Aproximación filosófica a la tecnociencia
Severo Ríos.
deberemos preguntarnos a que servicio ulterior responde el científico y si los efectos de los avances científicos efectivamente también son neutros o en realidad estos, sí son susceptibles de crítica ética, responden a intereses subjetivos. Por lo que al fin de cuentas debemos preguntarnos ¿hasta qué punto es neutra la ciencia, éticamente hablando?
La ciencia en nuestros tiempos se ha convertido en la mejor forma de explicar el mundo, sus fenómenos y, a la vez, como camino para comprender aquello que aún no ha sido descifrado. Esta superioridad se asienta, en la racionalidad de sus explicaciones y posibilidad pragmática.
La tecnociencia es la forma de la ciencia especializada, expresada bajo la rigurosidad metodológica y objetiva. Con este enfoque, la ciencia desde la técnica se debe así misma, debe fidelidad única hacia los fines propios de la rama especializada del saber científico, por ello, la técnica se presenta como el camino insalvable para alcanzar los objetivos del conocimiento que nunca cesan. En este espacio de manifestación técnica de la realidad se deben apartar otras consideraciones que no sean propiamente científicas u objetivas, dejando fuera con ello a la filosofía, la ética, la teología, el mito.
Sin embargo, debemos cuestionarnos si en verdad los seres humanos, como seres sociales y culturales, nos debemos a esa misma dinámica absoluta a la que responden los fenómenos naturales o existen otras formas de expresión y, por ello, de explicación de la realidad humana que no solo abarca lo científico. De existir otras posibilidades que interactúan junto con las leyes de la naturaleza también sería posible, por lo tanto, una relación de la ciencia con la filosofía y la ética.
La ciencia, como actividad investigativa, no es en sí misma ni buena, ni mala, se pretende neutra; responde solo a sus fines y no a valores. No obstante, deberemos preguntarnos a que servicio ulterior responde el científico y si los efectos de los avances científicos efectivamente también son neutros o en realidad estos, sí son susceptibles de crítica ética, responden a intereses subjetivos. Por lo que al fin de cuentas debemos preguntarnos ¿hasta qué punto es neutra la ciencia, éticamente hablando?
El pensamiento científico está en constante desarrollo y esta vocación solo puede sostenerse con una forma de desarrollo establecido y confiable, siendo aquí cuando la técnica, la metodología, brindan el camino fiable hacia los fines específicos de la ciencia.
La ciencia en su paso histórico, se identificó con la búsqueda de Dios, de la verdad; por lo tanto existía un fin más allá que el del propio resultado de la investigación científica, había un valor que movía al científico.
Pero hoy más que nunca, cuando la ciencia solo se debe a sí misma, sigue presente la pregunta, ¿para qué nos sirve la ciencia, cuál es la vocación de la ciencia? Max Weber en su libro “El político y el científico” dice que la mejor respuesta es la que nos da León Tolstoy al decir: “La ciencia carece de sentido puesto que no tiene respuesta para las únicas cuestiones que nos importan, las de qué debemos hacer y cómo debemos vivir” (Weber, 1979, p. 207).
La ciencia se ha posicionado como la respuesta predilecta para todo fenómeno, sin más requisito que la fuerza de la experimentación y las conquistas del desarrollo técnico, que nos son expuestos y embelesen por mérito propio. Esto ha dado lugar a lo que conocemos como tecnociencia, donde todo puede ser cuantificado y objetivado, aquello donde la ciencia explica, no hay posibilidad a otra respuesta. Esa tendencia, en su forma más exagerada, ha desembocado en lo que se conoce como cientificismo, que defiende a la ciencia como única fuente real de conocimiento, en detrimento de otras, como la metafísica y la religión. Esta postura, ha generado limitaciones evidentes para explicar situaciones humanas y sociales, mediante la aplicación del método científico; como dice Artigas:
“Paradójicamente, el mismo cientificismo que presenta a la ciencia como la expresión máxima de las posibilidades humanas, está cavando la fosa para el pensamiento humano, ya que lo conduce a callejones sin salida y no puede explicar el valor del conocimiento humano” (Artigas, 2009, p. 39).
El aporte y desarrollo de la ciencia, no implica necesariamente un conocimiento o explicación de los asuntos fundamentales de la vida, ni tampoco se han solucionado grandes conflictos sociales que aquejan a los humanos en la actualidad. Esto invita replantear ese papel monopólico de la ciencia para descifrar la vida misma.
