Una conversación entre Locke y Hobbes en el espacio antiparalelo y tiempo intencional
Pedro González.
Sonaba en la radio la incursión de la Policía Nacional a la Embajada de México para la extracción de Jorge Glas, mientras el mismísimo John Locke, acomodaba su mandil en el perchero y fumaba un cigarrillo a bocanadas, para esperar, como lo hace cada lunes en este singular relato, a su amigo de siempre y compañero de primaria: Thomas Hobbes
A pesar de que van en direcciones opuestas y que conectan el este con el oeste o viceversa, las calles Bolívar y Gran Colombia en Cuenca, son antiparalelas; y en algún lugar entre ellas, que pueden ser todos los lugares posibles, está el “Café en flor”, un local discreto, adornado por el aroma del grano molido recién pasado y un zócalo de madera pintado en azul. Es ahí donde decidí -como casi todo este texto- trabajar de mesero y ser el testigo de lo que sucede cuando el tiempo también se dispone en paralelo y en sentidos opuestos; aclaro que el sentido al que me refiero no es el lineal, que se usa para unir didácticamente el pasado con el presente, sino aquel que representa al evento vital, que he denominado tiempo intencional. Solo en esas condiciones y habiendo sido yo el espectador, es que podremos estar a tono para iniciar este relato, sobre cuya veracidad puede el lector aplicar la correspondiente duda sistemática sin que eso aporte en nada al pasado o al futuro, pero con el riesgo de cegarse a la interpretación del presente.
Sonaba en la radio la incursión de la Policía Nacional a la Embajada de México para la extracción de Jorge Glas, mientras el mismísimo John Locke, acomodaba su mandil en el perchero y fumaba un cigarrillo a bocanadas, para esperar, como lo hace cada lunes en este singular relato, a su amigo de siempre y compañero de primaria: Thomas Hobbes.
Así es, a este mesero le apetece entrecruzar tiempos y calles antiparalelas.
Los dos se sentaron y la discusión no se dejó esperar.
– Violar la soberanía de otro Estado como medio para hacer cumplir la ley ecuatoriana es un absurdo, porque esa legislación internacional está fabricada precisamente para defender la soberanía de los estados, que permiten que el castigo impuesto por ellos sea legítimo. Desconocer la soberanía de otro Estado, es dar paso a que la propia tampoco sea válida y el castigo que se imponga a Glas o a cualquier otra bestia, no suponga más que un acto de venganza de un monarca cualquiera (Page, 2011), dijo Locke con cierto desprecio en la voz como pretendiendo que yo también le escuchase.
Hobbes negó con la cabeza de una manera conscientemente exagerada, tanto, que enredaba sus largos cabellos blancos con el recortado bigote al que todavía le aguardaba el marrón; cortando su discurso, me miró de reojo, como buscando mi complicidad y aprobación mientras yo seguía sin entender un carajo.
– La seguridad y la estabilidad de la sociedad podrían justificar acciones drásticas por parte del Estado, le respondió a Locke, mientras daba una fingida palmadita a la mesa; y continuó: – Con “drásticas” me refiero precisamente a la violación de normas internacionales si se considera necesario para preservar el orden interno o para hacer cumplir la ley, recuerda que Glas no es la única “bestia”, todos, absolutamente todos, somos bestias, más específicamente lobos, en especial cuando no estamos bajo el manto cálido y protector del Estado (Losada, 2012).
– ¡Veo a un par de pulgas discutiendo con fervor si es el lomo o son las orejas, el mejor lugar para vivir! Que si las orejas son más calientes o que en el lomo nadie se rasca; todo mientras el perro se dirige a bañarse en el río. Así, con un tono burlón y un aire de superioridad, encerrados en un cuerpo vampiresco, se introdujo el señor Foucault en la conversación. Ambos, Locke y Hobbes, lo miraron con una mezcla de desprecio y asombro; de modo que prosiguió: – Tanto el asilo a Glas como la invasión a la Embajada mexicana son la muestra de un acto más de «biopoder», que no es otra cosa que la manera cómo los Estados ejercen control sobre los cuerpos de sus ciudadanos, incluso más allá de sus propias fronteras, en nombre de la seguridad, la legalidad o la moralidad (Pérez, 2006); pero ni nosotros tres, ni este pobre diablo -lo dijo mirándome- tenemos la más mínima idea de los intereses que están detrás de toda esta discusión que, a todas luces, no podría tener otro calificativo que pueril. Y no es que carecemos de las herramientas intelectuales para conocer los grandes motivos -salvo él- (lo dijo mirándome nuevamente mientras soltó una risa sardónica que no fue imitada por sus amigos). El problema -continuó- es que somos las pulgas que vivimos en un perro al que interpretamos como un mundo, y el perro está caminando en dirección al río, ahí se sumergirá y sin que él (el perro) ni nosotros nos demos cuenta, acabará nuestra existencia, y pronto su lomo habrá de poblarse con nuevas pulgas.
Yo, les pasé la cuenta y me dispuse a descansar, sin antes transcribir este suceso, que solo tiene de especial haber sucedido en mi imaginación que es la dueña de este tiempo intencional y de este espacio antiparalelo.
Bibliografía:
- Losada, José María Hernández. 2012. “Las razones emocionales de nuestra seguridad.: Hobbes ante el reto de las relaciones internacionales.” Relaciones internacionales, no. 20: 13–30.
- Page, Olof. 2011. “LOCKE, LAS BESTIAS SALVAJES Y EL DERECHO A DESTRUIRLAS.” Revista de Filosofía 67: 233–50.
- Pérez, M. L. 2006. “Biopoder Y Psiquiatría: Un Acercamiento Vitalista a La Obra de Michel Foucault.” CIENCIA Ergo-Sum 13: 26–34.