«Una filosofía que abandone el horizonte de cuidar del ser humano, tal vez no sería filosofía». Stéphane Vinolo
Entrevista a Stéphane Vinolo
Por Diego Jadán-Heredia.
la filosofía sirve para no ser un esclavo, ya sea, un esclavo de las otras personas, como un esclavo de mis pulsiones, mis traumas, mis dificultades, mi cultura. Si hay algo en lo cual la filosofía es útil, es en el proceso de liberación del ser humano.
Diego Jadán-Heredia: Comencemos con algo personal, cuéntanos algo de tu formación académica.
Stéphane Vinolo: Sí Diego, claro. Muchísimas gracias por darme la oportunidad de hablar un poquito de filosofía. Yo tengo, en realidad, una formación en filosofía que se llamaría una formación muy clásica, es decir, que yo descubrí la filosofía en el colegio. Me acuerdo perfectamente la primera semana de clases de filosofía, entra el profesor, nos da la clase de filosofía y caí en la cuenta de que eso era lo que quería hacer, no tenía la más mínima duda. De ahí seguí el camino tradicional, hice un Doctorado en Filosofía, en los que me concentré en tres autores: Spinoza, Sartre y Derrida. Cinco años después hice un Doctorado en Teología, porque me interesa, desde siempre, el problema de la visibilidad y de lo invisible y, obviamente, los teólogos llevan tres mil años reflexionando sobre lo invisible. Actualmente, soy profesor de la Escuela de Filosofía de la PUCE en Quito y doy también, de vez en cuando, algunas conferencias, algunas charlas, porque me parece que la filosofía no debe encerrarse en las aulas de clase -de hecho, es muy reciente que la filosofía se haya encerrado en las universidades-, la filosofía debe estar en absolutamente todas partes: en empresas, hospitales, cárceles.
DJH: ¿Conocías algo de la filosofía hispanoamericana y ecuatoriana antes de llegar al país?
SV: Para serte sincero, no la conocía, cuando yo estudiaba en Francia, la filosofía se limitaba a la filosofía europea o filosofía estadounidense. No se estudiaban otras filosofías, ni siquiera la oriental, menos aún la filosofía africana o la filosofía latinoamericana, pero entiendo que esto está cambiando
DJH: Por mi experiencia, es difícil llevar adelante programas educativos de filosofía en el país, se necesita mucho apoyo institucional y eso es excepcional. ¿Cómo miras la institucionalización de la filosofía en Europa?
SV: Mira, para mí, Ecuador sufre de una paradoja, que hasta ahora no puedo entender; es decir, es extremadamente difícil sacar adelante programas de filosofía en las universidades o más difícil todavía mantenerlos. Por otro lado, apenas se organiza una conferencia o charla de filosofía abierta al público, lo más probable es que se llene la sala porque hay un inmenso deseo de filosofía.
DJH: Hace poco leí un artículo donde se afirmaba que «la filosofía te puede evitar ir al psicólogo y, encima, es gratis», casi como si la filosofía fuera autoayuda o algo así. ¿Tú qué opinas al respecto?
ST: No creo que se pueda resumir la filosofía a lo que hoy en día se llama autoayuda; sin embargo, bien es cierto que, si recordamos su origen griego, la filosofía siempre tuvo el papel de cuidar el alma; es decir, de intentar conducirnos hacia una vida buena; por lo que, efectivamente, una filosofía que abandone totalmente el objetivo o el horizonte de cuidar del ser humano, pues tal vez no sería una filosofía. Paradójicamente, me parece extraño que unas personas se sorprenden por el regreso contemporáneo de las filosofías prácticas, pero eso es olvidar que la filosofía, a lo largo de casi toda su historia, asumió ese papel de: «vamos a hacer que los seres humanos puedan cuidar de ellos, puedan vivir una vida buena».
Ahora, ¿en qué se diferencia de la autoayuda? En muchos casos las personas que van por el camino de la autoayuda tienen recetas listas, tienen métodos listos, tienen caminos listos. En cambio, una idea nietzscheana, que para mí caracteriza a la filosofía, es la que diría «odio seguir, pero también odio guiar». Normalmente, el filósofo no es la persona que te enseña el camino, es la persona que te ayuda a que tú vayas a crear tu propio camino.