Esa separación de lo práctico, de lo científico, frente a las realidades humanas, hace notar que es necesario tomar un enfoque integrador que no se centre básicamente en lo técnico, sin que por ello se desconozca la importancia y los logros tecnocientíficos, sino que haya un rumbo diferente que de límites y pautas para aterrizar a la ciencia en relación a las necesidades humanas generales y no se deba a los intereses productivos o mercantiles de quienes tienen el poder de direccionar la investigación científica.
Al respecto, el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría presenta una crítica a la absorción de la técnica por el capitalismo como una forma que, lejos de generar progreso general, es fuente de escasez; así dirá en las «Ilusiones de la Modernidad», sobre la revolución técnica: “Se vuelve, por lo tanto, una fuerza retrógrada que, después de destruir las humanidades arcaicas, insufla a sus cadáveres un dinamismo de autómatas” (Echeverria, 2009, p. 39). Ante este panorama, es imperioso que se involucre a la actividad científica otros fundamentos que no sean los que devienen desde el mercantilismo.
Esta nueva propuesta debe dar sustento y legitimidad al desarrollo científico y espacio para la crítica ética. De no ser así, estamos cayendo en la paradoja que habla Artigas, en donde en la infinitud del razonamiento científico y cúmulo de datos aportados, el pensamiento se va apagando. Entendiéndose al pensamiento como expresión de libertad, pues la convicción absoluta en la ciencia, implica defender una verdad incuestionable y poner al servicio de ella a la técnica significa una autopoiesis, donde la ciencia se autorregula en función de sus propios fines. Es decir, la verdad, el bien, la libertad, la justicia, no tienen valor alguno ante la dictadura de la ciencia.
Es necesario retomar a la ciencia como posibilidad de lo humano, como forma multidimensional, sin que esto signifique irrespetar la naturaleza de la ciencia, sino presentar contrapesos o contrapoderes que regulen el camino del desarrollo tecnocientífico hacía fines válidos y necesarios para el bienestar común. Pues pese a ese interés aparente de la ciencia, de autonomía y separación de otras fuentes de conocimiento que contaminen su propósito primigenio investigativo y experimental, vemos que sus repercusiones se deben a intereses particulares, que en muchas ocasiones son éticamente criticables.
Las posibilidades que se presentan desde la Filosofía y la Ética, como ejercicio de reflexión de la actividad científica, pueden encausar los objetivos del desarrollo tecnocientífico, sin que esto signifique anular el progreso científico, sino para adecuar dicho progreso a circunstancias humanas que son relevantes y la garantía del ejercicio del pensamiento como fin propio del razonamiento científico. No es posible que la ciencia y la tecnología, se conviertan en una amenaza para el medioambiente y que ellas se encuentren blindadas ante la crítica ética o que se ponga en riesgo a la vida ante la amenaza de armas de destrucción masiva que solo han podido ser obtenidas gracias al desarrollo ciego de la ciencia, que se auto-justifica con sus propios fines.
Finalmente, es necesario promover el pensamiento como expresión humana de dignidad, resguardándolo de la simple acumulación de conocimientos; y solo desde la filosofía se podrá dar este valor al conocimiento. El conocimiento sin el ejercicio filosófico, lejos de incentivar la búsqueda de la verdad, se presenta como simple apariencia; como en la alegoría de la caverna de Platón, la ciencia nos da una apariencia, una forma inacabada de la realidad, que necesita ser completada desde una narrativa humana y cultural. Byung Chul Han, nos dice que el conocimiento es narrativa, es espíritu, “una totalidad donde las partes son integradas con sentido” (Han, 2014, p. 58).
Severo Ríos. (Gualaceo – Ecuador)
Graduado como «Abogado de los Tribunales de la República del Ecuador» en la Universidad Católica de Cuenca. Especialista en Derecho Procesal Penal, por la Universidad Técnica Particular de Loja. Magister en «Filosofía con mención en ética, política y sociedad.» por la Universidad Politécnica Salesiana del Ecuador. Ha desempeñado el cargo de profesor de Ciencia Sociales en el Colegio Santo Domingo de Guzmán de Gualaceo. Ha sido Defensor Público en la provincia del Azuay. Actualmente es Fiscal en la provincia del Azuay. Expresidente de la Asociación de Abogados del Cantón Gualaceo.
Referencias:
Artigas, M. (2009). Filosofía de la ciencia. Navarra: Eunsa.
Echeverría, B. (2020). Las ilusiones de la modernidad. México: Ediciones Era.
Han, B. (2014). Psicopolítica. Barcelona: Herder.
Weber, M. (1979). El político y el científico. Madrid: Alianza Editorial
Imagen tomada de provinciaradio.com.ar e intervenida digitalmente.