Humo y verdad: La firmeza de Sócrates hasta el juicio
Por: Sebastián Ávila
Sócrates decidió enfrentarse a la muerte sin temor ni evasión; para él, filosofar era una forma de vida que exigía coherencia entre pensamiento y acción, incluso cuando las circunstancias se volvían adversas.
Sócrates, al enfrentar su juicio, se encuentra en una situación «impredecible», en la que la verdad y la justicia se ven nubladas por intereses políticos y sociales. Aunque podría haber optado por el exilio o retractarse de sus enseñanzas para salvar su vida, el filósofo elige aceptar la muerte como consecuencia de su compromiso con la verdad. De manera similar al simple acto de fumar un cigarrillo bajo la lluvia, su resistencia tranquila ante lo incierto y lo incómodo es evidente.
Sócrates decidió enfrentarse a la muerte sin temor ni evasión; para él, filosofar era una forma de vida que exigía coherencia entre pensamiento y acción, incluso cuando las circunstancias se volvían adversas. De hecho, defendía que la vida sin reflexión no valía la pena, y su decisión de morir puede interpretarse como la máxima expresión de esa coherencia: la negativa a comprometer sus principios, incluso en el umbral de la muerte.
En la lectura de la Apología de Sócrates, tanto en Platón como en Jenofonte, surge una paradoja que captura nuestra atención: mientras se preserva con maestría la defensa que Sócrates hace de sí mismo, no poseemos el alegato en su contra, presumiblemente formulado por Anito. Este vacío exige un ejercicio de hermenéutica profunda para reconstruir lo que pudo ser el juicio, permitiéndonos comprender mejor el contexto en el que Sócrates decide afrontar su condena. Es un escenario en el que la verdad, al igual que el humo de un cigarrillo bajo la lluvia, se disipa en medio de la incertidumbre.
A través de diversas fuentes, conocemos la acusación formal levantada por Meleto, Licón y Anito. Platón nos transmite los términos precisos de la imputación: Sócrates fue acusado de corromper a los jóvenes y de no creer en los dioses de la ciudad, sino en nuevas entidades demoníacas. Jenofonte coincide, aunque presenta los cargos en orden inverso. Además, Diógenes Laercio afirmó que en el templo de Cibeles se encontraba el texto original de la acusación, que señalaba a Sócrates por impiedad y corrupción, delitos castigados con la muerte.
Este juicio no era simplemente un procedimiento jurídico; era un entorno impredecible que puso a prueba los principios de Sócrates. El hecho de que los detalles de la acusación nos lleguen de manera fragmentaria y que la defensa de Sócrates haya perdurado de manera más vívida refleja precisamente cómo él navegó la tormenta de su destino. Como el acto de filosofar bajo la lluvia, Sócrates se mantuvo firme en su reflexión, incluso cuando el mundo que lo rodeaba estaba en caos.
Su defensa no fue un intento desesperado por salvarse, sino una reflexión final sobre la vida, la justicia y la verdad. Para Sócrates, como para el fumador que se toma un momento bajo la lluvia, las circunstancias externas no podían cambiar lo esencial de su ser. La aporía que enfrentamos al leer estos textos antiguos es, en sí misma, una invitación a participar en ese acto de filosofar en medio de la tormenta. En un entorno impredecible, como el juicio de Sócrates, donde las voces se enfrentan y las verdades parecen resbalar como gotas de lluvia, él elige la coherencia con su propia filosofía por encima de la supervivencia física.
El juicio a Sócrates puede entenderse no solo como una reacción ante un pensamiento diferente, sino como un reflejo del miedo a lo nuevo, a lo que podría alterar el equilibrio social y político. Sócrates, a través de sus preguntas y reflexiones, era como una tormenta que amenazaba con agitar las aguas tranquilas de la ciudad. Y aunque sabía que su condena era prácticamente inevitable, permaneció fiel a su filosofía, como quien fuma un cigarrillo bajo la lluvia, sin apresurarse a buscar refugio.
Anito y los demás acusadores, al condenar a Sócrates, intentaban proteger más que las creencias religiosas: defendían el orden político que tanto les costó restaurar. Sócrates representaba la incómoda verdad, aquella que no teme exponerse, incluso cuando el entorno es adverso e incierto. Y al igual que ese fumador, Sócrates se mantuvo firme en su lugar, afrontando la tempestad sin ceder, demostrando que, en última instancia, filosofar era su forma de resistir.
Así como el fumador en la lluvia acepta las gotas que lo empapan mientras se entrega a una experiencia íntima de reflexión, Sócrates se entrega a su destino sin intentar escapar. Para él, la muerte no era algo a temer, ya que lo único verdaderamente dañino era actuar en contra de la virtud y la razón.
En este sentido, el acto de filosofar en entornos impredecibles, como el cigarrillo bajo la lluvia, se convierte en una metáfora de la serenidad con la que Sócrates afronta su juicio, reconociendo que, aunque no puede controlar las circunstancias externas, siempre puede controlar su respuesta ética ante ellas.
Aceptar la muerte no fue para Sócrates un acto de derrota, sino la reafirmación de su vida dedicada a la búsqueda de la verdad y la virtud. Al igual que quien fuma un cigarrillo bajo la lluvia, Sócrates aceptó su destino sin abandonar sus principios. La acusación de impiedad y corrupción puede haber sido el instrumento legal para condenarlo, pero su muerte fue, en última instancia, un triunfo de la reflexión filosófica sobre el miedo a lo incierto.
Sebastián Ávila
Imagen tomada de wikipedia e intervenida digitalmente.