«La eterna angustia del ser humano ante la muerte, ante la nada, ante la ausencia de Dios, o ante su presencia, siempre va a encauzarse en metáforas» Oswaldo Encalada
Lo que pasa es que esas personas no saben que el Quijote escoge a sus lectores. Si usted me dice: “yo nunca he leído el Quijote”, es porque no lo ha escogido a usted.
Oswaldo Encalada Vásquez es doctor en Filología, profesor de la Universidad del Azuay, miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua; ganador de múltiples premios literarios, autor de más de cincuenta publicaciones en libros y más de un centenar en artículos en diferentes revistas.
Diego Jadán-Heredia: Oswaldo, muchísimas gracias por aceptar esta entrevista. El tercer número de Mundana. Revista de Filosofía, lo dedicaremos a la relación entre filosofía y literatura y, por supuesto, estamos seguros de que usted podrá ayudarnos a comprender, problematizar, navegar por esas aguas tan encantadoras. Empecemos por algo elemental. Cuando he preguntado a los estudiantes si saben qué es la filología, por lo general, desconocen el término, su significado; no sucede lo mismo con el término filosofía, pese a que ambos términos tienen larga historia, ¿qué es la filología? ¿de qué se ocupa?
Oswaldo Encalada: En primer lugar, agradezco la invitación a conversar con usted y con los lectores de Mundana. Las dos palabras, filosofía y filología, comparten la misma raíz, philo, sin embargo, mientras la filosofía es amor hacia la sabiduría, la filología es el amor hacia el logos, no tanto entendido como razón, sino como palabra; y no tanto como palabra hablada -porque de eso se ocupa la lingüística- sino como palabra escrita.
Esa es la filología, el amor o el placer de trabajar con las palabras escritas, y esto tiene todo el sentido porque, como ciencia, aparece en el momento en que los alejandrinos, los viejos alejandrinos, tratan de fijar los textos, la forma definitiva de los textos homéricos. Me refiero a los bibliotecarios de Alejandría, es decir, en ese entonces ya existían libros y, por tanto, textos; por este motivo, los bibliotecarios querían fijar cuál era la forma definitiva de las obras, como en el caso de los textos de Homero. Para eso tenían que estudiar las palabras, buscar su sentido y si calzaban o no en el texto. Ese es el origen de la filología, este amor hacia las letras, hacia la palabra escrita; pero también, actualmente, se relaciona con el amor a las antigüedades humanas de las letras.
DJH: En la biografía de Nietzsche se ha destacado que él había estudiado filología y que, sin embargo, sus trabajos son más cercanos a la filosofía. Dicen los expertos que sus trabajos filológicos, por ejemplo, El nacimiento de la tragedia, en realidad no pertenecen a ese campo; al parecer hay una línea muy delgada que separa a estas disciplinas, ¿es así, la filología y la filosofía tienen alguna identidad?
OE: No percibo que existan tensiones entre filosofía y filología, quizá sí desde el lado de los filósofos, porque es muy posible que, al menos sin decirlo explícita y públicamente, estén pensando que alguien que está dentro del estudio lingüístico o filológico se está entrometiendo en el campo filosófico y, sobre todo, metafísico. He reflexionado sobre este tema y he llegado a una conclusión que quizá diste de la opinión de los filósofos: una cosa es el ser, la metafísica que estudia el ser y otra cosa es la palabra y es esta última la que permite la existencia de la primera. Por ejemplo, pensemos en un niño de uno o dos años, cuando parecería que ya tiene sus sentidos perfectamente desarrollados; oye muy bien, ve, gusta, palpa; no obstante, si es que no se le enseñan los colores, él no sabe distinguirlos; si le preguntan dónde está un objeto rojo, sin haberle enseñado antes qué es el rojo, no existe el ser de rojo; es decir, solamente el momento en que la palabra se adhiere a esa sustancia, esa sustancia existe.
