¡¿Alguien quiere, por favor, pensar en los niños?!
María-José Rivera.
En un mundo donde las narrativas simplistas y prejuiciosas pueden ser fácilmente absorbidas por los más jóvenes, la filosofía, proporciona las herramientas necesarias para desafiar estas percepciones y fomentar una mentalidad más inclusiva y abierta.
Qué mejor pretexto que junio para cuestionarnos qué les hemos hecho a los niños, qué les estamos enseñando sobre migración y, es más, sobre las personas que migran. Mi propuesta en estos párrafos es pensar en la filosofía como un camino para tratar estos temas con los más pequeños, no porque no funcione en burros, digo, en adultos, sino porque los adultos tenemos tremenda responsabilidad con ellos, especialmente por todo lo que al parecer les hemos metido en la cabeza hasta ahora sobre el ser extranjeros. A continuación, describiré cómo estaría la situación, partiendo de los planteamientos de Martha Nussbaum sobre el imperio del miedo y, luego, bosquejaré un par de ideas para darles herramientas a los niños para que venzan los miedos que les hemos enseñado.
“Diagnóstico filosófico”: esquemas sobre el miedo y la migración
Si bien hay muchos teóricos sobre la migración, son pocos los que han profundizado sobre ella desde una perspectiva filosófica y, por supuesto, tengo mis favoritos. Esta vez les hablaré de Martha Nussbaum, una filósofa estadounidense conocida por su trabajo en ética y su fe en la educación. Algunas críticas hechas a sus posturas son el etnocentrismo en su defensa de determinados valores democráticos, así como una falta de énfasis en las causas estructurales de la migración, ambas irrelevantes para la discusión que nos ocupa, pues vamos a hablar de los individuos en última instancia, de sus juicios y prejuicios, pero sobre todo de su capacidad para aprender. Para terminar de convencerles de que la señora nos brinda un pertinente enfoque sobre cómo abordar el tema migratorio, quisiera señalar las convergencias entre ella y un grande del pensamiento crítico sobre la migración: Abdelmalek Sayad. Este sociólogo argelino criticó el manejo de la migración y la concepción de los migrantes como meros objetos control social o problemas a resolver. Su lente sociológico ayuda a comprender la influencia del movimiento físico de las personas en la identidad, la cultura y las relaciones sociales.
Las coincidencias y complementariedades que nos importan entre estas dos mentes que se dieron tiempo de pensar sobre el tema las puedo sintetizar en la relevancia de reconocer y respetar la dignidad humana de los migrantes y, sobre todo, en la educación y el pensamiento crítico como herramientas esenciales para combatir la xenofobia y fomentar una comprensión de la dimensión ética de la migración y lo que hacemos ante ella.
Nussbaum defiende un enfoque cosmopolita, desde el que los derechos y la dignidad de todas las personas son reconocidos, independientemente de su nacionalidad. Esto implica una responsabilidad global hacia los migrantes y una crítica a las políticas de fronteras restrictivas (muros, visados y demás dispositivos regulatorios que ya hasta hemos internalizado).
