Ideas sobre el tiempo: el apartamento francés que venció a los años
Por: Pedro González
¿De qué sirve pensar en el tiempo e inclusive en la metafísica sin saber con claridad el motivo de nuestro análisis? ¿Qué vamos a solucionar tras haber indagado todas estas visiones? Nada (ni siquiera el tiempo) tiene sentido si lo estudiamos apartado de la vida humana.
“Un apartamento que había permanecido cerrado desde la Francia de Vichy” (El Clarín, 2014)
abandonado por alguna de las tantas familias judías que huyó de prisa, apareció como congelado en el tiempo.
Una mesita apolillada sostenía la tasa de café, ahora seca, que todavía guardaba la marca de los labios de quien con ella habría desayunado por última vez el 3 de marzo de 1942. La cama destendida, el guardarropa abierto, los cajones desordenados.
Ochenta y un años no han pasado en aquel apartamento parisino.
Ochenta y un años no han pasado… La cuestión del tiempo es uno de los problemas filosóficos que ha tenido cabida en casi todas sus ramas; desde la ontología hasta la estética, pasando por la metafísica y la sociología, sin siquiera detenernos en cada una de las concepciones y usos que tienen de él las ciencias exactas. El mismísimo Aristóteles reconoce la oscuridad que supone el problema del tiempo ya que para él está formado de “no-seres”(Boeri, 1998), el pasado ya no está, ya no es, y el futuro todavía no llega, luego tampoco es.
Varios siglos más tarde uno de los pensadores más imponentes del cristianismo retomaría con fuerza el pensamiento aristotélico, llevándolo a las costas más rocosas de la fe, saben que me refiero a San Agustín, obispo de Hipona (354-430 d.C); él reconocería la imposibilidad ontológica del tiempo: “Pues el presente, para ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo decimos que existe éste, cuya causa o razón de ser está en dejar de ser, de tal modo que no podemos decir con verdad que existe el tiempo sino en cuanto tiende a no ser?” (Agustín, 1974). Él, empero, introduce forzosamente un concepto que para su época y religión era requerido: Dios, como creador del tiempo, precedente a todos los pasados, y poseedor del pretérito, presente y futuro en un mismo “ahora”.
Este análisis tendría su respuesta contundente con Heiddeger: «Si Dios fuera la eternidad, entonces el modo de considerar el tiempo inicialmente propuesto tiene que permanecer en un estado de perplejidad hasta que no conozca a Dios. Y si el acceso a Dios pasa por la fe y la relación con la eternidad no es otra cosa que esa fe, entonces la filosofía no podrá nunca poseer la eternidad” (Heidegger, 1924).
Una formación geológica del cretácico no conoce el tiempo, no lo ha vivido, no lo sabe, tampoco conoce a Dios, si es que fue creada por él, si es que él existe. Del mismo modo, nuestro empolvado apartamento parisino, no ha soportado ni un segundo de soledad en estos setenta y nueve años de vacío.
No así, su dueña Solange Beaugiron, nieta de una reconocida demimondaine de la Belle Époque – Madame de Florian.
Solo Solange habrá guardado en su memoria el día en que despertó con la noticia de que la persecución nazi era real, solo para ella habrán pasado las angustiosas horas pavor mientras guardaba lo estrictamente necesario para huir a quien sabe dónde y escapar de quien sabe quién. Solo para ella pasó el tiempo, y fue su propio tiempo el que dejó de ser un día de junio del 2010, en que falleció.
Su tiempo dejó de ser… cuando falleció. Hemos visto, que al margen de si ontológicamente el concepto de tiempo concuerda o no con la máxima parmenídea (El ser, es; el No Ser, NO es), el tiempo pasa, y evidentemente pasa para quienes lo viven, para quienes viven, así lo piensa: “Los límites naturales del tiempo son el nacimiento y la muerte de quien lo cuenta” (Heidegger, 1924). Asemeja el tiempo desde esta perspectiva, a una saeta cuyo recorrido inicia con su partida desde el arco (nacimiento) y termina con su caída (muerte).
