Corpus Christi, entre lo sagrado y lo profano
Macario.
La piedad popular tiene esa peculiaridad, es la forma expresiva de la gente no institucionalizada por medio de la cual se dialoga con Dios; y no existe mejor topos para esa expresión que la fiesta popular, la esencia de la religiosidad.
La fiesta del Corpus Christi, como toda fiesta religiosa y popular, guarda un carácter especial: concilia en su celebración, símbolos, signos y ritos la dimensión sagrada de lo humano y su negación, lo profano. Si no fuera así, probablemente no sería una festividad de tan dilatada tradición. La piedad popular tiene esa peculiaridad, es la forma expresiva de la gente no institucionalizada por medio de la cual se dialoga con Dios; y no existe mejor topos para esa expresión que la fiesta popular, la esencia de la religiosidad.
La dimensión sagrada del Corpus Christi tiene su origen en lo que se podría llamar la exaltación de la Eucaristía. Esta última, con su doctrina de la transustanciación, una explicación teológica sobre por qué el cuerpo y la sangre de Cristo están auténticamente contenidos en el pan y el vino, permite un contacto corporal real con Cristo, lo que algunos epistemólogos llaman cognición corporal. Resalto que el cuerpo y la sangre están en realidad, no virtualmente, no simbólicamente, sino auténticamente en el pan y el vino; de ahí la idea de la transustanciación, el cambio de sustancia; si el católico no está convencido de esta verdad pues no lo es.
En todo caso, en el medioevo, cuándo no, la elevación de la hostia, es decir, la liturgia eucarística, se convirtió en el centro de atención de la misa latina occidental. Quizá por este motivo, en el siglo XIII, las monjas agustinas iniciaron un movimiento para crear una nueva festividad religiosa que se centre exclusivamente en el cuerpo y sangre de Cristo, los elementos consagrados en la Eucaristía -bueno, más bien en su cuerpo y no en su sangre porque en Occidente los laicos recibían en la Eucaristía, y lo siguen haciendo, únicamente el pan y no el vino. El movimiento lo lideró la monja Juliana, del convento de Monte Cornillón, y solo nueve años luego de su muerte, en 1264, recibió el extraordinario galardón de un decreto pontificio de Urbano IV, en el que se establecía, en toda la Iglesia, la festividad de Corpus Christi.
Por supuesto, la instauración de una nueva fiesta se completa solamente cuando se decide cuándo se celebrará y cómo; en este caso, la elección del día de celebración no fue fácil; una primera condición fue la de que el Corpus Christi debía caer en jueves, ya que ese fue el día en que se celebró la Última Cena. Una segunda, solo podía ser un jueves que no estuviera ensombrecido ni por la solemnidad de la Semana Santa ni por el ambiente ya festivo de la Pascua. Por consiguiente, el jueves más próximo después de la fecha de la Última Cena era el primer jueves posterior al octavo domingo después del de Resurrección, una alentadora época del año de finales de la primavera.
En el siglo XIV, el Corpus Christi se convirtió en una de las festividades más importantes de la Iglesia y dio lugar a la creación de muchas asociaciones laicas (cofradías) dedicadas a fomentarla y mantenerla, como sucede hasta hoy. La festividad se popularizó porque brindaba una excusa maravillosa para aunar la celebración de grandes servicios religiosos en la iglesia y procesiones públicas, lo sagrado y lo profano. Era un modo de manifestar orgullo por la vida comunitaria y, como es lógico, simplemente de divertirse.
El carácter dual del Corpus Christi, lo profano, lo adquiere por la religiosidad popular que envuelve al festum; me refiero a la fiesta en un sentido ontológico, como un ritual que la comunidad utiliza para retornar al tiempo primordial. Pero la festum también (re)presenta para la comunidad la posibilidad de desafiar al orden establecido (el ethos barroco de Echeverría); el tiempo carnavalesco, ya lo dijo Bajtín, se constituye en un segundo mundo no oficial cuyo territorio propio es la plaza pública. Hoy, esta fiesta sacra y profana se objetiva en alimentos (no lo nutritivo sino lo que alimenta, que es distinto), específicamente en dulces, que son otro camino de conexión entre cuerpo y espíritu, lo erótico-agapeíco.
Macario.
Imagen tomada de expreso.ec e intervenida digitalmente.