Nussbaum ha mostrado también un interés en la educación, enfatizando que esta fomenta el pensamiento crítico y la empatía, esenciales para combatir los prejuicios y la xenofobia. En el libro La monarquía del miedo (2021), lo define como una descarga de energía que muestra “nuestra vulnerabilidad animal, nuestra dependencia y nuestra vinculación con las cosas que están fuera de nosotros y que no controlamos por completo” (p. 46), generada por información obtenida de fuentes perceptivas, lingüísticas e intelectuales, y que conduce a estrategias agresivas de alterización, disminuyen la confianza y la predisposición a exponerse. El individuo que tiene miedo, por instinto de supervivencia, evita. No se va a quedar ahí para ver si el recién llegado, el (lo) desconocido, le trae frutas o una linda canción para regalar o una pistola láser desintegradora o cuchillo para robar o matar. Por “lógica” lo primero que hará será cerrar la puerta, asegurar las ventanas, poner un |No Pase|, hacer muchas preguntas, pedir referencias a sus pares sobre la probidad del visitante, ponerle apodos o evitar jugar con él. Podemos estar de acuerdo en que es mejor, para nuestra supervivencia o bienestar, evitar los riesgos innecesarios o graves. Por ejemplo, si pienso que trae un cuchillo para robarme, pero en realidad solo quería cantarme una canción y no le abrí la puerta, quizá solo me perdí una canción, pero si pienso que me trae frutas —porque sí, las frutas son buenas, dice mi doctor— y al final sí trae una pistola láser con la que quiere desintegrarme por supuesto que mi vida quizá ya la perdí. La pregunta que se me ocurre es, ¿acaso nuestro vecino, el conocido, el que tiene un documento de identificación en el que coincidimos en una misma palabra/nacionalidad, no tiene también una pistola láser desintegradora y acaso no ha usado un cuchillo para robar? Pero no se trata de experiencias ni de probabilidades, sino de que nos arriesguemos a pensarlo, a cuestionarnos ¿por qué los extraterrestres son malos?
Explicaré por qué de pronto los extraterrestres aterrizaron en este escrito. Un ejemplo interesante de cómo los niños pueden desarrollar prejuicios sobre los extranjeros, surgió en un taller en el que se les preguntó si permitirían la entrada de extraterrestres a su país y se les solicitó que plasmen su respuesta en una hoja o en plastilina. Varios niños dijeron que no, otros lo condicionaron a si se portan bien o que sea un ingreso ordenado, y por supuesto también hubo quien propuso darles la bienvenida. Indistintamente de su respuesta, la pregunta que era importante hacerles era ¿Por qué? Tuve la oportunidad de entrevistar a uno de los participantes, de siete años, quien había puesto en palabra claras, directas y fatídicas: “No porque son desconocidos y pueden conquistar el mundo”.
La entrevista que menciono fue, ciertamente, muy corta principalmente porque me pareció que fue algo incómoda para el entrevistado. ¿Por qué es malo que sean desconocidos? ¿Por qué no dejar entrar a los desconocidos? ¿Por qué dice que los extraterrestres son malos? ¿Cómo sabe que pueden conquistar el mundo? ¿Por qué sería correcto que se controle quién entra o no a su país? No voy aquí a reportar respuestas y dejaré sentado que ni siquiera tuve la oportunidad de hacer todas esas preguntas. Pero este ejercicio ilustra cómo, incluso desde una edad temprana, podemos internalizar ideas de exclusión y rechazo.
La buena noticia es que las fuentes del miedo (la percepción, las palabras y los pensamientos), cuando se tratan, cuando se cuestionan, pueden servir también para liberar y, por tanto, para prepararnos para confiar en el otro, en el extraño, sea gringo, venezolano o marciano. Aquí vuelvo a Martha, quien sostiene que la filosofía tiene que ver más bien con llevar una vida examinada, socrática, dice. Pues la filosofía “no impone, ni amenaza, ni ridiculiza” y está comprometida con la humildad, la argumentación, el debate y la voluntad de escuchar y responder (Nussbaum, 2021). Difícilmente, los “iluminados” que leemos Mundana estaremos en condiciones de cumplir todo esto, y menos se lo vamos a exigir a los niños, pues no se trata de cuestionarlos, sino de enseñarles a cuestionarse, que está bien equivocarse, a ir y volver, y a nunca dejar de hacer una pregunta o dar algo por hecho.
Este decirles, concreta o tácitamente, lo que nosotros pensamos sobre la migración y el ser migrante trae la implicación de presuponerlos objetos y no sujetos agentes, una concepción del aprendizaje contra la que las ciencias de la educación llevan peleando ya unos cuantos siglos. Identifico al menos dos situaciones para ilustrar los inconvenientes. Primero, uno de los mayores desafíos cuando enseñamos (planeándolo o no) sobre la migración es cómo manejar las opiniones xenófobas o conservadoras. En muchos casos, los niños absorben las opiniones de quienes les rodean sin cuestionarlas, lo que limita su capacidad para desarrollar una comprensión más matizada y, por tanto, más real del mundo. Segundo, la situación de los niños migrantes, tanto de los que llegan a un nuevo país como los que dejan su hogar, añade una capa adicional de complejidad. Por ejemplo, tanto los gobiernos como las ONG, e incluso la industria criminal de migración irregular, a menudo utilizan a los niños en sus discursos o para generar impacto emocional. Con frecuencia, estos niños son utilizados para generar simpatía y apoyo, pero también pueden ser explotados por redes de tráfico y otras formas de abuso. Por ello, es crucial reconocer a los niños como sujetos con voz y agencia propia, en lugar de meros símbolos de vulnerabilidad.