DJH: El tema central de este número de Mundana es la (in)utilidad de la filosofía. Por un lado, parecería que la filosofía está de moda, se mira la atención que están teniendo las filosofías prácticas, como el estoicismo; por otro, nunca falta quien opine que, de todas formas, es inútil. ¿La filosofía es útil? ¿Lo tiene que ser?
SV: Tu pregunta esconde la pregunta de qué es la filosofía porque, obviamente, la respuesta depende de a qué le llamamos filosofía. Yo sí creo que la filosofía es algo útil, pero lo es porque, más allá de las respuestas que nos permite aportar, nos permite hacer algo aún más importante: cuestionarnos, preguntarnos si es que realmente nos estamos haciendo la buena pregunta. Al mismo tiempo, la pregunta sobre la utilidad de la filosofía asume que vamos a evaluar las cosas a la luz de su utilidad; sin embargo, las cosas más importantes tal vez no sean las cosas más útiles. Cuando decidimos tener un hijo con mi esposa, no nos preguntamos de qué sirven los niños o si son útiles. De la misma manera, en la vida cotidiana, no me pregunto de qué sirve la vida o si la vida es útil; me hago otras preguntas. En definitiva, la misma pregunta sobre la utilidad de la filosofía merece un análisis filosófico profundo.
De todas formas, uno podría responder esa pregunta acudiendo a un tema lingüístico -que funciona tanto en español como en francés: a veces nos olvidamos de que el verbo «servir» es tanto un verbo intransitivo, servir de algo, como también un verbo transitivo, servir a alguien, es decir, ser esclavo. Con eso en mente, te contestaría con este juego de palabras sobre el verbo «servir»: la filosofía sirve para no ser un esclavo, ya sea, un esclavo de las otras personas, como un esclavo de mis pulsiones, mis traumas, mis dificultades, mi cultura. Si hay algo en lo cual la filosofía es útil, es en el proceso de liberación del ser humano.
DJH: Marx en Tesis sobre Feuerbach sostiene una suerte de desprecio por los filósofos porque en lugar de cambiar el mundo se dedicaban a interpretarlo. ¿Estaba muy desencaminada la crítica de Marx?
SV: En este punto en realidad no soy tan marxista porque no creo que exista una diferencia grande entre escribir y transformar. A partir del momento en el cual tú hayas sido capaz de describir, de manera precisa, realmente el problema, pues ya encontraste la solución. La descripción de un problema, la descripción precisa, adecuada, conlleva de por sí, también la solución que le debes aplicar. Yo no creo que existan descripciones neutras, sino que en las descripciones estamos nosotros valorando el mundo, estamos valorando lo que está sucediendo en el mundo. Pienso que el filósofo que realmente sabe, sabe describir, es quien también transforma el mundo y, al contrario, hay filósofos que de tanto militar, se olvidan de la filosofía, de filosofar.
DJH: En una reseña publicada en el diario El Comercio sobre tu libro Un siglo de libertad, se menciona algo muy bonito, una idea de Günter Anders: «Así como el panadero no hace pan para los panaderos, el filósofo no produce filosofía para los otros filósofos». ¿Se debe entender que reivindicas una especie de filosofía pública?
SV: Sí, estoy a favor de la coexistencia de dos filosofías; por un lado, sí me gusta que exista la filosofía universitaria, académica, la de las revistas indexadas, la de los doctorados, la de los libros académicos, porque ahí está el corazón de la filosofía, donde tú vas a confrontar tus conceptos, eventualmente crear nuevos, esa filosofía es necesaria. En ese sentido, de la misma manera que no me imagino, por ejemplo, que la medicina haga únicamente investigación médica, sin producir una cura, crear una vacuna, tampoco puedo imaginarme una filosofía que sea únicamente un juego de conceptos entre académicos y que en algún momento no produzca efectos en el mundo. Una vez más, la misma historia de la filosofía nos permite sustentar eso. Descartes hablaba con los grandes filósofos europeos, pero también hablaba en las calles de Ámsterdam, hablaba con todo el mundo.
