De la fenomenología al acontecimiento: Sartre como inspiración para Deleuze y Badiou
Eduardo Alberto León
Sartre se convirtió en una figura de enorme influencia que trascendió los ámbitos estrictamente filosóficos, dejando una impronta duradera en terrenos tan diversos como la política internacional, el teatro, la literatura, la crítica cultural e incluso las relaciones personales.
Este ensayo resalta aspectos clave de la influencia de Sartre en las obras de los filósofos contemporáneos Gilles Deleuze y Alain Badiou. Si bien Sartre fue un estímulo intelectual decisivo para ambos pensadores, cada uno tomó un camino distinto en la recepción e interpretación de sus ideas, resultando en dos lecturas radicalmente diferentes del legado sartreano.
Es preciso cuestionar si Deleuze y Badiou pueden ser considerados en sentido estrictos «discípulos» de Sartre. El término «discípulo» resulta problemático en el caso de un filósofo como Sartre, quien desafió las normas académicas tradicionales al decidir no enseñar en la universidad. Sartre se convirtió en una figura de enorme influencia que trascendió los ámbitos estrictamente filosóficos, dejando una impronta duradera en terrenos tan diversos como la política internacional, el teatro, la literatura, la crítica cultural e incluso las relaciones personales.
En lugar de formar discípulos en el sentido convencional, Sartre ejerció un magisterio intelectual y ético de amplio espectro en la cultura del siglo XX. Esta cualidad proteica de su pensamiento explica en parte las interpretaciones tan disímiles que hicieron de él filósofos como Deleuze y Badiou, quienes bebieron de sus ideas, pero las reelaboraron de maneras muy distintas en sus respectivos sistemas filosóficos.
Deleuze fue estudiante en la Sorbona y rechazó los enfoques anticuados de la vieja institución universitaria. Sin embargo, algunos profesores fueron importantes en su formación filosófica clásica (Descartes, Kant, Leibniz, Spinoza), especialmente Jean Wahl, de quien tomó una perspectiva pluralista y empírica clave para su trayectoria posterior. No se puede entender la obra de Deleuze sin considerar su sólida base académica clásica y su carrera como profesor universitario, que paradójicamente lo acerca más a la trayectoria de Merleau-Ponty que a la de Sartre.Badiou es, en contraste, un puro producto de la Escuela Normal Superior de la calle Ulm de París puesto que también su padre se formó en ella como matemático (Dosse, 2009).
Tanto Deleuze como Badiou fueron influenciados por el pensamiento de Sartre en su juventud, experimentando lo que podríamos llamar un «sartrismo juvenil». Para Deleuze, este periodo se situó alrededor de 1944 a 1946, mientras que para el más joven Badiou ocurrió cerca de 1956. Estos momentos históricos fueron muy distintos para Francia y para Sartre mismo. El primero simbolizó la Liberación después de la Segunda Guerra Mundial, con sus esperanzas e ilusiones, y el apogeo de Sartre como filósofo y dramaturgo. El segundo, marcado por los acontecimientos de Suez y Budapest, señaló el comienzo del distanciamiento de Sartre del Partido Comunista Francés.
Cada uno integró una faceta diferente de Sartre en su propio recorrido filosófico. Deleuze se enfocó en el Sartre innovador y comprometido con una fenomenología renovada, que se manifestaba en diversas intervenciones intelectuales (Deleuze, 1964). Badiou, por su parte, se centró en el Sartre que, a pesar de haber sido cercano al comunismo, se distanció de amigos como Camus, Lefort y Merleau-Ponty, afirmando que el marxismo seguía siendo el horizonte insuperable del siglo.
Deleuze y Badiou vieron probablemente en Sartre al intelectual que, si bien era excéntrico respecto a las escuelas académicas, era central en el panorama filosófico francés. Sartre apadrinó a toda una juventud que lo veía como el maestro inspirador de muchas de sus inquietudes, aunque no se sentían discípulos suyos en sentido estricto
Deleuze y Badiou vieron probablemente en Sartre al intelectual que, si bien era excéntrico respecto a las escuelas académicas, era central en el panorama filosófico francés. Sartre apadrinó a toda una juventud que lo veía como el maestro inspirador de muchas de sus inquietudes, aunque no se sentían discípulos suyos en sentido estricto (Dosse, 2009). Sartre marcaba pautas en los gustos literarios y en el planteo de problemas filosóficos, y conectaba precisamente con las obsesiones y preocupaciones juveniles. Un verdadero maestro tiene esa fina capacidad para abrir caminos inexplorados.
