Modernidad y Colonialidad: dos caras de la misma identidad. Aproximaciones desde Dussel – Marco Ambrosi de la Cadena
América es una “invención” colonial y moderna que inició con el mal llamando “encuentro de los dos mundos” en 1492, que no es más que un “mito eufemístico” para reelaborar la conquista y la consecuente destrucción de las diversas culturas que habitaban las denominadas Indias
Cumplido ya el primer aniversario de la muerte de Enrique Dussel, recurrimos a su vasto y excepcional pensamiento para discutir la –siempre vigente y relevante –relación entre modernidad y colonialidad. Es importante iniciar señalando que, colonialidad y modernidad son dos proyectos inacabados, mejor dicho, frustrados, no solo en América Latina, pero, especialmente, en América Latina.
Por una parte, la colonia fue el anhelo imperial por imponer un régimen centralizado, jerarquizado, patriarcalizado, racializado, cristianizado, etc.; una iniciativa que nunca se logró a cabalidad a causa de las resistencias y agencias indígenas, así como, de las propias incapacidades de las monarquías. Por otra parte, la Modernidad no fue una más que una promesa incumplida, la oferta de un “mundo mejor” para todos guiado por la razón, la técnica, la libertad, la igualdad; cuando en realidad fue la concreción del “mejor mundo” para unos pocos.
En ese sentido, buscamos definir a la modernidad y a la colonialidad como dos caras de una misma identidad; porque comparten una génesis común, un deseo primigenio: la acumulación originaria. Por ello, es necesario recalcar que pensamos al deseo – en términos de Deleuze y Guattari (2004a, 2004b) – como producción, es decir, como una fuerza que agencia “máquinas deseantes” (sean estas artefactos, instituciones, o personas) al interno de un rizoma de cualquier tipo (social, literario, tecnológico, etc.). Asimismo, entendemos por acumulación originaria aquel proceso histórico violento que inició con la expansión colonial más allá de los confines europeos que, fundamentado en una sobreexplotación y la apropiación, permitió el desarrollo del capitalismo a una escala global; proceso que, además, continua reproduciéndose con los mismos medios del periodo colonial (Dussel, 1995, 1999; Federici, 2016; Quijano, 2007).
De esta forma, interpretamos la ‘acumulación originaria’ a la noción de “acumulación primitiva” entendida como la etapa previa al capitalismo, escrita “en letras de sangre y fuego” con el saqueo de América, el mercado de esclavos, y la explotación indígena (Marx, [1867] 1990, p. 915). La acumulación originaria no terminó con la consolidación del capitalismo como modo de producción hegemónico, ya que constituye parte esencial de sus medios de producción y siempre en condiciones más agudas para la mayoría del planeta.
América: una invención moderna y colonial
Ahora bien, América es una “invención” colonial y moderna que inició con el mal llamando “encuentro de los dos mundos” en 1492, que no es más que un “mito eufemístico” para reelaborar la conquista y la consecuente destrucción de las diversas culturas que habitaban las denominadas Indias (Dussel, 1995). Precisamente, la ‘equivocación’ geográfica de Colón – de haber llegado a las Indias – es un momento fundacional para América, porque no comprometía en lo más mínimo la verdadera misión de las carabelas, esto es, la expansión de rutas mercantiles y de la influencia imperial de la recientemente ‘unificada’ España.
La invención de América no se limitó a los viajes de Colón; al trazado de mapas por Américo Vespucio; a la creación de virreinatos, a la sobre codificación de Tainos, Aztecas, Mayas, Incas y de todos los pueblos del Abya-Yala como “indios”. La invención continua con la exploración de pozos petroleros, diseño de concesiones mineras, definición de reservas de la biósfera, etc., todo esto en beneficio de la acumulación originaria.
Entonces, América Latina es todavía inventada/imaginada, es todavía ese ‘otro’ a ser colonizado, modernizado, desarrollado, apoyado. Pero, como afirma Dussel (1995), la creación del ‘otro’ implica la reducción de este a lo ‘mismo’ que, para nuestro caso, estuvo representado por los valores y deseos de la conquista. El otro se incluye en lo mismo. América es inserta en la colonialidad y la modernidad que son lo mismo: acumulación originaria.
