El tratamiento del amor en la filosofía de Spinoza: perspectivas, desafíos y limitaciones
Alberto León.
Aunque es innegable que el placer y el beneficio mutuo son elementos esenciales del amor, también lo son el apego al ser querido, la preocupación por su bienestar y la disposición a actuar en consecuencia, incluso a expensas de uno mismo. El amor implica, potencialmente, la creencia de que estos sentimientos de preocupación y apego pueden resistir las dificultades y la adversidad, manteniéndose a lo largo del tiempo.
El análisis de Spinoza sobre las emociones ha sido extensamente explorado, pero sorprendentemente, el tratamiento de temas como el amor y la amistad a menudo ha sido pasado por alto por los comentaristas. En el ámbito de los estudios filosóficos centrados en las emociones spinozianas, los investigadores suelen abordar tres áreas principales. Algunos se dedican a situar a Spinoza en el contexto histórico del pensamiento sobre las emociones, comparando sus perspectivas con las de Descartes y otros filósofos (Curley, 1988). Otros se enfocan en analizar la propuesta de Spinoza sobre la conversión intelectual como un medio para alcanzar la libertad de las pasiones, sin explorar detenidamente las posibles repercusiones en las relaciones afectivas. Además, algunos investigadores buscan integrar las ideas de Spinoza sobre las emociones en sus teorías sobre la identidad personal (Lloyd, 1994). Es intrigante observar que incluso filósofos como Gilles Deleuze, Toni Negri, quienes ven a Spinoza como una fuente de sabiduría para la vida práctica, prestan escasa atención a su tratamiento del amor y la amistad.
En la investigación filosófica contemporánea, el enfoque en el concepto de amor dentro de la filosofía de Spinoza ha sido notoriamente limitado, salvo por algunas excepciones puntuales que exploran este tema específico (Martínez, 2018). No obstante, se busca argumentar que, a pesar de las limitaciones evidentes, los pensamientos de Spinoza acerca de estas emociones contienen elementos convincentes.
Según la definición de Spinoza, el amor se entiende como «la alegría acompañada de la idea de una causa exterior» (EIII. P13.Es). Esta formulación nos lleva a preguntarnos si logra abarcar de manera precisa la complejidad inherente a la naturaleza del amor. ¿Es suficiente para describir la intrincada red de vínculos emocionales y las interacciones que comúnmente se consideran amorosas entre seres humanos? Incluso nuestro afecto por las mascotas parece escapar a esta caracterización. Aunque es innegable que el placer y el beneficio mutuo son elementos esenciales del amor, también lo son el apego al ser querido, la preocupación por su bienestar y la disposición a actuar en consecuencia, incluso a expensas de uno mismo. El amor implica, potencialmente, la creencia de que estos sentimientos de preocupación y apego pueden resistir las dificultades y la adversidad, manteniéndose a lo largo del tiempo. De manera ideal, el amor se concibe como «una marca siempre fija que mira a las tempestades y nunca es sacudida» (Shakespeare[1], Soneto 116).
En contraste con la definición simple y general del amor de Spinoza, se presenta su concepción casi mística del amor intelectual de Dios. Este tipo de amor es radicalmente desinteresado y promueve conductas ejemplares en los seres humanos: “no puede ser mancillado por el afecto de la envidia, ni tampoco (por 5/18 y la definición de los celos, que se ve en 3/35e) por el afecto de los celos, sino que se fomenta cuando otros se unen de manera similar a Dios” (Ética, V. P20). Además, ni siquiera podemos esforzarnos para que Dios nos “ame a su vez” (Ética, V. P 19).
Surge la pregunta: ¿Los valores positivos del amor por Dios se limitan al amor por una Deidad suprema, o puede algo de su altruismo estar presente en nuestro amor mutuo? Sostendré que hay una perspectiva más sutil y compleja del amor implícita en la Ética de Spinoza, y que él permite la posibilidad de un amor sofisticado y maduro entre los seres humanos (León, 2018). Este tercer tipo de amor, que podría caracterizarse como «autodeterminado», se sitúa entre los extremos del amor basado en ideas inadecuadas, denominado por Spinoza como el amor que “es común a todos los hombres” (Ética, V. P20), y el amor intelectual de Dios. Similar al amor común, el amor autodeterminado se fundamenta en el placer. Sin embargo, al incorporar algunos aspectos positivos del amor intelectual de Dios, el amor autodeterminado puede impulsar acciones que no benefician directamente al individuo. La manifestación principal de este tipo de amor se encuentra en las amistades humanas; de hecho, según Spinoza, las verdaderas amistades son imposibles sin él.
La utilización que hace Spinoza del término «amor» no se alinea perfectamente con su uso moderno. Su concepto de amor es más amplio y puede entenderse como un término genérico que abarca diversos sentimientos positivos. Esta amplia generalidad plantea uno de los desafíos al analizar la concepción de Spinoza sobre el amor. Si el amor se reduce a simplemente el placer acompañado por la idea de una causa externa, resulta difícil distinguir entre diferentes grados y variaciones de esta emoción dentro de su sistema. Esto nos lleva, por ejemplo, a etiquetar tanto el placer que surge de pasar tiempo con un amigo cercano como aquel que proviene del acto de disfrutar de ciertos alimentos, con la misma palabra «amor». La definición que abarca desde la satisfacción momentánea hasta el apego emocional e intelectual a largo plazo puede ser demasiado amplia, careciendo así de aplicabilidad psicológica y de interés filosófico.
