Compre este artículo y salve a los delfines de agua dulce
Por: Alicia Martínez
¿Por qué sería necesario interpelar la estructura de depredación ambiental, los desplazamientos humanos y la explotación en sí misma, si comprando cosas que necesitamos estamos ya contribuyendo a dichas causas?
Cada vez se torna más recurrente leer campañas empresariales que exhortan a los consumidores a entregar dinero con el objetivo de apoyar causas filantrópicas que, además de suponer un acto de ciudadanía activa, vienen con algún producto. Una especie de ganar-ganar con la que las personas no solamente se sienten bien por acceder a determinado producto, sino que el acto mismo de adquirir se vuelve un gesto políticamente correcto.
En esta novedosa forma de perpetuar el esquema de circulación de mercancías, el neoliberalismo ha logrado, ya no solamente encubrir el tradicional esquema de fetichización de la mercancía en términos económicos, sino que la convierte en un fetiche ético. ¿Acaso no es mejor comprar cosas que apoyen a una causa que solamente comprar cosas?
Mark Fisher, uno de los intelectuales más lúcidos de capitalismo tardío, fue tajante al mencionar como esta eticidad neoliberal “encarna la fantasía de que el consumismo occidental, lejos de estar intrínsecamente implicado en la desigualdad global sistémica, puede más bien contribuir a resolverla. Lo único que tenemos que hacer es comprar los productos correctos” (2017, p. 22).
Zapatos hechos de restos plásticos recogidos del fono marino; café orgánico cultivado sosteniblemente por agricultores contratados en esquemas de “comercio justo”; productos de limpieza que aportan a la construcción de escuelas en áreas rurales; bebidas que con cada vaso que se compra aportan el 20% a iniciativas de conservación de las cuencas amazónicas… Son cientos los ejemplos de las campañas con las que el acto mismo de consumir se ha convertido en un llamado a la acción.
¿Por qué sería necesario interpelar la estructura de depredación ambiental, los desplazamientos humanos y la explotación en sí misma, si comprando cosas que necesitamos estamos ya contribuyendo a dichas causas?
En esta perspectiva, la perversidad del capitalismo actual se expresa por dos vías:
Por una parte, de forma más directa, en la farsa en la que se involucran las personas que activan su “ética del consumo” mediante estas campañas. Al respecto, W. Benjamin fue bastante claro cuando señaló:
La humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto de espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden” (1973, p. 57).
Y, por otro lado y de forma más velada, también repercute en la profundización de la configuración aporofóbica de las sociedades en las que las personas que se hallan excluídas del privilegio del consumo ya no son vistas como consecuencias del despojo, sino como las responsables por no son “conscientes” de sus prácticas de consumo.
Si la alienación, es decir el despojo de nuestras vidas, desde la fuerza de trabajo hacia nuestra condición humana, es ya el problema medular del sistema; la autoalienación su una aceptación voluntaria -pero inconsciente- de que no existe otra vía y que a lo mucho podemos aspirar a contribuir con “causas” propagandísticas antes que a luchas por las “causas” reales y materiales.
Esta suerte de chantaje ideológico debe ser, en primer momento, analizado con detenimiento para poder actuar al respecto. Es preciso identificar formar de superar el falso dilema del consumo bueno y el consumo malo sino fortalecer prácticas que permitan avanzar hacia éticas de los bienes comunes y necesarios; hacia prácticas de satisfacción de necesidades en lugar del hedonismo del consumo. En otras palabras: repensar la resistencia no como paños fríos ante un incendio. Posiblemente, explorar las formas de pulsar el freno de emergencia el tren del progreso. Probablemente la sacudida sea fuerte, pero es eso o aceptar que somos bastante parecidos a Nerón tocada la lira con el paisaje de Roma en llamas.
Pero habrá que partir de que, cualquiera que sea el producto que compremos, no habrá salvación para los delfines, sino no salimos de esta realidad onírica de la filantropía neoliberal.
Alicia Martínez (Ecuador, 1989) Humana, estudiante de filosofía; amante de escribir y apasionada de leer. Creo en que la humanidad puede ser lo que esperamos hacer y que es posible un mundo para todxs; en la filosofía como un acto de despertar a las estatuas de sal y para derribar a los ídolos.
Referencias
- Benjamin, W. (1973). Discursos interrumpidos I. Madrid: Taurus.
- Fisher, M. (2017). Realismo Capitalista. No hay alternativa? Buenos Aires: Caja Negra.
Imagen tomada de diariodelexportador.com e intervenida digitalemente