpais.com/cultura/2018/02/07/actualidad/1517989873_086219.html
Notas:
[1] Persona que se devora a sí misma
[2] Para el año 2023 la Fundación del Español Urgente, escogió la palabra polarización, como la palabra del año. https://www.fundeu.es/recomendacion/polarizacion-palabra-del-ano-2023-para-la-fundeurae/
[3] Cosa pública, principio republicano de la ciudadanía.
Imagen tomada de letralia.com e intervenida digitalmente