Bartleby, el existencialista que preferiría no hacerlo – John Piedrahita
Por tanto, sin Dios no hay destino y es el ser humano el artesano de su propio proyecto vital. Esta responsabilidad es angustiante para el ser humano, debido a que en siglos anteriores la humanidad encontraba seguridad en el destino divino.
¿Podemos encontrar, en personajes de la literatura, reflejos de pensamientos filosóficos de épocas determinadas? ¿La literatura es una manera de elaborar filosofía, pero por otros medios? ¿Qué puntos de encuentro surgen entre el personaje Bartleby el escribiente de H. Melville con el existencialismo del siglo XX? En torno a estas preguntas girará esta columna.
Bartleby el escribiente es un cuento de Herman Melville publicado en 1853. El siglo XIX -con la Primera Revolución Industrial- supuso nuevas formas de organización de la vida, del trabajo y de las ciudades. La modernidad, que apareció con la Ilustración, configuró una nueva estructura política. Max Weber la denominó “La modernidad burocrática” y en la literatura bastas críticas se le han realizado; es conocida la crítica a la burocracia que realizó Franz Kafka en sus novelas El castillo y El proceso.
Ahora bien, ¿por qué Bartleby es el reflejo del hombre moderno existencialista? Jean Paul Sartre, basado en Martin Heidegger, plantea que la existencia precede a la esencia. Es decir, todos los seres humanos llegamos arrojados al mundo por casualidad. Primero existimos y luego, con nuestras acciones, construimos nuestro espíritu y nuestra esencia. Son las decisiones que tomamos las que constituyen la condición humana. No obstante, las consecuencias de nuestras acciones generan angustia. La angustia aparece ante la incertidumbre y ante la falta de certezas y determinismos. Por ejemplo, la ausencia de Dios. Si Dios no existe el ser humano debe cimentar otros valores y construir su propio proyecto de vida. Por tanto, sin Dios no hay destino y es el ser humano el artesano de su propio proyecto vital. Esta responsabilidad es angustiante para el ser humano, debido a que en siglos anteriores la humanidad encontraba seguridad en el destino divino.
Bartleby el escribiente es producto de su tiempo. Vive en la modernidad burocrática y trabaja como escribiente en un despacho. Su día oscila entre papeles, trámites, responsabilidades, compromisos y la ocupación. En definitiva, es un hombre que está condicionado por la estructura política y económica: el capitalismo. Bartleby sufre en silencio porque debe cumplir un horario, tareas repetitivas y realizar transcripciones sin sentido. Es el hombre frente al problema de la enajenación. Esto, en un principio, no le molestaba. Era su trabajo y debía cumplirlo. Empero, con el pasar del tiempo el protagonista asistió al sentimiento del absurdo. Se preguntó sobre su autenticidad y sobre la irrelevancia de su trabajo. Bartleby realiza un grito de protesta en su trabajo. Establece una frase ante las peticiones del jefe: “Preferiría no hacerlo”. En torno a esta máxima gira su existencialismo, un símbolo de resistencia ante el aniquilamiento de la libertad en un mundo homogeneizador y decadente.
Bartleby es uno de los personajes más intrigantes de la literatura moderna y universal y puede prefigurar de alguna manera junto con Gregor Samsa -el protagonista de La metamorfosis de Kafka-, El extranjero de Camus, entre otros. Hay quienes incluso consideran este relato de Melville como precursor del existencialismo y de la literatura del absurdo (Valle, 2014). Bartleby se revela contra la modernidad capitalista. Sabe que la Modernidad propone cierto tipo de moral, una ética y un modo de acción. Ante esta forma de subjetivación de la vida, el protagonista “prefiere no hacerlo”. Ignora, según Alberto Constante (2014), todo aquello que intente integrarlo al mundo del progreso, del cambio, del ordenamiento del sentido de la razón.
En otras palabras, la modernidad burocrática es una estructura que genera subjetividades en los individuos. Bartleby se sale del molde al eludir la responsabilidad, el compromiso o el sentimiento de culpa. Es ahí, donde radica su libertad y su autenticidad. Incluso cuando Bartleby es indiferente ante la muerte. Sabe, de antemano, que solo aquellos que conciben la vida como un proyecto de progreso son los que temen morir. La modernidad comienza cuando la verdad se vuelve incapaz de salvar al sujeto. La única recompensa es que el conocimiento se proyecta en la dimensión indefinida del progreso y Bartleby es indiferente a las propuestas del mismo sistema. ¿Qué importa el progreso y todas sus diatribas si lo único que puede Bartleby ante el embate del poder de la modernidad es quedarse en el límite, la frontera? Sabe que la modernidad constituye una puesta en escena de valores burgueses y ante eso simplemente “prefiere no hacerlo”.