Esta costumbre es muy interesante por dos razones: primero, porque echa abajo la idea de que los no filósofos no pueden aportar filosofía; en mi caso, nadie me ha enseñado más sobre el cuerpo, sobre la filosofía del cuerpo, que los bailarines, los carniceros y las prostitutas; que son, en realidad, quienes más piensan el cuerpo. La segunda razón por la cual creo que debemos sacar a la filosofía de las universidades se relaciona con nosotros mismos, porque siempre es muy fácil, en las universidades, hablar entre filósofos, tenemos el mismo vocabulario, tenemos las mismas referencias, tenemos el mismo tipo de razonamiento; pero algo muy diferente es ir a explicarle Spinoza o Descartes a un carnicero, a un piloto de avión, a un médico, a un taxista y si es que logras hacer eso, entonces tú como filósofo sabes que manejas a este filósofo. Si soy capaz de explicarle Spinoza a un taxista, es porque realmente lo manejo, si no soy capaz, tal vez sea porque en realidad no lo entendí tanto.
DJH: Un amigo muy preocupado por la crisis climática y el calentamiento global, suele criticar el papel de los filósofos escribiendo solo para otros filósofos o haciendo las mismas preguntas de hace dos mil quinientos años. La primera observación ya la tratamos, qué puedes decirnos de la segunda. ¿Han cambiado las preguntas que se hace un filósofo o filósofa?
SV: Es una pregunta muy difícil porque en realidad la cuestión es saber si la filosofía avanza, es decir, si hay un progreso en la filosofía. Por un lado, creo que es así; pienso que nuestras preguntas en filosofía, en muchas ocasiones, simplemente mejoran porque las condiciones dentro de las cuales las estamos haciendo también mejoran; por ejemplo, la pregunta sobre la virtualidad en Aristóteles o la virtualidad hoy cuando tenemos inteligencia artificial, parece que es la misma pregunta pero, al mismo tiempo, no es exactamente la misma pregunta -muchas cosas han cambiado sobre el problema de la virtualidad, sobre la el problema de la justicia-. En ese sentido, considero que las preguntas han mejorado, se han precisado, quizá no han cambiado las respuestas. Veo cierto avance de la filosofía, lo que no significa que no debamos seguir leyendo a Platón, a Aristóteles, a Epicuro, porque sin los conceptos que ellos nos han dado no podemos avanzar. Así que una tarea importante es replantearnos constantemente las preguntas, hacerlas avanzar.
DJH: Es usual que quienes nos dedicamos a la filosofía nos cobijemos en algún filósofo o filósofa, o para subirnos en sus hombros o para dedicarnos la vida a intentar comprenderlo. Ahora que se publicó tu libro Un siglo de libertad, un libro dedicado al pensamiento de Sartre ¿es acaso Sartre tu filósofo de cabecera?
SV: Para mí, estos filósofos, sobre todo Spinoza, Derrida, Sartre y, en la fenomenología, Jean-Luc Marion, son los filósofos que más me animan y mueven. Cuando digo que un filósofo me anima no es que yo esté de acuerdo con él porque, en realidad, nada me animaría menos que estudiar un filósofo con el que esté de acuerdo; si leo un libro de 800 páginas para decirme que estoy de acuerdo con todo lo que he leído, eso significa que pasé 800 páginas sin pensar, sin cuestionarlo, sin mejorar mis conceptos, sin mejorar mis preguntas.
Lo que me gusta de esos filósofos es que, para bien o para mal, siempre me hacen pensar. Esa es también una de las dificultades que veo en cierta filosofía contemporánea: el fanatismo. Decir: «soy foucaultiano y, por lo tanto, Foucault responde a todo». Ese es un gesto antifilosófico; el gesto filosófico sería exactamente lo contrario, sería decir: «reconozco que Sartre es un genio absoluto, pero no me satisface, por lo que voy a comenzar a pensar sobre esta insatisfacción, ¿por qué no me convence completamente?». El corazón de la filosofía está en esa insatisfacción.
DJH: ¿Y por qué, de entre los filósofos que has mencionado, escogiste a Sartre para tu último libro? ¿el existencialismo sartreano es actual?
SV: Hay varias cosas que me interesan en Sartre, primero, su carácter provocativo. El siglo XX, es el siglo que nos ha mostrado, por todas partes, que no somos libres; ya sea por determinaciones genéticas, culturales, políticas, económicas; el siglo XX fue el siglo de los determinismos. En ese sentido, me parece increíble que alguien haya llegado y haya dicho que no, en realidad tenemos una libertad absoluta, nada puede existir como obstáculo para nuestra libertad. Eso siempre me ha parecido algo increíble.
