Articulaciones de la Memoria Histórica – Ana Cecilia Salazar Vintimilla
Debemos recuperar nuestras memorias imprescindibles, nuestros principios ancestrales, la reciprocidad y la armonía con los otros y con la naturaleza para enfrentar la colonialidad del poder que articula la codicia, el individualismo, la vanidad y que tiene absoluta vigencia.
Todas las sociedades se construyen sobre sus propias experiencias y se configuran permanentemente a partir de un pasado común. Comprender la manera en la que nuestros antepasados enfrentaron los hechos de la realidad requiere acudir a la memoria, inclusive a aquella que se ha intentado borrar. La vida de los pueblos es resultado de procesos históricos, somos el devenir de las sociedades, por tanto, consecuencia del pasado. Cada hito histórico acaecido en una sociedad deja huella y se acomoda en función de una u otra narrativa de los hechos. A la mayoría de la población ecuatoriana la memoria le ha jugado una mala pasada, pues se ha acostumbrado a pensar que vivimos en un mundo que ya está hecho sin recordar que todos hemos participado. Esta forma de pensar es resultado de sesgos estructurales que tiene la memoria y es quizá la consecuencia más profunda del proceso colonialista vivido en América Latina.
El presente ensayo es una deriva entre la memoria y la actualidad, entre lo posible y lo deseable que busca otra dirección, porque la que hemos tomado como pueblo y sociedad es especialmente negativa. La memoria es selectiva y parecería que la mayoría de la población ecuatoriana se quedó con lo que la narrativa colonialista ha construido. Una Nación es una elección acerca de qué se quiere recordar y qué se quiere olvidar y esa elección debe ser hecha de modo que sea reconocido como patrimonio común de todos y todas (Renán, 1993). Estoy convencida, o quiero estarlo, de que hay más posibilidades que lo heredado y construido hasta aquí. Acudo a la memoria para resignificar el pasado desde una mirada autocrítica, con el propósito de sacar lecciones, repensar y reconocer que somos fruto de una historia contada desde la visión del proyecto político de la modernización capitalista impuesto desde el mismo momento que nacimos como país y que se sostiene hasta hoy bajo la versión del fin de la historia.
Memorias efímeras
En medio de la vorágine de información, mucha de dudosa autenticidad e intención, existe el riesgo de debilitar aún más la frágil memoria que tenemos, especialmente de las nuevas generaciones. Requerimos recordar de dónde venimos para no ser licuados por la homogenización de la cultura global y la virtualidad exacerbada. Necesitamos encontrar respuestas a la situación de confrontación, odio y polarización que hoy vivimos. Necesitamos reflexionar sobre la mentalidad e idiosincrasia de sociedades configuradas, como dice Octavio Paz, a la sombra de Occidente y de una historia atravesada por la ruptura cultural, política social y económica de la conquista cuyas consecuencias no acabamos de desenredar. ¿De qué otra manera explicamos lo que está pasando en nuestros países, y más concretamente en Ecuador, donde se desmoronan las instituciones que dieron forma a la vida de la nación en los últimos dos siglos? El Estado y la sociedad han fallado en la construcción de un proyecto de país. Estamos desbordados de frustración, y lo más grave, no logramos reaccionar ante el abuso, la inoperancia y la corrupción de la clase política, aunque se podría anotar alguna salvedad. Enfrentamos el colapso del Estado y una suerte de auto boicot que nos está llevado a creer que no se puede cambiar el rumbo de los hechos.
La justicia en Ecuador históricamente ha funcionado a base de trampas y desvíos fraguados por personas cuyo único objetivo ha sido asegurar sus propios beneficios. ¿Cómo es posible que hayamos llegado a la actual situación, un país donde la política se ha degradado a niveles vergonzosos, la economía ha generado condiciones de vida precarias, miles de familias se debaten en el desempleo, se excluye de la educación a millones de jóvenes y se niega la salud a la gran mayoría de la población? ¿Cómo es posible que permitamos el saqueo y la violación continua de nuestro territorio por parte de empresas extractivistas y depredadoras, pero sobre todo que sean nuestros propios gobernantes quienes provoquen y permitan esta situación? Tenemos una mentalidad que reproduce el colonialismo y acepta el poder fáctico de una economía administrada por los organismos internacionales. Solo la memoria a corto plazo, el conformismo y la indolencia pueden permitirlo. Inducidos por la retórica del marketing y el populismo, hemos desarrollado una cultura política inmadura, clientelar y mesiánica, a partir de una memoria efímera que funciona como un arma de dominación y control social para hacernos creer que no hay nada más que hacer. La consecuencia es una población que se autocensura, que permite que le restrinjan sus más elementales derechos, hasta el punto de haber llegado a vivir normalmente en estado de excepción.
