De la injusticia reproductiva a la politización de la maternidad
Brenda Espinoza Gárate.
Efectivamente las condiciones de lo que consideramos el espacio privado y público para ser superadas y reconceptualizar lo político deberán reconocer la capacidad humana para relacionarse colectivamente y la palabra clave para este ejercicio es “ciudadanía”. Por ello, pensar en los cuidados y la maternidad partiría de la delimitación colectiva y libre del concepto de ciudadanía.
Una parte del feminismo latinoamericano ha comenzado por visibilizar la politización de la maternidad más allá del derecho individual, es una propuesta en la que entra en tensión la liberación como un hecho colectivo, como un proceso ecosistémico. Por supuesto, es común que esa posición se entreteja con una idea esencialista que resulta de la ideología heredada de la “familia”, propia de la impronta judeocristiana que exalta la virtud femenina como cuidadora (Flores et al., 2014).
Sin embargo, no pretendo defender una posición familista, más bien, la implicación política de la reproducción será aquello que permita poner en cuestionamiento el qué y quién de los deseos, de las vidas, de los mundos que se refleja no solo en las redes familiares sino, en las económicas y sociales. Aunque, en los países latinoamericanos no se puede ignorar que la centralidad de la configuración de la “madre” se encuentre llena de un proceso caracterizador producto de la colonización española en el que el patriarcado originario hizo un pacto con el patriarcado europeo. Lo que ejemplifica Tuñón en el caso mexicano.
La Virgen de Guadalupe, que sintetiza el sincretismo entre la Virgen María – valorada desde el medievo tardío español– y la diosa madre de la fertilidad Tonantzin (Tuñon, 1987, p. 53 en Flores et al.,2014).
Así, los símbolos religiosos se convierten en una condición hecha a medida de la colonia para la condición simbólica de la maternidad. Este entronque patriarcal significó el cuerpo de las mujeres para la maternidad, pero, con la conservación del privilegio de cuáles son los cuerpos que estarán al servicio. El simbolismo cultural se adhiere y se legitima con el espíritu de la independencia en Latinoamérica, las ideas libertarias de los ideales revolucionarios asignan a las mujeres la virtud republicana como guardianas del hogar descalificando una vez más el potencial político que puede gestionarse desde casa (Flores et al., 2014).
Por ello, para cumplir con esta propuesta es importante reconocer la relación entre el concepto de ciudadanía y maternidad que son dos elementos determinantes de la subjetividad política de las mujeres. Durante la revolución se aceptó la negociación de estos argumentos, en donde la maternidad y la domesticidad garantizaban la promoción y conservación de los principios republicanos, una especie de poder compensatorio (Luna, 2009).
Esta noción sobre la dominación y el universalismo que abarca el concepto de ciudadanía republicana, puede convertirse en una arbitrariedad traducida en clave feminista occidental que responde a un contexto en el que la historia ha sido marcada por la dominación de Occidente. Como ha mencionado Silvia Federici, así como la conexión entre las mujeres y lo político ha sido solucionada por el capital con la entrada de las mujeres en las fábricas en Occidente, la situación de dominación instrumentalizada por occidente a través del colonialismo será solucionada de la misma manera, con la introducción de la ciudadanía en las mitas en el «Tercer Mundo»(Federici, 2018).
Es común que la mayoría de las reflexiones en torno a la maternidad partan de cuestionarse ¿qué es una mujer? Y pone ese foco de atención en la posible trascendencia en el campo de la vida cotidiana. Sin embargo, considerar una respuesta cercana pretendería asimilar conceptos necesariamente sexistas y clasistas. Por lo que, con certeza este análisis indagará en lo que no queremos ser y en la posibilidad de adentrarnos al estudio de la subjetividad política detrás de la maternidad para la construcción de una ciudadanía feminista.
Entonces, ¿cuáles son las condiciones y las posibilidades de pensar ese tipo de opresión en Latinoamérica? Es decir, ¿es posible construir un argumento que nos permita reflexionar en el Sur Global y la subjetividad política ahí construida con estos argumentos? Bueno, será posible siempre que reconstruyamos algunas claves del feminismo latinoamericano, sobre todo aquel que responde a la crítica radical de las pretensiones de universalidad. Por tanto, ese feminismo que asume la posibilidad de organizarnos a partir de la entrada en lo público deberá contrastarse con un feminismo en Latinoamérica, en donde la “autogestión” y la “gestión” siempre ha existido (Federici, 2018, p. 44).
Siempre tuvimos la opción de decidir si hacíamos la colada el lunes o el sábado, o la capacidad de elegir entre comprar un lavaplatos o una aspiradora, siempre y cuando puedas pagar alguna de esas cosas. Así que no debemos pedirle al capital que cambie la naturaleza de nuestro trabajo, sino luchar para rechazar reproducirnos y reproducir a otros como trabajadores, como fuerza de trabajo, como mercancías (Federici, 2018, p. 44).