Tengo una analogía entre lengua y metafísica o lengua y ser. La palabra es como el anzuelo que el pensador -pensemos en Nietzsche, por ejemplo- lanza al piélago del caos, el mar, el agua es el caos. Lanza el anzuelo y solamente el momento en que algo es atrapado y sale a la superficie, ese momento adquiere ser. Volviendo al ejemplo, para un habitante de la sierra, uno que nunca haya visto el mar, ni conozca ríos, el momento en que le muestran un pez, una sardina, un atún, un tiburón, no va a saber qué es. Pero el momento en que le explican, solo entonces, eso que le muestran se convierte en ser para él.
DJH: Usted, se ha caracterizado porque su trabajo no se ha limitado a la enseñanza en las aulas universitarias, sus entrevistas en la radio son siempre esperadas, especialmente para hablar de la lengua, de las palabras, de su historia. ¿Por qué es importante conocer la historia de nuestra lengua?
OE: Haciendo un engranaje con lo anterior, pienso que la primera función de la lengua, ya no de la palabra, de la lengua, es doble: dividir el mundo, segmentarlo y luego articularlo. Si no se cumplen esas dos funciones, no existe el mundo. Volvemos al caso del niño que ha desarrollado su visión, pero no puede distinguir entre colores; si es que alguien, la madre o el maestro, por ejemplo, no le ayudan a cortar esa realidad, el espectro cromático es una cosa continua. Hay que segmentar y articular, eso hace la lengua; sin esas operaciones no hay cultura. Una cultura no puede existir si es que, por ejemplo, ella no diferencia parentescos, es decir, entre hermanos, hermanas, primos, padres; si no se da esa distinción no se podría evitar el incesto.
En el mismo sentido, si uno no tiene palabras, no tiene conceptos. Precisamente ayer me puse a pensar que nosotros podemos diferenciar entre la mentira y la calumnia; quizá también entre la mentira, la calumnia y el fraude. Y puedo seguir, entre la mentira, la calumnia, el fraude, el engaño, la falsificación. Todo eso está dentro de una categoría: lo indebido. Sin embargo, el quichua no tiene una palabra para decir calumnia o fraude; solamente conoce la palabra para la mentira, llulla. ¿Qué pasa con la cultura quichua? Esto no significa que quienes lo hablan no tengan capacidad, lo que pasa es que su cultura no ha dividido este continuo entre varias partes, sino que lo comprende como una sola realidad y es así porque, simplemente, esta cultura no tuvo necesidad de hacer esas distinciones.
DJH: La filosofía europea desde el siglo XVIII se caracterizó por su pretensión racionalista, es más, el Círculo de Viena abogaba por una filosofía científica. Esta pretensión implicaba eliminar la metáfora de la filosofía porque supuestamente el lenguaje metafórico no era controlable, más bien era emocional. ¿Qué es una metáfora? ¿Cree que es posible una comunicación sin metáforas?
OE: Es una linda pregunta porque me permite volver a la filosofía. Todo esto es culpa, en buen y mal sentido, del cerebro. El cerebro humano, por su desarrollo orgánico, físico está capacitado para pensar en lo que no existe; no sucede lo mismo con el cerebro de otros animales, como el perro, que no se preocupa de lo que no existe. Es más, el cerebro humano nos permite elucubrar sobre causas, motivos, razones y efectos, también.
Cuando los griegos empezaron a filosofar era imposible no utilizar metáforas y mitos. Eso es lo maravilloso de Platón -para mí, el primer gran filósofo de Occidente, por su capacidad de sistematización-, que explica cosas por medio de mitos y éstos por medio de metáforas. Eso lo han hecho todos los filósofos, desde los más conocidos hasta los menos; por ejemplo, Heidegger usa muchas metáforas para hablar del ser, como el camino en el bosque, la casa del ser, entre otros. Asimismo, me gusta muchísimo Schopenhauer, porque su estilo filosófico habla del estilo más que de las ideas, su estilo es absolutamente literario y lleno de metáforas. Si esto ocurrió, si la metáfora empezó con las expresiones platónicas y ha continuado y, seguramente, continuará, es porque la metáfora permite expresar lo inexpresable. La metáfora, inicialmente, debió haber comenzado con el intento de explicar lo inexplicable en el plano humano, vital y afectivo, estoy hablando del amor. Y mientras haya seres humanos en la tierra, mientras haya adolescentes que por primera vez se enamoren, se sentirá la necesidad de expresar eso que es inexpresable de otra manera; la eterna angustia del ser humano ante la muerte, ante la nada, ante la ausencia de Dios, o ante su presencia, siempre va a encausarse en metáforas.