Memorias incómodas
Cuando observo la calidad de relaciones que se desarrollan en todas las esferas de la vida, ya sea en los espacios sociales, políticos, económicos, culturales presenciales o virtuales, encuentro tanta discriminación y racismo que termino por pensar que el Ecuador no ha superado sus memorias incómodas, que mucha gente reniega lo que fuimos, que muchos intentan olvidar o esconder sus raíces originarias pero que estas se niegan a desaparecer, perviven en nuestro ADN y reclaman su espacio. Desde la creación de la república, la institucionalidad buscó configurarse como un estado moderno y civilizado al más puro estilo occidental. Los criollos independentistas soñaban reivindicar su lugar en el poder, una naciente oligarquía que se reveló contra la arbitrariedad monárquica para ocupar su lugar. Lo moderno llegó a nuestro país como aspiración sociocultural de un sector que renegaba de su origen por lo que segregaba todo lo que tenía que ver con lo nativo o indígena. Lo moderno se comprendía como la diferenciación de lo propio frente a lo autóctono o popular considerado como retrasado, rustico, básico, inferior, pero que sostenía el estándar de vida de las élites, siendo los oprimidos quienes facilitaron los ideales occidentalizados de la época que reproducía costumbres patriarcales y racistas propias de la corte española.
Las clases acomodadas satisfacían sus lujos sobre los hombros de los guarderos, quienes cargaban muebles, pianos, estatuas, confesionarios e inmensos paquetes llegados de las ciudades europeas; muchos morían en el camino bajo el peso de todos aquellos objetos de lujo que las élites sociales requerían para cumplir sus aspiraciones de modernidad y progreso. Algunos evocan de manera romántica lo prehispánico como una marca identitaria, pero por supuesto sin aceptar las costumbres indígenas y sin reconocer sus relaciones filiales, pues en nuestro país mucha gente prefiere identificarse con el legado español y negar cualquier rasgo de su componente indígena. Nuestra historia está plagada de falsedades y negaciones, es un texto lleno de pasajes escritos con tinta invisible, decía Paz: “Amerindia fue un conjunto de naciones, lenguas y culturas que hoy reclaman el reconocimiento de la plurinacionalidad, pero la sociedad tiene múltiples autocensuras que niegan las diferencias y los antagonismos con las identidades del mundo precolombino vencido, pero no muerto” (1990, p. 17).
Memorias irredentas
Cualquier intensión de contradecir a la modernidad capitalista, desaparece desde el origen del estado ecuatoriano con consecuencias presentes hasta nuestros días. Las heridas de la población permanecen abiertas y se han abierto muchas más en el marco de este intento de llegar a ser una nación moderna. Como sabemos, la población indígena fue diezmada, de más de 10 millones quedaron un millón de personas a causa de la explotación inhumana. Los indígenas fueron desplazados a pesar de ser los dueños del territorio, sometidos a diversas formas de despojo como el sistema de hacienda, el huasipungo, las reformas agrarias que favorecieron a los terratenientes y continúan siéndolo con la expansión de la agroindustria y las inmensas extensiones de tierra adjudicadas a proyectos extractivistas. Es difícil construir una convivencia fraterna con estos antecedentes. En la actualidad más del 60% de personas autoidentificadas como indígenas viven por debajo de la línea de la pobreza (INEC, 2016) según el portal Ecuador en cifras. Mas tarde, para implementar la industrialización se trajeron esclavos africanos como fuerza de trabajo barata y sometida. La modernidad en América no hubiese sido posible sin la explotación a indígenas, campesinos y negros. En 200 años de vida, el Ecuador no ha logrado sentar las bases de un proyecto fraterno, democrático e inclusivo. Todo lo contrario, se han profundizado las contradicciones, las manifestaciones de racismo y la polarización social que ha sometido al país a la incertidumbre absoluta sobre las posibilidades del futuro y que nos están llevando a condiciones de vida insostenibles para la mayoría de la población. La pobreza, la migración y la violencia crecen en medio de la caída de las instituciones del orden actual, poniendo en evidencia el derrumbe del paradigma modernista. No hay “leyenda negra” todas son realidades que no están en nuestra memoria colectiva porque esta versión de la historia nos contó el cuento de los libertadores y no de los vencidos.