Los primeros textos de Deleuze, aunque luego no los reconoció como propios, son significativos en este sentido. Por ejemplo, su artículo Del Cristo a la burguesía adelanta buena parte de sus desarrollos filosóficos y políticos posteriores: el rechazo del culto nacional-católico y burgués, propio de la colaboración francesa con la ocupación nazi, en favor de la vida interior, fundamentado en la tesis de la continuidad entre el cristianismo y el espíritu burgués (Dosse, 2009).
En 1946, el joven Deleuze no veía otra posibilidad de romper con el resentimiento y la mala conciencia derivados del culto nacional-católico y burgués, más que la creación de una nueva subjetividad abierta al mundo y la construcción de una nueva colectividad no contractual que llamaba «equipo». Desde el principio, Deleuze desconfiaba de toda articulación política de la intersubjetividad que limitara la riqueza que cada uno alberga en sí mismo (Dosse, 2009). Un cierto nietzcheanismo subversivo le permitió converger con la lectura atrevida y estimulante que años antes hizo Sartre de la intencionalidad husserliana: aquella que, dando la espalda a los «halagos» de la interioridad, declaraba vehementemente que todo estaba afuera, incluso nosotros mismos, siendo cosas entre las cosas y hombres entre los hombres, arrojados en el mundo, pero siempre abiertos a sus variadas solicitaciones (Zizek, 2004).
Por esas fechas, un poco antes, en 1945, Deleuze había escrito otro texto, Descripción de la mujer, en el que no solo cita a Sartre, sino que también lo menciona explícitamente, aunque para marcar algunas primeras y reveladoras distancias. Deleuze comparte con Sartre la crítica a Heidegger por presentar una realidad asexuada, pero considera que, a pesar de tratar el amor y el deseo, Sartre no ha hecho más que un progreso aparente, ya que el Otro está visto desde la perspectiva del amante, único sexuado, y no del amado. Deleuze parece criticar en Sartre el haber caído en las mismas trampas que Husserl en su última meditación cartesiana, aquella en la que trataba de justificar la existencia de otros egos bajo la forma de un alter ego (Dosse, 2009).
Deleuze explora la cuestión de la pasividad y la superficie desde varios ángulos, incluyendo la caricia, que Sartre había discutido en El Ser y la Nada. Sin embargo, Deleuze considera que la caricia ejemplifica el «secreto sin ningún espesor», y se convierte en un prototipo de subjetivación que pliega una exterioridad en sí misma, una idea que se vislumbra en su artículo anterior.
Deleuze explorará ampliamente esta cuestión en su obra Lógica del sentido, unos veinte años después, haciendo alusión a la célebre frase de Paul Valéry «lo profundo es la piel», y tematizando con prodigiosa finura el carácter superficial e incorporal del sentido, sutil anillo de Moebius que recorre las palabras, como la caricia la epidermis del cuerpo. Es precisamente en Lógica del sentido donde Deleuze mostrará su deuda más explícita con Sartre: una subjetivación que, en vez de tomar el modo de ser de una sustancia o un yo perenne e idéntico, adopta el modo de ser de una sustancia espinozista inmanente a su propio proceso creativo. La dilatación de la experiencia hacia el afuera provoca la oscilación de la propia identidad del sujeto que la constituía inicialmente (Deleuze, 2017). De ser una experiencia del ego, se vuelve en el joven Sartre una experiencia de la conciencia como exterioridad. El paso sucesivo que dará Deleuze -extrayendo también, como lo hizo Sartre con Husserl, de forma rigurosa y radical las consecuencias del planteamiento sartriano- será partir inmediatamente de una experiencia del Afuera sin conciencia alguna.
En cualquier caso, Deleuze capta en el primer Sartre, en particular en La trascendencia del ego, una potencia renovadora en la concepción de la subjetividad que muy pocos vieron en su momento, incluido el mismo Sartre. Ese primer Sartre, más espinozista y empirista que el Sartre hegeliano y cartesiano de El Ser y la Nada, es, me atrevería a decir, el Sartre más profundamente deleuziano, aquel que le permitió vislumbrar nuevos territorios para la filosofía. Pero no hay que olvidar tampoco el valor paradigmático que determinadas experiencias literarias -provenientes en particular del mundo anglosajón (Melville, Dos Passos, Faulkner…), pero también de la Europa continental (Blanchot, en particular, y Kafka)- adquirieron para Deleuze, y que seguramente sólo el periscopio de Sartre pudo ayudarle a percatarse de ellas (Dosse, 2017).
Los artículos de Sartre, recogidos en Situaciones, sobre Moby Dick, Manhattan Transfer o el Aminadab blanchotiano, indujeron a Deleuze a un recorrido iniciático por la muerte y la vida, por el mundo moderno en toda su heterogeneidad y polimorfismo. Estos artículos incisivos, a los que se puede sumar el titulado «Orfeo negro», revelan a un Sartre que, si bien no me atrevería a calificarlo como deleuziano avant la lettre, exploran sin duda un flujo de conciencia que se disemina y se funde con el mundo en esponsales incestuosos. Estos textos muestran una concepción de la subjetividad que desborda los límites del ego y se abre camino hacia una experiencia de disolución en la exterioridad.
