Las mil y una noches y las lecturas occidentales sobre Oriente en la Modernidad Temprana
Por: Fernando Prieto.
La fascinación europea por América Latina y sus culturas precolombinas durante el siglo XIX demuestran cómo el orientalismo se expandió como paradigma para interpretar y representar la alteridad}
La fascinación de occidente por Las mil y una noches y por la construcción imaginaria del Oriente Próximo obedece, en gran medida, a un marco de consumo cultural que buscó simplificar a Oriente dentro del imaginario europeo en función de sus propios intereses culturales. Esta obra fue, desde su introducción al mundo occidental, un ejemplo evidente de lo que Edward Said denominó orientalismo: un discurso de representación y de poder a través del cual se construyó una imagen que servía para consolidar la hegemonía de Occidente sobre algunas naciones. Este orientalismo es un sistema de conocimiento que legitima las relaciones asimétricas de poder.
El Oriente, como un producto imaginado desde las lecturas europeas aparece en la Modernidad Temprana como un otro sensual, primitivo o misterioso, cargado de ignorancia, pero a la vez de características exóticas que generaban el asombro de un público letrado que había comenzado a fascinarse por una cultura que se diferenciaba de la suya. Producciones orientalistas e interpretaciones europeas se suscribieron en este andamiaje cultural que se convirtió a la postre en un espejo distorsionado que reflejaba los deseos y las fantasías que Europa tenía sobre las realidades orientales. Este ensayo analiza el caso de Las mil y una noches como producto literario de esas prácticas orientalistas y cómo este fenómeno repercutió en la manera en la cual Oriente y las sociedades no europeas fueron imaginadas a través de traducciones y ediciones europeas de obras orientalizadas.
El Oriente imaginado y la traducción de Galland sobre Las mil y una noches
En buena medida, el conocimiento literario que poseemos sobre el oriente de la Modernidad Temprana se debe a algunos orientalistas que, como Jean Antoine Galland, entraron en contacto con las culturas orientales en sus múltiples viajes. Sus lecturas estaban situadas en una forma europea de leer a las sociedades no europeas. Europa, nos dice Said, “descubrió que era capaz de abarcar oriente y de orientalizarlo” (100, 2008) y tal como aparece dentro de las lecturas orientalistas, es un sistema de representación delimitado por las fuerzas que sitúan a este espacio dentro de la conciencia occidental y dentro del reino occidental que había subsumido a Oriente y en general a los reinos desconocidos en la dialéctica y los códigos estéticos europeos.
En el siglo XVIII aparece en Francia un nuevo arte de la lectura y un interés, por parte de los intelectuales franceses, por los libros de viajes a lugares exóticos desde una nueva postura de estudio. Los viajeros de siglos pasados habían sido intelectuales, que si bien letrados, estaban cargados de prejuicios que determinaron la perspectiva que tenían de los lugares que visitaban. Los viajeros filosóficos del siglo XVIII se disponían como los únicos capaces de transitar por lugares agrestes, poco conocidos, ajenos a las realidades europeas y trasladar, hacia los países europeos, la realidad de lo que ocurría en estos sitios remotos (Cañizares 2007, 38). Esta imagen del viajero filosófico surgió como una ideal, cuando los eruditos comenzaron a cuestionar la fidelidad de los primeros viajeros que se trasladaban a tierras exóticas. Si bien esta lógica del nuevo viajero repercutió de manera más evidente en la historiografía sobre América y sobre la lectura de los informes, crónicas y relatos de viajes de los primeros conquistadores que habían llegado a las tierras amerindias, podemos considerar que una lógica similar motivó a los primeros orientalistas de estos siglos que comenzaron a viajar por lugares y parajes desconocidos de Oriente con el fin de descubrir sus secretos y trasladarlos hacia una Europa, cuyos lectores estaban obsesionados por los misterios de tierras lejanas a las que físicamente no podían acceder.
A partir de 1704, Antoine Galland trabajó como profesor de árabe en el College de France y comenzó a publicar una serie de historias que había recopilado en sus viajes hacia Turquía y a otros países del Oriente Próximo. La obra tuvo una acogida numerosa por parte de sus lectores y tuvo varias reediciones. Sin embargo, la obra compilada y traducida por Galland no equivalía ni a la cuarta parte de la obra que hoy conocemos y se centraba en historias de carácter cómico extraídas de un manuscrito árabe de origen sirio y que el orientalista complementaba con algunos relatos orales. Su obra, aunque en principio bastante parcial y dispersa en cuando a su compilación, se volvió un libro de referencia y propició diversas ediciones y versiones que tomaron como base su compilación.
