La resistencia de la nostalgia en la poesía del Jorgenrique – Alicia Martínez
“Recién nacer o seguir resucitando” ¿es esto una pregunta para tomar partido ante la existencia? ¿es la confesión de la tragedia y comedia con la que el ciclo del amor nos encuentra, nos abandona, nos olvida para luego ponerse en otros labios, brazos, pechos y piernas?
Sin temor a equivocarse, la forma en la que tratamos a un/a autor/a rompe cualquier equidistancia posible. No estableceremos una relación, en las mismas condiciones, con “El Gabo” que con García Márquez; ni las Simones serán lo mismo que Weil o Beauvoir. A riesgo de cierto filática actitud, la relación estético-afectiva es diferente si hablamos del Flaco y Charly que de Spinetta y García. Lo cierto es que aquellos autores/as por decisión, casualidad o destino han sido bajados del púlpito de la sacralidad del genio y adquieren una virtud, probablemente, más mundana: la cercanía.
De esos autores que, generosamente se entregan a la proximidad, en el país existe -sin estadística ni dato que certifique- uno que destaca: “El Jorgenrique”. Su caso es, en extremo particular. No solamente nos permite romper la distancia con el gigante de Adoum. Además, rompe incluso la más pequeña -y grande- diferencia nominativa, al eliminar el carácter “espacio” entre sus dos nombres, creando una proximidad con el autor y a la vez con un seudónimo (in)voluntario. Y, para más vínculo, una hermosa deformación de la lengua castellana de nuestra condición andina a ese Jorgenrique le anteponemos un “el”, de forma que el poeta ha terminado convertido en un ser tan próximo como un amigo del barrio, el tío que malcría y, en su caso, el inseparable escritor de la resistencia de la nostalgia.
Hasta acá, vale recalcar, todo es una fábula que me he creado para justificar la extraña proximidad de leerle a “el Jorgenrique” (Adoum, 2009)en modo poético y encontrar una profunda virtud filosófica que se va tejiendo en un juego casi anarquista –casicadáver[1]– de romper cualquier límite de la formalidad del lenguaje, cualquier pretensión de corrección gramática, rompiendo cualquier frontera del reglón perfectamente enfilado en la rectilínea disposición del rectángulo blanco, puro, ¿sagrado? del papel.
El Jorgenrique, hijo de su tiempo; su poesía, hija de su posición ante la vida; obra y artista no se avergüenzan de sentir el amor, la política y el amor a la política y no se vende a exuberancia del panfleto, logrando despertar la sensualidad de la ideología como forma de querer a la piel más próxima y a la causa más justa. Poeta y poema, usan la palabra “contra la costumbre / que es más peor que nuestros dictadores”[2]. Nos sumergen en un mar donde lo “insólito cotidiano”[3] resiste ante las pretensiones parcelarias de mandar la poética, la política o la ética por cuerdas separadas, para evidenciar el nudo que llamamos existencia.
Si tendríamos que catalogar, bajo las categorías gramscianas, el Jorgenrique sería un intelectual orgánico, militante de una nostalgia cargada de futuro y su poesía; bien sería, una intención contrahegemónica que parte por derribar las nociones del tiempo como tres estadios incomunicados (pasado, presente, futuro) y sabe revivir al pasado en el preciso tiempo en el que la revolución se plasma en su poética, benjaminianamente sería poesía a contrapelo que se juega por aquellos que “al igual que los pájaros hoy ignoran si fue de ayer o de anteayer el pan que no les dieron”[4].
La poesía dialéctica del Jorgenrique, es de esas que sí se proponen mostrar desnudas las ganas y las intenciones, pero que no se deja seducir por lo panfletario ni lo profético. El Jorgenrique es un marxista que poetiza el pensamiento del viejo Marx. Se burla de la noticia de que “queda prohibida la lucha de clases ha dicho el presidente”[5] con la misma convicción que sufre la distancia de quien ama o de la muerte que acechaba sobre la rebeldía de sus tiempos y que pesó, para confirmación del materialismo histórico, sobre muchos que, a pesar de todo, “sabemos que la historia no puede terminar antes de que regrese el hombre nuevo”[6] y que para dolor de cabeza del poder dejó en el mundo de los vivos aún vestigios de humanidad en la esperanza de “poder seguir esperando lo que viene”[7].
“Recién nacer o seguir resucitando”[8] ¿es esto una pregunta para tomar partido ante la existencia? ¿es la confesión de la tragedia y comedia con la que el ciclo del amor nos encuentra, nos abandona, nos olvida para luego ponerse en otros labios, brazos, pechos y piernas? ¿O es, acaso, la historia de una patria que se ha debatido incesante, innecesaria, infructuosamente sobre su fecha de nacimiento?
En su cercanía poética y distancia histórica, el Jorgenrique hace de la calle una tribuna para advertir que “después de añísimos de quizases talveces ojalases / no quedan sino porqués nuncamases y tampoco” y que lo mismo que la Tesis XI era para los filósofos, los poetas no solo debían interpretar el mundo sino escribir para transformarlo.
¿A la filosofía, a la poesía, a la humanidad, le queda tiempo para cambiar la historia?
Pudiera ser que
Tal vez
Ojalá
Quien sabe[9]
¿o sea que pudimos seguir sobrando 15 años en un mundo en el que no estaba él[10]? Seguramente porque hoy se ha vuelto consigna: SE PROHIBE MORIR[11]… sin haber hecho el intento.
Alicia Martínez.
Referencias
- Adoum, J. E. (2009). El tiempo y las palabras . Quito: Libresa.
[1] Poema Prohibido fijar carteles. El tiempo y las palabras. P. 152.
[2] Poema Pasadología. El tiempo y las palabras. P. 191.
[3] Poema Lo insólito cotidiano. El tiempo y las palabras. P. 193.
[4] Ibíd 194.
[5] Poema Prohibido fijar carteles. El tiempo y las palabras. P. 154.
[6] Poema Che: Fugacidad de su muerte. El tiempo y las palabras. P. 265.
[7] Ibíd 265.
[8] Poema El desenterrado. El tiempo y las palabras. P. 61.
[9] Poema Lo insólito cotidiano. El tiempo y las palabras. P. 193.
[10] Poema Lo insólito cotidiano. El tiempo y las palabras. P. 194.
[11] Poema Prohibido fijar carteles. El tiempo y las palabras. P. 154.