La valentía de Bartleby radica en preferir la voluntad de nada: la no modernidad. Es un silencio sumergido en el nihilismo, en la voluntad de negar la productividad y poner resistencia a abandonar el edificio donde se encuentran las oficinas. Bartleby fue el primer Okupa de la literatura. Pero un Okupa insertado dentro de las propias lógicas de la producción-consumo; en función de que era escribiente. Su grito de protesta es humanista, porque ningún acto es individual, al contrario, tiene repercusiones en los otros. Jean Paul Sartre propone que la existencia se define en las decisiones de los individuos, pero ¿cómo definimos la decisión de Bartleby si él prefirió no hacer nada? Precisamente por eso, Melville ofrece al mundo un personaje existencialista. Porque decidir no hacerlo también es una decisión. La consecuencia de lo que se hace y lo que no se hace constituye la condición humana. Y si la condición humana es frágil y endeble, Bartleby es la muestra de la humanidad. La inacción también es acción cuando pone en cuestión los cimientos de un sistema depredador, vertiginoso e hiper-productivo. El silencio de Bartleby lo protege de todo: las relaciones superficiales de Wall Street, la burocracia del sistema financiero, el mecanicismo de la labor de escribiente, etcétera. Al preferir no hacerlo Bartleby construye una barrera, un muro infranqueable. Se salva del exterior, pero no puede salvarse de sí mismo.
Alberto Constante (2014), sugiere que el personaje de Melville es el modelo de la “no modernidad” en la figura del límite da lugar a proposiciones no significativas, claramente puestas en su “preferir no hacerlo”. Esta preferencia se esparce como imagen precisa de lo que define los límites y las formas comprometidas de la decidibilidad. Bartleby, en efecto, niega la modernidad porque ella exige un modo de pensar, de vestir, de planificar y de ejecutar. Por tanto, lo único que Bartleby puede hacer ante la superficialidad moderna es quedarse en el confort de la quietud, de lo inerte. Cuando Bartleby contempla el espectáculo de Wall Street -a través de la ventana del edificio- se fija en la degradación de la vida moderna. En ese estado de cosas, la negación del ser, el nihilismo, es tan solo un síntoma de la decadencia de la vida. El Wall Street, que se evidencia en la novela, es ese lugar donde se pone en escena todas las desfiguraciones de la vida social provocadas por las distintas modalidades de la modernidad y el capitalismo. En ese sentido, el “preferir no hacerlo” es un síntoma, no la enfermedad. Lo que está en descomposición es la vida misma dentro del capitalismo moderno y todo aquello que lo afirma -el trabajo enajenado- contribuye a esa patología (Murga, 2014).
En conclusión, el personaje de Bartleby es un magnífico lugar desde el cual se abre el mundo, se muestra poroso y se ahonda en lo más profundo de la condición humana. Analizar la figura de Bartleby es pensar lo humano desde lo literario y, a su vez, pensar la literatura desde la filosofía. El personaje puede estar entre el misterio de la sacralidad y, por otro lado, en el extremo de la indiferencia mundana. Bartleby es una figura pálida y pulcra, con un aire irremediable de desamparo; una extraña criatura con inexplicables rarezas que siempre “prefirió no hacerlo” (Valle, 2014).
John Piedrahita.
Referencias
- Camus, A. (2012). El extranjero. Alianza Editorial.
- Constante, A. (2014). Bartleby en la esfera del límite y el no a la modernidad. Revista de Filosofía (Universidad Iberoamericana).
- Heidegger, M. (2023). Ser y tiempo. Fondo de Cultura Económica.
- Kafka, F. (2017). El Castillo. Plutón Ediciones.
- Kafka, F. (2017). El proceso. Editorial Austral.
- Kafka, F. (2021). La metamorfosis. Editorial Planeta.
- Melville, H. (2005). Bartleby, el escribiente. Libresa.
- Murga, María Luisa (2014). Escribir sobre la indiferencia o para la indiferencia. Bartleby revisitado. Revista de Filosofía (Universidad Iberoamericana).
- Sartre, J. (2001). El existencialismo es un humanismo. Editorial Edhasa.
- Valle, A.; Jiménez, M. (2014). Bartleby, educador. Reflexiones sobre el nihilismo. Revista de Filosofía (Universidad Iberoamericana).
- Valle, A. (2014). Bartleby, el escribiente, en los intersticios filosóficos, literarios y educativos. Revista de Filosofía (Universidad Iberoamericana).
- Weber, M. (2021). El político y el científico. Alianza Editorial.