Para comprender qué sucede en Latinoamérica es necesario recorrer los diversos estudios sobre cuerpo y espacio e ir profundizando en las relaciones que acuñe la idea de “corporalidad” sin estancarnos en una idea del cuerpo como materia (esto se resuelve en las fábricas). Las relaciones de las que hablamos en la corporalidad, no deben reducirse al espacio público-privado a nivel institucional sino en la cotidianidad que es en donde se configurará las reflexiones políticas sobre la maternidad y los cuidados en los que también se construye ciudadanía.
Del otro lado de la historia, esa historia que nos separa del “cuarto propio” avanza críticamente en la inflexión de la unidad de “las mujeres” y en esa línea imaginaria entre lo público y lo privado que ha permitido la despolitización de la maternidad (Espinosa Miñoso, 2016). Ese proyecto crítico sobre la división espacio público-privado como lo hemos denunciado ha sido propuesto por el feminismo occidental en clave crítica desde la modernidad, pasando por la lucha obrera hasta la actualidad. Y aunque esa lectura puede no ser negativa, es imposible no cuestionarse si la línea establecida para un progreso en la conquista de derechos para las mujeres sea la misma para las mujeres del Sur. En este caso, serían los postulados feministas desde occidente sobre las sombras que las mujeres dejan en el espacio público apuntándole a una mayor presencia de quienes pueden hacerlo, sin reflexionar sobre la sombra que se proyecta en el espacio privado de quienes no pueden o no quieren hacerlo (Espinosa Miñoso, 2016).
El establecer una relación entre el cuerpo y el espacio en este contexto me permite acercarme a uno de los postulados del feminismo latinoamericano; cómo lo simbólico controla las formas en las que las nos relacionamos y las estructuras políticas bajo las que negociamos y como ese espacio va más allá de la limitación de interactuar en lo público. De forma que, la expresión de espacio-poder finalmente siempre se ha situado en lo privado-público aunque el terreno realmente ha sido el cuerpo y nos hemos distraído buscando ingresar en lo público como si fuera nuestra máxima reivindicación cuando la línea siempre ha sido difusa.
Por tanto, ese gigante impulso de las mujeres por moverse al espacio público, que fue celebrado en determinado momento como un triunfo, actualmente, debe ser revisado. Se consideraba que los objetivos de participación estaban alcanzados, aceptando el orden de las democracias liberales que proponen que el espacio doméstico, mal llamado privado no era un lugar en el que se puede ejercer la ciudadanía.
Ese proyecto feminista que aspira a la superación de la “desigualdad de género” o de la dominación y opresión de las mujeres o, incluso, en su última acepción, a la superación misma del género dicotómico-binario y que dice no escatimar por origen y condición; ese mismo feminismo que ha sido parte importante en la definición de lo posible y lo deseable, el que nos ha señalado lo que constituye la máxima superación de las cadenas que nos condenan al ostracismo de acuerdo a los imperativos evolutivos de la sociedad tal cual lo pregona el proyecto de la modernidad iluminista; ese que promete, y con ello promueve, volvernos igualmente humanas (porque “los derechos no son humanos si no incluyen a las mujeres”; porque al fin todos debemos ser humanos) se nos torna a varias de nosotras ya no solo insostenible sino impedimento para una real transformación que trastoque los sentidos de la organización social y el orden histórico-político-económico en su conjunto (Espinosa Miñoso, 2016, p. 146).
Entonces, ese proyecto liberador que planificaba la salida al espacio público a costa de la despolitización del espacio privado tiene como también como cómplice al feminismo occidental que a partir de la colonialidad y el racismo ha ignorado que existen otros significados de la vida.
No es fácil enfrentarse al monstruo sobre todo cuando se pone al descubierto la manera en que has sido parte de él e intentas demostrar aquello que lo alimenta (Espinosa Miñoso, 2016, p. 145).
Hay una lógica detrás de ello pues una reflexión occidental, aunque crítica, es peculiar en las palabras. De modo que, cómo menciona Rivera, no designan sino “encubren”. (Rivera Cusicanqui et al., 2016). Y es en esa encrucijada en la que se encuentra el concepto de maternidad, entre lo simbólico y lo material, pero ¿hemos hablado de lo político? Desde la perspectiva occidental, se ha propuesto el volcar el mundo de lo público, readaptándolo, apuntando a la incorporación de las mujeres alineándose con los principios de ciudadanía occidental de libertad e igualdad (en tanto puede negociar en el espacio público). La mujer independiente se circunscribe al mundo a través de la idea del cuerpo socialmente resignificado de manera “positiva” para individualizar la maternidad como producto de su libertad, porque pueden hacerlo.
