El Indígena Imaginado – Valentina Schütze
En vista de las demandas de algunas comunidades indígenas, es evidente que la versión del indígena imaginado por el ecologismo occidental es, por lo menos, artificialmente homogeneizante, idealizada, y aprisionante.
Sir Edward Burnett Tylor era apenas un joven veinteañero cuando, por recomendación médica, viajó desde Inglaterra al “nuevo mundo” en busca de un amable y cálido clima. Era mediados del siglo XIX cuando, cabalgando por México con un amigo arqueólogo, se asombraron sus ojos con la “evidencia de una inmensa y antigua población”. Se trataba de ruinas Aztecas, que el joven Tylor tomó como punto de partida para escribir una de las obras que le harían pasar a la historia; Cultura Primitiva (Tylor, 1871, Appiah, 2016).
Según la teoría de Tylor, la cultura humana avanza en etapas, del primitivismo a la civilización. Lo que se encontró en México estaba, según él, en algún lugar intermedio entre estos dos polos opuestos, en una etapa anterior a la de la cultura europea, de la que él participaba. Por consiguiente, Tylor estaba posicionando a la cultura Azteca, y cualquier otra que se colocase a la izquierda de la europea en su línea de desarrollo, necesariamente en el pasado, negando que pudiesen existir de forma contemporánea y ser, simplemente, expresiones culturales distintas, y no etapas en una línea cronológica que va de menos a más.
Si esta teoría del desarrollo cultural parece análoga a la teoría de la evolución darwiniana no es por casualidad. Podemos imaginar lo que los adscritos a la teoría tyloriana imaginaban del estado de humanidad de aquellos que eran partícipes de una “cultura primitiva”. Y así, la figura de un indígena imaginado comienza a formarse en el pensamiento eurocéntrico. Un indígena incivilizado y primitivo.
El indígena imaginado no nace ni muere con Tylor y su libro. Pero me tomo el tiempo de contar esta historia porque es reveladora; un europeo va a un lugar con la expectativa de encontrar lo incivilizado, y al toparse con una realidad que le saca de sus esquemas, la racionaliza sistematizando el orden de la cultura humana, de modo que, para su consuelo, su propia cultura sigue estando en la cúspide. Y, con ello, genera más expectativas y ficciones sobre el sujeto que forma parte de esa Otra cultura.
El ejemplo es revelador y relevante porque, trágicamente, aunque el significante cambie con el contexto socio-temporal, la práctica de proyectar expectativas y ficciones sobre el indigenismo se sigue repitiendo. El europeo, occidental, o ciudadano del Norte Global, imagina al indígena partiendo de su presente y su bagaje cultural. Para que este bagaje cultural se expanda hasta incluir una mirada real y honesta de lo indígena, el occidental primero tendría que acabar con el indígena imaginado, puesto que, de lo contrario, racionalizará todo lo que vea o experimente asociado al indigenismo de modo que encaje con sus ideas preconcebidas, tanto de lo indígena como de sí mismo, tal y como hizo Tylor.
Cuenta P. Deloria que, cuando las comunidades indígenas comenzaron a adquirir automóviles en Estados Unidos, ver a un indígena conduciendo un auto generaba rechazo entre los norteamericanos occidentales porque, entre otras cosas, se anhelaba la representación del indígena como salvaguarda de lo “natural” y “primitivo”, símbolo de lo que resistía a las inconveniencias de la estresante modernidad. Se tachaba a los indígenas de gastosos y caprichosos por adquirir una tecnología que, supuestamente, no les aportaba nada útil, dado su estilo de vida (Deloria, 2004). La realidad era que, en un contexto en el que la política estatal buscaba cercar, aislar y controlar a las poblaciones indígenas en reservas, el auto les devolvía autonomía, les daba acceso a parte de la movilidad robada, y, para aquellas comunidades nómadas, una continuación de sus tradiciones culturales. Imposible entender esta realidad si vemos al sujeto que compra el auto desde nuestra imaginación simplista (primitivo, natural) en vez de desde su compleja realidad.
Cuando la población indígena se moviliza en contra de la subida del precio de la gasolina, no puedo dejar de acordarme de esos prejuicios expresados contra los primeros indígenas en comprar autos. El ecologista occidental idealiza al indígena como protector de la biodiversidad del planeta, prueba viva de que su utopía ecosocial no existe necesariamente solo en el futuro, sino que ya fue en el pasado, ya que en el indigenismo se materializa la continuación de un pasado ancestral (Rebelión o Extinción Alemania, sin fecha). No niego que esta historia sea cierta, pero sí que sea toda la verdad. En vista de las demandas de algunas comunidades indígenas, es evidente que la versión del indígena imaginado por el ecologismo occidental es, por lo menos, artificialmente homogeneizante, idealizada, y aprisionante. El indígena imaginado en el siglo XXI protege la biodiversidad, no trunca los planes de sustituir la carretera por el carril bici, imagina el ecologista urbano.
Ahora bien, hay otra versión del indígena imaginado de nuestro tiempo, y es, más o menos, la misma que desarrollaron Tylor, sus contemporáneos, y tantos de los que vinieron después; el primitivo salvaje que necesita escolarización y una misión civilizatoria urgente. Entiendo que, quien esté leyendo esto, preferirá, como yo, la versión del ecologista occidental. Pero debemos reconocer que, como he tratado de explicar, no es una versión del todo fidedigna, sino que surge, en parte, de una disputa ideológica que ha instrumentalizado la figura del indígena. Lo trágico es que el ecologista occidental, con el que me identifico, se esfuerza por aprender de la filosofía indígena. Pero, si seguimos confundiendo al indígena vivo con nuestro indígena imaginado, nunca podremos aprender de él. Y, en vista de una crisis civilizatoria múltiple que avanza sin descanso, occidente necesita de este aprendizaje urgentemente. Eso, o resignarse a implosionar por una de esas amenazas de su propio ingenio.
Como yo misma escribo desde mi occidente y todavía no he sido capaz de aprender aquello que reclamo, lo único que aclaro es que las culturas indígenas, comprendidas o incomprendidas, persisten a través del tiempo, con una resiliencia que parece infinita. Con respecto al resto de nosotrxs, probablemente llegará el día en el que algún terrícola solitario cabalgue por las ruinas de Silicon Valley y se sorprenda con los vestigios de nuestra Cultura Primitiva.
Referencias
- Appiah, K. A. (2016). There is no such thing as western civilisation. The Guardian.
- Deloria, P. J. (2004). Indians in unexpected places. Kansas University Press.
- Rebelión o Extinción Alemania. (s.f.). Indigenous communities & biodiversity: Securing land rights of communities and giving land back. https://extinctionrebellion.de/aktionen/kampagnen/natureneeds-justice/indigenous communities-and-biodiversity/
- Tylor, E. B. (1871). Cultura primitiva. Ayuso.
Fotografía: Daniela Samaniego @danielasamaniegor