DJH: La metáfora, usted estará de acuerdo conmigo, es un puente entre filosofía y literatura, así que hablemos un poco de esta relación. Cuando se piensa en la filosofía latinoamericana pensadores como Miguel de Unamuno o Leopoldo Zea han sostenido que nuestra filosofía se encuentra líquida en formas de expresión artísticas o poéticas, ¿coincide con esta idea?
OE: Es cierto, no veo que haya un fuerte filón de pensamiento filosófico latinoamericano. Sí, Leopoldo Zea, de pronto, Rodó, Andrés Bello o, entre nosotros, Juan Montalvo, José Peralta, pero yo confío más en la expresión, digamos, no elaborada que uno puede percibir en los textos. Estos días he trabajado en la presentación de un libro de cocina y tomé textos de Efraín Jara para prepararla; por ejemplo, en El almuerzo del solitario, Jara habla de los sabores del guiso, de las papas, de la blancura del arroz, hasta del huevo frito como un sol radiante sobre el arroz blanco. Cuando lo leo, reflexiono y me digo, aquí hay una filosofía no dicha, una filosofía del sensualismo, del epicureísmo.
Pienso en muchos autores latinoamericanos o ecuatorianos, que no son filósofos -ni Montalvo, ni José Peralta lo fueron-, sin embargo, en sus textos uno puede encontrar una línea de pensamiento, una línea filosófica de sensualismo, de epicureísmo, quizá, en el caso de Peralta, de liberalismo, de ateísmo; es decir, más que formas explícitas de filosofía, se pueden rastrear esas formas de pensamiento que están ahí como huellas.
DJH: Una preocupación que ha surgido en las últimas décadas es que la desaparición de las lenguas lleva consigo la desaparición de cosmovisiones, de formas de comprender el mundo ¿es así? Pienso, en nuestro caso, en el quichua.
OE: Toda lengua es una obra maestra de pensamiento. Es decir, si hacemos el traslado a la literatura, cada lengua es un Shakespeare. ¿Qué valor tiene Shakespeare para la cultura humana? Incalculable, sobre todo si pensamos en el mundo occidental. Eso mismo es una lengua para el conjunto de las culturas humanas; es un tesoro, repito, una obra maestra del pensamiento. No tanto del pensamiento, si se puede decir, consciente, porque las culturas no hacen esa reflexión consciente (por ejemplo, decir algo así como: “dividamos el día en cinco partes”), sino que la realidad se impone y la cultura responde a eso. Por lo tanto, si se pierde una lengua, se está perdiendo ese tesoro incalculable que nunca más podrá ser recuperado. Y eso, obviamente, empobrece enormemente a la humanidad, no a la comunidad que desaparece, sino a la humanidad, porque se ha perdido una visión del mundo. Una lengua para mí, más que el catálogo de sustantivos, de verbos, de preposiciones, es una forma de ver el mundo. Eso es una lengua.
Cada lengua ve de distintas formas y eso no significa que una forma sea superior a la otra; no es que el español, por tener más tiempos verbales, sea superior al inglés, o el inglés más pobre que el alemán. Tampoco en el caso del quichua que, como ya vimos, no tiene palabras para calumnia, farsa. Lo que pasa es que, para su realidad, eso es suficiente. En ese sentido, una cultura no puede tener algo que no va a servirle dentro de su cosmovisión; por eso, quizá, el quichua tenga, de hecho, mucha más riqueza en ciertas áreas frente a las limitaciones del alemán. ¿Cuántas palabras tiene el alemán para decir papa y cuántas el quichua? El quichua tiene más de veinte formas de decir papa, porque tiene más de veinte variedades de ella. El alemán apenas una y prestada porque no es de su cultura. En clases he puesto este ejemplo de broma, pero tiene un trasfondo serio.