Además de traducir las narrativas originales, Galland adaptó las historias para satisfacer los gustos de la sociedad europea y su visión introdujo también elementos propios del folclore europeo al modificar algunos pasajes o suprimirlos por ser considerados incomprensibles para un lector occidental. El contexto cultural de la Europa del siglo XVIII, marcado por el Iluminismo y la expansión colonial, favoreció la recepción de estas narrativas como textos exóticos que ofrecían una visión fascinante pero controlada de Oriente. Galland presentó Las Noches como una colección de cuentos fantásticos y moralizantes, a menudo despojándolos de sus contextos sociopolíticos originales. Esta versión doméstica de Oriente atraía por su exotismo y legitimaba la superioridad cultural de Occidente al reforzar la idea de un Oriente irracional y ahistórico. En este proceso de traducción y adaptación, Oriente fue reducido a un producto literario que podía ser consumido y manipulado según las necesidades culturales.
Para Vernet (2000, 15) la edición de Galland predominó en Europa a lo largo de los siglos XVII y XVIII por esa novedad que había presentado a los lectores ilustrados y posteriormente, la ocupación francesa de Egipto por parte de Napoleón hizo el resto. Entonces los árabes se dieron cuenta que sus vulgares pliegos de cordel eran una obra admirada en Europa y que había despertado el interés obsesivo de un conjunto de lectores que comenzaron a consumir, a través de la literatura, la pintura y las ilustraciones, una imagen simplificada pero idealizada de un Oriente literario. Las narrativas de Scheherezade, con sus palacios opulentos, genios mágicos y mercados bulliciosos, ofrecían una visión idealizada que satisfacía los deseos de evasión y fantasía del lector europeo. Este exotismo servía para confirmar la otredad de Oriente, reforzando su posición como objeto de fascinación.
En un contexto europeo donde las colonias comenzaban a expandirse, Las Noches funcionaban como una herramienta que fomentaba la imaginación imperial. Los lectores, a la vez que se sumergían en mundos llenos de maravillas exóticas, internalizaban la idea de que Oriente era un territorio disponible para ser explorado, estudiado y dominado. Este tipo de consumo cultural, lejos de ser neutral, alimentaba las dinámicas de poder colonial, y legitimaba una relación asimétrica entre las culturas. La otredad de Oriente, con sus paisajes exóticos y personajes arquetípicos, reforzaba la narrativa de una superioridad occidental que justificaba la apropiación cultural, como había ocurrido con los viajeros filosóficos que se trasladaron hacia América con el objetivo de recopilar y constatar las historias de los primeros cronistas.
Por todo ello, no es sorprendente que la edición de Las Noches de Galland y el resto de las ediciones que le secundaron tras las avasalladoras ventas de su edición se convirtieran en un superventas en una sociedad ávida de mirar ese museo del mundo[1] como un espectáculo dispuesto a ser consumido. Sin embargo, como acertadamente subraya Said (2008, 274) el orientalismo, además de ser una doctrina positiva sobre el Oriente, que existe en un momento dado en Occidente, es además una tradición académica muy influyente, como una zona de interés definida por viajeros, empresas comerciales, gobiernos, lectores y relatos de aventuras exóticas. Su definición de lo que era oriente estaba sujeto a las formas en las que occidente requería leer esa alteridad para sus fines de entretenimiento. Por esto, los relatos que mas fascinaron a occidente, fueron los cuentos maravillosos seguidos de cerca por los relatos esotéricos o de magia, entre los cuales se encuentran los cuentos conocidos de Aladino o de Ali Babá.
Como un entramado cultural, nos dice Said, el orientalismo es agresión, actividad, juicios y deseos hechos realidad. Oriente existe para occidente a través de la actitud condescendiente de los eruditos que se sorprenden de su existencia, de su cultura y de sus relatos. Existe para Europa a través de la producción cultural e intelectual que se desarrolla por parte de académicos, subvencionados por instituciones que costean viajes e investigaciones en espacios desconocidos solamente por el interés, a veces morboso, de mecenas europeos y que no tenían un paralelo en la sociedad occidental y lo buscan fuera de su espacio más cercano (2008, 276). Pero además esta fascinación prejuiciosa sobre el mundo desconocido desde occidente se crea una imagen fantasiosa de algunos tópicos del espacio que se desconoce, cargados de la propia imaginería dominante, creados con el fin de sorprender al lector y de venderle una imagen a veces exagerada o laxa de culturas que no comparten más que un espacio cercano pero que se imaginan como parte de un mismo espacio.