El tiempo ha sido pensado de dos formas en la historia antigua de Occidente: circularmente en la antigua Grecia y linealmente en el medioevo cristiano; ambas son maneras generalizables, públicas, horizontales, geométricas de mirarlo; pero es en la modernidad en la cual la temporalidad se torna personal, individual, propia, vertical.
Para el filósofo francés del Siglo XX, Gastón Bachelard, el tiempo científico es uniforme y sin vida, infinito y continuo, una variable más; pero el tiempo poético es vertical, metafísico, nace del instante, es complejo. El tiempo occidental es horizontal como el río heraclíteo en el que no volveremos a nadar, el tiempo poético transcurre mientras chapoteamos en esas aguas cristalinas y tibias, y recurre cuando lo rememoramos. (Bachelard, 2002).
En este contexto es pertinente denotar que la metafísica China e India, han logrado desde la antigüedad una conceptualización del tiempo que asemeja mucho a la versión moderna en Occidente, me refiero a un tiempo vertical, orientado a los sucesos, a lo que ocurre en los instantes, más que a la medición del paso de los segundos, minutos, días, siglos. (Lizcano, 1992)
Cuando lo vimos, a pocos nos llamó la atención, ese reloj de péndulo marca Junghans ® con estructura de madera tallada probablemente del siglo XVIII o XIX que estaba justo en frente a la silla que daba a la cabecera de la mesa del comedor de diario. Estaba detenido a las doce y cuarenta y dos de la tarde o de la madrugada, eso no lo sabremos nunca, aunque, generalmente el contrapeso del péndulo tiene una duración de cuarenta y ocho horas, asumimos entonces que lo ajustaron uno a tres días antes de la huida. ¿Huir de quién? -Si en más de setenta años nadie perpetró el lugar. Para Solange el momento había llegado, no fue necesario ajustar el contrapeso. Era tiempo de salir…
“No fue necesario ajustar el contrapeso. Era tiempo de salir…». Desde que se inventó el reloj mecánico, aquel que es de uso personal, que solamente funciona si lo has dado cuerda, se piensa al tiempo de forma íntima, vertical, individual. Mientras que cuando el reloj era de sol, (como en los tiempos de Aristóteles) su uso era público y su interpretación, astronómica; el tiempo era también público, general, regular, geométrico y medible. Para Bacca (1990), el instrumento con el que se mida el tiempo, es anterior a su forma de pensarlo.
En la mesita de luz ubicada a la derecha de su cama, se encontró un pequeño cuaderno, cuya función inicial parecía ser la de una agenda de actividades pendientes, con fechas cuidadosamente inscritas, sin embargo, la última decena de páginas se torna mas bien en un cuaderno de reflexiones diarias. De las tantas que están me interesa especialmente ésta: ¿Cuándo acabará la infamia? ¿Será que en otros lugares el viento sopla cálido? ¿Y si todo sigue igual, o peor? -Lo que es verdad, es que ciertamente el descanso está en el ocaso, si lo que pienso es cierto, el error está en nacer.
Si lo que pienso es cierto, el error está en nacer. Si nuestra vida, es la única evidencia personal del tiempo, podemos pensar que la sola medida de nuestras vidas es el tiempo ante cuyo ser estamos cegados. Planteado de otro modo: la vida solo se torna evidente para el sujeto que la vive cuando en efecto rescata, interioriza, comprende el momento presente.
Cuando pensamos “la vida” desde un concepto común, lo hacemos con base en el lapso sobre el cual asumimos su duración. Si pensamos en “nuestra vida” el pasado procede del recuerdo y el futuro de la expectativa; ambos inexistentes. Lo único que tenemos es un presente finitamente breve. No elegimos ser conscientes, de nuestra vida, no escogimos siquiera vivir, pero estamos aquí arrojados, proyectados, expulsados a este preciso instante, en este lugar y en estas circunstancias inmodificables (Heidegger, 1926). A la conciencia vital es inherente la expectación de la muerte. Estamos completamente seguros que moriremos, y que con ello nuestro tiempo, pero también “el tiempo” terminará.
Para Cioran (2014) la dificultad llega mucho antes: “No corremos hacia la muerte; huimos de la catástrofe del nacimiento. Nos debatimos como sobrevivientes que tratan de olvidarla. El miedo a la muerte no es sino la proyección hacia el futuro de otro miedo que se remonta a nuestro primer momento”. Lo trágico, está en haber nacido, y no en la certeza de la muerte.