DJH: Si cada lengua refleja la forma de comprender el mundo, qué opina de este fenómeno que vivimos en la academia relacionado con que el conocimiento legitimado internacionalmente se lo debe escribir en inglés. Las revistas académicas más importantes del mundo son anglosajonas y condicionan de cierta manera a que se tenga que escribir en una lengua, el inglés, que no necesariamente refleja la forma de ver el mundo de investigadores e investigadoras, quizá, entonces, el conocimiento se vuelve superficial, se empobrece.
OE: En este caso, me parece que sigue sucediendo lo mismo que ha pasado desde hace décadas, pero de forma algo distinta. Me refiero a que el mundo anglosajón, en especial los Estados Unidos, ha sido conocido por imponer su voluntad a los pueblos latinoamericanos a garrotazo limpio y mediante invasiones. De esa imposición física, grosera, a la fuerza, se ha pasado a otra imposición más sutil, pero que la gente no la siente como imposición. La democracia norteamericana, según ellos, es la única posible para todos los pueblos: “esta es la medida y ustedes tienen que acoplarse a esta medida; si no se acoplan, son bárbaros”.
Hoy en cambio, en el siglo XXI, tenemos, por ejemplo, a las normas APA: “este es el mundo científico y ustedes, bárbaros, tienen que acoplarse. Si no se aplican, marginados, siguen siendo bárbaros”. Eso me parece una imposición sumamente imperialista y desagradable; quienes se acogen servilmente a eso, me parece que no se percatan de que esa es una forma de expresar, en este caso por escrito, frente a otras formas de hacerlo. ¿Qué importa que uno haya usado las normas APA, las primeras normas APA, y ahora use las otras normas APA? ¿Qué diferencia hay en eso? Si lo que cuenta es que uno sea honrado y que diga, este texto lo tomé de tal parte, de tal autor y de tal página. “Que eso ponga con cursiva, con letras, que no ponga página, que en la Referencias no ponga Referencias, sino referencias, que ponga la ciudad, que ponga el país”, por favor, eso no es para nada esencial. Lo esencial es la expresión del pensamiento, si es que hay originalidad en las ideas; y, para mí, un punto importantísimo, la honradez.
DJH: Un fenómeno contemporáneo en el ámbito de la literatura, aunque con larguísima historia, es criticar las obras moralmente; la gran crítica que se ha hecho a Lolita de Nabokov es un buen ejemplo. Al mismo tiempo recuerdo a Bataille que estudia, en La literatura y el mal, el lado siniestro de la experiencia humana que se refleja en la literatura. ¿Será una evolución de la literatura el que también adopte posturas morales aceptables socialmente o es, más bien, un atentado contra la libertad artística?
OE: Creo que el arte no debe ser ofensivo, es mi premisa; y, dentro de la categoría de ofensivo, caben muchas cosas; por ejemplo, hace ocho o diez años se exhibió, en la Casa de la Cultura, una serie de pinturas de Wilson Paccha que provocaron un escándalo en la ciudad; esas obras, obviamente, no podían haberse llevado al Museo de las Conceptas; esas pinturas habrían sido ofensivas para las monjitas. Tiene que haber un límite, precisamente eso, que no sea ofensivo. Estoy pensando, otra vez, en la metáfora de los sentimientos y del amor; no puede ser que el joven, el enamorado, le diga metáforas groseras a su novia, porque son ofensivas.
DJH: En la religión también han sido fundamentales las metáforas, aunque tal vez con otros fines.
