Lo de habitar con los robots y los cyborgs
Por: Lucía López
Es preciso reconocer que, hasta cierto punto, hemos fallado como seres humanos; que aquello en lo que nos quisiéramos convertir, no es más que un aglomerado de las necesidades a las que nuestro sentimiento de codicia ilimitado nos ha conducido.
¿Cuándo habríamos imaginado los avances que nos ha permitido la ciencia actual? ¿De qué forma estos avances modifican nuestras formas de convivencia, deslegitimándonos como humanos -a pesar de que no se sabe en qué sentido lo somos ya en estos tiempos-? Nuestro presente, en el que acontece un salto a la realidad de la convivencia con la teoría del Cyborg nos motiva a proponer y reflexionar acerca de las condiciones enfocadas en el incremento de los robots en la convivencia entre los seres humanos.
Desde la perspectiva de la convivencia con los robots, los avances tecnológicos nos han aproximado a transformaciones a través de las cuales, las circunstancias vitales y existenciales que nos atraviesan se trasladan a las posibilidades de imaginar un estilo de vida en la cual, los seres humanos pretendemos brindar una dimensión más real de la existencia, a tecnologías que hasta hace poco las sentíamos como inerte. Sin duda alguna, lo que se escribe resulta una de las más dolorosas constataciones respecto a las nuevas condiciones sociológicas y los desafíos de los consensos que cada vez son más extraños a nuestra naturaleza.
Mientras habitamos en el límite de las condiciones sociales, las verdaderas necesidades de los seres humanos, se han convertido en una situación indispensable para la vida en la medida en que hemos alcanzado la cúspide de la comunicación digital. Antagónicamente, las circunstancias naturales de la convivencia no se encuentran estableciendo los parámetros de la existencia; las relaciones sociales ya no comparten ninguna similitud con aquellas cualidades que nos han caracterizado a los humanos en un sentido de especie desde la complejidad de nuestra conformación biológica y social.
Entonces, es pertinente recordar lo que afirma Rego, et. al., (2012):
Los humanos construyen su propio cerebro, aunque no sean conscientes de ello y, de hecho, en la gran mayoría de los casos no lo son. El humano es a la vez el sujeto, el autor y el resultado de la permanente construcción biológica de su cerebro y de sus consiguientes procesos mentales (p. 217).
Es preciso reconocer que, hasta cierto punto, hemos fallado como seres humanos; que aquello en lo que nos quisiéramos convertir, no es más que un aglomerado de las necesidades a las que nuestro sentimiento de codicia ilimitado nos ha conducido. Las necesidades que hemos creado no son más que nuestra predisposición actual para desentendernos de la espiritualidad.
El desarrollo de la espiritualidad es lo que tendría que permitirnos encausar la satisfacción de necesidades humanas para cumplir con la consigna de mejorar cada día; pero sin caer en las nuevas tendencias espirituales de la religiosidad en la que las posibilidades de crear -o recrear- situaciones que nos evoquen a esa espiritualidad están mediadas por armar una plataforma o crear una tarima para ejecutarlo.
Entonces: ¿qué es lo que nos corresponde realizar ante esta realidad? ¿cómo procesar toda la información que continuamente ingresa a nuestro cerebro y que nos ha creado esa sensación de confusión permanente? Todo esto como resultado de una búsqueda incesante de un camino a la verdad y a los inalcanzables instantes que ponen a prueba nuestra capacidad de adaptación a lo que se ha consolidado como un mundo al cual ya no pertenecemos realmente. Hoy, el desafío es responder a uno de los instantes más próximos a la que será una de las crisis de valores más profundas de la historia y lo que inclusive, a través del arte contemporáneo se planteó desde Sterlac y Orlan, la denominada obsolescencia del cuerpo humano (Rego, et. al., 2012).
Debemos cuestionar el hecho de habitar acompañados por un robot en cada espacio de nuestra existencia, reconociendo que jamás hubiésemos imaginado alcanzar el estado de la desaparición de las conductas que nos desagradan a partir del reemplazo de los seres humanos por los robots que actualmente ya están programados para gestionar las emociones y canalizarlas más eficazmente que los seres humanos.
Pero, ¿para qué y por qué intentar mejorar como especie a partir de la innovación tecnológica? Nuestras circunstancias y los conflictos de la vida cotidiana nos convierten en una especie depredadora de nosotros mismos; buscamos aniquilar lo que nos desagrada porque no somos capaces de demostrarnos que las nuevas capacidades de los robots nos sobrepasan. A pesar de ello, es esperanzador el hecho histórico de que estas capacidades de los robots fueron programadas por seres humanos.
Por último, las nuevas maneras de convivencia con cyborgs y robots merecen especial atención en tanto que también han condicionado un proceso de individualización que reconfigura la comunidad original progresivamente.
Lucía López.
Referencias
- Rego, J. Mestres, F. (2012). La convivencia con los cyborgs y los robots: Consideraciones ético-morales y sociopolíticas. Universidad de Barcelona, España.
Imagen tomada de linkedin.com e intervenida digitalmente.