Tiempos en que la humanidad ya no cree en nada
Alicia Martínez.
La filosofía como el acto de creer que otro mundo es posible. Creer que no estamos condenados a ser cómplices; creer que pensar vale la pena; creer sin necesidad de dioses. Creer como resistencia a la razón que nos dice que todo está perdido. A la final, creer no cuesta nada y ya no tenemos nada que perder.
Para nadie es un secreto que la humanidad vive una crisis respecto a sus creencias. Progresivamente las religiones han dejado de cumplir el rol dador de certidumbres respecto a los horizontes de la existencia o de sentido a la existencia en el plano terrenal.
La disminución de la credibilidad de la religión es, en parte, causa de la crisis institucional que las iglesias afrontan debido a los escándalos respecto a sus manejos financieros; denuncias de abuso de poder; abusos sexuales y otros temas que ponen en entredicho la legitimidad de sus representantes como portadores de una testadura moral capaz de identificar sus prácticas con los postulados éticos de la religión.
No obstante, consideramos que el desapego de las personas respecto a los mandatos religiosos se debe a eso, pero más contundentemente al desarraigo existencial que el ser humano contemporáneo vive respecto a la noción de comunidad. Progresivamente, la humanidad ha ido disociándose de sus lazos comunitarios en función del ordenamiento social propios de la modernidad capitalista que ha radicalizado el individualismo a niveles que han roto cualquier práctica donde el yo y el otro puedan establecer vínculos efectivos.
Desde la filosofía de Descartes que pregona el “pienso, luego existo”, pasando por el “se audaz” de Kant, hasta nuestros días; el pensamiento liberal moderno ha priorizado la comprensión de la humanidad desde el ensimismamiento y la autorreferencia. Podemos afirmar que hoy, parafraseando a Protágoras, “yo, soy la medida de todas las cosas”.
Es así que se comprende que, cada vez más, las creencias de las personas tomen como referencia a su propio yo. Hoy, las creencias se crean a imagen y semejanza del yo. De ahí que se observe la proliferación de creencias secularizadas tales como el horóscopo, el tarot y otras prácticas, anteriormente consideradas paganas, y que actualmente permiten a los individuos colocar sus creencias en mandatos mucho más laxos y personalizados.
Si aceptamos que “dios ha muerto” como afirmó Nietzsche; también debemos aceptar que hoy vivimos la proliferación de los ídolos. Las personas en su necesidad de abandonarse, aunque sea momentáneamente, en certezas que no se explican desde la racionalidad, han construido todo un abanico de prácticas, ritos y dinámicas que les permiten experimentar otras sensibilidades diferentes a las del juicio lógico racional.
Paradójicamente, la secularización de las sociedades y de los estados, que pretendió formular “instancias de confianza societal” no referenciadas en la divinidad, sino en la capacidad humana de regularse por si misma, tales como las instituciones de los sistemas democráticos modernos; los sistemas jurídicos; los partidos políticos; estas no lograron reemplazar la necesidad de creencias. A esto se suma que el neoliberalismo ha entrado en un punto donde deviene irreconciliable con la democracia, los derechos humanos.
Si, en primer momento dios murió, el estado también lo ha hecho. El capitalismo realmente que, antaño, no podía soportar la influencia de dios, hoy no puede aceptar la regulación del estado y tal como Marx señalaba que es el ser social quien determina la consciencia social; las relaciones de producción realmente existentes han determinado una noción de ciudadanía incapaz de confiar en ninguna institución que pretenda normar las relaciones sociales; una sociedad que ya no cree en nada.
La crisis de las creencias metafísicas, se expande e influencia también en lo que podemos llamar “convenciones de confianza”. La religión, la ciencia, la política ya no ofrecen respuestas al vaciamiento existencial producido por la transversalización del mercado en todas las aristas del desarrollo social.
A este punto, vale mencionar que la mercantilización de la vida social y la omnipresencia del mercado condicionan el acceso de las personas a cualquier ámbito de la vida según la capacidad de consumo. La ciudadanía ha devenido en una suerte de membrecías según el acceso a los bienes y servicios. Hay tanto que comprar para ser un ciudadano completo que la gran mayoría de personas se han convertido en seres que viven desde la carencia y la autocompasión. Incluso la política de reivindicación de derechos se referencia en función del acceso a productos antes que al reconocimiento de una condición humana merecedora de tales derechos.
Es más, hasta la filosofía ha pretendido ser cooptada por las dinámicas del individualismo mediante la precarización del pensamiento, la eliminación sistemática de contenidos filosóficos en los programas de estudio; la priorización de lo visual; la banalización del debate y sobre todo, la clausura del espacio público como lugar de encuentro; es decir la clausura de los espacios articuladores de ideas comunes.
¿Será entonces que la filosofía debe intentar revivir a dios? Cualquier persona dirá que esa es una contradicción brutal si tomamos con referencia que fue precisamente la filosofía la que logró que la humanidad de el salto del mito al logos. Más, lo que pretendemos proponer es que la filosofía, bien puede convertirse en un nodo de confianza; una fuente de credibilidad en lo humano; un espacio para la generación de creencias movilizadoras.
No se trata de asumir una línea filosófica como la única verdadera; ni decir que una corriente filosófica deba asumir una posición hegemónica para dictar el rumbo de la sociedad; sino de reivindicar su ejercicio como posibilidad de re-construir vínculos de lo humano y entre humanos. La filosofía como el acto de creer que otro mundo es posible. Creer que no estamos condenados a ser cómplices; creer que pensar vale la pena; creer sin necesidad de dioses. Creer como resistencia a la razón que nos dice que todo está perdido. A la final, creer no cuesta nada y ya no tenemos nada que perder.
Alicia Martínez (Ecuador, 1989)
Humana, estudiante de filosofía; amante de escribir y apasionada de leer. Creo en que la humanidad puede ser lo que esperamos hacer y que es posible un mundo para todxs; en la filosofía como un acto de despertar a las estatuas de sal y para derribar a los ídolos.
Imagen tomada de democresia.es y modificada digitalmente.