La distopía como oráculo
Por: José Martínez
Se podría esperar que la humanidad pida consejo a un oráculo de utopías, en la que el porvenir es idóneo para el establecimiento de una sociedad más justa y unida… pero todo parece indicar que los seres humanos hemos optado por acudir a la pitonisa de la distopía.
El presente, al ser ese instante efímero entre el pasado y el futuro, otorga a los seres humanos solamente dos posibilidades para planificar sus vidas. En primer lugar, la opción en teoría “segura” de mirar al pasado y, con base a lo aprendido (o no), proponer nuevas formas de llevar a cabo las distintas actividades de la vida cotidiana. Por otro lado, está el imaginar el futuro, con sus infinitas variables, y plantear soluciones a problemas del pasado. El resultado de conjeturar un futuro puede presentarse en clave positiva o negativa. Cuando el porvenir es esperanzador y la situación de vida de los habitantes de un espacio determinado es favorecedora de un bien general, podríamos hablar de un futuro utópico, al contrario, cuando este imaginar plantea un futuro tenebroso y desesperanzador, nos encontramos ante un escenario distópico.
Un oráculo es una figura o lugar sagrado al que las personas acudían para obtener respuestas divinas sobre el futuro, decisiones importantes o problemas existenciales. Los oráculos eran considerados intermediarios entre los dioses y los humanos. El más famoso fue el Oráculo de Delfos, donde la pitonisa comunicaba las respuestas de Apolo, dios de la profecía. En la antigua Grecia, los oráculos eran considerados fuentes de sabiduría y podían influir en decisiones políticas, militares y personales, desde la planificación de guerras hasta elecciones de matrimonio o fundación de nuevas colonias.
Se podría esperar que la humanidad pida consejo a un oráculo de utopías, en la que el porvenir es idóneo para el establecimiento de una sociedad más justa y unida, en donde las desigualdades y la desesperanza sean solo recuerdos. Pero todo parece indicar que los seres humanos hemos optado por acudir a la pitonisa de la distopía, siguiendo prácticamente a rajatabla lo que muchos escritores y pensadores de este género literario han escrito en pos de prevenir y advertir. La distopía en la literatura tuvo su origen en la primera mitad del siglo XX y con el pasar del tiempo se consolidó como uno de los géneros literarios más leídos y por ende más versionados en el cine y la televisión.
Se han escrito muchas historias distópicas, unas más valiosas que otras, pero para este texto he decido utilizar a dos de las más populares y comentadas; Un Mundo Feliz de Aldous Huxley y 1984 de George Orwell. Escritas en 1932 y 1949, respectivamente, en su época de publicación consideras como futuros desalentadores, pero que con el paso del tiempo fueron convirtiéndose en tristes realidades, a pesar de las advertencias realizadas por sus autores.
Para el caso de Huxley, en una edición posterior de su obra, incluía en su prólogo advertencias de lo que él veía posible en un futuro. Lo que él pensaba que ocurriría 600 años después, iba a ocurrir mucho más pronto de lo que vaticinó, pues solo siete años después de la primera edición de su obra, el mundo presenciaría el inicio del conflicto bélico más devastador de la historia, dejando secuelas en todos los aspectos de la vida de los seres humanos en todas las geografías del globo. En Un mundo feliz, la búsqueda de la felicidad se ha convertido en el principal objetivo, en desmedro de las libertades individuales y los valores humanos.
Esta distopía presenta un mundo en el que el gobierno gestiona y utiliza los avances tecnológicos y científicos para controlar la reproducción humana, hasta volverla un proceso tecnificado de laboratorio, condicionando a las personas desde la concepción a un sistema de castas, en el cual se crean bajo demanda a los habitantes del planeta para que desarrollen las actividades que sean cotizadas en un momento específico: un mero proceso mercantil.
Es sus páginas, Huxley explora otros temas profundamente relevantes: el consumismo extremo y el condicionamiento psicológico. En una sociedad obsesionada con evitar el conflicto a toda costa, maximizando la comodidad y el placer, ¿qué queda de la experiencia auténtica de vivir? Huxley revela cómo el consumismo se convierte en una herramienta insidiosa de control social, convirtiendo a los individuos en meros engranajes dentro de una maquinaria económica perfectamente aceitada, programada para que dependan de productos y experiencias que el sistema les impone. Pero, ¿a qué costo? En este mundo, los deseos genuinos se desvanecen, y las personas se ven reducidas a consumidores sin identidad, incapaces de cuestionar lo que se les ofrece.
El autor muestra también cómo el condicionamiento psicológico, aplicado desde la infancia, se convierte en una forma de dominio profundo, en la que los métodos de aprendizaje repetitivos y los mensajes subliminales no solo inculcan ideas y valores, sino que aniquilan la capacidad crítica de los individuos. Así, la autonomía y los pensamientos propios se transforman en recuerdos lejanos. ¿Nos suena esto a algo familiar? Hoy en día, ¿no vivimos sumidos en un constante bombardear de estímulos, donde las plataformas digitales y las redes sociales, al igual que el «soma» de Huxley, nos mantienen distraídos en una especie de adicción al placer inmediato? La capacidad de reflexionar y cuestionar el mundo que nos rodea parece haber desaparecido, reemplazada por una «felicidad» superficial, que se convierte en el mecanismo de control social más eficaz.
