La pedagogía de la sobremesa
Paulo Freire Valdiviezo.
Aunque estoy convencido de la importancia de la formación académica, creo que los espacios mundanos y terrenales nos regalan varias de las cosas que nos permiten ser más sensibles frente a la realidad
Mi trabajo teórico está anclado a la educación, a sus procesos, a las divagaciones epistemológicas del currículo, de los proceso de enseñanza, de la escuela, de la pedagogía y los fenómenos que se encierra en sus aulas, en sus pasillos; pero hoy, me he puesto a pensar en espacios cotidianos del aprendizaje, en esos espacios en los que da la sensación que aprendemos mucho más, o no sé si mucho más, pero al menos, entendemos cosas que nos quedan para el resto de la vida, cosas de las que no nos olvidamos y que seguimos transmitiendo a otras generaciones.
No sé si estoy melancólico y estoy utilizando este texto para hacer catarsis, para buscar una trinchera de paz y seguridad, pero hoy he recordado a mis viejos, a mis abuelos, a mis tías, quienes me han enseñado lo poco que sé de la vida. Aunque estoy convencido de la importancia de la formación académica, creo que los espacios mundanos y terrenales nos regalan varias de las cosas que nos permiten ser más sensibles frente a la realidad, a pensar un poco menos en la individualidad y a entender la importancia de lo colectivo y comunitario.
Recuerdo las frías tardes en el campo, la casa de adobe de mis abuelos, esa casa sin luz eléctrica, pero con más luz que cualquier otra casa. Recuerdo la cocina, una mesa de madera gigante en la que entrábamos todos los primos y primas, en las que nos sentábamos a hacer chumales o empanadas y escuchábamos a “los mayores” hablar durante horas del trabajo, la política, el país que soñaban, o simplemente, hablar de pasillos, del tango, de alguna anécdota o del último partido del cuenquita.
Los recuerdos se llenan de olores, de sabores, de imágenes en sepia, pero nítidas, al fin y al cabo. De la elaboración pasábamos a la degustación, momento agradable, rápido, religioso, para luego pasar al momento pedagógico por excelencia, la sobremesa. Ahí continuaban las conversaciones de historia, escuché por primera vez las palabras exilio y militancia y, mientras las velas se consumían, mi viejo sacaba la guitarra y cantaba “Nunca que me quieran, a nadie pedí, o que me recuerden no lo sé decir, pero ya no puedo, te voy a pedir, no te alejes de mí nunca más” mientras mi abuelo servía agua de canela para nosotros y canelazo “para los mayores”.
Era la sobremesa ese espacio en el que sin saberlo nos estaban educando, nos estaban contando las historias de un mundo que no conocimos, pero que era necesario conocerlo, porque, como decía mi tío “solo el que conoce su historia es capaz de construir un futuro mejor”. Eran esos espacios en los que conocimos que existen cantores y cantoras latinoamericanos, escritores y escritoras hijos de las montañas que nos cubrían, en esos espacios entendimos la importancia del abrigo y la familia, ojo que no hablo de la familia “tradicional”, hablo de ese grupo extendido y grande que componen abuelos, abuelas, tíos y tías, primos y primas, cuñadas, cuñados y hasta vecinos.
No sé si en ese preciso instante entendía todo lo que pasaba, a lo mejor lo fui comprendiendo con el tiempo, pero sin esos momentos, me hubiese sido imposible sentir lo que vivimos hoy de la forma en la que lo siento, pensar en lo que nos jugamos cada día, en lo que perdemos y ganamos con cada decisión. Por eso es fundamental que estos, los espacios mundanos entre familia o amigos no desaparezcan, esos espacios como la sobremesa que tiene un profundo sentido pedagógico, en el que se transmiten valores, sentidos, sentires, y que son capaces de darnos la clave para hacer del mundo un lugar menos siniestro.
Paulo Freire Valdiviezo (Cuenca – Ecuador)
Docente investigador universitario.
Imagen tomada de yoinfluyo.com y modificada digitalmente