Espacios que respiran: La ciudad como narradora en Pilar Quintana – J. Barish

Pilar Quintana nos muestra una ciudad que respira, que late con las contradicciones de sus habitantes y que se convierte en un espejo de sus historias más íntimas. Desde las esquinas donde conviven los excluidos hasta los apartamentos cargados de soledad, cada espacio narra tanto lo visible como lo invisible, tanto lo real como lo imaginado. A través de esta poética urbana, la autora construye un retrato de las tensiones humanas que habitan los espacios, revelando cómo estos son a la vez contenedores de memoria y motores de ensoñación.

 

Hace unos años viajé a Bogotá en un recorrido familiar express. Llegamos a la Plaza de Bolívar un domingo por la mañana y encontramos un bullicioso mercado de frutas y verduras. Había una llama y un burro para tomarse fotos, un faquir, miles de palomas, y muchísima gente. Desde dos puestos sonaba música, mientras más allá otros vendían manualidades como carteras y sombreros hechos con bolívares venezolanos. Habían risas y gritos, un hombre leía y vendía poemas a cambio de lo que la gente pudiera pagarle. Yo estaba maravillada; mis compañeros de viaje, no.

Durante tres días nos movimos  por la ciudad, cruzábamos las plazas, las calles, las tiendas entre ríos de gente, música proveniente de celulares, de parlantes, de carros, caminábamos con los ojos en las nucas del alguien de la familia para no perdernos. A veces paraba unos segundos solo para ver y sentir: la ciudad parecía moverse. Siempre he creído que la ciudad y los espacios están vivos. No en el sentido de seres, pero sí como entidades llenas de ruido, memoria y marcas: stickers en letreros, carteles de conciertos, avisos de garajes y anuncios de mascotas perdidas hace años. Las calles, los puentes, las paredes y los postes son protagonistas que narran las historias de quienes los transitan. Cada esquina y rincón se convierte en testigo de la vida urbana, donde se cruzan las contradicciones de lo cotidiano con los deseos, conflictos y esperanzas de sus habitantes.

Esa vida de los espacios se refleja en la literatura colombiana, una de mis favoritas. En Coleccionista de polvos raros de Pilar Quintana (2022), la ciudad cobra movimiento, ruido y densidad emocional. Esto se vincula con la poética del espacio de Bachelard, quien plantea que los espacios no son meros contenedores físicos, sino entidades vivas que resuenan con nuestras emociones y experiencias. En Quintana (2022), los espacios urbanos se convierten en narradores silenciosos de las vidas marginales:

 

esta ciudad es un laberinto de calles angostas que huelen a orines, es el sonido hueco de sus pisadas, es un tipo parado al final de la cuadra que cuando las ve bota su cigarrillo, paranoia, es no saber lo que le espera a uno al doblar la próxima esquina (p. 23).

 

Bachelard (2000) argumenta que los espacios están cargados de simbolismo, tanto en lo cotidiano como en lo arquitectónico. Las esquinas, por ejemplo, son puntos de transición y encuentro. En Quintana, lo único auténtico y sin pretensiones ocurre precisamente en las esquinas, donde habitan los jíbaros, travestis y demás personajes que escapan de las narrativas dominantes. Este contraste entre lo marginal y lo hegemónico resalta en la descripción de la Avenida Sexta, donde conviven los vestigios de un pasado exclusivo con la presencia de quienes desafían el orden impuesto: «Esta es la avenida Sexta, ya colonizada por los grandes capos” (Quintana, 2022, p. 48).

Quintana (2022) también critica la sobrecarga estilística de la arquitectura: «Balcones mediterráneos, columnas jónicas. Puertas rústicas coloniales talladas (…) Una grosería arquitectónica. Estilo sobre estilo. -Métale la mayor variedad que pueda, señor arquiteto- (sic)” (p. 45). Estos espacios, lejos de reflejar la vida que contienen, representan aspiraciones grotescas de ostentación y poder. Esto refuerza la idea de Bachelard (2000) de que los espacios construidos no son neutrales; están llenos de tensiones históricas, sociales y emocionales.

La ciudad en Quintana (2022) es también un espacio de apariencias y contradicciones sociales. Ella denuncia la hipocresía de la sociedad, encapsulada en imágenes como la «Harley en el parqueadero» y la «colección de Penthouse» (p. 130). En este entorno, las dinámicas de poder se manifiestan en cada rincón: “En esta ciudad los policías de tránsito se tranzan por cualquier bagatela… Y en esta ciudad, ningún habitante de barrio bajo desea ser pobre y modesto por su propia cuenta, lo hace por obra y gracia de los narcos” (p. 198).

La interacción de los personajes con los espacios no es solo física, sino también emocional. La Flaca, por ejemplo, simboliza esa relación compleja entre soledad, deseo y el entorno urbano. Ella refleja cómo la vida en la ciudad puede empujar a la búsqueda de conexiones humanas, aunque sean fugaces:

 

No es la primera vez que se trae a un desconocido a su apartamento. La Flaca se mantiene sola todo el día. Se aburre. Sale a la calle. El sol le pega en los ojos y los tipos le echan piropos. Sonríe y cuando se da cuenta ya está hablando con uno. Lo invita a su apartamento, no con la intención de tener sexo, sino para pasar un rato en compañía de alguien que no se llame John Wilmar. Pero tarde o temprano, de un modo u otro, el tipo se lo termina pidiendo y la Flaca, dándoselo. Ella es de esas personas que no saben decir que no, ella colecciona polvos por falta de voluntad. Y todos son rarísimos, explica (Quintana, 2022, p. 56).

 

En este pasaje, la idea de «coleccionar polvos raros» encapsula la complejidad emocional de la Flaca, su vulnerabilidad y su búsqueda de significado en las interacciones humanas. Este acto, aunque aparentemente trivial, se convierte en una metáfora de las contradicciones y ambigüedades de habitar una ciudad que, como los espacios descritos por Quintana, es tan opresiva como fascinante. Por otro lado, los hogares en la obra de Quintana no son lugares de confort absoluto, sino sitios donde lo seguro se mezcla con lo opresivo, lo conocido con lo extraño.

Esta dualidad también se extiende a los espacios de ensoñación. Los personajes de Quintana interactúan con sus entornos no solo físicamente, sino a través de sus deseos y memorias. Esto subraya cómo los espacios no solo contienen lo real, sino también lo imaginado, funcionando como portales hacia mundos internos.

En Coleccionista de polvos raros, Pilar Quintana nos muestra una ciudad que respira, que late con las contradicciones de sus habitantes y que se convierte en un espejo de sus historias más íntimas. Desde las esquinas donde conviven los excluidos hasta los apartamentos cargados de soledad, cada espacio narra tanto lo visible como lo invisible, tanto lo real como lo imaginado. A través de esta poética urbana, la autora construye un retrato de las tensiones humanas que habitan los espacios, revelando cómo estos son a la vez contenedores de memoria y motores de ensoñación.

Desde la perspectiva de Bachelard, los espacios de Quintana son mucho más que escenarios: son entidades vivas que dialogan con las emociones, las luchas y los deseos de sus personajes. Este enfoque nos invita a repensar nuestra relación con el entorno que habitamos, recordándonos que las ciudades, las casas y hasta las esquinas no solo nos contienen, sino que también nos transforman. Así, Quintana no solo escribe sobre una ciudad; escribe sobre todos nosotros, enredados en los laberintos de nuestra propia humanidad.

 

Referencias:

  • Bachelard, G. (2000). La poética del espacio. Fondo de cultura económica
  • Quintana, P. (2022). Coleccionista de polvos raros. Alfaguara

 

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