La sociedad ecuatoriana funciona en base a un conjunto falsos dilemas, entre ellos, el del juego político electoral que obliga a votar por partidos que tienen dueños, que se venden al mejor postor, emprendimientos electorales carentes de propuestas programáticas, que posicionan a personajes ambiciosos e improvisados a quienes les gusta decir que ellos saben qué hay que hacer y que nosotros solo debemos votarlos. La población confía una y otra vez en quienes la defraudan, de alguna manera todos permitimos que continue la lógica colonial impregnada en nuestra conciencia, una lógica basada en el abuso de los fondos públicos, el derroche y los excesos, así como el fortalecimiento de las jerarquías sociales con su imaginaria y falsa pureza de linaje.
Las ciudades de Quito y Guayaquil crecieron emulando las metrópolis europeas, la una como capital y la otra como puerto marítimo disputando la administración de Estado en su beneficio particular, mientras tanto el resto del territorio ecuatoriano era postergado en sus necesidades y requerimientos. La consecuencia, una sociedad fraccionada, inequitativamente atendida que creció entre el complejo de superioridad, por un lado, y por otro de sumisión. La clase dominante, se cree heredera de los españoles y se niega a aceptar su mestizaje, mientras la población indígena fue acumulando un sentimiento de dolor, pero también de resistencia. Los mestizos, que no somos ni lo uno ni lo otro, pero al mismo tiempo ambos, representamos la inmensa mayoría de este país y nos movemos en el campo de los dilemas.
El mestizo, en la colonia, era la imagen viva de la ilegitimidad, seguramente por eso debemos reconocer su profunda inseguridad pues si bien sabe que no es blanco intenta alejarse lo más posible de lo indio en su existencial crisis identitaria…. En esa sociedad acomplejada, que renegó del verdugo español pero que quería parecerse a él, el mestizo era un hombre sin oficio ni beneficio, de profesiones dudosas, por ello el hampa los reclutaba, al igual que hoy siguen siendo el bandido, el policía, el soldado, el caudillo, el líder político, el jefe de Estado (Paz, 1990, p. 49).
La identidad nacional se asienta sobre este mosaico de múltiples identidades que se expresan en un amplio entramado de diversidades, exaltando sus diferencias sobre la búsqueda de un proyecto compartido. Mientras los indios, los campesinos y los negros se quedaron fuera de la historia de la nación ecuatoriana, los mestizos sobrevivieron en circunstancias adversas y dolorosas. Este complejo proceso de desencuentro humano, esta falta de pensarnos como una sola identidad asentada en un mismo territorio, se traduce en una narrativa histórica que organiza el olvido y la memoria desde una visión unilateral e incompleta, la de las élites. Los mestizos, principal producto de la colonia, responden a una identidad confusa, incapaz de construir un concepto para denominarse a sí mismo, que coadyuve a sentar las bases de una identidad nacional que integre las diferencias.
Enfrentamos un proceso difuso e inconcluso en la construcción del Estado-nación, con graves consecuencias para alcanzar la consolidación de una ecuatorianidad común, lo que nos ha impedido autoreconocernos desde lo andino/latino y que más bien se volvió más y más occidental bajo la lógica del mercado que homogeniza el pensamiento, los gustos, las lecturas, especialmente ahora a través de la virtualidad generando una conducta imitadora y sin criterio. La mayoría de la población ecuatoriana aspira a ser parte de este mundo, pero para este mundo el Ecuador es insignificante, apenas una zona de sacrificio, un territorio descartable, en cuanto se agoten sus recursos quedará al margen de la dinámica global.