Con esto vale aclarar que no pretendemos esbozar un discurso victimista, todo lo contrario, queremos afirmar que América, Europa, Asia, África, Oceanía, y todas las naciones del globo resultan del ‘mismo’ deseo, aunque con roles distintos.
Por ejemplo, como acertadamente afirma Dussel (1999) durante la conquista y primera colonización del ‘Nuevo Mundo’ los Reinos de Castilla y Aragón ocuparon la “centralidad global” hasta 1610 con la liberación de Flandes y la futura consolidación de otras naciones como Países Bajos, Francia, e Inglaterra. Así, desde 1492, podemos hablar por primera vez de una verdadera “Historia Global”, en la cual, Europa se (auto)colocó en el centro planetario con el proyecto de la modernidad, sustentado en la colonialidad y la acumulación originaria.
Como sabemos para Dussel (2000) la modernidad tiene un doble concepto: primero, una noción intra-europea que define la modernidad como un fenómeno derivado del propio desarrollo histórico, racional y productivo del viejo continente, el llamado momento de dejar atrás “la minoría de edad”. Segundo, una definición de modernidad como un proceso global a consecuencia de la colonización y su acumulación originaria que permitieron, a su vez, la consolidación europea en el escenario mundial. En este contexto, Europa también fue producto de una invención ideológica, por parte del romanticismo alemán del siglo XVIII, que la imaginó como heredera de una tradición imperial e intelectual de occidente; olvidando que en la mitología antigua Europa es hija de fenicios y no de una “diacronía unilineal” Grecia-Roma-Europa (Dussel, 2000, p. 24).
Retornando a América, y si la pensamos con la forma de un rizoma y sus múltiples líneas, podemos explicar la colonialidad no como la imposición de la linealidad a un mundo no lineal (por ejemplo, las culturas indígenas), sino como la imposición de un tipo de línea a otro (Ingold, 2007). Mientras los pueblos indígenas pueden ser caracterizados por una diversidad cultural – una multiplicidad compleja de líneas, la colonización fue el emplazamiento forzoso de una línea vertical y centralizada dirigida al monarca o al pontífice, quienes, en realidad, no eran más que una imagen del deseo esquizofrénico por la acumulación, el verdadero centro.
Del mismo modo, la modernidad intentó conducir la sociedad con una línea parabólica ascendente, apuntando a la infinitud de la razón y la técnica; procurando esconder así la verdadera imagen de su deseo, un mayor desarrollo de las fuerzas productivas y, por ende, de la acumulación originaria misma. Por eso, la centralidad global e histórica de la que nos habla Dussel no se refiere, exclusivamente, a la Europa capitalista o al rey católico, sino, principalmente, al capital colonial y moderno.
Tanto la modernidad como la colonialidad simbolizan un continuo esfuerzo por imponer un modelo único, una estructura pensada por y para el capital. Tomando las palabras de Castro-Gómez (2005) ambos proyectos representan una “hybris del punto”, esto es, la intención de colocar la cosmovisión y la ciencia europeas como el “locus epistémico” definitivo capaz de conocer y explicar todo con objetividad y universalidad, prescindiendo de cualquier otro locus de enunciación. Así como la colonización europea procuró implantar una política de la “tabula rasa” para eliminar los saberes e identidades ancestrales (Dussel, 1995), la modernidad aplicó la misma estrategia con aquellos aspectos que consideró atrasados, premodernos, u obstáculos del desarrollo técnico-racional.
Cuando afirmamos que colonialidad y modernidad son dos caras de una misma identidad, pretendemos enfatizar que entre ellas existe continuidad, complementariedad, y necesidad. Normalmente, la modernidad viene identificada con la técnica y la tecnología; sin embargo, la colonización también introdujo a nivel global nuevas máquinas y tecnología que modificaron dramáticamente cada aspecto de la vida cotidiana, conditio sine qua non de la modernidad y el naciente capitalismo (Dussel, 1995, 1999, 2000). Como afirma Andrea Tagliapietra (2018) la conquista del Nuevo Mundo fue la historia de una carnicería, en la cual, los europea se llevaron la mejor parte gracias a las máquinas, técnicas, artillería, arcabuces, y caballos.