OE: Es imposible que la cultura se libere de las metáforas, por más que lo intente, como he dicho, la metáfora está en la raíz de lo inexpresable y esto es posible vincularlo con la religión y la palabra como elemento articulador. Pensemos en Dios, en la visión judeocristiana, el Dios de la Biblia, es la potencia suprema, es todopoderoso, ubicuo, lo puede todo. ¿Por qué Dios tuvo que usar palabras para crear el mundo? Si solo pudo haber pensado y ya estaba el mundo ahí, a sus pies, creado; pero tuvo que usar palabras y lo hace porque la palabra permite dividir el mundo.
Cuando en el Génesis Dios ve el caos -el caos existe antes de Dios-, flotando sobre las aguas, dice Dios: “hágase la luz”; dice eso, hágase la luz. ¿A quién está diciendo Dios? ¿se lo dice a sí mismo? ¿por qué tiene que usar palabras? Insisto, la palabra permite segmentar y articular el mundo. Entonces, claro, cuando dice Dios: “hágase la luz”, de inmediato aparece a un lado la luz y, al otro lado, la sombra. Y ve que eso es bueno; es decir, la cultura es buena porque separa y articula lo que era caos. La metáfora es utilizada en la religión, quizá, como fórmula de comprensión para el hombre religioso. Lo mismo sucede, por ejemplo, con Jesús que intentaba mostrar la importancia de preocuparse por los demás y para ello, para que todo el mundo entienda, no hay mejor metáfora que la del buen pastor. En definitiva, religión y filosofía nunca podrán liberarse de las metáforas.
DJH: Volviendo a la literatura filosófica o filosofía literaria. En otras filosofías, por ejemplo, la china, se estudia el pensamiento filosófico a partir de su literatura, especialmente antiquísimos cuentos. Usted ha estudiado a profundidad la mitología ecuatoriana ¿se podría hacer algo similar con nuestros cuentos populares?
OE: Lo que se debe hacer es rastrear, en nuestros cuentos o mitos populares, el sentido de las metáforas, qué quieren decirnos; por ejemplo, en nuestra cultura serrana existe el mito de los gagones; los gagones son dos perritos que aparecen siempre en los lugares donde hay incesto; el incesto del padre con su hija o entre compadres. Este mito concreta una prohibición social; esa conducta, indebida, se representa como una animalización. Los perritos son metáforas animalizadas de estas personas, las incestuosas, que viven mal, como dice la cultura. Entonces se convierten de personas en animales. Eso hacen los mitos y los cuentos populares; expresan con recubrimientos metafóricos una conducta, en este caso, indeseable.
DJH: Quiero aprovechar que usted, además de la literatura, ha estudiado otros campos de la cultura, para abordar el mismo tema, pero desde otra perspectiva. Un libro que me gusta mucho es el que dedica a las fiestas populares (La fiesta popular en el Ecuador, CIDAP, 2005). ¿Cómo comprender a la fiesta popular?
OE: En el caso de las fiestas, en especial las populares, se pueden leer con las ideas de Schopenhauer. La vida humana no es gran cosa; está llena más de sin sabores que de satisfacciones. Si pensamos, por ejemplo, en nuestras culturas aborígenes, los españoles se admiraban de que eran culturas que buscaban con frecuencia la oportunidad de hacer fiesta y de emborracharse. Claro, la función de la fiesta popular es, como el carnaval, funcionar como válvula de escape para la enorme rutina de todos los días, para pasar a un tiempo donde esa rutina ya no existe. Y, por supuesto, vienen los excesos, bien sea de comida, si es posible, o de bebida y otras cosas más. Entonces, es un tiempo aparte, un tiempo extra. Incluso las fiestas religiosas, las de los incas, como las fiestas del sol, de la luna, fiestas de cosecha, eran fiestas útiles para descargar energía, para descansar del trabajo duro.
