Historias de 15 segundos en la nueva estética de lo efímero (parte II)
Por: Estefanía Cárdenas
Coquette, Aesthetique, Outfit, Lifestyle, influencer o Storytime son ejemplos de anglicismos que han llegado a imponer modas globales, formas de comunicarnos y estilos de consumo más y más alejados de los matices culturales identitarios de cada país y ciudad del mundo.
En la segunda parte del presente artículo, analizaré el impacto del consumo y creación de videos cortos en redes sociales, desde un punto de vista estético.
Empiezo por comparar de manera general una corriente artística frente a una tendencia viral: Si nos detenemos a investigar el cambio de una corriente artística a otra, podemos apreciar que este proceso conlleva varios años, exponentes, y un cambio paulatino de técnicas y materiales artísticos.
Como grandes ejemplos de ello, están las corrientes cinematográficas tales como el Neorrealismo Italiano (1944-1952), la Nouvelle Vague (finales de los años 1950 a mediados de los 1960) o el Nuevo Cine Latinoamericano (finales de los años 1950 a 1970), que surgieron como una necesidad de ruptura y de crear nuevas estéticas diferenciadas por un mensaje social, una época y una zona geográfica con características culturales únicas.
Sin embargo, en las redes sociales, el consumo diario de stories de máximo un minuto de duración, se presentan tendencias que cambian en semanas y llegan a ser ampliamente populares. Muchos canales apuntan no tanto al contenido o valor estético, sino que a veces son utilizados para captar atención inmediata y generar el mayor número de vistas.
Coquette, Aesthetique, Outfit, Lifestyle, influencer o Storytime son ejemplos de anglicismos que han llegado a imponer modas globales, formas de comunicarnos y estilos de consumo más y más alejados de los matices culturales identitarios de cada país y ciudad del mundo.
La manera de imponer estas tendencias nos presiona a presentarnos en plataformas de vídeo como un producto comercial donde se vende una proyección que conlleva gastos cada vez más costosos, elaborados y que nos desconectan de nuestra propia cultura. Aunque existan casos que son beneficiosos y dan a conocer expresiones artísticas, informativas o de interés social, sabemos que la mayoría de material promueve el consumo masivo.
Sin duda, la actual manera de interactuar beneficia a las marcas conocidas y al mercado, a cambio de adquirir una identidad apreciable o llamativa en las redes, un espacio cada vez más dirigido por multinacionales.
La presión por aparentar, la música fragmentada, la ansiedad por autopromocionarse, empujan hacia lo opuesto de una experiencia estética auténtica, en la que, ya que no se busca la necesidad de provocar una catarsis, sino que la expresión gira alrededor de una imagen que debe acomodarse a las tendencias o, lo que es lo mismo, a lo apreciable por el momento y por la masa consumidora de información.
Para iluminar este tema, plantearé la reflexión de pensadores que comprendieron la importancia de la experiencia estética y cómo el interés monetario o de aparentar termina por frustrar un disfrute genuino:
El primero de ellos es Kant, quien, aunque alejado de nuestra época y región, considero que no por ello deja de ser importante. Conviene, más bien, descifrarlo a un lenguaje más cercano para rescatar su reflexión a nuestros días.
En el libro Crítica del juicio, en la parte II titulada “Analítica de lo bello”, Kant sostiene que “la satisfacción al juzgar el gusto es desinteresada”; en otras palabras, lo que Kant nos quiere decir ,es que no se puede comprar o darle una utilidad a una experiencia con lo bello, sin destruirla al rebajarla.
Puesto que la experiencia estética está más allá de tener el dinero para adquirirla o mostrarla con el interés de demostrar haberla visitado, saboreado o disfrutado y luego publicado en redes, y así generar beneficios como reconocimiento social, likes o incluso monetizarla (Kant, 1790).
En redes sociales es bastante común que, al admirar un atardecer, una obra de arte o compartir un momento de goce estético, el interés principal sea capturar el momento para compartirlo, pero paradójicamente, al hacerlo, estamos perdiendo la oportunidad de nutrirnos de esa misma experiencia única y fugaz con lo bello, lo sublime o incluso con un momento de felicidad irrepetible.
En este sentido, lo que es agradable a los sentidos para Kant, se debería vivir de manera desinteresada para que se trate de una experiencia subjetiva auténtica, con los beneficios únicos de disfrutarla en el momento.
Muchas veces, por poner en primer plano una sociabilidad artificial, destruimos esta pequeña oportunidad para intimar con lo bello, por ejemplo, al obligarnos a siempre sonreír para un selfie cuando nos encontramos con un paisaje hermoso o posando frente a una comida deliciosa.
Otro filósofo que nos hace reflexionar acerca de este tema es Guy Debord, quien, a través de su obra La sociedad del espectáculo, critica la degradación humana al dejar de valorizar el ser a cambio del tener.
Ya no nos sentimos lo suficientemente saciados al poder cubrir nuestras necesidades vitales, sociales, profesionales o económicas, sino que todo debe girar además entorno a compartirlas mediante publicaciones constantes que sólo fomentan la insatisfacción y la frustración para quienes no logran esos ideales.
Analizando lo que Debord critica frente al uso mercantilista de las redes sociales, nos encontramos como sociedad en una etapa de degradación humana: el parecer, que no es otra cosa que la “ocupación total de la vida social por los resultados acumulados de la economía (…) de los cuales todo ‘tener’ efectivo debe obtener su prestigio inmediato y su función última” (Debord, 1967).
Al sobreexponer la privacidad ajena o propia estamos vendiéndola al mercado que busca el inconformismo constante: puesto que es más fácil vendernos productos cuando buscamos una mejor posición social, laboral, familiar, etc; atraídos por las apariencias que miramos a diario.
Al respecto el sociólogo Zygmunt Bauman, a través de su concepto de “modernidad líquida”, expone cómo vivimos en una sociedad donde todo es transitorio y donde las relaciones y experiencias, incluso las estéticas, son rápidamente reemplazadas por otras. En este contexto, las redes sociales promueven esa inmediatez que nos deja sin oxígeno para la reflexión profunda o una conexión auténtica con lo bello (Bauman, 2000).
Finalmente considero que sería absurdo retroceder y no formar parte de los canales que democratizan ésta expresión mundial, sino mas bien sería beneficioso utilizarlos para formas de expresión más desinteresadas y benévolas. Es preferible evitar convertirnos en meros instrumentos de consumo y detenernos a disfrutar de lo realmente importante: las conexiones reales con los demás y con nosotros mismos.
Estefanía Cárdenas
Referencias
- Bauman, Z. (2000). Liquid Modernity. Polity Press.
- Buci-Gluksmann. (2006) Arena LIBROS. Estética de lo efímero.
- Debord, G. (1967). La sociedad del espectáculo. Buchet/Chastel.
- Kant, I. (1790). Crítica del juicio. J. F. Hartknoch.
Imagen tomada de litlookzstudio.com e intervenido digitalmente.