Jugando al fútbol en cancha de básquet

Por: Pedro J. González S.

 

Llamar a un país «república» no lo convierte en republicano, del mismo modo que ponerle ruedas a una caja de cartón no la convierte en un automóvil. La gran mayoría de países que llevan el título de república han fracasado en mantener los principios del republicanismo

 

Si las palabras tuvieran la fuerza de imponer la realidad, el mundo seguramente sería otro y este texto no tendría razón de ser. Pero la polítiquería se ha especializado en la contradicción: llamarse algo sin serlo. «República» es, quizás, la palabra más sobrevalorada de nuestro tiempo.

La manoseada constitución ecuatoriana define a este país como una república, pero ¿vemos en el obrar político un mínimo respeto a los valores republicanos? Vivimos un sistema donde los liderazgos personalistas son la norma, no alternamos poderes sino caudillos y eslóganes electorales. Ecuador desgraciadamente no está solo. La República Bolivariana de Venezuela se aferra a su título con la misma desesperación con la que su clase política concentra el poder y sofoca la oposición. La República de Nicaragua se ha convertido en un laboratorio de autoritarismo con fachada electoral. La República Islámica de Irán es un régimen teocrático disfrazado de república. La República Popular de China mantiene una economía controlada por el Estado y un sistema de partido único, una negación directa de cualquier republicanismo real. Si usted señor lector es de izquierdas, no se asuste, siga adelante; la derecha también se disfraza de república; así por ejemplo Hungría es oficialmente una república parlamentaria, pero tras 25 años, bajo el liderazgo de Viktor Orbán y su partido Fidesz, ha evolucionado hacia un modelo de democracia iliberal que ha reformado la constitución para debilitar los pesos y contrapesos del sistema. La mayoría de los medios están controlados o alineados. Polonia no se queda atrás, bajo el liderazgo del partido Ley y Justicia (PiS) se han implementado reformas para debilitar la independencia de los jueces, se han impuesto restricciones a medios independientes y ONGs críticas del gobierno, se han promovido leyes que restringen el acceso al aborto y que persiguen a minorías. La República de Turquía bajo el régimen Erdoğan ha convertido el país en una autocracia de facto eliminando al parlamento y encarcelando a opositores. Aunque Rusia no se llama «república» en su nombre oficial, sí es parte de la República Federal de Rusia, y su sistema se basa en un modelo presidencialista. Sin embargo, bajo el liderazgo de Vladímir Putin, ha evolucionado hacia una dictadura electoral.

Tal vez el gran error conceptual que ha permitido esta deformación es confundir el término república con republicanismo. La república es una forma de gobierno y el republicanismo es un sistema de valores y principios que la sustentan. Llamar a un país «república» no lo convierte en republicano, del mismo modo que ponerle ruedas a una caja de cartón no la convierte en un automóvil. La gran mayoría de países que llevan el título de república han fracasado en mantener los principios del republicanismo:

El republicanismo no es una bandera que se ondea en discursos patrióticos, es un sistema que debe implementarse en la estructura política de un país. Y si queremos salvar lo que queda de nuestras repúblicas, debemos empezar por asumir que hoy, más que repúblicas, somos democracias de yeso, repúblicas nominales, pero feudos en la práctica (Ortiz Leroux, 2007).

Imagínate intentar jugar al fútbol en una cancha de básquet. 

Eso es exactamente lo que ha ocurrido con nuestras adolescentes repúblicas latinoamericanas: constituciones y estructuras diseñadas bajo el modelo republicano, pero partidos políticos insisten en llevarlas a los extremos del liberalismo salvaje o del socialismo estatista. El republicanismo no es solo otra de las tantas formas de llevar el gobierno, sino un marco institucional especialmente diseñado para evitar la dominación de facciones políticas sobre el interés común (Pettit, 1997).

