El aura de lo hecho a mano
Por: Gabriela Vázquez.
El disfrute sensorial que los objetos con alma aportan a nuestra existencia, con base en oficios tradicionales, trasciende la posibilidad de únicamente ponerse en pie y empezar con las tareas del día, ayudándose de cosas inertes.
Disponerse hacia un día renovado supone la generación de múltiples rituales microscópicos que permiten al cuerpo humano incorporarse para dar inicio a la jornada. Como simples mortales, nos es natural dar este tema por sentado, más nunca está de sobra pausar y reflexionar sobre los procesos de energía, físicos y mentales que transitan por nuestro organismo. Un trabajo que –en teoría autónomo– es el elemento clave que hace posible que ese recorrido diario se transforme en una realidad.
Aunque parezca obvio, si a este “protocolo sistémico” se le suman los heterogéneos artefactos y rituales que se ponen en marcha a diario para preparar alimentos, vestirse y demás; podremos darnos cuenta de que las cosas que nos rodean no están ahí por mera existencia, sino que son un vehículo esencial para que, como personas, podamos abrazar la rutina de manera más, o menos sencilla.
Si se amplía este zoom cotidiano, es valioso pensar en cómo estos objetos poseen una funcionalidad acompañada de estéticas propias y de historias personales fundidas con quienes comparten un transcurrir. Por ello, Luján Cambariere (2024), curadora y periodista de artes populares y diseño, plantea que los objetos tienen un alma, un maná, una energía particular que los habita y que los hace trascendentes e importantes para nosotros.
En consecuencia, se hace presente la necesidad de reflexionar ante el aporte real que un objeto con alma podría causar en nuestro día a día. No es lo mismo beber café o cacao en una taza hecha a mano, que en una proveniente de la producción masiva. Tampoco es lo mismo vestir con una blusa acompañada de un chal hecho en telar, con tejido creado con tiempo y conocimiento, que únicamente usar una prenda seriada en millones de unidades.
Lo que intento decir, –como apasionada de las cosas hechas a mano– es que el disfrute sensorial que los objetos con alma aportan a nuestra existencia, con base en oficios tradicionales, trasciende la posibilidad de únicamente ponerse en pie y empezar con las tareas del día, ayudándose de cosas inertes. Mirar esto con el ojo que va más lejos de la simple funcionalidad, con el cuerpo energético y con la mente, es disfrutar plenamente de algo que cumple con una acción mecánica, por decirlo de alguna manera; pero que principalmente invita a coexistir con conciencia, con contenedores de identidad, patrimonio inmaterial e intención. Invita a rediseñar prioridades y sensibilizarnos.
Aunque lo mainstream y la vorágine diaria no esperan, siempre es bueno intentar aportar de manera consciente al mantenimiento de los saberes y cultura propia que transitan entre generaciones. Considerar cómo esa manta, jarro o alfombra que ahora están en casa, pueden provocar que iniciar el día no sea una tarea mecánica, sino un goce estético que emana desde tempranas horas. Algo como una dualidad intencional. Valorar de manera tangible quiénes somos a nivel cultural y ser eficientes a nivel utilitario. Dar un aporte, ganar esa sensación de satisfacción en nuestro espíritu. En definitiva ¡echar a andar el día disfrutando!
De ahí que lo estético se presente siempre como una posibilidad para identificar ese maná, el aura de las obras artesanales del cual –en nuestro circuito, al menos– todos conocemos.
El concepto de aura fue establecido por primera vez, gracias al pensamiento de Walter Benjamin (1892 -1940) en su ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, publicada originalmente en 1935. En el desarrollo de su idea, Benjamin la describió como una cualidad única e irrepetible, vinculada claro, a su autenticidad, contexto histórico y ritual original. Así, esta se encuentra presente en aquello que no puede ser replicado, en la experiencia que surge de la proximidad y del aquí y ahora de cada pieza.
El quehacer ancestral, siempre presente pero muchas veces olvidado, emerge como una alternativa indispensable para replantear nuestra relación con los objetos, los recursos y el propio tiempo. Un trabajo con ritualidad e intención, imposible de replicar; cien por ciento único.
A quien no le gustaría tener un espacio propio con autenticidad, sea cual sea. Un contenedor, llámese casa, oficina o metro cuadrado, en el que ubiquemos un menaje con sentido. Qué pasaría si ese grupo de objetos. además, es poseedor de una belleza particular, está comprometido con la sostenibilidad y sobre todo, hecho por personas de nuestro propio país? En este sentir se enmarca la teoría que propongo como “el eco de tierra”; un statement que establece la conexión entre las raíces culturales y el amor por nuestra identidad nacional, mientras a través de ondas activas y constantes, se impulsa la creatividad y la renovación hacia adelante. Como un eco que lleva la tradición al futuro, este planteamiento intenta aportar al orgullo de pertenecer a nuestra cultura rica y única, poniendo en valor su significancia en el mundo contemporáneo.
Así, el aura puede ser reconocida también como resistencia, ese necesario símbolo de robustez del “eco de tierra”, frente a la estandarización y la latente pérdida de características propias. Este eco potencia el aura, porque encapsula historias, tradiciones y valor agregado que trasciende el objeto físico. La revalorización del arte popular, a través del reconocimiento de estos objetos no es solo estética, sino también política y ética. A diferencia de los productos fabricados en masa, el quehacer de la comunidad artesana es único. Incluso si se replican patrones similares, las pequeñas variaciones creadas por el trabajo manual añaden carácter y unicidad. Una huella dactilar. Es por ello que la carga aurática de estas piezas es fuerte, porque son irrepetibles en su momento de creación. Su propósito funcional queda en segundo plano cuando hablamos de materias primas brindadas a los artesanos por el propio ecosistema o por los rituales que forman parte del mismo gesto de elaboración.
Es evidente que la experiencia emocional y sensorial que provoca convivir con artesanías desencadena un especial vínculo. ¿Será que esto se produce debido a que ellas se crean dos veces? una primera en la mente y una segunda a través de las manos?, ¿Cuál es el valor afectivo de las cosas? ese valor que no puede medirse o cuantificarse que tiene un sentido de insustituible. Ocupar espacios rodeados de estas creaciones es habitar la memoria cultural y dar un lugar a aquello que nos conecta con nuestras raíces ya sea al despertar o al acabar el día.
María Gabriela Vázquez. Curadora e investigadora de arte contemporáneo y popular. Master en Curaduría de Museos (Inglaterra) y Licenciada en Conservación del Patrimonio Cultural (Ecuador). Dirige el Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares Cidap y es Presidenta del Programa Iberoamericano de Artesanías.
Referencias:
- Benjamin, W. (1935/2021). La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica (T. Waisman, Trad.). Godot.
- Cambariere, L. (2022). El alma de los objetos: Una mirada antropológica del diseño. Editorial Experimenta.
Imagen tomada de goncalmayossolsona.blogspot.com e intervenida digitalmente.