Spinoza intenta abordar estas complejidades al enfocarse en el objeto externo que acompaña al sentimiento de placer en su concepción del amor. Según él, cada emoción pasiva, incluido el amor, debe ser explicada considerando la naturaleza del objeto externo que la provoca, y dado que hay una diversidad de objetos externos, existen igualmente varios tipos de amor (cf. Ética, III. Es 56). Sin embargo, esta aproximación presenta un desafío: resulta difícil discutir de manera significativa sobre el amor si cada objeto evoca un tipo diferente de esta emoción. En términos spinozistas, las categorías generales, como «amor por los gatos», deberían desglosarse en una multitud de categorías específicas, como «amor por los gatos miniatura», etc. No obstante, en nuestra forma habitual de hablar, nos referimos a tipos generales de amor, como el amor de una madre por sus hijos, a pesar de las diferencias individuales entre los hijos. Spinoza ofrece escasas indicaciones sobre la relación entre los tipos generales y específicos de amor, cómo podrían estar interrelacionados o incluso si se pueden admitir tipos generales de amor.
Spinoza prevé esta crítica en la Ética, ya que su objetivo de proporcionar una psicología filosófica integral no considera crucial la existencia de diferentes tipos de amor. Aunque existan notables diferencias entre, por ejemplo, el amor por la pareja y el amor por los hijos, Spinoza sostiene que no es necesario indagar en estas diferencias para sus propósitos en la Ética. Para él, basta con «comprender las propiedades comunes de los afectos y del alma, con el fin de poder determinar cuál y cuánta es la potencia del alma para moderar y reprimir los afectos» (Ética, III. Es56).
Aunque la existencia de tipos generales y específicos de amor tenga consecuencias limitadas para el proyecto de Spinoza, su análisis resulta incompleto en relación con sus objetivos de aplicabilidad práctica para la Ética. Spinoza no aborda el hecho de que comúnmente se asocia al amor con obligaciones morales. Desde su perspectiva, las obligaciones morales surgen únicamente como resultado de la sociedad civil (cf. Ética, III. P 37. Es2). Sin embargo, el amor existe tanto en el estado natural como en la sociedad civil. A pesar de ello, se suele pensar que el amor hacia diferentes objetos conlleva distintas obligaciones morales.
Por ejemplo, la sociedad tiende a no juzgar de la misma manera moralmente a una mujer que abandona a su esposo en comparación con aquella que abandona a sus hijos. El lector de «Anna Karenina» podría perdonar fácilmente a Anna por abandonar a su aburrido esposo, pero el mayor error moral que Tolstoi no quiere que perdonemos es el abandono de su pequeño hijo. El amor hacia otro adulto implica, según esta perspectiva, obligaciones morales menos exigentes que el amor hacia un hijo dependiente. Esta complejidad de obligaciones diversas dentro de nuestras relaciones amorosas destaca una limitación en la aplicación práctica del sistema de Spinoza.
Aunque Spinoza reconoce la variabilidad del deseo entre individuos debido a las diferencias en sus esencias (cf. Ética, III, P7, Es), la dualidad inherente al amor, siendo transferible pero no fungible, demanda un análisis más profundo del sujeto amante. Dentro del contexto más amplio de su proyecto en la Ética, Spinoza aborda la necesidad de examinar detalladamente el fenómeno del amor. Una exploración de la «fenomenología» del amor, que incluya el impacto del amor en la psicología moral de un individuo, así como la posibilidad de que el amor actúe como catalizador para el cambio o desarrollo del carácter, enriquecería y completaría su explicación (cf. Ética, III, P7, Es).
En conclusión, la definición de amor de Spinoza se enfrenta a desafíos significativos vinculados a la dialéctica de la fungibilidad. Aunque reconoce la transferibilidad del amor, como se observa en la relación entre un infante y su cuidador principal, la noción de que el objeto de nuestro amor es no fungible plantea cuestionamientos importantes. A pesar de la insistencia de Spinoza en que una emoción se explique en relación con su objeto, persisten las dificultades al considerar la posibilidad de sustitución de un objeto amado por otro similar. Este dilema se ilustra en la pregunta sobre si regalar un objeto similar, como un caniche gris, sería apropiado en el contexto del duelo. La dialéctica entre la transferibilidad y la no fungibilidad del amor revela la complejidad inherente a la concepción spinoziana del amor y plantea desafíos significativos en la aplicación práctica de sus ideas en situaciones emocionales y personales.
Eduardo Alberto León.
Licenciado en Filosofía por la Ottawa University, poseo un Máster en Filosofía y Pensamiento Social de la Flacso-Ecuador, y a Doctorado en Sociología (c) en la misma institución. Con enfoque de investigación centrado en las «ontologías contemporáneas». Ha contribuido significativamente con más de 22 artículos indexados y capítulos de libros. Áreas de expertise abarcan la filosofía moderna, ontología, sociología de los sentidos, estética, postestructuralismo, política y ciencia. Además, ha desempeñado roles de liderazgo en diversos proyectos de investigación relacionados con la filosofía francesa.
Bibliografía
Curley, Edwin. (1988), Behind the Geometrical Method: A Reading of Spinoza’s Ethics. Princeton: Princeton University Press.
León, E. A. (2018). Gilles Deleuze hacia una ética inmanente del deseo. Revista Filosofía UIS, 17(2), 193–208. https://doi.org/10.18273/revfil.v17n2-2018011
Lloyd, Genevieve. (1994). Part of Nature: Self-Knowledge in Spinoza’s Ethics. Ithaca: Cornell University Press.
Martínez, Francisco José (2018). Amor humano y amor divino en la obra de Espinosa. Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, 20(39),271-296.[fecha de Consulta 27 de Agosto de 2021]. ISSN: 1575-6823. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=28264625013
Spinoza, B. (1980). Ética. Madrid: Ediciones Orbis.
[1] https://albalearning.com/audiolibros/shakespeare/soneto116.html
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