Otra cosa que me gusta en Sartre es que me parece que hace ese doble papel de la filosofía: por un lado, cuando uno lee El ser y la nada -un texto de 800 páginas súperconceptuales, con referencias a Husserl, Heidegger, Hegel- hay páginas muy pesadas; pero considero a Sartre un filósofo honesto porque, cada vez que desarrolla una argumentación, inmediatamente te da un ejemplo muy simple, te habla de la coqueta que no deja que le tomes la mano, te habla del mesero que está bailando entre las mesas. Esta es una de las cosas que me gustan del existencialismo: la conciencia de que una filosofía puramente teórica, es decir, una filosofía no encarnada, no sirve para la realidad. Admiro tanto a Sartre, como a Derrida y Spinoza, porque los tres están sobre esta línea de una filosofía extremadamente rigurosa pero que siempre se tendrá que encarnar en una vida humana.
DJH: Los últimos meses ha incrementado la preocupación por los avances de la inteligencia artificial, temores, incluso, de que se reemplace a los humanos (se habla de ansiedad por la inteligencia artificial como una condición médica). No puedo dejar de ver en este fenómeno global el retorno del cartesianismo y la distinción mente-cuerpo. ¿Coincides conmigo o los términos de la discusión filosófica son distintos?
SV: Depende del lado en que lo tomes porque podríamos decir: sí, las funciones cognitivas del ser humano tal vez son muy fácilmente sustituibles; la capacidad de cálculo de la inteligencia artificial es mucho más potente que la nuestra; sin embargo, hay algo que la inteligencia artificial -de momento- no va a poder hacer y es, por ejemplo, darle la mano a una persona que está falleciendo para acompañarle, pues esto, paradójicamente, esta función del cuerpo humano o de la encarnación -no en el sentido teológico sino en el filosófico- esta encarnación del cuerpo humano, la inteligencia artificial todavía no la puede hacer.
Un aspecto muy interesante en esta revolución tecnológica es que lo que pensábamos más importante dentro del ser humano, lo que más hemos valorado: el intelecto, la inteligencia, el cálculo es, precisamente, en lo que somos fácilmente sustituibles. Lo que no valorábamos en el cuerpo humano, en la filosofía: el cuerpo, la simpatía, pues sobre esto no somos fácilmente sustituibles. De cierta manera, la inteligencia artificial nos obliga, tal vez, a dar una especie de giro en los conceptos que valorábamos, tal vez la especificidad del cuerpo humano frente a la máquina esté mucho más en el cuerpo que en la mente, esté mucho más en las capacidades corporales que en las capacidades cognitivas; por lo que ahí la filosofía tiene mucho que pensar.
DJH: Para concluir te haré tres preguntas cortas que serán útiles para nuestros lectores: ¿A qué filósofo contemporáneo hay que seguirle la pista?
SV: Dentro de la filosofía francesa hay dos pensadores que realmente se destacan por encima de todos -además de que son dos pensadores muy diferentes-; el uno juega en el campo de la fenomenología, se llama Jean-Luc Marion, es un fenomenólogo que pone en el centro de su filosofía el concepto de don y de donación, es un filósofo católico. El otro filósofo muy importante en Francia se llama Alain Badiou, que es exactamente lo contrario, es un filósofo maoísta que basa su filosofía en la matemática y sobre todo en la teoría de conjuntos.
DJH: Te quedas en una isla desierta y puedes llevar solamente un par de libros de filosofía ¿cuáles te llevarías?
SV: Diego, sin duda alguna, la Ética de Spinoza, El ser y la nada de Sartre; y, si hay espacio para uno más, Meditaciones metafísicas de Descartes.
DJH: Para finalizar, tú comentabas que tienes un niño de dos años, si en unos años te dice que quisiera aprender filosofía ¿qué libro le recomendarías?
Esta es una pregunta que normalmente se me hace al final de las charlas, la gente se me acerca y me dice: «me encanta la filosofía, pero no sé por dónde comenzar» y mi respuesta siempre es la misma: no hay una puerta de entrada en la filosofía, comienza por donde puedas, según tus intereses, según tus capacidades, según tu tiempo; no hay una buena puerta de entrada, cada quien entra por donde puede.