Ya que, tal como lo menciona Tronto (2013) aparentemente los/as iguales participamos en sociedad para producir lo suficiente por supuesto este aspecto deja cada vez más atrás las formas en las que las mujeres resisten para sostener la vida, incluso de otras mujeres. Por tanto, uno de los aspectos centrales para reconocer la ciudadanía de las mujeres y su participación política será a partir de sus experiencias más allá del mundo inmediato que el capital ha construido para el desarrollo de la ciudadanía. Las formas de resistencia a esa hegemonía han sido pensadas sobre todo en el hogar. De forma que, las estrategias sociales y sobre todo comunitarias se han enfocado en las personas y sus experiencias cotidianas para asegurarse una mejor calidad de vida.
En la cotidianidad la resistencia puede asociarse con cuidados, de ahí el vínculo político con la maternidad. Las formas en las que las mujeres del Sur participan políticamente está asociada a su preocupación por sus espacios, la alimentación, el agua, los páramos, la educación, el parque, la música etcétera. Los espacios que ellas construyen en función de las necesidades cotidianas y las formas en las que ellas organizan el mundo no logran encauzarse en el concepto occidental de ciudadanía.
Esa rutina con seguridad difumina la barrera entro lo público y lo privado y aunque esta noción nos invite a pensar en el poder que atañe lo material, es lo simbólico y cultural lo que provoca la dominación. El concepto de ciudadanía asociado a implicaciones políticas, sociales y económicas en lo público no logra representar los elementos constitutivos de ciudadanía que son construidos por parte de las mujeres del sur desde los cuidados.
El concepto de ciudadanía trabajado desde el feminismo latinoamericano no parte de generalidades, pues intenta representar la vivencia de las mujeres desde su cotidianidad que es lo que les permite visualizarse como sujetas de poder. Ramírez (2011) realiza una comparación entre una de las mayores reivindicaciones de la ciudadanía femenina reflexionada desde occidente, el derecho al voto y la influencia política de las mujeres del sur de San José de Costa Rica.
Las mujeres no recuerdan la primera vez que votaron, tanto como las ocasiones en las que en su vida cotidiana se organizaban para poder realizar las actividades que ellas consideraban convenientes para la comunidad y exigir derechos que les permitiría facilitar las labores que realizaban cotidianamente.
Por ejemplo, en la comunidad de Luna Park no había una iglesia; para asistir a las actividades religiosas, tenían que caminar fuera hasta Cristo Rey o San Cayetano y algunos de sus esposos se lo prohibían; la reacción contra tal actitud fue apoyar las labores de la Junta Progresista creada en 1956 y el Club de Madres, para construir la ermita a la Virgen de Fátima. […] La Iglesia en sí representó un espacio importante para ellas, pues les permitió salir de la casa para asistir a las actividades religiosas, en tal lugar lograban socializar con el resto de vecinas y vecinos. No se podría, entonces, afirmar que la ciudadanía para estas mujeres estuvo vinculada directamente dentro de la política nacional, no se definió a través de las estructuras de poder público (Ramírez, 2011, p. 126).
El poder que podría identificarse en las formas en las que las mujeres organizan las actividades o el control del tiempo para obtener tiempo para sí mismas es un reconocimiento de lo femenino que solo puede descifrarse en relación al contexto social en el que habitan. Por ello, el primer territorio en el que debemos profundizar será en el cuerpo, en donde los mecanismos de dominación se encuentran instrumentalizados a través de la cultura, por tanto, en la politización de la maternidad será en donde se puede exponer la violencia existente detrás de los cuidados.
La situación de control del tiempo de las mujeres dentro de los hogares no se debe exclusivamente a la narrativa de madre abnegada, aunque, es precisamente el discurso que aún se maneja en esta práctica (Ramírez, 2011). Se puede identificar en este ejemplo, como las mujeres comprenden de manera integral su cuerpo-maternidad en relación al completo y múltiple entramado de relaciones que la interpelan en lo individual y colectivo. Por tanto, los componentes exactos de este problema por una parte serán aquello que conlleva la legitimación de los mandatos de “buena madre” y, por otro lado, la exigencia de definirlo y reconócelo, más allá de sus implicaciones mercantiles.
Las reflexiones alrededor de la maternidad y los cuidados, no se han preocupado por encontrar una solución más allá de las lógicas mercantiles y estatales, sin embargo, tal como yo lo veo la civilización de los cuidados sería como reafirmar los postulados patriarcales y capitalistas en el hogar como un “Estado pequeño” (Granel, 2008). Contra ello, el interés desde el feminismo latinoamericano debería ser reivindicar, resignificar, y reconceptualizar lo político alrededor de los mismos.
