Volver a Hannah Arendt para realizar una radiografía sobre la violencia
John Piedrahita.
¿De dónde surge la violencia? ¿La violencia es irracional o racional? ¿Cuáles son los puntos de encuentro entre los conceptos de poder y violencia? ¿La violencia es monopolio del Estado, como lo decía Weber (2003),[1] o la sociedad civil también hace uso de la violencia? Estas preguntas fueron formuladas por Hannah Arendt en 1970 en su libro Sobre la violencia. La autora indaga, desde un enfoque politológico y filosófico, el problema de la violencia; misma que alcanzó su auge en el siglo XX con la Primera y la Segunda Guerra Mundial. La idea liberal del progreso, que nació con la Revolución Francesa, engendró las condiciones para el estallido de una violencia sin parangón en la historia. No solo ha dejado de coincidir el progreso de la ciencia con el progreso de la humanidad, sino que ha llegado a entrañar el fin de la humanidad (Arendt, 2010).[2] La racionalidad capitalista que prometió la liberación de la humanidad desarrolló técnicas e instrumentos bélicos que, en lugar de liberar al ser humano, lo puso en peligro.
En ese sentido ¿el progreso es racional? Hannah Arendt sugiere que la racionalidad capitalista busca conseguir fines específicos. Si para la acumulación de capital es necesario utilizar la violencia como un medio para alcanzar un fin, la violencia -por tanto- es racional. Es, como señalan los autores de la escuela de Frankfurt, una razón instrumental (Adorno y Horkheimer, 2005).[3] Desde la perspectiva de Hannah Arendt, el problema sobre el asunto de la violencia es que la terminología no distingue entre palabras claves como el “poder, potencia, fuerza, autoridad y, finalmente, violencia”. Emplear adecuadamente las categorías no es solo una cuestión de gramática lógica, sino una perspectiva histórica. Atendamos la definición de la autora:
Poder: según Hannah Arendt, cuando se dice que alguien está en el poder nos referimos a que tiene un poder de cierto número de personas para actuar en su nombre. En el momento en que el grupo del que el poder se ha originado desaparece, su poder también desaparece.
Fuerza: Se utiliza para indicar la energía liberada por movimientos, ya sea físicos o sociales.
La autoridad: no precisa ni de la coacción ni de la persuasión. Permanecer investido de la autoridad exige respeto para la persona o para la entidad. En ese sentido, cuando la autoridad ya no es respetada entra el poder. El mayor enemigo de la autoridad es la indiferencia ante su poderío.
Violencia: la violencia se distingue por su carácter instrumental. Dado que los instrumentos de la violencia, como todas las herramientas, son concebidos y empleados para multiplicar la potencia natural. La violencia, al ser un instrumento y al estar al servicio del poder -mediante la técnica y la tecnología-, puede ser sumamente letal para el ser humano.
La violencia, por tanto, es el último recurso para mantener intacta la estructura del poder. Parece, desde la perspectiva de Arendt, como si la violencia fuese prerrequisito del poder y el poder es nada más que una fachada. En efecto, no hay poder sin la violencia y las personas respetan la autoridad por dos cosas: miedo o alguna estructura de poder superior. De tal manera, el poder corresponde a la esencia de todos los gobiernos, pero no así la violencia. Aquí es donde la teoría de Hannah Arendt resulta fundamental, la violencia es por naturaleza instrumental y como todos los medios precisa de una guía y una justificación hasta lograr el fin que persigue. Por el contrario, el poder no necesita justificación, siendo como es inherente a la verdadera existencia de las comunidades políticas, lo que necesita es legitimidad.
En ese estado de cosas, aunque el poder y la violencia son distintos fenómenos, normalmente aparecen juntos. La búsqueda inicial del gobierno es constituir su poder sobre la base del consenso de la población. Sin embargo, allí donde el gobierno pierde legitimidad, utiliza la violencia como dominio de un ser humano por encima de los otros. La violencia no depende del número de policías o militares, sino de los instrumentos. Los instrumentos de la violencia multiplican la potencia de destrucción contra la raza humana. En efecto, quienes se oponen a la violencia -únicamente- con la legitimidad popular, pronto descubrirán que se enfrentan no con hombres sino con los artefactos de los hombres.
En resumidas cuentas, la violencia aparece donde el poder está en peligro, pero confiada en su propia naturaleza, acaba por hacer desaparecer el poder. Aquí es donde hace eco la pregunta inicial ¿la violencia es racional o irracional? Hannah Arendt propone que el “don de la razón” que poseemos los seres humanos hace que el hombre sea una bestia sumamente peligrosa. En otras palabras, el uso de la razón nos torna peligrosamente irracionales. El debate, entonces, no radica en si la violencia es racional o irracional. Es, al contrario, un debate en el que se debe comprender que la racionalidad capitalista encuentra su asidero en cualquier instrumento que le sea útil para conseguir sus fines. Y si la racionalidad capitalista es instrumental, los seres humanos debemos buscar otro tipo de racionalidad. Una racionalidad que no ponga en peligro la existencia de la raza humana. La distinción específica entre el hombre y la bestia ya no es ahora estrictamente la razón; sino la ciencia, el conocimiento de esas normas y las técnicas para aplicarlas. No obstante, desde el enfoque de la racionalidad capitalista, el hombre actúa irracionalmente cuando se niega a escuchar a los científicos y se rehúsa a utilizar sus instrumentos. La violencia, en la modernidad capitalista, no es bestial ni irracional; es el perfecto instrumento para el mantenimiento del poder.
Si se mira con mayor atención la existencia del Estado-Nación moderno, se podría comprender que la base de toda comunidad política es garantizar el derecho a la vida. En ese sentido, las muertes por violencia son la experiencia más antipolítica que pueda existir. En estos momentos, en los que el Ecuador se encuentra sumergido en una gran escalada de violencia, resulta crucial volver a la lectura de Hannah Arendt.
Para finalizar, reproduzco textualmente uno de los párrafos más decisivos en el libro sobre la violencia:
Como la violencia necesita siempre de justificación, una escalada de la violencia en las calles puede dar lugar a una ideología verdaderamente racista que la justifique. La ley y el orden se convertirían en una pura fachada. El clima de opinión en el país podría deteriorarse hasta el punto de que una mayoría de ciudadanos deseará pagar el precio del terror de un Estado policiaco a cambio de contar con la ley y el orden en las calles. El peligro de la violencia, aunque se mueva conscientemente dentro de un marco de objetivos a corto plazo, es que los medios terminan superando al fin. Si los fines no se obtienen rápidamente, el resultado no será una derrota, sino la introducción de la práctica de la violencia en todo el cuerpo político (Arendt, 2010, p. 123).
John Piedrahita.
Politólogo por la Universidad Central del Ecuador y Máster en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Sus líneas de investigación abarcan la Historia Intelectual, la Historia de la Educación y la Historia Conceptual.
Referencias:
Arendt, H. (2010). Sobre la Violencia. Editorial Siglo XXI.
Weber, M. (2003). Sociología del poder: los tipos de dominación. Alianza Editorial.
Adorno, T.; Horkheimer, M. (2005). Dialéctica de la ilustración. Fondo de Cultura Económica.
Notas:
[1] Max Weber, Sociología del poder: los tipos de dominación. México, Alianza Editorial. 2003.
[2] Hannah Arendt, Sobre la Violencia. Buenos Aires: Editorial Siglo XXI. 2010. p,47.
[3] Theodor Adorno y Max Horkheimer, Dialéctica de la ilustración. México: Fondo de Cultura Económica. 2005.
Imagen tomada de internet, modificada digitalmente.