La religión del arte y una banana pegada a la pared
Por: Manuel Chusig
La obra de arte del italiano Maurizio Cattelan, ilustra perfectamente este dilema: ¿la banana pegada con cinta adhesiva a la pared es una muestra de su genio artístico o de la banalidad absoluta de las artes plásticas contemporáneas?
La oposición entre religión y arte se acentuó, en Occidente, en el siglo XIX. Pese a la dimensión religiosa que ha caracterizado a toda belleza, la apatía teológica decimonónica quiso eliminar a Dios del horizonte de todo lo humano. En este contexto desencantado -según lo observó Nietzsche- el arte levantó la cabeza que la religión había agachado. Al mismo tiempo, el ennoblecimiento de lo estético, la profanación del arte conducía a la pérdida de su significación más profunda; no por nada Hölderlin se preguntaba la necesidad del poeta en tiempos de penuria, es decir, en tiempos privados de dios, en tiempos sin fundamento. Tan pobre es esta época -dice Heidegger- que ni siquiera es capaz de sentir la falta de dios como una falta.
La religión del arte -el culto al arte sobre el que reflexionaba Valéry- cree en el artista como creador, que parte de la nada y hace un mundo, que busca la eternidad no en lo trascendente sino en lo inmanente. Así, la experiencia estética -un rapto de plenitud vital liberadora, si se tienen las condiciones- hace posible escapar a la temporalidad, alcanzar un totum simul. Ser artista no es un oficio o una profesión sino un destino, cuyo incumplimiento sería -en un sentido metafísico- una tragedia. Por este motivo no es extraña la romantización del artista que lo deja todo para volcarse sobre su misión. El caso de Gauguin, que se recluyó en Martinica, una isla del Pacífico, abandonando a su esposa, sus hijos y, cómo no, su empleo, para entregarse a su labor estética, es el símbolo del artista del XIX. ¿Quién podría culparlo si su misión, sin duda, era más alta?
Recuerdo esta particularidad en la historia de la filosofía del arte porque quizá ayude a comprender por qué hoy, con un siglo de por medio, seguimos esperando del artista mucho más que la expresión de sus ideas y sentimientos, parecería que esperamos que nos descifre el mundo, que nos salve y si el artista no es, en términos nietzscheanos, un contemporáneo de su tiempo sino tan solo su producto, pierde su razón de ser. Comediante (2019), la obra de arte del italiano Maurizio Cattelan, ilustra perfectamente este dilema: ¿la banana pegada con cinta adhesiva a la pared es una muestra de su genio artístico o de la banalidad absoluta de las artes plásticas contemporáneas?
Ciertamente, ese fervor por la religión del arte tuvo su expresión también en el surrealismo de las primeras décadas del siglo XX y luego empezó a perder peso, a perder adeptos. El pop art, el neo dadaísmo se quedó con los procedimientos estéticos, pero ya sin esas pretensiones metafísicas, todo lo contrario, más bien pretendían la evasión, la huida, ya sin apuntar a lo universal sino al subconsciente personal. Sin embargo, esto no quiere decir que el arte contemporáneo pueda ser leído de forma dicotómica, nada más anticuado y conservador que pensarlo linealmente. La intención del artista es secundaria; poco interesa si Cattelan buscaba solo burlarse de la industria por medio del arte irónico que lo ha caracterizado. Nuestra experiencia estética, como observadores o participantes es mucho más rica y quizá sí podemos tener una vivencia estética -sin el asombro, el pasmo, el arrebato y el rapto que antes se esperaba- de una intensidad o profundidad especial que ya no depende del artista, ni de dios.
Manuel Chusig. Filósofo del siglo XVIII, usurpador de la razón reservada a los ilustrados. Practiqué durante mucho tiempo el arte de esconderme y utilicé un nombre que no era el mío que, irónicamente, me procuró el reconocimiento público. Hoy ya no juego con espejos, soy hijo de Luis Chusig y Catalina Aldaz, un indio cantero de Cajamarca y una mulata; tampoco pretendo que me quieran o admiren pues también soy hijo de la contradicción y lo imperfecto.
Imagen tomada de la obra de Maurizio Cattelan e intervenida digitalmente.