¿De qué sirve pensar en el tiempo e inclusive en la metafísica sin saber con claridad el motivo de nuestro análisis? ¿Qué vamos a solucionar tras haber indagado todas estas visiones? Nada (ni siquiera el tiempo) tiene sentido si lo estudiamos apartado de la vida humana. Se termina la vida (con la muerte) y se acaba el tiempo. “La vida humana es una realidad extraña, de la cual lo primero que conviene decir es que es la realidad radical, en el sentido de que a ella tenemos que referir todas las demás, ya que las demás realidades, efectivas o presuntas, tienen de uno u otro modo que aparecer en ella” (Ortega y Gasset, 1966). “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, de las que no son en cuanto que no son” (Protágoras en Barros Gutierres, 1980). También el tiempo.
Pensar en el tiempo desde la filosofía medieval, es necesariamente cavilar en su ausencia. Y si lo hacemos desde el ahora, no podemos olvidar que es un minúsculo o inconcebible momento que está justo entre el recuerdo y la expectativa. Analizar el tiempo desde la filosofía moderna nos invita a ver el hecho, el acontecer, el suceso. Nos vemos obligados a borrar la medición y centrarnos en el acto. Estos dos: No son caminos opuestos sino paralelos. Nunca se cruzan. Nosotros estamos en la mitad viendo al uno o al otro, pero jamás ambos al mismo tiempo.
Pedro González
Referencias
- Agustin (Santo- obispo de Hipona). (1974). Obras de San Agustín. Confesiones. La Editorial Católica SA.
- Bacca, J. D. G. (1990). Nueve grandes filósofos contemporáneos y sus temas: Bergson, Husserl, Unamuno, Heidegger, Scheler, Hartmann, W. James, Ortega y Gasset, Whitehead (I). Ediotorial Anthropos.
- Bachelard, G. (2002). La intuición del instante (J. Ferreiro & J. Lescure (eds.); 2da reimpr). www.fce.com.mx
- Barros Gutierres, J. (1980). El Pensamiento de Protágoras. In Protagoras y Gorgias, fragmentos y testimonio (I, p. 18). Ediciones Orbis.
- Boeri, M. D. (1998). Aristóteles, Física. Introducción, traducción y notas de Guillermo R. De Echandía. Editorial Gredos.
- Cioran. (2014). Del inconveniente (E. Seligson (ed.); II). Editorial Taurus.
- El Clarín. (2014). En París Hallan un tesoro en un departamento cerrado durante 70 años. https://www.clarin.com/sociedad/hallan-tesoro-departamento-cerrado-anos_0_HyXgXslovmg.html?__cf_chl_captcha_tk__=509de2b99c8581eebf3f5b543283dec1a311b9c5-1623775597-0-AdUpTLo0Cxj93qsek_UxJfmtAcDTd6blrlxvNpW_2QXs3AwvNSKv8MbnPpoOlcKJLKftvStjn2_1UUcWjzqfVssI
- Heidegger, M. (1924). El Concepto De Tiempo. In jESÚS A. ESCUDERO (Ed.), El concepto de tiempo. Herder Eaitorial, S. L., Barcelona. https://doi.org/10.2307/j.ctvt9k07b.3
- Heidegger, M. (1926). EL ESTAR EN EL MUNDO EN GENERAL COMO COMO CONSTITUCION FUNDAMENTAL DEL DASEIN. In SER Y TIEMPO (rústica) (2005th ed., pp. 62–71). EDITORIAL UNIVERSITARIA. http://www.google.com.mx/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=4&ved=0CEUQFjAD&url=http://www.iade.org.ar/modules/descargas/visit.php?cid=7&lid=13&ei=RrFSU8bjPMr02QXFroDgAw&usg=AFQjCNGhHcfzOCM8hwMR5RaX0L3l0_tidw&sig2=gHk_6-3rZylCd0eCP
- Lizcano, E. (1992). El tiempo en el imaginario social chino. Archipiélago, 10–11, 59–61.
- Ortega y Gasset, J. (1966). Historia como sistema. 176.