Durante el Romanticismo, las Noches se convirtieron en una fuente de referencia para los poetas europeos. Lord Byron adoptó elementos exóticos y sensuales de las Mil y una noches en sus poemas narrativos como The Giaour, que junto con The Bride of Abydos, recreaba paisajes orientales llenos de misterio y exotismo. En estas obras de temática oriental Byron fijó las bases de un orientalismo romántico, que como en The Giaour, se ilustra la cateogoría de un heoroe occidental que viaja a Oriente y destruye un orden establecido. Asimismo, Goethe, en Diván de Oriente y Occidente, incorporó imágenes y motivos orientales para explorar ideas de amor y espiritualidad. Estas obras, aunque inspiradas en Las Noches, reforzaban un imaginario orientalista al adaptar sus narrativas al gusto occidental, caracterizado por la idealización y la otredad exótica.
Recuerdo, en este punto, una vergonzosa escena de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. En una escena el arqueólogo afirma haber aprendido quechua, una lengua oficial del Perú, mientras participaba en la revolución mexicana junto a Pancho Villa. Adicionalmente, en esta escena, se escucha de fondo una banda sonora con un trasfondo de música ranchera mexicana, en una imaginada ciudad de Nazca, en Perú. En un ejercicio orientalista de crear un espacio idealizado para el público anglosajón a través tópicos comunes y prejuicios bien establecidos en el imaginario occidental, la película confunde el Cuzco, que se encuentra en la región andina con la costanera ciudad peruana de Nazca y se observa en pantalla a los supuestos habitantes de esta ciudad vistiendo ponchos y sombreros de estética andina en un lugar donde hace calor casi todo el año. Además, se confunde la selva amazónica peruana con la selva de Yucatán en México y en esa misma práctica, se vende una imagen de la selva como un espacio con arenas movedizas, hormigas voraces, reinos ocultos y pirámides mayas.
Por esto, no sorprende que las prácticas orientalistas no se dirijan únicamente en el oriente próximo, como ocurrió con el caso de Las Mil y una noches y el fenómeno de un oriente imaginado a través de la literatura. Por supuesto, esta práctica, al menos con el caso de los Andes no es nueva. Durante el siglo XVIII y XIX se produjo una fascinación europea por las antigüedades precolombinas. Esta fascinación, similar al interés por las narrativas orientales, llevó a la creación de representaciones que exotizaban la realidad de las sociedades americanas. En los gabinetes de curiosidades era común encontrar antigüedades americanas que producían fascinación y sorpresa. La literatura de viajes y las crónicas de la época reflejan esta tendencia, presentando a América como un territorio húmedo, misterioso y primitivo, a veces poblado por monstruos y a veces como un terreno árido.
Basta recordar que, durante el siglo XIX, Alemania mostró un creciente interés por las culturas no occidentales, incluyendo las sociedades coloniales americanas. Este interés se materializó en la publicación de ediciones de obras coloniales que, al igual que las traducciones de Las Mil y Una Noches, adaptaban y reinterpretaban los originales para ajustarse a las expectativas europeas. Un ejemplo de esta práctica es la recopilación que realizó el antropólogo y viajero alemán Ernst W. Middendorf a finales del siglo XIX. En su obra peruanista Dramas y poesías líricas en lengua quechua y publicada en la ciudad de Leipzig alteró fragmentos de algunas obras y modificó los argumentos, al mismo estilo de Galland, con la finalidad de adaptarlas al gusto alemán de la época.
Estas publicaciones contribuyeron a la difusión de imágenes exotizadas de los Andes, reforzando la percepción de estas sociedades como «otros» culturales, salvajes o idealistas; como ocurre con la obra de teatro -falsamente atribuida a los incas- Ollantay, que presenta una visión profundamente idealizada de la vida de la corte del imperio Inca pero basada en un modelo hispánico y que se coló, incluso hasta hoy, como una obra de teatro inca, aunque no existan evidencias de una producción teatral, al menos en el modelo clásico de occidente, en el imperio incaico. La obra fue también traducida por Middendorf al alemán, quien dejándose seducir por el aparente origen prehispánico de la obra, lo incluyó dentro de sus recopilaciones como el testimonio artístico de un pasado remoto.
