¿La inutilidad de la filosofía?
Ibrahim
Desde los tiempos antiguos, la filosofía ha cumplido el rol de otorgar algo de luz a nuestra especie; y es que hemos estado condicionados -o condenados- por nuestra propia naturaleza a cumplir con la difícil tarea de pensar o tener una buena idea. Comprender el origen de las cosas nos ha llevado a uno de los más lamentables paradigmas humanos: “las cosas como son” frente a “las cosas como deberían ser”. Que desgastante se ha vuelto rodearse de las subjetividades despóticas ante los hechos que están fundamentados por la observación y la confianza en nuestros sentidos e intelectos.
Aquel que no decida exaltar el valor de la figura humana, como lo más cercano a un verdadero héroe, estaría condenado a cargar con la falta de credibilidad hacia su propia especie, algo que lamentablemente sucede con frecuencia. A partir de esto se vuelve muy complejo tratar de identificar qué variables le dan un valor único a la filosofía o por lo menos uno útil… Me declaro un entusiasta de la literatura romántica de Allan Poe, Víctor Hugo y Dumas. Incluso siendo categórico, pienso que la máxima expresión de intelecto humano se mide a través de lo romántico que este puede llegar a ser, esto en el sentido adecuado del término y no en la charlatanería de Hollywood, la cual cabe aclarar, disfruto sin la pretensión de sentirme un pseudo crítico de producciones independientes.
Estos autores siempre tuvieron en cuenta el ideal más noble y el único por el cual todo ser humano debería sacrificarse: la libertad. Pero: ¿qué es ser libre? Y ¿por qué buscamos ser libres? Cualquier forma de control o mecanismo de dominación se convierte en la primera idea por la cual estamos en la búsqueda de libertad. No obstante, la realidad objetiva es que no somos libres, sino que estamos condenados a nuestros contextos sociales, culturales y a la gran variedad de sesgos que hemos adquirido. Todo este cóctel circunstancial nos ha derivado al mayor de los conformismos simbióticos, llegando a auto condenar a todo lo que hace de nosotros seres admirables, nuestra propia naturaleza.
La irracionalidad se ha vuelto una plaga colectivista a la que los repelentes más fuertes, como nuestro sentido común, no han logrado erradicar. Bien es dicho que aquel valiente (o torpe), que desee arriesgarse por el más mínimo instante a negar la realidad, debe estar en la total disposición de asumir las consecuencias de ello.
Se ha vuelto lamentable ver como por causa de unos cuantos que desean negar los efectos prácticos de nuestro entorno, se han hecho una cantidad incuantificable de daños a terceros, interviniendo en sus vidas como si de un derecho se tratase. Los grandes filósofos trataron, a su particular manera, de luchar contra todo en lo que nos hemos convertido. El triunfo y la conquista de la naturaleza y sus misterios era el más anhelado premio. Todo lo contrario a lo que estamos viviendo en esta etapa de la existencia, donde el hombre busca la conquista de sus semejantes mediante disparates y una cultura de persecución abrumadora.
Jean-Paul Sartre había dicho que “la libertad es una condena”, sin embargo, yo la sigo buscando todos los días en la gratificante rutina. He llegado a considerar que esto no es más que una condición de casi de inmolación, ya que, al tomar una decisión, por más mínima que esta sea, se necesita de una cosmovisión, la cual en muchas ocasiones puede fallar y derrumbar nuestro frágil ego.
Lo predecible sería llegar a la conclusión de que la filosofía no es más que un ocioso juego mental para aquellos que hemos tenido el tiempo y la situación idónea como para darnos el gusto de creer que filosofamos, pero, sería irracional de mi parte considerar que es totalmente inútil. En cambio, nosotros le hemos fallado a la filosofía y ahora ella debe coexistir en uno de los mayores estados de decadencia nunca jamás vistos.
Como añadidura, ahora resulta que las grandes mentes han sido reemplazadas por sus propias invenciones o canceladas por las grandes agendas. Pocos serán aquellos que bajo su visión individual logren liberarse de las grandes tragedias de la humanidad…
Todos los que lo hagan tendrán que pagar las consecuencias de su naturaleza humana; se equivocarán, fracasarán y padecerán frente al perfecto ingenio de los nuevos intelectuales y deidades. Serán humillados, censurados, reemplazados y esclavizados. Pero al finalizar esta odisea podrán experimentar el verdadero gozo, aquel que solo el individuo puede disfrutar y que nunca se le podrá ser arrebatado… El haber podido pensar en libertad.
Para esto, los filósofos y los librepensadores tendrán una responsabilidad que les fue atribuida sin su consentimiento. Ellos se pondrán este mundo en sus hombros. Concluyo así con la certeza de que la filosofía es inútil solo para aquellos que se encuentran conformes con “las cosas como son” y no tratan de buscar a “las cosas como deberían ser”.