Civilización del consumo
Alicia Martínez.
La gran paradoja de la civilización del consumo es que el imperio de la individualidad diferenciada no es sino una idea autopercibida de un sujeto que consume lo mismo que otros individuos con su misma capacidad adquisitiva. Nunca antes se había visto, como ahora, la tiranía de la tendencia. Basta salir a un concierto para ver el mandato de la estética de consumo, cientos de personas que apenas se diferencian.
Ya se ha evidenciado que la abundancia que ofreció el capitalismo no es, ni de lejos, lo que hoy existe en nuestras sociedades. La distribución de la riqueza sigue siendo el problema estructural y la contradicción fundamental del mundo. La distribución asimétrica de los recursos a escala planetaria es la fuente de los conflictos sociales y ya, ni siquiera el norte global es capaz de sostener el régimen de bienestar de sus poblaciones y de ahí que las protestas y manifestaciones contra los recortes salariales, disminución de derechos o simplemente los malestares del neoliberalismo son visibles, de forma indistinta, en cualquier parte de nuestra geografía.
No obstante, llama la atención que por fuera de un grupo de sujetos politizados que asumen la necesidad de la movilización social para la defensa de las conquistas en derechos, la gran mayoría de las personas se divide entre unos que, apenas, expresar cierta inconformidad con tal o cual medida y mayoritariamente un grupo de personas a las que parecería no importar o afectar las medidas.
¿Es que la sociedad ha perdido la capacidad de protestar? ¿Ha dejado de ser efectiva la indignación social y ha sido sustituida por la dinámica de la queja del haragán o, ya definitivamente, por el conformismo inmovilista?
La hipótesis que podríamos manejar para explicar la crisis de la acción es: El neoliberalismo ha puesto en crisis la noción aristotélica del animal político, la humanidad, como nunca antes, ha visto rota cualquier posibilidad de entenderse como entidad -incluso biológicamente- condicionada y articulada en torno a la condición gregaria de su especie.
Esto no es nada nuevo, Marx ya lo advirtió en sus manuscritos económico-filosóficos, cuando advertía que un estadio superior de la alienación era la pérdida de la relación ontológica con los demás seres humanos. Lo que hoy sucede es que la aplicación de la técnica ha logrado desarrollar y perfeccionar dispositivos tan funcionales para dicho fin, a tal punto que ya no solamente durante el trabajo asalariado que se nos despoja de nuestra humanidad, sino que las mínimas porciones de salario que no se orientan para la satisfacción de las necesidades básicas y materiales más concretas, se destinan para la adquisición de dispositivos alienantes.
En un primer momento, los publicistas advirtieron la necesidad de personalizar el goce del consumo a fin de despojar de cualquier juicio el acto consumista y de eliminar cualquier mediación de lo que podríamos llamarse elecciones meditadas o consensuadas. Al respecto, Lipovetsky señala: “Al exaltar los ideales de la felicidad privada y el ocio, la publicidad y los medios potenciaron conductas de consumo menos sometidas a la autoridad del juicio del otro. Vivir mejor, gozar los placeres de la vida, no quedarse con las ganas, servirse de lo «superfluo» aparecían en medida creciente como comportamientos legítimos, finalidades en sí” (p. 47)
Así, el consumo ha devenido en un acto radical y excluyentemente individual que además de contar con dispositivos de compra-venta que han anulado cualquier “exceso” de humanidad que medie la adquisición de servicios; caja de auto pago, virtualización, click-pay. La tecnología del pago virtual realmente se ha orientado hacia el contactless con la humanidad.
Hemos arribado a la época del turbo consumo en la que la vertiginosidad del flujo de mercancías ya no atiende ningún patrón racional y aunque este hiper-individuo cree y crea un entorno de consumo ultraindividualizado más encerrado está en los encuadres de la civilización del consumo. Esto lo explica Lipovetsky:
El estadio III ha puesto en órbita un consumidor liberado en buena medida de imposiciones y ritos colectivos. Pero esta autonomía personal comporta nuevas formas de servidumbre. Si está menos sometido a los valores conformistas, es mucho más tributario del reinado monetizado del consumo. Si el individuo es socialmente autónomo, helo ahora más dependiente que nunca de la forma comercial para satisfacer sus necesidades. Tomados de uno en uno, los actos de consumo están menos dirigidos socialmente, pero en términos generales crece la capacidad del mercado para encuadrar la existencia. La influencia general del consumo en los modos de vida y los placeres aumenta tanto más cuantas menos reglas sociales apremiantes impone. (p. 119)
La gran paradoja de la civilización del consumo es que el imperio de la individualidad diferenciada no es sino una idea autopercibida de un sujeto que consume lo mismo que otros individuos con su misma capacidad adquisitiva. Nunca antes se había visto, como ahora, la tiranía de la tendencia. Basta salir a un concierto para ver el mandato de la estética de consumo, cientos de personas que apenas se diferencian.
Algo que merece ser observado, dentro de todo el esquema de organización extática del consumo, en la replicación de patrones “trend”. Consumir un contenido para replicarlo, replicar los contenidos para consumirlos. El afán por individuarse de forma auténtica e individual jamás debe/puede salirse de los límites éticos y estéticos condicionados por el algoritmo.
Este patrón de relacionamiento incluso de observa en la modificación de las estéticas de la movilización social, en clave de protesta. Mientras hasta hace 20 o 30 años la “imagen” de una manifestación se obtenía del conjunto de personas participantes, hoy existe un registro pulverizado de individualidades autorepresentadas. Cada vez se observan menos carteles o pancartas que requieren de varias personas para movilizarlos, mientras que proliferan mensajes individuales. Cada uno tiene su mensaje, cada uno tiene su foto. Se ha desvanecido la identificación de la causa común por un interés apenas colectivo de individuos yuxtapuestos.
Bajo este esquema de funcionamiento, es posible comprender la incompatibilidad de cualquier elemento politizante, en tanto que la destrucción neoliberal de la subjetividad política aristotélica es también la dilución de los vínculos de lo comunitario, es decir de las preocupaciones humanas sobre aquello que no precisamente me toca pero que, no obstante, me/nos atañe e involucra.
La gran victoria del neoliberalismo en la civilización del consumo es la radicalización del individualismo. Incluso las posibilidades de modificación de los patrones de comportamiento, incluso las alternativas a la crisis del turbo consumo se establecen en clave individual. De ahí que los mantras de la acción política sean “el cambio empieza por uno” y apelan a cosas como el consumo responsable (verde, orgánico, etc-friendly) que terminan por radicalizar el yo como inicio y fin de la vida.
De ahí que la discusión necesaria de una transformación efectiva no pase tanto por lo nuevo que queremos sino por defender la noción de lo humano como virtud comunitaria; dejar por un momento la noción de la abundancia del progreso y buscar mecanismos de organización de la producción para la satisfacción de las necesidades humanas desde ética de la modestia republicana. Como decía Benjamin, talvez lo revolucionario este momento no es echar máquina al tren de la historia sino de activar el freno de emergencia.
Alicia Martínez (Ecuador, 1989)
Humana, estudiante de filosofía; amante de escribir y apasionada de leer. Creo en que la humanidad puede ser lo que esperamos hacer y que es posible un mundo para todxs; en la filosofía como un acto de despertar a las estatuas de sal y para derribar a los ídolos.
Bibliografía:
- Lipovetsky, G. (s.f.). La felicidad paradójica. Barcelona : Anagrama.