Atrapados en la paradoja: El Capitalismo y la búsqueda del propósito
Por: Antonio Fernández
Cuando se aborda la vida desde el sinsentido, surgen preguntas que desafían las estructuras de significado que hemos construido. Esa visión, en la que el propósito se convierte en la única forma de realización personal, ha sido asimilada por una cultura de la extracción.
Habitualmente, tanto las corrientes filosóficas como las espirituales reflexionan sobre el sentido de la vida y existe también una vertiente que cuestiona el sinsentido de la existencia. La noción de devenir ha sido analizada por Deleuze quien, siguiendo la corriente heracliteana, habla del cambio como una condición del ser, donde ningún fenómeno se presenta dos veces del mismo modo. “No se puede bañar dos veces en el mismo río” —porque ni quien se baña, ni el río en que se baña, serán los mismos. Bajo esta perspectiva, la historia no puede repetirse ya que ni las condiciones ni los actores podrán montar la misma obra dos veces.
Cuando se aborda la vida desde el sinsentido, surgen preguntas que desafían las estructuras de significado que hemos construido. Esa visión, en la que el propósito se convierte en la única forma de realización personal, ha sido asimilada por una cultura de la extracción. Preguntarse ahora por el sentido en lo común, en lo cotidiano y en lo físico, se ha transformado en una cuestión de cómo acumular más, haciendo aquello que al individuo le resulte más cómodo.
En la cultura capitalista contemporánea, el individuo se encuentra atrapado en una paradoja: se promueve la idea de que el sentido de la vida se cultiva a partir de la acción propia, del “convertirse en la mejor versión de uno mismo” y de alcanzar objetivos personales. El énfasis está puesto en la autorrealización como la única fuente de significado, ignorando las complejas interacciones sociales y políticas que determinan el contexto en el cual se desenvuelve. Bajo esta premisa, la noción de sentido se aísla del entorno, reduciéndose exclusivamente al esfuerzo personal. Sin embargo, este enfoque desconoce que las condiciones de posibilidad de cualquier acción individual están delimitadas por el marco político y social en el que se actúa.
Hannah Arendt, en su teoría sobre la política, señala que esta es una condición inherente al ser humano, ya que constituye la forma en la que las personas se relacionan dentro de un espacio común. Para que estas relaciones sean posibles, es necesaria la existencia del otro: la otredad como condición fundamental. Sin la presencia de otros, no existe el espacio político ni la posibilidad de actuar. Arendt destaca que la política no es simplemente el gobierno o la organización social, sino la capacidad de las personas para actuar juntas y cambiar el mundo que habitan. Esta idea se complementa con la noción de democracia deliberativa de Jürgen Habermas, quien establece que la discusión racional entre los individuos es fundamental para que exista una verdadera democracia. Es decir, la política y la libertad no solo se dan en el actuar individual, sino en la capacidad de interactuar y ser transformados por el otro.
Isaiah Berlin, en su distinción entre la libertad negativa y la positiva, señala que la libertad negativa se refiere a las condiciones que el entorno brinda al individuo para actuar: la ausencia de barreras externas. Por otro lado, la libertad positiva se entiende como la capacidad del individuo de tomar control sobre sus propias acciones. Ambas concepciones de la libertad revelan tensiones en el pensamiento moderno, pues mientras una se enfoca en lo que se puede hacer (libertad de), la otra se centra en lo que se le permite hacer (libertad para). Estas diferencias muestran cómo la política y las estructuras sociales influyen profundamente en la capacidad del individuo para decidir y actuar.
Desde estas premisas, la relación con el otro se convierte en un acto necesario para la existencia humana. Esto constituye un contraargumento para el discurso de autoayuda contemporáneo, que promueve la idea de que el éxito y la realización dependen exclusivamente del esfuerzo individual. Sin embargo, la política y la libertad revelan que el límite de la acción no se encuentra en todo lo que uno puede hacer, sino en lo que el otro le permite ser. Esta dinámica de poder se manifiesta cuando se toma al otro como un medio para un fin, anulando su capacidad de actuar y obligándolo a aceptar las condiciones impuestas como propias.
Pensar que los vientos favorecen solo si se contribuye a una causa es asumir que nadar contra la corriente resultará fructífero. Tal idea es una ilusión. Es la mística del capitalismo del siglo XXI. Esa mística nos vende la ilusión de que cambiar pequeños detalles, como los sorbetes, las bolsas plásticas, o cultivar un pensamiento positivo y la resiliencia, es suficiente para transformar el mundo. Ante estas ilusiones mentales, el filósofo ya nos advirtió: “De cada cual, según su capacidad”. Con esto, es necesario aceptar una realidad que ha generado intensos debates, aunque a menudo surjan de presupuestos desentendidos. Porque, si no se mejoran las condiciones, no habrá capacidad individual que pueda hacer que los vientos soplen a favor, ni remo que logre llegar al origen del río. Y entonces aquel sentido de la vida de la que habla es el sentido del capital. La paradoja es que el sentido de la vida es la jaula, el molde que engrana el individuo constituido a razón de la extracción y la opresión.
Antonio Fernández. Explorador entre lo grafico y lo filosófico.
Imagen tomada de gestiopolis.com e intervenida digitalmente