La producción y circulación de estas obras evidencian cómo las prácticas orientalistas se extendieron más allá de Oriente, influyendo en la construcción de imaginarios sobre diversas culturas no occidentales. En el siglo XX, las lecturas postcoloniales de Las Mil y una noches han buscado desentrañar las dinámicas de poder implícitas en su recepción y reinterpretación occidental. Intelectuales como Edward Said y Gayatri Spivak han cuestionado cómo estas narrativas han sido utilizadas para construir un Oriente imaginado que refuerza la hegemonía occidental. Said argumenta que este proceso de representación no es neutral, sino que está profundamente ligado a las estructuras de poder que legitiman la explotación.
Por otro lado, autores y artistas provenientes de Oriente han intentado reclamar las Noches como parte de su patrimonio cultural, reescribiéndolas desde perspectivas propias que desafían los estereotipos occidentalistas. Ejemplo de esto es el trabajo del escritor egipcio Naguib Mahfouz, quien en su novela Las noches de las mil y una noches reinterpreta los cuentos, exponiendo las complejidades psicológicas y sociales de los personajes. Asimismo, el cineasta iraní Abbas Kiarostami, en su película Shirin, evoca las narrativas de Las Noches a través de una reflexión sobre la experiencia femenina y el acto de contar historias, y cuestiona un conjunto de estructuras de poder subyacentes en la narrativa tradicional.
A pesar de estos esfuerzos por ofrecer una versión más cercana a las narrativas originales de las cuales se han desplegado varias versiones de estas obras, sorprende que recientes traducciones de Las mil y una noches, como las de Juan Vernet, han continuado adaptando las historias a un gusto occidental y por lo general, modifiquen términos, alusiones sociales, históricas e incluso categorías profundamente ligadas con su espacio de producción. Salman Rushdie, por ejemplo, nota la ausencia de motivos religiosos en los cuentos. Los relatos están llenos de sexualidad desbordada, monstruos, hechiceros y genios, pero no hay Dios, y cuando existe, su nombre queda ambiguo. Si en algunas traducciones más fieles se invoca a Allah, en traducciones como la de Juan Vernet es Dios el invocado ¿Cuál de todos? ¿Alláh, Yavé, Jehová o una de sus múltiples mutaciones?
Conclusión
La recepción de Las Mil y Una Noches en Europa durante la modernidad temprana fue un proceso político y cultural que ejemplifica las formas en que Occidente construyó a las sociedades no occidentales como parte de su proyecto epistemológico y colonial. A través de la apropiación, adaptación y reinterpretación de estas narrativas, Europa estableció una dicotomía jerárquica entre un Oriente imaginado, exótico, irracional y sensual, y un Occidente racional, avanzado y civilizado.
Esta dinámica no se limitó a Oriente. La fascinación europea por América Latina y sus culturas precolombinas durante el siglo XIX demuestran cómo el orientalismo se expandió como paradigma para interpretar y representar la alteridad. Tanto las ediciones de Las mil y una noches como las publicaciones de obras coloniales americanas responden a un mismo impulso: la necesidad de objetivar culturalmente lo que se percibía como diferente y de imaginar una otredad.
Fernando Prieto. Lingüista. Magíster en Lingüística Hispánica (USabana) y en Literatura Latinoamericana (UASB). Estudia la literatura colonial y las redes ibéricas y americanas de los siglos XVII y XVIII.
Notas:
[1] Como subraya Cañizares, en el siglo XVIII surgió entre los intelectuales europeos la noción del mundo como un museo vivo. Este concepto permitía observar de manera sincrónica las diversas etapas diacrónicas de la evolución de la mente humana. En este marco, Europa se percibía a sí misma como el nivel más avanzado en términos de desarrollo mental, social y cultural. Por el contrario, las sociedades colonizadas, como las poblaciones amerindias y, por supuesto, algunas sociedades orientales, eran interpretadas desde la lógica de los historiadores como etapas inferiores de este proceso. Estas culturas eran objeto de estudio, ya que se consideraba que su análisis podía revelar cómo Europa y Occidente habían logrado alcanzar su estado de evolución.
Imagen tomada de: librolibertate.wordpress.com e intervenida digitalmente.