Nos encontramos con un Sartre que muestra inclinaciones casi panteístas o, más bien, «esquizo-panteístas», muy en sintonía con el pensamiento posterior de Deleuze en las décadas de 1960 y 1970. En 1964, cuando Sartre rechazó el Premio Nobel que le habían otorgado, Deleuze escribió un artículo elogioso titulado Él fue mi maestro. Allí, Deleuze menciona por primera vez la idea del «aire puro» que representaba Sartre, a lo que posteriormente llamaría, en sus Diálogos con Claire Parnet, «la corriente de aire fresco» (2005).
Pasemos ahora a la presencia de Sartre en la obra de Badiou, la cual se hizo evidente más tarde. Como hemos visto, en una declaración reciente, Badiou reconoció haber sido seguidor de Sartre alrededor de 1956. En su artículo de 1977 Hegel en Francia, Badiou sitúa el pensamiento de Sartre dentro de una «empresa gigantesca»: forzar la entrada del marxismo en el idealismo subjetivo. Sin embargo, el «Marx idealista de Sartre» resultaba políticamente menos perjudicial que el «Marx positivista de Althusser», ya que, a pesar de todo, el primero lo llevaba hacia los maoístas, lo que no sucedía con la trayectoria política del profesor de la Escuela Normal.
Habría que esperar hasta 1980 para que Badiou escribiera un artículo dedicado íntegramente a la figura de Sartre. En la conferencia impartida en Jussieu, pocas semanas después del fallecimiento de Sartre, Badiou se centró en el penúltimo Sartre, el de la Crítica de la razón dialéctica de 1960, obra también elogiada por Deleuze, pero en un sentido muy distinto. Badiou se encontraba entonces en pleno período maoísta. Desde su perspectiva, Sartre seguía siendo un «incitador», un «revelador» del marxismo. Concretamente, añadió, nos invita a replantear la cuestión del sujeto político y «a trazar el camino de una filosofía materialista-dialéctica centrada en esta cuestión». En esta pretensión a contracorriente de las tendencias posestructuralistas del momento, Badiou pretendía hacer resonar las propuestas de Althusser y Lacan, al modo en que lo haría en Teoría del Sujeto, para 1982. Es muy probable que, en este sentido, Badiou, influenciado por Lacan, replantease la cuestión del cogito en Sartre, que antes calificara de idealista, y la reformulase de manera mucho más formalizada para salvarla en una teoría del sujeto.
El Sartre de Badiou es aquel que toma en serio las demandas de lo contemporáneo, que carga con el peso del siglo y responde ante él, aunque sea yendo a contracorriente de todos.
En los últimos meses, quizá motivado por la conmemoración del centenario del nacimiento de Sartre, Badiou ha hablado con mayor frecuencia sobre el legado del autor de La náusea. Su antes ferviente admirador sitúa a Sartre, en 2004, junto a Lacan y Althusser, en el Olimpo de sus principales maestros, y reivindica su figura que él ha preservado del olvido que lo envolvió durante mucho tiempo (Badiou, 2005). El Sartre de Badiou es aquel que toma en serio las demandas de lo contemporáneo, que carga con el peso del siglo y responde ante él, aunque sea yendo a contracorriente de todos. Esta indiferencia ante la opinión es donde Badiou ve las razones de su indomable platonismo. Además, Badiou ve en Sartre al maestro que encontró en un momento vital definido por «una devoradora pasión adolescente, la pasión por el libro, la pasión por la existencia». Badiou admira a Sartre en un momento en que el libro era devorado como una «iluminación y un imperativo» (Badiou, 1982).
En su libro El siglo, Badiou estima que Sartre reactivó el «humanismo radical, que ya era el fondo del voluntarismo terrorista de Stalin» y valora su contribución junto al antihumanismo de Foucault, como antídoto al humanismo «ético-lacrimógeno» de nuestros días. En el célebre enunciado «La existencia precede a la esencia»(Badiou, 2005), Badiou ve la confirmación de que el sujeto no precede a la verdad, sino que deriva de ella. Por otra parte, la ambigüedad política de Sartre, para el Badiou del siglo XXI, consistía en que proporcionó a la URSS y al Partido Comunista «un suplemento de alma» cuando ya eran estos cadáveres políticos. Y termina concluyendo: «Sartre dibuja la figura patética y formidable del compañero de viaje sin viaje»(Badiou, 2005).
