La historia no solo es pasado
Por: Lala Sotomayor
¿Cuántas veces preferimos el pasado que inventamos
al presente que nos desafía y al futuro que nos da miedo?
Eduardo Galeano (1997).
Somos parte de invasiones, conquistas, saqueos, de un control hegemónico que se ha naturalizado en la vida diaria. Ese arrebato absurdo trasciende a hogares, relaciones, instituciones, trabajos. Se nos olvida que la cultura ya la teníamos, que el conocimiento no llegó, se impuso otro, se usurparon los saberes.
Qué hay de los recuerdos, cuyo hogar es la memoria, aquel espacio invisible que no caduca, que a pesar de los años, distancia, muerte o intentos de olvido, está llena de recuerdos. No siempre vívidos o latentes, pero quizá con alguno que otro intento o experiencia, es posible volver a pasar por ellos.
Aquí las memorias habitan y pueden residir de manera permanente, es atemporal e incluso un ejercicio diario, consciente e incluso onírico. No hace falta teorizar mucho para aterrizar en un práctica que involucra a todas las personas, incluso a aquellas quienes nadan en el mar del olvido.
Recordar puede partir de distintos puntos, generalmente cuando existe una pérdida, en ese momento se vuelve más consciente este ejercicio. Si se hiciera eso con el contexto en el que vivimos, la historia de nuestra ciudad, la familia, lxs, amigxs, las decisiones que han hecho habitar este presente, quizás se podrían analizar las cosas de otra forma e incluso, tener una vida distinta.
Puede ser entonces que la historia recobra sentido cuando nos apropiamos de ella, cuando se la estudia no solo como un pasado, sino como una forma de cambiar el presente. La reflexión sobre el por qué las cosas, y las diferentes miradas que surgen en una circunstancia, permiten abrir el panorama para cambiar aquello que parece injusto, y para seguir luchando por aquellas causas que sí creemos justas. “Cuando está de veras viva, la memoria no contempla la historia, sino que invita a hacerla… la memoria está en el aire que respiramos… Nunca está quieta., con nosotros, cambia” (Galeano, 1997, párr. 19).
Entonces se vuelve importante preguntarnos ¿cómo estoy, cómo me siento en este lugar, con estas personas, con este clima y estas circunstancias que están creando mi realidad? Conocer la historia es conocer el camino que nos llevó hasta aquí, algunas de las decisiones que hicieron posible este momento. Y no solo quedan en un estado anterior, si no que a partir de ello, se puede analizar mejor cuál será la decisión de ahora.
Si se desconoce la historia se sigue caminando igual, creyendo que se debe aceptar lo que pasa, quizá sin saber qué cambiar, en qué mejorar, qué historias se deberían evitar repetir. Empero, si profundizamos en que por qué estamos como estamos, por qué aceptamos cosas que no estábamos de acuerdo, por qué dejamos que nos siga gobernando alguien que no nos representa, por qué solo se cuenta la historia del ganador, quizá ese sentido crítico nos haga cambiarnos, y así cambiar.
Para Hessel (2010), solo un profundo sentido de indignación, nos motivará a movernos, a buscar otros caminos y crear otras realidades. A veces esa oscuridad e ira, pueden ser motor de transformación para cambiar de dirección y empezar a moverse de forma diferente.
La historia nos interpela, primero como seres individuales, ya que en nuestra vida también hay historia, estamos construidos por historias paralelas, por ancestros, por progenitores quienes también tienen una historia personal, y cuyas viviencias no solo son parte de nuestra vida, si no que también repercuten incluso de manera inconsciente en nuestras acciones.
No es casualidad que las historias de los abuelos se repitan en hijxs y nietxs, también en los países, en las parejas, en los trabajos y en el cotidiano. Estamos condenadxs a repetir si no reflexionamos, si no decidimos cuáles son los caminos que elegimos para nuestras vidas y de cuáles preferimos salir.
Solo si nos detenemos a pensar en cómo sucedieron los hechos pasados, podemos entender lo que sucede ahora. Si utilizáramos primero en el valor que nuestra propia historia tiene, sería más fácil enamorarse de la historia nacional, latinoamericana e incluso mundial.
Somos parte de invasiones, conquistas, saqueos, de un control hegemónico que se ha naturalizado en la vida diaria. Ese arrebato absurdo trasciende a hogares, relaciones, instituciones, trabajos. Se nos olvida que la cultura ya la teníamos, que el conocimiento no llegó, se impuso otro, se usurparon los saberes.
Por ello, la complejidad de asumir interpretaciones en lugares donde uno no reside, donde no comprende su cultura. Hoy en día siguen existiendo muchas invasiones en territorios principalmente indígenas donde se asumen necesidades, problemáticas e incluso creencias.
Para Sztajnszrajber (2021): “La historia no tiene que ver con el pasado, si no con lo pendiente” (14m58s). Si hablamos de pasado, lo hacemos desde el presente, desde una coyuntura, desde otro lugar ajeno a dicha época, hay otras condiciones de por medio que por ende, hacen pensar de otra forma.