En este punto, podemos decir que esta continuidad entre colonialidad y modernidad nos permite señalar una diferencia entre ellas. La modernidad soñaba superar a través de la razón, la técnica y la ciencia, los límites que imponían las monarquías coloniales a la libertad individual y a la circulación de mercancías con sus instituciones ineficaces y altamente burocráticas. En otras palabras, la modernidad implicaba el desarrollo de un mercado global más allá de los estamentos imperiales que representaban un obstáculo para la acumulación ad infinitum. Sin embargo, esta discrepancia no significa una diferencia esencial ya que, efectivamente, la colonialidad requería inicialmente de las monarquías – como un medio para su fin último, pero esta no se limita a la figura del monarca, porque colonialidad significa la sujeción, formal, objetiva y (agreguemos) subjetiva de la mayoría del globo en servicio de la acumulación en manos de pocos.
Modernidad y colonialidad: un mito común
En esta última sección quisiéramos analizar porqué modernidad y colonialidad son proyectos inconclusos y, en ese sentido, conforman mitos que marcan la identidad latinoamericana y también la europea, e incluso aquella global. Primero, recordemos que el eurocentrismo para Dussel (2000) resulta de una “confusión” entre la “universalidad abstracta” y la “mundialidad concreta” que ha sido hegemonizada por Europa y colocada en el centro de la historia. Así, la personificación por antonomasia de dicha confusión es el “ego cogito”, cuyos antecedentes no son únicamente la duda metódica cartesiana o el renacimiento humanista. El ego moderno es resultado del “ego conquiro” entendido como una subjetividad violenta que impuso a los pueblos indígenas – y en general a todo aquel colonizado – su “voluntad-de-poder”; un ego que buscó asumir al ‘otro’ como lo ‘mismo’, obligándolo a incorporarse en su totalidad dominadora como una cosa (Dussel, 2012). Por ello, durante el “encuentro de los mundos” que inició en 1492 no existió un diálogo o interacción cultural, sino el intento violento de instaurar un monólogo autocentrado y autorreferencial.
Un mono-discurso que ideó la modernidad como un proyecto para dejar atrás la inmadurez europea y la sujeción del mundo a la irracionalidad, empero terminó por crear un proceso irracional de violencia. De esta forma, surge el “mito de la modernidad” que autoproclamará la razón europea – incluyendo su deseo principal – como superior, con la obligación y deber moral de civilizar, incluso a la fuerza de ser necesario, a los pueblos atrasados del mundo, quienes son acusados de ser culpables por no querer superar su estado de inferioridad. En nombre del progreso, la desaparición o sobrecodificación de culturas, pueblos, y del planeta mismo, son el precio por pagar o mejor dicho el sacrifico salvador. La narrativa del mito moderno termina por negar al “otro” – tal como hace la colonialidad – y reducirlo a su razón y técnica (a lo mismo); por ello, la redención moderna de los pueblos no consiste en otro que aceptar la minoría de edad y la vía del progreso ad infinitum. Sin embargo, dicho mito en América Latino conllevó que los pueblos conquistados se constituyan como un “no-ego”, como “materia” del ego moderno: el «cubierto» ha sido «des-cubierto»: ego cogito cogitatum, europeizado, pero inmediatamente «en-cubierto» como ‘otro’ y constituido como lo ‘mismo’ (Dussel, 2012). Por eso, la modernidad en América Latina está determinada por relaciones de poder asimétricas, condiciones de dominación y explotación colonial, producto de una imposición constitutiva que no disfrutó de los “encantos de la razón pura” ni el desarrollo “cualitativamente ascendente”, sino “cualitativamente atrofiado y heterogéneo” (León Pesántez, 2013).
