Realidades en cautiverio: ¿quién programa a quién?
Por: Benjamín Compson
Sea cual sea la explicación, la posibilidad de habitar el mundo de un gran creador, un programador omnisciente, un ente que se autorregula, el azar biológico, o lo que sea que se quiera creer que mueve los hilos de nuestra existencia, la posibilidad de otras realidades preconcebidas no es nula
Quizás lo que creemos como real podría ser apenas un eco de algo inimaginablemente más grande. La tecnología no solo distorsiona nuestra visión, sino que insinúa que hay algo detrás del telón que aún no nos atrevemos a mirar.
Westworld (2016) es una serie de ficción distópica inspirada en la película homónima de 1973, escrita y dirigida por Michael Crichton. Sin quitar mucho tiempo al lector, la historia se construye sobre un parque temático donde los visitantes pueden explorar sus deseos más oscuros y sus fantasías más profundas, un lugar donde la moralidad es laxa y las consecuencias son inexistentes. En este mundo creado a la medida del asistente, los “anfitriones” son humanoides programados para satisfacer las fantasías de los visitantes humanos. Los robots, por supuesto, nunca son conscientes de que carecen de una esencia propia, y menos aún, que son resultado de una programación. Con estos antecedentes, la serie plantea una pregunta inevitable: ¿Qué sucede cuando los límites entre realidad y simulación comienzan a desdibujarse?
Nick Bostrom, en su provocador artículo Are You Living in a Computer Simulation? (2003), nos presenta una tesis perturbadora: existe una alta probabilidad de que estemos viviendo en una simulación creada por una civilización avanzada. Su argumento se basa en tres proposiciones interrelacionadas. La primera, que las civilizaciones tecnológicas tienen una probabilidad finita de llegar a un «nivel posthumano» capaz de crear simulaciones de la realidad. La segunda, que si llegamos a ese nivel, la mayoría de las civilizaciones optarán por crear simulaciones en lugar de limitarse a la realidad. Y la tercera, que si estas simulaciones existen, la probabilidad de que seamos una de ellas es mucho mayor que la de ser un ser biológico en un mundo “real”. Por supuesto, Bostrom no fue el primero en cuestionar la naturaleza de la realidad. A lo largo de la historia, pensadores como Platón, en su Mito de la caverna ya sugirió que nuestra comprensión del mundo es limitada y distorsionada por las sombras de una realidad más profunda y oculta. Más tarde, René Descartes, en Meditaciones metafísicas, propuso la famosa duda metódica, preguntándose si no seríamos engañados constantemente por un «espíritu maligno» que nos presenta un mundo ficticio. Estas preguntas han retumbado siempre en la mente de muchos pensadores porque claro, qué tanto de lo que entiendo de la realidad la puedo abrazar si los medios para apreciarla son limitados.
En Simulacros y simulación (1981), Jean Baudrillard instó con una idea más picaresca aún: las simulaciones no son meras copias de la realidad, sino que han reemplazado lo real de tal forma que ya no podemos distinguir entre uno y otro. Las imágenes ya no son reflejos de la realidad; en lugar de eso, crean una nueva “realidad” autónoma que funciona por sí misma, independiente del lugar de donde originalmente emergían. En este mundo hiperreal, las personas ya no interactúan con el mundo tal y como es, sino que lo experimentan a través de las pantallas de la televisión, las redes sociales y las simulaciones digitales, que distorsionan nuestra percepción. Lo que experimentamos como “realidad” es, en muchos casos, solo una construcción que hemos aceptado como tal. Lo más impactante de su propuesta es la idea de que, una vez que se ha alcanzado este punto de saturación, ya no podemos regresar a una experiencia genuina de lo real. La simulación ha sustituido lo real de manera irreversible. Los ejemplos cotidianos de esto son fáciles de identificar: vivimos en una era en la que las imágenes y representaciones de la realidad —de todo, desde la política hasta el entretenimiento— son las que determinan cómo nos relacionamos con el mundo. Es el mundo de los influencers, el consumo digital masivo, y la creación de universos ficticios dentro de las redes sociales que parecen tan reales como cualquier experiencia física. Un concepto análogo se acuñó en los años noventa. El “yo interactivo” refiere al avatar creado en un medio digital que adquiere todas las virtudes que pretende mostrar el usuario en un mundo virtual. Esta escultura hecha a la medida de nuestras pretensiones recibe toda la atención que no recibimos en el mundo real y por tanto se apodera de nosotros. Nos enfrentamos a un mundo tan saturado de simulaciones que ya no podemos decir con certeza qué es real. Lo auténtico ha sido sustituido por una multitud de representaciones que nos arrastran hacia un estado en el que el concepto mismo de «realidad» se diluye.
Uno de los momentos más inquietantes de Westworld ocurre cuando Dolores, una anfitriona, comienza a percibir que su existencia no le pertenece. Durante años ha vivido bajo la ilusión de poseer libre albedrío, hasta que bugs en el sistema revelan fisuras en su percepción de la realidad. Sus recuerdos fragmentados y visiones de vidas pasadas actúan como un eco de la duda cartesiana, cuestionando qué parte de su experiencia es auténtica. En un instante revelador, Dolores comprende que sus deseos son ajenos, sus emociones fabricadas. El mundo que habita es una simulación diseñada para encadenarla a una narrativa sin fin. En ese abismo de certeza, surge la pregunta inevitable: ¿es libre o su libertad es solo otra línea de código?
Estos es uno de los primeros pensamientos que propone Bostrom al momento de cuestionar la capacidad de la tecnología para adentrarnos en los pantanosos mundos que nos ha llevado la filosofía en el pasado. Quizás sus primeros augurios todavía no tenían la información suficiente que luego se complementaría con redes sociales, comunidades virtuales, metaversos, etc. Sin embargo, supo culminar lo que Baudrillard intuiría sobre el carácter de las simulaciones, solo que con una diferencia clave: mientras Bostrom postuló que nuestra realidad podría estar siendo simulada por una civilización avanzada, Baudrillard sospechó que ya estaríamos viviendo en una simulación, que ya no necesitamos postular que estamos dentro de un mundo controlado por máquinas porque, a través de los simulacros, el control ya ha sido internalizado. Nos hemos convertido, sin saberlo, en los habitantes de un mundo completamente fabricado por sus propias representaciones. Sea cual sea la explicación, la posibilidad de habitar el mundo de un gran creador, un programador omnisciente, un ente que se autorregula, el azar biológico, o lo que sea que se quiera creer que mueve los hilos de nuestra existencia, la posibilidad de otras realidades preconcebidas no es nula. En el capítulo final, cuando Dolores decide escapar del parque, al límite de su cárcel se pregunta si su nueva libertad ya es como tal, o es una ilusión creada dentro de una simulación mucho mayor.
Benjamín Compson. Pésima memoria, mediana intuición
Referencias
- Baudrillard, J. (1981). Simulacros y simulación (P. Ramírez, Trad.). Kairós.
- Bostrom, N. (2003). Are you living in a computer simulation? Philosophical Quarterly, 53(211), 243-255. https://doi.org/10.1111/1467-9213.00309
- Descartes, R. (2007). Meditaciones metafísicas (M. Rioux Beaulne, Trad.). Alianza Editorial. (Original publicado en 1641).
- Platón. (2003). La República (F. Lisi, Trad.). Gredos. (Original del siglo IV a.C.)
Referencias audiovisuales
- Nolan, J., & Joy, L. (2016). Westworld [Serie de televisión]. HBO.
Imagen de la serie Westworld intervenida digitalmente.