El goce estético y la salsa consciente
Macario.
Léase este ensayo luego de escuchar «Chonqui» de Willie Colón, del álbum El malo (1967).
La música creada por «el Malo» de la salsa no puede comprenderse al margen de su contexto social. No es el artista el que habla en la obra, es un grupo social, un pueblo, una cultura…
Willie Colón cuenta que llegó al trombón -que lo consagró- porque el barrio en que creció, el South Bronx en Nueva York, era muy peligroso, le habían robado dos veces la trompeta que le compró su abuela, así que, más bien, le dieron un trombón que sería más difícil de que se lo quiten. Cuando Leonardo Padura le pregunta qué lo ha inspirado para fusionar tantos ritmos caribeños, él responde -de nuevo, sin vergüenza ni arrogancia- que eso se debe a que, cuando niño, fue criado por una mujer panameña, y que en el bloque donde vivían, había cubanos, dominicanos, venezolanos, chicanos, gente de todo el caribe, «y, de repente, dentro de uno todas esas raíces empiezan a fundirse muy naturalmente» (Padura, 2019, p. 93).
La música creada por «el Malo» de la salsa no puede comprenderse al margen de su contexto social. No es el artista el que habla en la obra, es un grupo social, un pueblo, una cultura; lo que no implica que no exista un yo íntimo irremplazable en cada uno de sus álbumes, que hace que sus temas sean de Colón y no de Blades (una de esas paradojas de la estética).
Por este motivo, no fue casualidad que, precisamente, con Rubén Blades, «el hombre más racional de la salsa», en los setenta, dieran forma a lo que se llamó «la salsa consciente», porque «la salsa es como un periódico, una crónica de nuestra vida en la gran ciudad y por eso habla de temas como la criminalidad, la droga, la prostitución, el dolor, el desarraigo y hasta de nuestra historia de explotados y subdesarrollados» (Padura, 2019, p. 95). Y, sin embargo, la salsa se baila, se goza, no es como aquella variante del bolero, el bolero de cantina, que solo puede sentirse ahí, en la cantina. La salsa consciente quiere expresar las injusticias, denunciarlas, pero su venganza es burlarse de ellas. Ya lo dijo Bajtin, la seriedad oprime, encadena; en cambio, la risa, la fiesta, el baile, superan la censura y provocan el triunfo de lo material corporal.
Baudelaire sostenía que el goce estético era el reflejo de lo divino; es decir, cuando una obra de arte emociona hasta las lágrimas, lo hace porque es correspondiente con el cielo. De ahí que, inmediatamente después de tal experiencia, sobrevenga una maravillosa nostalgia. La vivencia estética, sin embargo, se refiere al espectador de la obra; otra cosa es lo que mueve al artista. Leopold Stokowski, en la misma línea del poeta francés, consideraba, en relación con la música, que la composición venía de las regiones de la mente subconsciente de los músicos inspirados; con un cierto eco kantiano, el músico británico estaba convencido de que esa inspiración provenía de una mente universal que sobrepasaba al artista. En definitiva, una de las clásicas tesis del goce estético lo concibe como testimonio de que los seres humanos fuimos creados para un destino superior (una manifestación de la anábasis griega, como esencia del alma).
No se puede negar que ciertas obras artísticas provocan -y lo han hecho durante siglos- una experiencia casi mística como la descrita, pero dudo de que sea la forma más acabada y perfecta del arte o lo que debe pretender el artista para consagrarse como tal. Cuando Willie Colón, en 1991, dio un discurso en la Universidad de Yale, lo tituló, «Salsa, una perspectiva sociopolítica»; el puertorriqueño nacido en Nueva York no comprendía al arte sin un compromiso político, en su caso un fuerte compromiso con la población latina en los Estados Unidos; en ese sentido, se encuentra en las antípodas del arte como reflejo de trascendencia mística, que durante mucho tiempo lo caracterizó. Colón es más terrenal, mundano, pero no banal ni frívolo; quizá aquel arte que busca conexiones místicas esté más cerca de lo insustancial de lo que cree; Colón -y tantos otros de quienes ya hablaremos- es sustancial, inteligente y logra, a la perfección, la síntesis de emoción y conocimiento.
Macario.
Bibliografía:
Padura, L. (2019). Los rostros de la salsa. Tusquets Editores.
Imagen tomada de fania.com, intervenida digitalmente.