¿Puede un hombre ser feminista?
Por: Doménica Galarza Poveda
¿Por qué seguimos empeñándonos en incluir a los hombres en una lucha que no les corresponde?
La pregunta acerca de si los hombres pueden ser feministas, ha sido un tema de debate dentro de las teorías feministas contemporáneas. En la sociedad actual, donde el patriarcado se entrelaza con el capitalismo y otras varias formas de opresión, es importante poder examinar si aquellos que se benefician constantemente de estas estructuras de poder pueden realmente ser parte activa dentro de una lucha que esencialmente desafía los privilegios de los que gozan profundamente.
Sin embargo, esta pregunta ya ha sido analizada por múltiples teóricas feministas de la izquierda, como por ejemplo Silvia Federici, Nancy Fraser y Alexandra Kollontai, quienes aportaron opiniones críticas sobre cuál podría ser el rol de los hombres dentro del feminismo. Ahondando un tanto más en el feminismo marxista y la decolonización, ha iniciado un debate acerca de quiénes pueden realmente empatizar con una lucha que surge frente a la desigualdad y experiencias que ellos no viven día a día.
Desde una postura feminista radical marxista, tenemos una respuesta contundente que es que los hombres no pueden ni deben ser feministas. Tomar este rol, además de inapropiado por una vida libre de opresión de género, es también porque su presencia dentro de nuestra lucha llega a tergiversar los objetivos esenciales del feminismo.
Pueden, en lugar de centrarse en ser protagonistas de la lucha feminista, enfocar más sus fuerzas de apoyar al movimiento en desaprender o reeducarse acerca del machismo que existe en sus espacios, ayudar a que se rompan las redes patriarcales en su círculo social y dejar de intentar ocupar espacios de protagonismo que nunca estuvieron destinados a ellos. Como señala Bell Hocks en su libro «El feminismo es para todos«, el feminismo debe ser una transformación radical de las estructuras de poder y privilegio y eso requiere una participación liderada por mujeres, quienes han sufrido la opresión de manera directa.
La opresión que vivimos las mujeres se traduce en todos los micromachismos en nuestros espacios de estudio, trabajo y de disfrute, también las limitaciones y el rechazo en todos los ámbitos de la vida diaria. Aquí llega un interrogante: ¿Podría un hombre entender esta realidad, por más que desee ser «aliado» o «feminista»? Tomando en cuenta autoras como Nancy Fraser y la misma Federici, la respuesta es que NO. Primero, Fraser, nos indica en sus varias críticas al neoliberalismo y al feminismo liberal que cuando se incluye en el movimiento a personas que no han vivido experiencias de opresión de género, estamos corriendo el riesgo de tergiversar el movimiento y transformarlo en una lucha simbólica.
La participación de hombres en marchas, manifestaciones e incluso en espacios de discusión de derechos de las mujeres nos revela una vez más intentos de insertarse en un movimiento que parece moderno y justo en vez de una lucha auténtica frente a la violencia y opresión que vivimos las mujeres.
Históricamente varias autoras han tratado de incluir a los hombres dentro del feminismo como «aliados». Pero realmente, en términos de ser participantes activos de nuestros espacios, su presencia, aunque no sea su intención, tiende a dominar y diluir cualquier espacio que consideramos seguro y que es fundamentalmente lo opuesto a lo que las marchas y manifestaciones buscan.
Como podemos observar en la ciudad de Cuenca, los hombres que se consideran feministas terminan ocupando lugares protagónicos y repitiendo el patrón de opacar a las mujeres y centrarse en sus propias necesidades, sin respetar y amplificar nuestras voces. Aquí es donde, la teoría feminista radical, construye la teoría de una separación de roles: en dónde los hombres podrían ser aliados, pero dentro de sus propios espacios y sin una apropiación de las agendas y narrativas feministas, como nos enseña Audre Lorde en su ensayo «Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo«, nunca va a ser posible que aquellos que se benefician del sistema de opresión sean los mismos que intenten desmantelarlo desde adentro, menos aun, ocupando un lugar que no les corresponde.
Por otro lado, se han debatido complejas cuestiones dentro de la interseccionalidad del feminismo. Un ejemplo de ello es acerca de las mujeres trans, una discusión que ha sido objeto de debate dentro de la lucha. Aunque algunas teorías como la teoría feminista TERF (feminismo radical transexcluyente) han rechazado radicalmente su inclusión, otras teóricas como Judith Butler explican que el feminismo debe ser trans inclusivo porque la opresión nos afecta a todas. Pero hay que tomar en cuenta que esto no significa que todxs quienes pertenecen a la comunidad LGBTQ+ puedan ser considerados como feministas. Butler enfatiza también que, aunque es esencial reconocer la lucha compartida, cada grupo debe respetar las diferencias en sus experiencias de opresión.
Las mujeres trans, a pesar de haber tenido una experiencia diferente frente al patriarcado, también han enfrentado estructuras de violencia de género que las convierten en aliadas, más no en lideresas de la lucha.
El simple hecho de cuestionar si un hombre puede ser feminista es peligroso al desviarnos de nuestros objetivos centrales: La liberación de las mujeres de la opresión sistemática patriarcal, desigualdades estructurales y limitaciones basadas en género. Esta pregunta no debería surgir, ya que quienes conocen las bases del feminismo entienden que nuestra lucha está centrada en la experiencia de opresión de todas las que lo vivimos. Aquí surge una pregunta: ¿Por qué seguimos empeñándonos en incluir a los hombres en una lucha que no les corresponde?
Asistir a una marcha con una pancarta para publicar fotos en redes no convierte a nadie en feminista; más bien lo hace un espectador que, aunque empatice con la lucha, nunca la llegará a sentir a profundidad. Cuando algunas compañeras llevan a sus amigos o parejas a los espacios feministas, solo generan incomodidad en quienes buscamos un lugar seguro para poder expresar nuestras vivencias y demandas. No estamos aquí para maternar ni educar a nadie; cada uno es responsable de deconstruir y entender el machismo en sus propios espacios. Y, aunque suene crudo, es importante entender que ese mismo «aliado» puede ser el agresor de otra compañera.
Doménica Galarza Poveda.
Referencias
- Butler, J. (2004). Undoing Gender. New York: Routledge.
- Federici, S. (2004). Calibán y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Madrid: Traficantes de Sueños.
- Fraser, N. (2013). Fortunes of Feminism: From State-Managed Capitalism to Neoliberal Crisis. Brooklyn, NY: Verso Books.
- Fraser, N. (2019). The Old is Dying and the New Cannot be Born. Brooklyn, NY: Verso Books.
- Hooks, b. (2000). Feminism is for Everybody: Passionate Politics. Cambridge, MA: South End Press.
- Kollontai, A. (1977). Selected Writings of Alexandra Kollontai. London: Allison & Busby.
- Lorde, A. (2007). Sister Outsider: Essays and Speeches. Berkeley, CA: Crossing Press.
Imagen tomada de revistaconsideraciones.com e intervenida digitalmente.