El problema de la organización social y la futura debe pasar primordialmente por una maternidad libre, anticlasista, anticapitalista y anticolonialista (Masjuan, 2002). Buscar la politización de la maternidad y con ella la de los cuidados, no se compara con una alternativa feminista que busque fomentar la identidad de las mujeres como madres, es más bien reapropiarse del concepto de lo político más allá de la instrumentalización de lo público y lo privado, más bien asentándolo en lo colectivo para así experimentar opciones que eficazmente respondan a solucionar la “crisis de cuidados”.
No solo habrá que dudar del concepto de familia como menciona Dietz y Tapias (1994) pues en su crítica no hace justicia a una sensibilidad empírica de la realidad de los cuidados superando la idea de mujer urbana y el escenario de lo doméstico desde una perspectiva individual, aunque lo intenta. Efectivamente las condiciones de lo que consideramos el espacio privado y público para ser superadas y reconceptualizar lo político deberán reconocer la capacidad humana para relacionarse colectivamente y la palabra clave para este ejercicio es “ciudadanía”. Por ello, pensar en los cuidados y la maternidad partiría de la delimitación colectiva y libre del concepto de ciudadanía.
Esta autodeterminación colectiva sin un fin es impulsada desde la sociedad actual; capitalista, mercantilista, estatista y colonialista, lo que continuamente hace que los límites sean los propios individuos. Así, desde mi posición no será lo público o la familia el ámbito primordial de la vida humana, será lo comunitario, por ello, es fundamental contrastar esa posición que implica desmontar el pensamiento político para remediar la distorsión occidental y aristotélica.
Las alternativas planteadas en la actualidad para buscar esa incesante resistencia han experimentado con propuestas que no superan la idea de acumulación y perpetúan el entendimiento de la autonomía en clave conservadora. Cuando lo que me permito visibilizar con esta reflexión es una percepción de lo reproductivo y los cuidados con su implicación relacional donde lo público y lo privado no existe desde la lógica de las economías populares y los barrios de migración, la relación entre las familias y las redes comunitarias de cuidado que se formulan en entornos de conflicto, persecución, indocumentación etcétera.
Brenda Espinoza Gárate.
Feminista, mujer mestiza y orgullosamente latinoamericana. Desde temprana edad he planteado una relación en mi vida que combina la experiencia en el territorio desde el activismo con la formación académica, siguiendo así el camino del Derecho y las Ciencias Políticas. Sin embargo, el Derecho suele alinearse con un discurso heteronormativo y misógino, lo cual me resultó lo suficientemente preocupante como para impulsarme a completar mi formación con la Licenciatura en Género y Desarrollo, guiándome incluso en la Especialización en Políticas de Cuidado con Enfoque de Género de Flacso Brasil y llevándome finalmente al Máster en Género y Política Social en la Universitat de Valencia y al Máster en Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona.
Bibliografía:
Espinosa Miñoso, Y. (2016). De por qué es necesario un feminismo descolonial: diferenciación, dominación co-constitutiva de la modernidad occidental y el fin de la política de identidad. Solar, 12(1), 171–202. https://doi.org/10.20939/solar.2016.12.0109
Federici, S. (2018). El patriarcado del salario: Críticas feministas al marxismo. Traficantes de Sueños.
Flores, Á., Liliana, R., & Tena, O. (2014). Materialismo y discursos feministas latinoamericanos sobre el trabajo de cuidados: un tejido en tensión. Revista de Ciencias Sociales, 50, 27–42. http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=50931716002
Granel, H. A. (2008). Anarquismo y sexualidad. Revista de Estudios Libertarios, 5, 65–84.
Masjuan, E. (2002). Procreación consciente y discurso ambientalista: anarquismo y neomalthusianismo en España e Italia, 1900-1936. Naturaleza y Conflicto Social, 46, 63–92. https://www.jstor.org/stable/41324873
Ramírez, J. (2011). Politizando la maternidad o maternalizando la política Ciudadanía y participación política de las mujeres de los barrios del sur de San José, 1950-1980. Historia, 63–64, 119–137.
Rivera Cusicanqui, S., Domingues, J. M., Escobar; Arturo, & Leff, E. (2016). Debate sobre el colonialismo intelectual y los dilemas de la teoría social latinoamericana.
Cuestiones de Sociología, 14, 9. http://www.cuestionessociologia.fahce.unlp.edu.ar/article/view/CSn14a09http://cr eativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/deed.es_AR
Tronto, J. (2013). Democracia solidaria: Mercados, Igualdad y Justicia (Prensa de la Universidad de Nueva York, Ed.). Universidad de Nueva York. www.nyupress.org
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