Memoria que resiste
El idioma quechua nos define en nuestra expresiones y sentimientos, perduran los nombres de los lugares donde se levantaron nuestras ciudades. Pero la negación inhibe la existencia de esta dualidad, haciendo que persista la alienación cultural, es decir las relaciones neocoloniales. En este punto, necesitamos definir aquello que queremos llegar a ser, para dotar a la sociedad de un mismo sentido de pertenencia en la diversidad, y resignificar el pasado como capacidad de resistencia. Como plantea Silvia Rivera, “la noción de un mestizo que no se avergüenza de su parte india, que no ambiciona asimilarse a la clase criolla y que no renuncia a la posibilidad de ser libre” (en Para esta autora existen dos clases de mestizos:
uno funcional al proyecto de la modernización que refuerza la estructura neocolonial de clases, y otro que asume su mezcla desde una opción emancipatoria, que recupera la memoria asumiendo un rol descolonizador, asume su identidad desde dos vertientes y reivindica su derecho a ser nuevo a partir de la contradicción que implica su herencia colonial (en Pérez, 2010, p. 2).
Reconocer esta condición en lugar de negar una parte de nuestra ontología es hacer frente a la narrativa de la modernidad, es descolonizar el mestizaje, sostiene Rivera.
Por su parte, Bolívar Echeverría (2000) afirma que: “La modernidad en su forma capitalista, al subsumir en su dinámica totalizadora a todas las antiguas formas de configuración identitaria y de articulación política ha logrado trazar una especie de historia o destino único sin precedentes” (p. 85). Los latinos tenemos una característica: “un ethos barroco, una respuesta a la modernidad que acepta las contradicciones del capitalismo, pero su actitud no es todo lo contrario, se resiste a aceptarla (p. 85)” .
Esta condición no acepta la versión rosa de la conquista como el encuentro de dos mundos en la que fuimos nosotros los que salimos ganando, versión hoy reforzada por las posturas hispanistas de los autodenominados libertarios.
El ethos barroco representa otra forma de modernidad, en la cual podemos observar la sobrevivencia de elementos culturales prehispánicos resultado de un proceso de resistencia contra la devastación del núcleo cualitativo de la vida; una puesta en escena capaz de invertir el sentido de esa devastación y de rescatar ese núcleo, si no como acto en la realidad, sí como potencia racismo, el autoritarismo y la completa devastación social (Echeverría, año, p. 94).
Memorias imprescindibles
Como diría Silvia Rivera, necesitamos comprender lo abigarrado de nuestra sociedad con toda su profundidad histórica, comprender mejor lo que somos, lo que nos mueve, lo que debemos hacer. Es decir, nuestra identidad como sujetos con sentido de pertenencia a un mismo pueblo, tarea urgente para superar el colapso nacional y la confrontación social. Debemos recuperar nuestras memorias imprescindibles, nuestros principios ancestrales, la reciprocidad y la armonía con los otros y con la naturaleza para enfrentar la colonialidad del poder que articula la codicia, el individualismo, la vanidad y que tiene absoluta vigencia. En nosotros está el sol de la mitad del mundo, somos el corazón de la tierra. La versión imprescindible de la historia que necesitamos escribir, es nuestra capacidad de autodeterminación y soberanía, nuestra capacidad de resistencia para rebelarnos en contra del olvido funcional al sistema de muerte.
Necesitamos superar esta narrativa de la historia que reconoce una sola versión de la memoria. La otra versión tendrá que ser anticolonial, anticapitalista, antineoliberal, antipatriarcal. Ampliemos el camino de lo común entre todas y todos los ecuatorianos para permitirnos construir la verdadera liberación del colonialismo imperante, en tanto luchamos para que no haya un solo oprimido y no quede un solo lugar dominado.
Referencias
- Echeverría, B. (1994). “El ethos barroco”, en Bolívar Echeverría (ed.), Modernidad, mestizaje cultural, ethos barroco. Universidad Nacional Autónoma de México/El Equilibrista.
- Paz, O. (1990). Sor Juana Inés de la Cruz. Las trampas de la fe. Seix Barral.
- Pérez Gerardo, D. (2010). Sujetos, identidades y políticas de emancipación. El pensamiento social y político latinoamericano frente a la actual coyuntura latinoamericana. Universidad Nacional Autónoma de México.
- Renan, E. (1993). ¿Qué es una nación? y otros ensayos. Donzelli.
- Saltos, N. (2024). Memoria y pensamiento de las nacionalidades Reflexiones críticas sobre el movimiento indígena ecuatoriano. Ediciones Abya-Yala.
Fotografía: Daniela Samaniego @danielasamaniegor