¿Y si la verdad está en el detalle?
Crónica de filósofos asistiendo a un congreso de antropología
Por: Macario
«Asistía a un congreso de antropología con toda la convicción de que, en mi calidad de filósofo, me sentiría cómodo en esas discusiones, podría encontrar fácilmente la conexión entre esa disciplina y la mía pues, al fin de cuentas, la filosofía parió a la antropología y la diferencia natural entre el ser parido y el que le da vida nunca podría ocultar su relación intrínseca. Pero no, hablábamos lenguajes muy distintos o, para ser más precisos, buscábamos cosas distintas».
Pasé un par de días escuchando a antropólogos compartir con detalle sus investigaciones sobre los temas más curiosos: el cambio climático y la población Waorani, el uso de la hoja de coca y la interculturalidad en Colombia, el almidón en la dieta ancestral, el universo sonoro de la cultura Jama-Coaque, entre otros, muchos otros, cada uno con acercamientos profundos, serios y rigurosos a las particularidades más inesperadas en las que se pueda pensar. Mi reacción inicial fue de desconcierto.
Asistía a un congreso de antropología con toda la convicción de que, en mi calidad de filósofo, me sentiría cómodo en esas discusiones, podría encontrar fácilmente la conexión entre esa disciplina y la mía pues, al fin de cuentas, la filosofía parió a la antropología y la diferencia natural entre el ser parido y el que le da vida nunca podría ocultar su relación intrínseca. Pero no, hablábamos lenguajes muy distintos o, para ser más precisos, buscábamos cosas distintas. Me refiero a que tuve mi propia ponencia junto a amigos también filósofos, pero nosotros, a diferencia de la especificidad de los temas antropológicos, destacábamos por la generalidad de nuestras propuestas: lo tecno-humano y la resistencia, la misericordia neoliberal como expresión de la enajenación y lo universal en las prácticas religiosas postmodernas.
Esta diferencia en nuestros horizontes epistémicos no es nueva, pero la normalidad, hoy, es que cada disciplina tenga sus propios espacios de discusión, que no se mezclen para no crear, precisamente, esta especie de disonancia disciplinar. En los congresos, seminarios, simposios, encuentros de filosofía, los temas se vinculan con las grandes ramas ya visitadas y revisitadas por siglos; las viejas discusiones se actualizan incluyendo nuevas categorías que les dan nuevos bríos: Dios ahora comparte espacio con el transhumanismo, el ser se deja leer por la física cuántica, la comunidad política debe tratar de comprenderse con el capitalismo tardío. Y claro, en esos espacios se dan profundas discusiones entre distintas formas de concebir una categoría específica. Y así, por ejemplo, una primera división se da entre los que somos continentales y los otros, los que pretenden ser científicos, los analíticos.
A la filosofía le interesa poco el particularismo, pasamos por alto deliberadamente toda característica que pueda echar abajo nuestra teoría. Bongobonguismo es el término que un profesor de antropología filosófica -que es distinta que la otra antropología- solía utilizar en clases para referirse a que siempre que defendemos una tesis algún antropólogo va a decirnos que existe alguna cultura en donde esa tesis no se da en la realidad: «en la cultura Bongo Bongo eso no se da, por lo tanto, esa tesis es falsa». La palabrita bongobonguismo no deja de tener una connotación peyorativa y hasta colonial, de todas formas, ilustra bien este tema pues la antropología filosófica se da sobre el ser del hombre y su constitución ontológica la que admite también una dimensión metafísica, no sobre sus rasgos coyunturales, accidentes que no lo definen.
Cuando uno tiene estas ideas muy claras y aprehendidas, presenciar ponencias que muestran la fecundidad del detalle, de lo particular que define al comportamiento humano pone en evidencia que la brecha epistémica no hace sino perjudicar a ambas disciplinas. Es decir, si bien la tendencia de los filósofos a teorizar y a encontrar lo universal en cada momento humano ha llevado desde la aurora de la filosofía a que podamos ser objeto de burla como lo hizo Tracia del tropezón de Tales por su ocupación de las cosas del cielo y no de las que tenía a sus pies, el problema también lo tienen los antropólogos, especialmente los de la rama de lo cultural. Ocuparse solo de lo inmediato y empíricamente comprobable conduce a contentarse con saber qué hacen los hombres e ignorar qué es el hombre.
Y creo que esto último, la autolimitación de los antropólogos en sus pretensiones investigativas, es lo que más me llamó la atención porque, además, tiene una consecuencia adicional: la propia dificultad de generar un diálogo entre investigadores a excepción del método, el método lo es todo, el método es lo que puede ser común, pero en lo demás, en el condumio, lo investigado, casi no hay discusión pues cada uno se dedica a su tema, pero eso tiene el enorme problema de que el conocimiento generado parecería irrefutable. Eso no sucede en la filosofía; muchos nos dedicamos al mismo tema y apenas uno comete un desliz nunca faltará algún colega que se lo haga ver.
Y bueno, terminada cada jornada del congreso llegaba el momento festivo; ahí sí que era más fácil olvidar nuestras diferencias y volver a encontrarnos en el campo común del disfrute dionisiaco, aunque siempre la sospecha está presente, pero librarnos de ella implicaría transparentar nuestras pretensiones, olvidar las sombras y quitar las envolturas que nos caracterizan a unos y a otros, en fin, vaciarnos.
Macario
Imagen tomada usfq.edu.ec e intervenida digitalmente.