Y luego, Huxley anticipa una inquietante realidad: el uso de sustancias para controlar el bienestar emocional, representado en su novela por el «soma». Hoy, más que nunca, nos enfrentamos a un mundo donde la farmacología se ha convertido en una solución inmediata a las complejas emociones humanas. ¿Cuántos de nosotros recurrimos a medicamentos para manejar el estrés, la depresión o la ansiedad, buscando alivio rápido pero superficial? Las emociones y el cuestionamiento se reducen a síntomas que deben ser neutralizados, tal como en el mundo de Huxley, donde el malestar es suprimido a través de una píldora.
El control sobre la individualidad es otro tema central. En Un Mundo Feliz, las personas son estandarizadas y moldeadas para cumplir roles predeterminados, un destino similar al que la comercialización extrema de nuestros tiempos nos conduce. Desde nuestra identidad hasta nuestras relaciones personales son ahora mercancías, compradas, vendidas y redefinidas por el sistema. ¿Qué queda de nuestra autenticidad, de nuestra humanidad, en este proceso? En un mundo donde todo es consumible, ¿es posible conservar la autonomía y la autenticidad? Las preguntas de Huxley, aunque planteadas hace décadas, resuenan en nuestra realidad, donde la mercantilización de la vida plantea un reto ético y social urgente.
En 1984 George Orwell describe una sociedad totalitaria en el ficticio estado de Oceanía, gobernado por el omnipresente y opresivo Partido, liderado por el enigmático Gran Hermano. En esta sociedad, la vida de los ciudadanos está bajo vigilancia constante pues las telepantallas controlan cada movimiento y pensamiento, mientras que el Partido utiliza la propaganda, el miedo y la manipulación del lenguaje y la historia para eliminar cualquier posibilidad de resistencia, también introduce la idea de la “Neolengua”, un idioma creado para limitar el pensamiento, reduciendo las palabras a conceptos que solo permiten ideas de obediencia, sumisión y conformidad.
¿Qué vaticinios nos ha propuesto el “Oraculo de Orwell”? En primer lugar, la novela describe una sociedad en la que los ciudadanos son vigilados constantemente por el «Gran Hermano», hoy en día, la tecnología ha hecho posible una vigilancia masiva mediante cámaras de seguridad públicas o privadas, teléfonos inteligentes y el monitoreo de actividades en internet. Gobiernos y corporaciones afines pueden rastrear la ubicación, las actividades en línea y, en algunos casos, incluso el comportamiento personal.
En 1984, el Ministerio de la Verdad modifica continuamente los registros históricos para que la realidad oficial coincida con los deseos del Partido, esta idea tiene total consonancia con la sociedad actual, que pese a contar con una cantidad incalculable de información, las fake news y campañas mediáticas llegan a distorsionar o borrar hechos históricos y eventos actuales, creando una realidad moldeada por el poder político de turno. Véase: Palestina, Valencia o Ecuador.
En la actualidad, el uso de la propaganda y de términos manipuladores se observa en algunos gobiernos y en los medios de comunicación, que pueden moldear la percepción pública y reducir el debate crítico mediante el control de la narrativa, usando ciertos términos y etiquetas que simplifican y polarizan la política y el pensamiento social, alineándose con los discursos oficiales del poder (véase Estados Unidos).
En la novela, el Estado reprime cualquier forma de individualidad o disidencia, eliminando todo rastro de resistencia, hoy, algunos regímenes autoritarios reprimen la libertad de expresión y persiguen a disidentes para consolidar el control. La manipulación psicológica y la presión para conformarse a una única ideología se ven en las acciones de varios gobiernos que consideran el disenso como una amenaza a su poder. Véase: Corea del Norte o Nicaragua.
Tanto Un mundo feliz como 1984, se mantienen vigentes décadas después de su publicación como una advertencia del rumbo que ha tomado la humanidad, pues considero que los tiempos actuales son una mezcla de los dos futuros vaticinados en ambas novelas. La humanidad tomo el camino de utilizar las profecías de estos oráculos distópicos como el único camino viable, descubriendo en el camino la fragilidad de la libertad individual en una sociedad donde la tecnología y la información pueden ser fácilmente manipuladas para el beneficio de unos pocos.
Estamos a tiempo de corregir el rumbo y buscar un porvenir esperanzador para las próximas generaciones. El problema es que el tiempo cada vez es más corto y la imaginación de estos autores y muchos más se convierte, tristemente, en la realidad que nos tocará afrontar.
José Martínez
Imagen tomada de briega.org e intervenida digitalmente