Como mencionamos previamente, la colonialidad igualmente constituye un proyecto inconcluso. En ese sentido, ¿es posible hablar también de un ‘mito de la colonialidad’? Para Europa el proyecto imperial se pensó como la conquista de amplios territorios globales bajo el yugo de los monarcas en un inicio y, después, bajo el influjo de las repúblicas burguesas. Pero, en realidad la colonialidad no ha hecho más que abrir el camino para el capital global que busca siempre nuevos territorios, formas de explotación y acumulación, subjetividades para el consumo, y una mayor acumulación. Un proceso que ha sumido a la propia Europa en una crisis estructural y bajo el dominio del capital transnacional. En este mito, entonces, monarcas, repúblicas, estados e instituciones supranacionales no son más que marionetas del capital ventrílocuo.
Conclusión
Para finalizar es importante recordar que Dussel planteó que la superación de la modernidad incluye aceptar el mito de la modernidad y “descubrir” que el “otro” negado y victimado es inocente, afirmando su alteridad como “identidad de la exterioridad”. Solo así, es posible pensar en una “trans-modernidad” como un proyecto de liberación desde la alteridad, no negando la razón per se, sino negando la razón violenta eurocéntrica.
En este contexto, debemos continuar discutiendo la “de-colonialidad” entendida como una disputa por el sentido de la realidad, por la conformación de las subjetividades, por la definición de las identidades; como la posibilidad de pensar en alternativas a la acumulación y explotación; como la afirmación de las diversidades y varios mundos posibles. Asimismo, es comprender que la colonialidad atañe no solo al ‘otro’ sino también a lo ‘mismo’, caso contrario, la crisis civilizatoria terminará por reducir al ‘otro’ y a lo ‘mismo’ a un ‘no-mundo’.
Porque modernidad y colonialidad son dos caras de una misma identidad; una identidad violenta, individualista e inviable.
Referencias
- Castro-Gómez, S. (2005). La hybris del punto cero: Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816). Pontificia Universidad Javeriana.
- Deleuze, G., & Guattari, F. (2004a). El Anti edipo: Capitalismo y esquizofrenia. Paidós.
- Deleuze, G., & Guattari, F. (2004b). Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia. Pre-Textos.
- Dussel, E. (1995). The Invention of the Americas. Eclipse of “the Other” and the Myth of Modernity (M. D. Barber, Trad.). Continuum.
- Dussel, E. (1999). Más allá del eurocentrismo: El sistema-mundo y los límites de la modernidad. En S. Castro-Gómez, O. Guardiola Rivera, & C. Millán de Benavides (Eds.), Pensar (en) los intersticios. Teoría y práctica de la crítica poscolonial (pp. 147–161). Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar.
- Dussel, E. (2000). Europa, modernidad y eurocentrismo. En La colonialidad del saber: Eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas (pp. 24–33). Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales-CLACSO.
- Dussel, E. (2012). 1942 El encubrimiento del otro (Hacia el origen del “mito de la Modernidad”). Editorial Docencia.
- Federici, S. (2016). Calibán y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva (V. Hendel & L. Touza, Trads.). Editorial Abya-Yala. https://books.google.com.ec/books?id=9oYFkAEACAAJ
- Ingold, T. (2007). Lines, a brief history. Taylor and Francis Group.
- León Pesántez, C. (2013). El color de la razón. Pensamiento crítico en las Américas. Corporación Editora Nacional.
- Marx, K. (1990). Capital. A Critique of Political Economy: Vol. Volume One (B. Fowkes, Trad.). Penguin Books.
- Quijano, A. (2007). Colonialidad del poder y clasificación social. En S. Castro-Gómez & R. Grosfoguel (Eds.), El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global (pp. 93–126). Siglo del Hombre Editores.
- Tagliapietra, A. (2018). Cartografia intellettuale dell’Europa la migrazione dello spirito. Libro dello Studio. Vol I. Mimesis Edizioni.
Fotografía: Daniela Samaniego @danielasamaniegor