¿Cómo encontrar serenidad y consuelo en la eternidad?
Por: Alicia Martínez
Damos por sentado que pocas personas afirmarían que su proyecto de vida eterna es “arder en el infierno”, de la misma forma que la gran mayoría apostarían por la satisfacción de compartir edificio con la santidad; sin embargo, ¿cómo es posible encontrar serenidad y consuelo en la eternidad? Tanto si es por el lado infernal o el celestial, ¿no es insoportable pensar en la prolongación infinita de una condición específica que deviene inmutable?
En muchas ocasiones, sobre todo cuando enfrentamos momentos de extrema angustia ante circunstancias que exponen nuestra frágil existencia, no falta quien apele a la noción de sacrificio terreno, es decir, experimentar dolor como estadio previo hacia un consuelo profundo que será recompensado en esta o en otra vida. Cuando la circunstancia adversa implica la pérdida de una persona amada, el consuelo de quienes creen en esa otra vida es que el muerto se nos ha adelantado a su encuentro con dios y una vez que “ha partido” comparte la plenitud de la eternidad gozosa, privado ya de cualquier posibilidad de sufrimiento. Dentro de la tradición cristiana, esta vida no es más que un tránsito probatorio de nuestra condición que nos otorgue el pase hacia el imperio del bien o del mal: una especie de examen de admisión al cielo o al infierno.
Damos por sentado que pocas personas afirmarían que su proyecto de vida eterna es “arder en el infierno”, de la misma forma que la gran mayoría apostarían por la satisfacción de compartir edificio con la santidad; sin embargo, ¿cómo es posible encontrar serenidad y consuelo en la eternidad? Tanto si es por el lado infernal o el celestial, ¿no es insoportable pensar en la prolongación infinita de una condición específica que deviene inmutable?
Resulta paradójico que a las personas que se acogen a posturas existenciales y que, por lo tanto, asumen la angustia ante la falta de consuelo metafísico, se las interpele por alejarse precisamente del árbol de la serenidad, cuando la eternidad vendría a ser la peor de las condenas posibles. Pretender encontrar consuelo en la eternidad podría asumirse como el desear una condena a perpetuidad en la cárcel de la felicidad, que además se obtiene por haberse comportado según el mandato divino.
La banda española Ilegales ha sabido sintetizar muy bien este problema cuando uno de sus versos señala: “para siempre es demasiado tiempo” y por ello es que la humanidad ha matado a dios, para poder librarnos de la eternidad; para safarnos de la condena de existir para siempre. Pero dicho crimen salvó también a dios de soportar su eternidad, lo liberamos del aburrimiento eterno de ser para siempre. En nuestra defensa, tendremos que decir que fue un crimen salvífico; un acto de purificación del pecado original: la pretensión de eternidad.
No obstante; y dejando en paz a dios en su tumba en la cual no tardan en aparecer las briznas del olvido, si retomamos la dialéctica amo-esclavo de Hegel, habremos de admitir que matar a dios no pretendió otra cosa que tomar su lugar. No nos libramos de él y su fuerza mesiánica para vencer al absoluto sino para construir uno, humano, material e igual: el tiempo del rendimiento capitalista.
La secularización liberal, heredera del crimen de matar a dios, no ha hecho más que legitimar que ante la inexistencia de consuelo, coloquemos nuestra única, terrenal y finita existencia al servicio de un patrón de rendimiento y consumo que actúa bajo la misma dinámica de la vida eterna. Consumir eternamente es la falsa promesa con la que este capitalismo tardío nos somete a una nueva bienaventuranza donde bienaventurado sea quien rinde porque de él serán los frutos producidos, aunque jamás se establezcan las condiciones en las que se desarrolle dicho rendimiento.
Será entonces preciso reivindicar que la exploración de formas de consuelo existencial debe iniciar por aferrarnos a la idea de que nada es para siempre y actuar en consecuencia. Hacer saltar la historia, en nuestra modesta condición de seres efímeros.
Alicia Martínez (Ecuador, 1989)
Humana, estudiante de filosofía; amante de escribir y apasionada de leer. Creo en que la humanidad puede ser lo que esperamos hacer y que es posible un mundo para todxs; en la filosofía como un acto de despertar a las estatuas de sal y para derribar a los ídolos.
Imagen tomada de pinterest.com e intervenida digitalmente.