DJH: En la línea del ethos barroco de Bolívar Echeverría, actividades que nos permiten sobrevivir a este sistema productivista al mismo tiempo de servir de burla del propio sistema. Pasando a otro tema, el año pasado, con la Casa Editora de la Universidad del Azuay, usted publicó una serie de cuentos infantiles, llamado Textos fabulosos, ilustrados hermosamente por Nicole Rubio. La literatura infantil no es un género al que se ha prestado mucha atención ¿Qué encuentra de fascinante en la literatura infantil?
OE: Encuentro muchas cosas fascinantes. Primero, son los textos que más gusto me provocan cuando escribo; me hundo en ese momento y es hermoso escribir. Creo que la fascinación que me causa es porque implica un poco volver a estadios iniciales del ser humano y explicar a veces lo inexplicable por medio de bromas, de metáforas, de rimas, de conductas, de juegos de palabras. Por ejemplo, estoy pensando en “Cyrano Ciruela y el gato con escarpines”, parte de esa serie de cuentos. Ahí tomo al gato con botas y le quito las botas y le pongo escarpines; pero, claro, juego con palabras y con rimas, porque a los niños pequeñitos les encanta esta posibilidad de que una palabra rime con otra y que tenga sentido. Un personaje se llama Ricardo del Cardo, es decir, juego con su nombre y el cardo, porque ese animalito está parado en ese tipo de planta. Asimismo, en esos cuentos uno puede preguntarse por qué si hay campo de girasoles no lo hay de giralunas, tienen todo el derecho de existir. Cuando yo escribo eso, tomo la mentalidad del niño que se asombra ante las cosas más inexplicables.
DJH: Para finalizar, una pregunta que nos ayudará a conocer sus gustos literarios ¿Puede mencionar algunos autores u obras literarias que hayan sido fundamentales para su vida?
OE: Bueno, en novela, el primer lugar siempre será, para Miguel de Cervantes y el Quijote. Ese es el punto inicial, siempre. En poesía hay varios autores, me gusta muchísimo la Divina Comedia de Dante, a pesar de que lo leo en traducciones; también me gusta muchísimo Os Lusiadas de Camoés; existe la edición en español, pero leo trocitos en portugués; es hermosísimo. En teatro y poesía, Shakespeare, sin duda, pero también los trágicos griegos. En poesía ecuatoriana, César Dávila Andrade, Carrera Andrade, Escudero, Efraín Jara. En ensayo, en primer lugar, está Montaigne. ¡Así es! Primerísimo lugar, primerísimo. Montaigne es como un astro. En filosofía, aunque me encanta Platón, pero antes que nadie está Schopenhauer. Es un mundo tan amargo el de Schopenhauer, pero expresado con tanta belleza literaria.
Para recomendar a los lectores, a los jóvenes, yo creo que deben leer La vida de Lazarillo de Tormes, es una obra muy pequeña, pero tan profunda, tan humana; esa visión desencantada del mundo de un niño lazarillo que sufre todas las marginaciones posibles de su sociedad. Es una historia trágica, pero hermosísima. Por otro lado, están los cuentos de Borges, los de Rulfo. En novela latinoamericana hay cosas interesantes de Vargas Llosa, también de García Márquez; en literatura norteamericana hay cosas hermosísimas, Faulkner, por ejemplo, un autor de enorme importancia para la cultura mucho más que Hemingway, muchísimo más.
Por supuesto, no debería dejar de leerse el Quijote, pero le digo algo que he dicho varias veces porque creo que es la pura verdad. Hay personas que suelen decir: “bueno, voy a intentar leer el Quijote, el próximo año me dedico”. Lo que pasa es que esas personas no saben que el Quijote escoge a sus lectores. Si usted me dice: “yo nunca he leído el Quijote”, es porque no lo ha escogido a usted. Quien quiera leerlo tiene que hacer méritos, empezar leyendo las Novelas ejemplares, los Entremeses, hacer señas para que la obra acepte su lectura. Es una linda metáfora porque el Quijote tiene que leerse con paciencia; yo lo he leído cerca de treinta veces.
Foto de portada facilitada por Oswaldo Encalada, intervenida digitalmente para adaptar al formato de la página web.