Podemos concluir de este breve repaso a la presencia de Sartre en Deleuze y Badiou afirmando que no podría haber mayor contraste entre sus planteamientos
Podemos concluir de este breve repaso a la presencia de Sartre en Deleuze y Badiou afirmando que no podría haber mayor contraste entre sus planteamientos. Mientras Badiou enfatiza los aspectos políticos, marxistas, humanistas, la pasión por la lectura, el idealismo y el sujeto, Deleuze guarda un completo silencio al respecto. Si bien es cierto que Badiou menciona tardíamente La trascendencia del ego, libro clave para Deleuze, y que este último se preocupa por la cuestión de la subjetividad en Sartre, ni dicho libro tiene efectos especulativos palpables en el autor del Manifiesto por la filosofía, ni hay una teoría monolítica del sujeto en Deleuze que le conduzca a entablar un diálogo frontal entre el marxismo y Sartre.
Está claro que el concepto de «máquinas deseantes» en El Anti-Edipo de Deleuze y Guattari subvierte por completo los términos de tal posible diálogo, ayudado precisamente por una lectura del imaginario lacaniano en las antípodas de la recepción del estilo y del mathema lacanianos en Badiou. Es muy significativo igualmente que Sartre sea asociado en Badiou a la pasión devoradora por la lectura y al imperativo voluntarioso y militante que de ella dimanan, mientras que, en Deleuze, Sartre es ante todo un soplo de aire fresco, es decir, un rejuvenecimiento no-filosófico del academicismo libresco sorboniano.
No solo se trata de que gracias a Sartre se pudiera filosofar a partir de un cenicero y un camarero, del famoso Pedro-que-nunca-está-ahí, sino que además se renovaban los modos de filosofar, convocando la vivencia y la experiencia literaria, subvirtiendo cierta retórica congénita de la filosofía académica. Es más, los modos de filosofar se hacían aún más innovadores al ser presentados, convocados y aducidos en la plaza pública, con un planteamiento ético que dejaba hechas trizas las bases de toda «representación». Nada de esta veta sartriana se puede encontrar en Badiou (Badiou, 1982).
Da la impresión, en definitiva, de que el Sartre de Deleuze es un Sartre oculto, más sutil y complejo, frente al Sartre público y militante del que se ocupa Badiou. El Sartre deleuziano es un modelo de estilo y de actitud ética, mientras que el de Badiou representa un platonismo idealista o un humanismo radical (no están claras si son figuras mutuamente excluyentes) que, no obstante, estableció puentes con el marxismo por medio de su teoría del sujeto.
Si bien ambos filósofos parecen primar al Sartre filósofo antes que al Sartre hombre comprometido, se muestran contrapuestos a la hora de definir el rostro de ese filósofo. En el caso de Deleuze, es ambiguo y abigarrado, mientras que en Badiou es quizás más coherente, pero también más simplificado. No es este el momento de analizar las diferencias y semejanzas entre la filosofía de Deleuze y la de Badiou, pero basta con escoger algunos de sus autores predilectos para entrever ese extraño aire de familia que les asemeja y esa radical distancia de tono, temple, gusto y talento que les aleja.
En síntesis, Deleuze y Badiou deben mucho a Sartre, al enriquecer la noción de acontecer que en éste era central sin ocupar una plaza especulativa a la altura de su importancia. Cabe decir que Badiou es tributario, aunque sea de una manera polémica, de la primera exploración deleuziana y no a la inversa. Deleuze extrae una ética del acontecer, de la convivencia heroica y humorística con sus pliegues y repliegues. Badiou, en cambio, extrae una ética combativa de la fidelidad que gana quizá en legibilidad, pero pierde en sutil escucha callada del mundo. Tal vez algo de las dos, en dosis diferentes, estaba ya presente en Sartre.
Bibliografía:
Badiou, A. (2005). El siglo. Barcelona: Manantial.
Badiou, A. (1982). Teoría del sujeto. Barcelona: Planeta-Agostini.
Deleuze, G. (1964). Él fue mi maestro. Revue de Métaphysique et de Morale, 69(4), 407-415.
Deleuze, G. (1995). Conversaciones. Valencia: Pre-Textos.
Deleuze, G (2017). Lógica del sentido. Pre.textos, Barcelona
Dosse, F. (2009). Gilles Deleuze y Félix Guattari: Biografía cruzada. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Felluga, D. (2011). The Matrix: Transcendencia del Ego y la filosofía de Sartre. En The Matrix Trilogy (pp. 61-77). Waldorf, MD: BRILL.
Sartre, J.-P. (1985). El ser y la nada. Buenos Aires: Losada.
Žižek, S. (2004). Órganos sin cuerpo: Sobre Deleuze y consecuencias. Valencia: Pre-Textos.
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