Estación 1: el encuentro con la jovialidad
Facundo.
la realidad latinoamericana, caracterizada por la jovialidad dionisíaca en la mayoría de sus países, aún no ha superado la etapa del vicio, para encontrarse en el éxtasis y madurez que significa una jovialidad en equilibrio
Mi nombre era Mathias Eduardo, y ahí no termina la cosa. Mathias por Mattathias, que significa “don de Dios”, y fue el decimotercer apóstol; Eduardo por herencia, significa “guardián de la riqueza”. Con respecto a este último, no se me ha especificado aún de qué tipo de riqueza se habla; y al igual que el decimotercero, nunca tuve la oportunidad de ver con mis propios ojos al Maestro de los otros doce… Aunque, debo admitirlo, no han sido pocas las veces que he presenciado su Semejanza.
De Peleusí, que es de donde vengo a este lugar, solo hubo que dar un paso, y de tanto ir de aquí para allá, un día, al anochecer, me encontré con un juglar que a falta de inteligencia se le dio por ser muy sabio. Él me cantó la jovialidad de mi región, entonces no hay día que no lo recuerde, ni semana que no lo escuche. He tomado ahora su nombre, pues me dijo que una piedra es todo el mundo y una flor es el jardín, así que me he dispuesto a ser piedra y a ser flor.
Casi toda mi vida estuve deambulando entre los dos nombres, la parte más celestial la he reservado para los momentos en los que me exaltaba mucho en sobriedad, o los que me atemorizaba angustiosamente el saber cada día más. La parte más apegada a la riqueza me ha hipnotizado y embriagado con todos los placeres de este mundo, hasta convertirme en un vaso sin fondo, con ganas de llenarse hasta el borde… Quiero ser amplio y vivir de todo, aunque creo que ya se me está pasando la mano, pues he estado mucho tiempo aprendiendo del segundo nombre más que del primero, y ese no es el orden. Me entristece ya no saber de aquel juglar, ni en mi tierra, ni a los lugares a los que he ido encuentro adultos como él, ni jóvenes lo suficientemente locos como para aventurarse a ser discípulos. Lo único que me quedan son sus canciones…
Ese juglar reía porque encontraba jovialidad en todas partes, en cambio yo me lamentaba porque no la encontraba en ningún lado, será que no he crecido lo suficiente o que él se fue demasiado pronto. Después de leer mucho y ver mucho, apenas he comenzado a entender por qué él reía.
En mi pueblo he encontrado un tipo de bifurcación igual a la que me sucede a mí con mis nombres, algunos académicos le han puesto nombre a este suceso: “el mestizaje”. No sabemos si somos lo uno o lo otro. Otras regiones lejanas no-mestizas tienen definido quiénes son y qué son, mientras que el mestizo siempre está en un plano existencial indeciso. Considero que esta condición es precisa para que una gran filosofía pueda nacer, digo, una gran jovialidad, como hablaría por mí el juglar.
Y empecé a comprender: al ser una región joven, Latinoamérica puede sentirse libre de reflexionar sobre su propia identidad y sobre su propio piso. Salí al mundo a gritar este descubrimiento, pero se burlaron de mí porque “reflexionar es solo para hippies o aristócratas”. El pueblo, me dijeron, vive en un realismo trágico, delincuencia, todo es pobreza y ahí “no hay tiempo de pensar en nada”. Yo me desilusioné.
Después de otro gran tiempo escuchando las canciones del juglar y sus mensajes encriptados para saber qué haría él, comencé a comprender: el hecho de vivir en lo trágico resalta la necesidad de lo jovial. Pero en vista de que vivimos en una sociedad con pocas salidas, el ser latino quiere creerse libre hundiéndose:
1. En el escapismo de la algarabía, la fiesta sin conciencia, la aglomeración de rebaño, ver los defectos del otro y no los de uno; o, 2. En la corrupción del camino más fácil, sea esta de la delincuencia o de los altos mandos (la viveza criolla).
El mestizo sabe que la realidad del no-mestizo no la podrá alcanzar ni aunque se esfuerce toda una generación, entonces de por sí y solo porque sí, se entrega a la irracionalidad. Así pues, la realidad latinoamericana, caracterizada por la jovialidad dionisíaca en la mayoría de sus países, aún no ha superado la etapa del vicio, para encontrarse en el éxtasis y madurez que significa una jovialidad en equilibrio. La misma jovialidad de aquel juglar, “¿quién fue ese juglar?” Será un tema para otro apartado… Lo que sabemos ahora es esto: esta región desborda de jovialidad, pero hay que saber entrenarla mejor, enseñarla mejor. ¿Cómo hemos de hacerlo? ¿Cómo nos encontraremos en el equilibrio? ¿Acaso será posible?
Imagen tomada de https://www.elapuntador.net/ y modificada digitalmente.