Sztajnszrajber (2021) cita a Walter Benjamin, aludiendo que hay dos tipos de historias, las de los triunfadores, y las de los derrotados, que no tienen voz, un relato alterno, no hegemónico (15m30s). Y Galeano (1997) sostiene algo similar al recordar un proverbio africano: “Hasta que los leones no tengan su propios historiadores, las crónicas de cacerías seguirán glorificando al cazador…. Es como un reflector que ilumina las cumbres y deja, premeditadamente, la base en la ciega oscuridad” (párr. 3).
Por cada persona que vive una situación, hay un sentir distinto, por ello la complejidad de la historia, porque no hay un solo relato, cada hecho guarda tantas perspectivas como personas. ¿Cuántas historias hay de cada hecho entonces? La mayoría, por supuesto, no constan, no se distribuyen, no se publican ni se venden, y no por ello quiere decir que no sean legítimas. No queda más que asimilar la amplitud, para no creer en absolutismos, en verdades.
“La historia no buscar asentar una verdad absoluta, sino redimir” (Sztajnszrajber, 2021, 29m). Tomar aquella experiencia y recuperarla, revivirla y en algunos casos rescatarla, utilizarla como catapulta y no como ancla. “Quiere ser puerto de partida, no de llegada. Ella no reniega de la nostalgia, pero prefiere la esperanza, su peligro, su intemperie” (Galeano, 1997, párr. 21).
La redención se puede materializar a través del arte, de muchas y variadas manifestaciones. Lo bello de la memoria es precisamente el ejercicio de recordar. No todo se registrará, como Funes el Memorioso, pues la memoria falla, es imprecisa, imperfecta, nos salva de no enloquecer, incluso, inventar alguno que otro detalle, que quizá con los años sea más imaginación que realidad, pero sigue siendo un maravilloso ejercicio.
“Y me agarro del recuerdo que guardé
dentro de mis memorias
y todo se recolocó
se hizo la luz en el infierno”
(Iniesta, 2023, 7:32s).
Hay muchas cosas que se quisiera no volver a recordar jamás, olvidar esos detalles que pueden atormentar hasta el momento más alegre, y en otras ocasiones, donde habita una profunda soledad o tristeza, se añora recordar momentos que devolverían una felicidad inalcanzable.
Qué complejos somos los seres humanos, pero qué se le puede hacer, es lo que hay, y es lo que somos, así que mejor usarlo a favor, y tratar de recordar aquello que nutra, y catalizar esas otras memorias en actos artísticos que reivindiquen el dolor.
“… el poder del arte
bien nos puede salvar
de una vida inerte
de una vida triste
de una mala muerte”
(Iniesta, 2023, 7:14s).
A medida que van pasando los años, y los años nos van cambiando, varían también los recuerdos de lo vivido, lo visto, lo escuchado, lo sentido. “Y a menudo ocurre que ponemos en la memoria lo que en ella queremos encontrar, como suele hacer la policía con los allanamientos”, sostiene Galeano (1997, párr. 20).
Es así que se oculta el pasado, porque si nos enteráramos de tanta vulneración, el accionar presente no le convendría a los grupos hegemónicos. En razón de ello, puede ser que se hayan escondido, prohibido y quemado tantos textos, tanta historia, tanta magia.
Vivimos en un estado de alienación mediática, donde importa más prestarle atención al noticiero, que a una historia personal, familiar, cotidiana, o nacional, nos hemos deslindado de la vida pasada, de los antecesores que construyeron el mundo en el que vivimos ahora, donde es complejo habitarlo, sin entender cómo llegamos hasta aquí.
Quizás, nunca sabremos quienes fueron las personas que la lucharon, ni cuáles fueron sus emociones, por ello, y con más razón, hay que revivir la memoria, investigar esas otras miradas, esas otras historias que no nos contaron, y vivir esta historia presente como un regalo para quienes luego, seremos su historia.
Lala Sotomayor. Comunicadora Social, amante de la música, el baile y la militancia por la búsqueda de una sociedad más justa. Estudio ciencias sociales como una forma de autoaprendizaje y deconstrucción personal.
Recomendación literaria. Funes el memorioso – Jorge Luis Borges.
Referencias
- Galeano, E. (1997). Memorias y desmemorias. La jornada semanal. https://www.jornada.com.mx/1997/05/11/sem-galeano.html
- Hessel, S. (2010). Indignaos. Ediciones Destino.
- Iniesta, R. (2023). El poder del arte [Canción]. Se nos lleva el aire.
- Sztajnszrajber, D. (24 de marzo de 2021). «Pensar la Memoria, Verdad, Poder e Identidad» | Clase pública en Bogotá. [Archivo de Vídeo]. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=G3jmb-sa73o&ab_channel=Dar%C3%ADoSztajnszrajber