“Tratamiento filosófico”: ideas para contribuir a que los niños venzan los miedos que les hemos enseñado
En primer lugar, es importante enseñar a los niños a respetar las opiniones de los demás, pero también a reconocer cuándo estas opiniones están fundamentadas en prejuicios o desinformación. Aquí, la filosofía ofrece una herramienta poderosa: la capacidad de argumentar y de buscar la verdad a través del diálogo y el debate. Enseñar a los niños a cuestionar respetuosamente y a buscar evidencias para respaldar sus puntos de vista es crucial. Esto les permite ver más allá de las opiniones recibidas y formarse una visión propia y crítica. La filosofía, por su propia naturaleza, invita al cuestionamiento y a la reflexión profunda y esta capacidad de pensamiento crítico es crucial para los niños, especialmente cuando se enfrentan a narrativas simplistas o prejuiciosas sobre los migrantes y la migración en sí misma.
En segundo lugar, es necesario asentar esta actitud inquisitiva e incentivarla a través de la educación y el empoderamiento. Programas educativos (formales o no) que fomenten el pensamiento crítico, la empatía y la comprensión intercultural pueden ayudar a los niños a desarrollar una visión más compleja y matizada de la migración. Además, en cuanto a los niños migrantes, es vital proporcionarles las herramientas y el apoyo necesarios para integrarse en sus nuevas comunidades. Generar para los niños espacios de diálogo significativos y seguros que les permitan descubrir y formar sus propias opiniones es una responsabilidad de padres, maestros, cuidadores e instituciones.
“Alta filosófica”: palabras de cierre
No hay tal cosa como un “alta filosófica”, pero en honor al tiempo del lector, vale terminar con esta idea: Al enfrentarse a ciertas vivencias relacionadas con la migración, sea la circunstancia de ser un migrante, conocer a uno, o que sus padres lo sean; por ejemplo, los niños tienen la oportunidad de aprender a reconocer las múltiples dimensiones de las experiencias humanas y a valorar la diversidad de perspectivas. El enfoque filosófico sobre la migración está lejos de ser la transmisión de conocimientos, sino que enfatiza la importancia misma del cuestionamiento, la reflexión crítica y el diálogo abierto.
En un mundo donde las narrativas simplistas y prejuiciosas pueden ser fácilmente absorbidas por los más jóvenes, la filosofía, proporciona las herramientas necesarias para desafiar estas percepciones y fomentar una mentalidad más inclusiva y abierta. Tratar a los niños como sujetos activos en el aprendizaje sobre la migración, significa, reconocer su capacidad para pensar y reflexionar por sí mismos. Este reconocimiento, no solo respeta su dignidad y autonomía, sino que también, los empodera para ser agentes de cambio en sus comunidades. Siguiendo a Martha Nussbaum (2021), la educación debe preparar a los niños para ser ciudadanos del mundo a través de un compromiso colectivo con estos valores filosóficos.
Así como nos escandalizamos, con total razón, ante el maltrato y la violencia hacia los niños, estaría bueno hacerlo también cuando nuestras palabras o acciones pueden estar generando miedo del malo (es decir, del que no te deja hacer cosas), en los niños. Antes de exponer nuestros criterios paternales, tanto en el sentido filial como político, pensemos en ellos.
María-José Rivera
Bibliografía:
- Nussbaum, M. C. (2021). La monarquía del miedo. Estado y sociedad. Tercera Edición. Ediciones Paidós.