Tal y como las reglas del fútbol promueven el juego en equipo en donde la organización del grupo supere a la agilidad de la estrella; el republicanismo es, en esencia, una estructura de equilibrios diseñada para que el poder no quede en manos de una sola persona o partido (Lovett, 2010). En nuestro país, la práctica política ignora esta esencia y ha convertido la competencia electoral en un juego de absolutos, intenta adaptar las reglas del básquet a la cancha de fútbol o viceversa: Cuando gana la izquierda, estatiza la economía y concentra el poder en el Ejecutivo y cuando vence la derecha, desmantela el Estado y aplica las insípidas recetas neoliberales. El resultado es el colapso de la institucionalidad republicana, porque el sistema político está diseñado para funcionar con equilibrios, no con giros radicales. Es que los estados republicanos no están pensado para surgir en la imposición de una única visión ideológica, por más potente, justa y loable que parezca, sino para convivir en un sistema que impida la concentración de poder, incluso a costa del surgimiento económico del Estado (estas últimas ocho palabras son de suma importancia).

Ningún partido político en la República del Ecuador ha comprendido la lógica del republicanismo: respetar las instituciones y la separación de poderes, pero lo que sí han logrado han convertir la política en un botín a ser conquistado en donde cada nuevo gobierno busca reescribir las reglas del juego, como si el ganador del mundial de Futbol tuviera el derecho de reformar las reglas. Ecuador ha tenido 20 constituciones en su historia republicana y se acerca la siguiente. En lugar de que la asamblea equilibre al Ejecutivo, actuando como un sistema de freno y contrapesos hemos tenido parlamentos cooptados por el oficialismo o en crisis de gobernabilidad permanente. Un sistema verdaderamente republicano no solo permite votar, que es lo único que hace el ecuatoriano, sino que fomenta la construcción de una ciudadanía activa, que fiscaliza y debate. Eso, aquí sencillamente no sucede. Cada nuevo gobierno llega con la misión de deshacer lo anterior que siempre fue malo y corrupto, nunca intenta construir sobre lo ya establecido. Esta incapacidad de mantener instituciones sólidas es uno de los factores que impide que América Latina desarrolle democracias republicanas maduras (Maynor, 2003).

El republicanismo no es una ideología rígida, sino una estructura de gobierno que permite la convivencia de distintas visiones políticas sin que una destruya a la otra. El problema no es que existan posturas de izquierda o derecha, de hecho, para el republicanismo, la diversidad es una necesidad, porque no se pertenece a ninguna, pero lo que sí hace es proveer de reglas claras, instituciones sólidas y asegurar la participación, para que ninguna domine completamente a la otra (Lovett, 2010).

Y con todo lo dicho, seguimos intentando jugar al fútbol en otra cancha, fundando partidos políticos que se esfuerzan en decir cómo debería ser el arco o la pelota de su propio deporte, dictando sus normas e imponiendo sus jugadores y los del equipo contrario, incluso hay algunos que buscan jugar el partido solos.

O comenzamos a jugar al fútbol con sus reglas, su cancha y su pelota, o seamos cualquier otra cosa menos la República del Ecuador.

Pedro González. Médico especialista en Endocrinología Reproductiva. Mgt en Filosofía 

Referencias

  • Lovett, F. (2010). A General Theory of Domination and Justice. London, Oxford University Press.
  • Maynor, J. (2003). Republicanism in the Modern World. https://philpapers.org/rec/MAYRIT.
  • Ortiz Leroux, S. (2007). República y republicanismo: Una Aproximación a Sus Itinerarios de Vuelo.” Argumentos (México, DF).
  • https://www.scielo.org.mx/scielo.php?pid=S0187-57952007000100001&script=sci_abstr act&tlng=en.
  • Pettit, P. (1997). Republicanism: A Theory of Freedom and Government. Oxford Politcal https://books.google.es/books?hl=es&lr=&id=ZLTmCwAAQBAJ&oi=fnd&pg=PR11&dq= Republicanism:+A+Theory+of+Freedom+and+Government&ots=7xKunff-hM&sig=-pdV sZKrWZ2AMrveLqUTHRbuZ0w.
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