Lo inútil en lo mundano
Gustavo Bueno sugería la existencia de una filosofía mundana que se opone a la filosofía académica y que transgrede las paredes de los templos universitarios. Incluso una de las labores de esta última supondría darle forma a la primera que proviene de “allá afuera”, del “mundo”. La filosofía mundana, por ende, será la producida por trabajadores, organizaciones políticas, por el pueblo a la orilla de la disciplina científica, por todo grupo social al margen del formalismo analítico o reflexión continental. Entonces lo mundano es lo que se produce en el vaivén de las interacciones vívidas y las reflexiones populares de la gente.
No existe un “mundo” como tal que abarque todas las cosas del mundo –siguiendo a Markus Gabriel, pero sí existe lo mundano como un campo de sentido más. Lo mundano significa, en sí mismo, “pertenencia al mundo”, a aquello que se encuentra fuera de las paredes de un claustro de cualquier índole, donde se entreteje un sinnúmero de sistemas de reproducción de la vida que son imposibles de asir sin pensarlas con un grado elevado de complejidad. Por ejemplo, ¿cómo pensar con rígida formalidad todos los intercambios individuales en un mercado de El Cairo? ¿Cómo entender la mecánica de conexiones sinápticas en una favela brasileña? ¿Cómo hacer un tratado sintético sobre la alegría que provoca entre los niños el petricor en los suelos de Tailandia? No obstante, la mayor parte de lo que conocemos como existencia se encuentra allí.
Entre todos los rasgos que podrían ser atribuidos a lo mundano, surge uno que es particularmente esencial para su engranaje y funcionamiento: lo inútil. Un pensamiento mundano es en esencia inútil. Por ejemplo, lo que se denominan “placeres mundanos” se aplica a leer un buen libro, hacer una caminata, disfrutar una buena comida, entre otras actividades que no necesariamente son productivas. Estas actividades serían una pérdida de tiempo, en definitiva, cosas inútiles. Sin embargo, la inutilidad cubre lo mundano con un manto de impenetrabilidad, un lenguaje en el que la filosofía académica no puede entrar sin especular o siempre esperando una inexactitud desmedida, y prefiere recoger para el análisis lo que considera “útil”, aquello con lo que puede forjar conceptos, teorías, sistematizaciones, o elucubraciones ensayísticas. En consecuencia, aquel inconmensurable imperio de lo mundano se mantiene en un enigma difícil de captar para la filosofía académica.
¿Cómo hacer filosofía mundana? Pues una de las aproximaciones sería haciendo filosofía de lo inútil, en otras palabras, hacer filosofía de lo que no sirve, de aquello de lo que no se puede sacar provecho ni beneficio, de lo que no es productivo, de lo que fue transformado en un apéndice extirpable para la sociedad. Lo mundano no se asemeja en casi nada a las teorías del hiperconsumo, pues mantiene sus propias lógicas que prefiere callar y guardarse para sí mismo, volviendo siempre a su inutilidad originaria como caparazón protector. Debido a estas razones, resulta difícil que lo mundano entre en el campo de análisis de la sociedad civilizada. Jorge Polo Blanco, un filósofo español, critica la jactanciosa universalidad con la que algunas propuestas filosóficas se tratan de imponerse haciendo eco justamente a la dificultad de aplicar estas categorías en sociedades del sur del planeta, sociedades “más mundanas” vistas desde el parámetro de pensamiento eurocentrista. Por ejemplo, ¿por qué es tan complejo aplicar teorías como las de auto-explotación o sociedad de rendimiento de Byung Chul-Han en una narco-hacienda mexicana o en grupos de lavanderas peruanas? ¿Acaso ellas quieren ser empresarias de sí mismas? ¿Se auto-explotan? Lo mundano, por lo tanto, no es captado por estas filosofías.
Se habla mucho de la utilidad o inutilidad de la filosofía en estos tiempos. Parece ser una reflexión tan perdida y estéril como aquella de si existe o no una filosofía original latinoamericana o ecuatoriana. Un camino más fértil es precisamente el planteado por Gustavo Bueno, es decir, penetrar en aquellos ámbitos mundanos que poco o nada se han analizado desde la academia, y que permanecen en silencio protegidos por su inutilidad y de los que solamente tenemos ecos y sombras. Aquel filosofar mundano continúa casi intransitado.